El Reino Unido en la encrucijada
El próximo 12 de diciembre el Reino Unido celebrará elecciones generales mediante las cuales renovará totalmente el parlamento. De su resultado depende en gran medida el rumbo futuro del país.
La convocatoria electoral estuvo cargada de incidencias que pasarán a la historia y, más relevante aún, a la tradición constitucional de un país cuyos sistemas político y jurídico están fuertemente basados en precedentes y tradición. En seguimiento al referendo de 2016 que aprobase proceder al retiro de la Unión Europea, el así llamado Brexit, la nación, cuya estabilidad es resultante de un respeto poco común al imperio de la ley y al peso de las tradiciones, ha tenido altibajos políticos memorables en los últimos seis meses. Estos incluyen la renuncia de una Primer Ministro; el polémico cierre del Parlamento por más tiempo de lo que la tradición dictaba cuando cae un gobierno y su reapertura por sentencia unánime de la Corte Suprema, que por primera vez en su historia incursionó en asuntos de alcance político; un nuevo Primer Ministro en funciones pero sin tener su partido una mayoría parlamentaria; remociones de diputados oficialistas por no acatar las líneas del nuevo jefe de gobierno; cierre de una legislatura y apertura de una nueva por la Jefe de Estado, la reina Isabel II, con presentación ceremonial de un programa legislativo que nunca sería en realidad objeto de debate por una legislatura moribunda; negociaciones continuas con la Comisión y el Consejo Europeo sobre los términos del retiro británico de la Unión para llegar, primero, a su rechazo por el Parlamento, y luego, a la aprobación apresurada, sin mucho debate público ni sustento político, de otro acuerdo totalmente distinto al anterior; el enfrentamiento directo entre gobierno y parlamento sobre la posibilidad de que el Brexit tenga lugar sin un acuerdo previo sobre sus términos y condiciones; cambios sucesivos de fecha límite de salida… Todos estos dramáticos vaivenes han creado incertidumbre generalizada en el país y acentuado sus divisiones como al parecer no se veía desde hace mucho tiempo, sin aportar salidas trasparentes, predecibles y confiables de la UE, y sumiendo al país en una creciente deriva sin rumbo cierto… Así las cosas, la elección general se convirtió en la única opción para ponerle algo de coto a una situación que ya rozaba con la ingobernabilidad.
Sin embargo, la elección general ha tenido la curiosa virtud de obviar casi por completo el debate nacional sobre el Brexit, pasando a ser un tema de énfasis local y de afinidad ideológica partidista en la campaña por el voto popular. Cada uno de los grandes partidos ha puesto en la mesa programas de gobierno con visiones de país altamente contrastadas, en las cuales el Brexit asume posiciones encontradas. Para el Partido Conservador se trata de pasar la página y dedicarse a una agenda doméstica, procediendo a cumplir el mandato popular y poner en práctica el acuerdo ya alcanzado con la UE según el cual el Reino Unido entra en un período de transición con vistas a estar fuera de la Unión a fines de 2022, y si fuese necesario una extensión, ésta debe quedar acordada por ambas partes antes de julio de 2020, de lo contrario la transición expiraría en diciembre del 2020. Para el Partido Laborista, cuyo electorado mantiene grandes divisiones sobre el tema, el Brexit tendría que ser objeto de una nueva negociación en un plazo de seis meses y el acuerdo que allí se obtenga ser sometido a un referéndum. Para el Partido Liberal Demócrata, el Brexit quedaría simplemente anulado. A estos contrastes añádanse los alcances nacionalistas que Brexit y la negociación con la UE han suscitado, con Escocia sintiéndose ignorada en su voluntad popular de permanecer en la UE, e Irlanda del Norte, traicionada en los términos de su vinculación al Reino y con temor a ser absorbida de hecho por la Irlanda republicana.
Más sorprendente aún para cualquier observador es la superficialidad con que pareciera se ha manejado el Brexit por todos los actores políticos y económicos. El único documento sobre las consecuencias del Brexit para el país fue hecho público por exigencia del Parlamento y consiste en unas pocas páginas que resumen lo que cada ministerio considera podría suceder en su área de competencia. Los problemas más notables según esta síntesis serían las trancas en las aduanas, la disrupción de algunas cadenas productivas y demoras en algunas importaciones sensibles, como las medicinas; asuntos de importancia, pero perfectamente manejables en la visión del gobierno conservador. El tema migratorio, sensible para el electorado, es toreado por todos, con un consenso en que la nueva inmigración debe responder a las necesidades de la economía. El tema de acceso al mercado comunitario es visto como poco preocupante: si no hay acuerdo sobre ello, se procedería a aplicar la normativa y acuerdos de la OMC. La apuesta sin embargo es a negociar de inmediato acceso a mercados claves en términos y condiciones de libre comercio – en los que las pesadas carga regulatoria y maquinaria de decisión europeas no sean un lastre – para el 80 % de las exportaciones británicas. El tema del impacto económico y fiscal, a pesar de que se prevé un impacto negativo sobre el PIB, tampoco parece ser motivo de mayor preocupación.
En pocas ocasiones el análisis de las consecuencias del Brexit ha salido de los círculos especializados, en buena medida porque los términos del acuerdo negociado han variado, porque el tema en el parlamento ha sido muy polémico y porque la implementación del arreglo finalmente alcanzado solo se negociará durante el período de transición, es decir, cuando la salida sea irreversible. Los “manifiestos” de cada partido, que es como se denominan los programas de gobierno, son a juicio del centro independiente de análisis “UK in a changing Europe”, particularmente vagos y poco realistas sobre todos y cada uno de los grandes temas que suscita la salida de la UE (Brexit: The Manifestos uncovered. Londres, 3 de diciembre 2019, 20 pp.). Así las cosas, el Brexit es casi un salto al vacío. A pesar de sus posibles consecuencias para el país es un tema de debate de una superficialidad que impresiona, tanto son las pasiones, hastío o molestia que causa en la opinión pública (https://ukandeu.ac.uk/wp-content/uploads/2019/12/Brexit-the-manifestos-uncovered.pdf)
La pregunta obvia es si la economía del Reino Unido tiene las fortalezas para salir con éxito de una transición compleja hacia un entorno competitivo internacional distinto al que le permitía su pertenencia a la Unión. La actitud de los políticos, de la prensa y del empresariado ha sido en general de una autoconfianza sorprendente. El principal reclamo del sector privado es el de ponerle fin rápido a la incertidumbre y no alargar la transición, más que una preocupación por quedar en condiciones negativas insuperables. Sólo la izquierda ha expresado alarma ante la posibilidad de que queden seriamente afectados en los futuros acuerdos de libre comercio que quisiese adelantar un gobierno conservador, sea por privatizaciones sea por mayor flexibilidad normativa, los servicios de salud pública y los elevados estándares regulatorios que se derivan de las normas europeas en muchos ámbitos.
Los datos económicos revelan que la economía tiene una alta dependencia del comercio exterior (61,3 % del PIB), con las exportaciones representando el 30 % del PIB, y la UE representando aproximadamente el 50 % de sus mercados internacionales; que el país es también uno de los principales inversionistas y receptores de inversión internacional a nivel global, posición de la cual no está ausente su capacidad exportadora de manufacturas – basada sin embargo en sectores que difícilmente podrían no quedar afectados si se alteran las cadenas productivas, como el automotriz, el farmacéutico y el aeronáutico – y de servicios, en particular de negocios, finanzas y transporte, vinculados todos en algún grado a las exportaciones. Su principal socio económico en términos de país es EE. UU., con el cual mantiene un superávit, y su principal déficit es con la R.P. China. La fortaleza de su sector externo es quizá la base de tal confianza, y que la UE, con la cual tiene déficit en la balanza comercial, también tendría interés en no llegar a un impasse en las futuras negociaciones de acceso a mercado.
Aun así, Brexit luce como una decisión política que mantendrá su impacto divisorio por mucho tiempo y como una apuesta económica riesgosa. La elección, por su parte, es un imponderable y, si algo quedó claro a lo largo del proceso de negociación con la UE, es que el Parlamento, sea quien sea que gane, no está dispuesto a aprobar cualquier modalidad de retiro, ni siquiera si lo exige la disciplina partidista, y, por ende, que todo lo sucedido hasta el presente puede ser apenas el inicio de un camino lleno de encrucijadas que no están en ningún mapa.
@cbivero