El análisis racional convencional en su mayoría nos dice que la presencia rusa en Venezuela responde a un juego geopolítico, más cargado de efecto mediático y emocional, que a una amenaza sustantiva, reflexiones que giran en torno a la tesis del “oso de papel” (El País 07/04/2019); pero debemos tener cuidado, pues los gobiernos autoritarios son capaces de complacer sus caprichos, sin importar los costos sociales y, para mayor atención, la tesis de la expansión global de Rusia cuenta con apoyo significativo en la empobrecida población rusa. Ahora bien, por respeto a la paz, la autodeterminación y para fijar oportunamente límites al osado e irresponsable comportamiento de Rusia, nuestra región, y el hemisferio en su conjunto, deberían responder políticamente con un rechazo contundente.

Continuamente el gobierno ruso confirma la orientación de su política exterior a promover el caos en el contexto internacional, a los fines de lograr una tajada y mayor posicionamiento internacional. Frente a tal intrépido comportamiento, la Comunidad Internacional pareciera ambigua cuando el expansionismo y la agresividad rusa se concentra en su entorno natural, entendido como las repúblicas que surgen de la desmembración de la vieja URSS. Lo que ha aprovechado el autoritarismo ruso para desarrollar la campaña contra Georgia (2008) y mantener enclaves coloniales en Osetia del Sur y Abjasia. Luego anexarse a Crimea (2014) e iniciar una campaña de hostigamiento contra Ucrania que se mantiene hasta el presente; además, mantiene en permanente presión a los países bálticos de Estonia, Letonia y Lituania.

Frente a tan arrojado comportamiento, la reacción de parte de la Comunidad Internacional ha sido la aplicación de sanciones, que algunos califican como simbólicas, lo que tiende a fortalecer la agresividad rusa, que luego se expande al medio oriente, y hoy nos encontramos con una Rusia triunfalista de su incursión militar en Siria y con una actitud más envalentonada frente al mundo, lo que en buena medida fundamenta su comportamiento en el caso venezolano.

En el análisis racional convencional, la expansión de Rusia en su espacio natural tiene clara justificación, y base histórica, pues en buena medida se inicia desde Iván III el Grande a finales del siglo XV, llega a su máxima expresión en la vieja URSS, pero es un sentimiento y una actitud que se mantiene hasta nuestros días. Ahora bien, desde esta perspectiva, no tiene justificación una expansión rusa a escala global. Rusia es una potencia nuclear y militar, con una economía del tercer mundo, con un alto nivel de pobreza, exclusión y marginalidad. Una economía concentrada en la exportación de material militar y pocos productos primarios. Un país débil para aventuras globales.

Es evidente que Rusia es un país pobre, pero con sueños de grandeza cultivados por un gobierno populista y autoritario, cubierto con un barniz democrático. La formalidad de elecciones en las que Putin resulta triunfador permanentemente, bien como Presidente o como Primer Ministro, rotándose con su aliado incondicional Dimitriv Medvédev. Con esta base autoritaria el gobierno ruso desarrolla una hábil campaña, fundamentalmente electrónica, para el debilitamiento de las democracias occidentales, en particular en el marco de la Unión Europea. La terrible paradoja de aprovechar las bondades de las libertades inherentes a la democracia, en particular la libertad de expresión su regla de oro, para socavar las instituciones democráticas. Adicionalmente, Putin tiene años promoviendo un club de países autoritarios, frente a los que asume su respaldo y liderazgo.

En este contexto, el proceso bolivariano resulta una ficha interesante en los juegos geopolíticos de Rusia y China; en buena medida para atacar a Donald Trump y, bajo estrategias distintas, para lograr mayor espacio y posicionamiento internacional. Ahora bien, todo parece indicar que la osada actitud militarista rusa, está generando resultados negativos, perdiendo confianza y credibilidad. Su presencia militar en Venezuela es peligrosa, irresponsable y amenaza a la paz y seguridad de una región que se ha privilegia la paz y la solución pacifica de sus conflictos.

Aunque consideremos que la amenaza rusa corresponde a un “oso de papel”, es importante que la región reaccione con contundencia para establecer límites claros y firmes. No olvidemos que el silencio, desinterés o complicidad frente a las arbitrariedades del proceso bolivariano, cubiertas bajo la chequera petrolera, tienen responsabilidad de la situación que enfrentamos de violación de los derechos humanos y destrucción de la institucionalidad democrática.

Demasiada prudencia puede ser interpretada como actitud permisiva o complaciente; en tal sentido convendría un pronunciamiento político de rechazo contundente a la presencia militar rusa tanto del Grupo de Lima, como del Consejo Permanente de la OEA y el Grupo de Contacto de la Unión Europea también debería evaluar la situación.

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