1917 fue un año tumultuoso, traumático y emblemático para Rusia y las relaciones internacionales. Primero la Revolución de Febrero que dio al traste con el zarismo, como forma de dominación política. Se derrumbó el imperio del Zar Nicolás II y se inició una revolución burguesa. Hay que reiterar que los rusos no usaban el calendario Juliano, como la mayoría de los países europeos, sino el gregoriano. Por lo que esa revolución, para Occidente comenzó en marzo, mas para el pueblo ruso ocurrió en el segundo mes del año. La Revolución de Febrero, así como aconteció con la revolución bolchevique que ocurrió en noviembre de 1917, pero es conocida como la Gran Revolución de Octubre.
Ya, a finales de 1916, la mayoría de los rusos habían perdido su confianza en el régimen zarista y en consecuencia en la figura emblemática que lo personificaba: el Zar. Los niveles de corrupción habían alcanzado niveles alarmantes, su economía estaba “cuesta abajo en rodada”, como cantaba Gardel. El Zar Nicolás, esclavo de su pasado autocrático, se mantuvo fiel a sus procedimientos e insistió en ignorar a los ciudadanos. Éstos fueron marginados con miseria, pobreza, hambre y represión. El Zar, no se amilanaba para castigar brutalmente cualquier intento de revuelta. Todavía estaba presente el recuerdo de las atrocidades cometidas por las fuerzas represivas del Zar para castigar a aquellos inocentes guiados por el populista Padre Gapón, durante las sangrientas revueltas que se conocieron como la Revolución de 1905.
Esta vez, la espiritualidad de los rusos, alejados de la inteligencia rusa, es decir de aquellos sectores proclives a la axiología occidental y que habían comprado el tiquete de la guerra; todos, movidos por el falso esquema del patrioterismo, como dijere Lenin. La realidad le dio la razón a este hombre diminuto y corta barba y quien escondía su pronunciada calvicie con un gorro de fieltro.
El ejército zarista, según los datos estadísticos, durante esa Primera Guerra Mundial, militarmente, no podía equipararse con el ejército germánico. Toda una maquinaria aceitada por Bismarck, el Canciller de Hierro, desde 1870. Por lo que para Rusia, enfrentar ese ejército fue una verdadera locura, un desastre. Los soldados rusos morían por miles en el frente; esto superó la narrativa literaria para adentrarse en una pesadilla real. En febrero o marzo de 1917, como quieran, se lanzaron a las calles de San Petersburgo ciudadanos convertidos en manifestantes para exigir la paz y el pan. Más de 100.000 obreros se declararon en huelga. Las fuerzas represivas respondieron con violencia. Se imponían nuevas formas de organización social, ideadas por los bolcheviques, fundamentalmente por Lenin: los soviets o los consejos populares en 1905.
Las tropas dispararon inmisericordemente contra los manifestantes. La ciudad hervía. El Zar Nicolás II no se le ocurrió otra idea que disolver la Duma (Parlamento en ruso) La crisis aumentó y la soldadesca fraternizó con los manifestantes. El Zar pretendió dejar como herencia el poder a su hermano. Éste renunció no quiso ser Zar en un régimen que se derrumbaba. La guerra acosaba a Rusia. Días más tarde, éste se vio obligado por las circunstancias y abdica. Al mismo tiempo, la furia revolucionaria se tragaba los vestigios de un sistema político que fenecía por su corrupción e ineptitud. La Revolución de Febrero puso fin a una dinastía de 300 años. Nicolás II, Zar de Rusia, coronado en 1894 se vio obligado a abdicar después del estallido de las revueltas populares. Se mostró incapaz de comprender los tiempos. Fue un líder ineficaz y relativamente débil; ello contrastaba con la imagen autoritaria que acompañó a todos los Zares en Rusia.
El siglo XX, mostraba a un pueblo ruso hambriento, pero también de una sociedad que pedía cambios, a gritos; el malestar social era rampante y régimen autocrático no estaba dispuesto a aceptar concesiones deseadas por la población. Además, en los primeros años del siglo XX, el drama de las pérdidas generada por los resultados de desastrosa guerra ruso-japonesa, que nadie esperaba, exacerbó las tensiones sociales y el descontento, que llevó a la revolución de 1905. Ya en 1917, las cosas no pintaron igual. Ni siquiera las propuestas tibias y débiles de ciertos sectores de la sociedad rusa, pudieron hacer mella en la voluntad supuestamente “divina” del Zar. Éste se mostró reacio a los cambios. Estaba enceguecido por la fatalidad de su poder y la creencia en la divinidad.
En el marco del proceso de propuestas destacaban ciertas reformas, entre ellas, acordar la creación de un gobierno representativo. En su citada ceguera el Zar rechazó tal propuesta y se enfrentó a ellas con una contramedida política más radical: disolvió la Duma. Lo que dio pie para que los grupos radicales de izquierda, muchos de ellos atraídos por el canto de sirenas proveniente del Occidente, iniciaran la gesta de los cambios, pero “revolucionariamente” y fueron ganando terreno gracias a la tozudez del Zar, la cual impulsó la revolución que provocó su dimisión.Principio del formulario
En 1914, Rusia estaba en plena guerra. Ésta, destacaba por tener una mayor magnitud que la que había frustrado a Rusia: la guerra contra Japón. Es decir, 10 años antes Rusia había sido humillada; ahora, la conflictividad desde 1914 asomaba los dientes de la repetición o reedición de ese humillante fantasma, pero, con una mayor crudeza. Todos los elementos implícitos (hambre, penurias, pérdida militar) que se expresaban en la muerte de miles de miles de seres humanos, causados por la Primera Guerra Mundial confirmaron el aserto de más arriba: el zar no era un verdadero líder. Tras el inicial entusiasmo, al estallar la guerra en 1914 el Zar decidió navegar con el sentimiento nacionalista y asumió, personalmente, la conducción de sus ejércitos. Los fracasos posteriores le fueron endosados a su conducción, calificada como pésima.
El Zar ausente, pues estaba dirigiendo su fracasada guerra, su esposa, la Zarina Alexandra, se hacía demasiado visible en la toma de decisiones en materia gubernamental. Estaba en todo. Era muy activa en los asuntos del gobierno. Una vez acrecentados los problemas de la pobreza, inflación, escasez de alimentos, el deterioro de la condiciones de vida de la población, los fracasos bélicos, se le sumaba la presencia, para nada minúscula, del Monje Rasputín en el Palacio de los Zares. Éste aconsejaba a la Zarina, sobre quien ejercía una gran influencia, por haber circunstancialmente detenido el derrame de sangre que sufría su hijo menor. Era hemofílico. El caso es que este individuo, especie de charlatán, poseído de una enorme capacidad para embarcar a una mujer sola y cuyo hijo moría al desangrase todos los días. Rasputín fue nefasto pues indirectamente manipulaba al Zar. Hubo, en los altos niveles de la corrupta aristocracia rusa el acuerdo y mataron al charlatán con barbas y descomunal tamaño. Le asesinaron, lo que desencadenó una represión en Palacio. Ello aceleró aún más la debacle que se le acercaba al Zar.
En marzo de 1917 (febrero siguiendo el calendario juliano) en Rusia, concretamente en San Petersburgo, comenzaron las manifestaciones contra el gobierno. Los trabajadores, ante el cierre de la Duma, insistieron con mayor fuerza y tras sendas confrontaciones y tensiones sociales, el Zar abdicó. Dio paso a la instauración de un gobierno provisional que llamó a un proceso constituyente. Los bolcheviques, con Lenin al frente, fueron más allá y plantearon la toma del poder por los Soviets. Lo tomaron en octubre o noviembre, como quieran, de 1917 y no lo abandonaron hasta diciembre de 1991.
Irónicamente, en 1913, el zar Nicolás II que había celebrado los 300 años de los Romanov en el poder, cinco años después, derrotado en la guerra, caería en manos de los demócratas; luego, tras varios meses en prisión, el Zar y toda su familia fueron fusilados, el 17 de julio, por los bolcheviques que ya habían tomado el poder.
@eloicito