Cada día se hace más evidente como las visiones radicales coinciden en varias de sus posiciones extremas. En nuestro hemisferio estamos apreciando como el radicalismo populista, uno de sus principales representantes el proceso bolivariano venezolano, presenta marcadas coincidencias con el populismo conservador, que tiene como principal representante, en estos momentos, al Presidente Donald Trump. Jaime Sánchez, en el Financiero de México, ya presentó (19/04/2016) un análisis sobre las coincidencias entre los extremos del Presidente de Estados Unidos, con el candidato Manuel López Obrador, del radicalismo populista mexicano, quien tiene grandes probabilidades de resultar electo Presidente en las próximas elecciones. También en Europa se aprecia el ascenso de visiones radicales vinculadas con el llamado euroescepticismo, cuya bandera central es el rechazo a la integración europea.
En términos generales, las visiones radicales están retomando un viejo nacionalismo rígido, exacerbado, excluyente, xenofóbico, autoritario y proteccionista en términos comerciales. Uno de sus enemigos, al menos en el discurso, es la globalización, de allí el profundo cuestionamiento a la apertura económica y la satanización del libre comercio. Una visión maniqueista que resalta las limitaciones y dificultades que genera el proceso global, en particular para los sectores más débiles, pero ni reconoce las bondades que puede generar, ni presenta soluciones adecuadas para enfrentar los problemas.
Los radicales aspiran movilizar las masas, con fines electorales, mediante discursos nacionalistas que estimulan pasiones, pero tienden a mentir en la presentación de los problemas y recurren a soluciones facilistas y equivocadas, que de nuevo impactan los sentimientos, pero ni resuelven la situación y, por el contrario, generan nuevas complicaciones.
Difunden un discurso simplificador según el cual la apertura al mercado global es la causa de todos los males, fundamentalmente, del desempleo y los problemas sociales. Pero no reconocen que la situación que enfrentan los sectores más débiles de la economía, responde a una complejidad estructural multisectorial en donde convergen, entre otros, políticas equivocadas e ineficiencia gubernamental. No se aborda el rezago tecnológico, la falta de creatividad gerencial, la falta de innovación, las políticas económicas contradictorias o incoherentes.
Tampoco reconocen la complejidad del contexto económico mundial, caracterizado por una creciente producción globalizada, las llamadas cadenas globales de generación de valor. Para promover acciones efectivas resulta necesario conocer la dinámica que estamos viviendo, donde gran parte de los procesos productivos responden a un ensamblaje mundial, y la apertura de los mercados, la competitividad, el entorno macroeconómico, las condiciones de infraestructura y servicios, las políticas públicas y atención sobre la sustentabilidad ecológica está todo interrelacionado.
Cierre de mercados, incremento de aranceles, rechazo de acuerdos pueden resultar acciones aisladas que no resuelven el problema y puede terminar afectando a otros sectores competitivos. Al abordar brevemente el caso del incremento de aranceles en acero y aluminio por parte del Presidente Trump, se puede apreciar la complejidad del tema y los errores de su manejo simplificado.
Desde la campaña electoral el candidato Trump prometió soluciones rápidas, casi mágicas para los sectores industrialmente débiles. En esos estados el candidato logró una votación significativa, generando falsas expectativas; pero nunca les habló de la complejidad del caso, por ejemplo, del rezago tecnológico, de los problemas de competitividad, innovación y gerencia. Ahora, como Presidente, decide incrementar los aranceles, fundamentalmente contra China, pues han excluido varios socios importantes (Unión Europea, Corea del Sur, Canadá, América Latina).
El incremento del arancel, como una medida aislada, no resuelve el problema estructural de los sectores industriales y, adicionalmente, puede generar otros problemas, por ejemplo una sobreoferta y caída de los precios del acero a escala mundial, que seguramente afectará a los países más débiles y no precisamente a China. Por otra parte, acero y aluminio forman parte de algunas cadenas productivas que resultaran afectadas en su competitividad. Adicionalmente, China, en represalia, ha decidido que incrementará aranceles para productos competitivos de exportación de los Estados Unidos (soja, aviones, coches, productos químicos), lo que afectará a esos sectores y agravará la problemática social de ese país.
El Presidente Trump debería reconocer que algunos sectores productivos enfrentan problemas estructurales de competitividad en su país y abordar la situación en su dimensión multifactorial. En lo que respecta al comercio mundial, debería recurrir a la normativa internacional de comercio e iniciar un proceso para la aplicación de medidas de salvaguardia comercial, que conlleva una protección temporal, muy bien delimitada y se debe acompañar de programas de modernización para el sector.
De nuevo nos encontramos con otra coincidencia de los radicales, la arrogancia, que no les permite reconocer sus debilidades y errores. El Presidente Trump no quiere reconocer las debilidades de competitividad de varios sectores productivos de su país y optar por la solución más adecuada de la salvaguardia comercial. Por otra parte, el proceso bolivariano no quiere aceptar la ayuda humanitaria en medicamentos y alimentos, por dos razones básicas: una, que sería reconocer el colosal fracaso de su falsa revolución y, la otra, un tanto perversa, que la crisis le beneficia políticamente para controlar la población y mantenerla sometida a tarjetas, cajas y bolsas.