Zhang Qian, enviado imperial durante la Dinastía Han, es considerado en China como el padre de la ruta de la seda. Se dirigió dos veces hacia el Oeste (en 138 y 115 a.C.) y exploró las regiones de Asia Central. El relato de Qian sobre sus viajes se detalla en las primeras crónicas chinas, Shiji o “Memorias históricas”, compiladas en el siglo I a. C por el historiador Sima Qian. A esta historia recurrió el Presidente chino, Xi Jinping, para lanzar en 2013, su iniciativa Una Franja, Una Ruta (en inglés One Belt One Road, OBOR 一带一路): “Hace más de dos milenios, las personas diligentes y valientes de Eurasia exploraron y abrieron vías de intercambios comerciales y culturales que unían las principales civilizaciones de Asia, Europa y África, colectivamente llamada la ruta de la seda por generaciones posteriores”.
Este proyecto de una “Nueva Ruta de la Seda” forma parte del “Sueño chino” (中国 梦 Zhōngguó Meng) de Xi Jinping; es decir, “el gran rejuvenecimiento de la nación china”, la realización plena de un país próspero y fuerte para el Centenario de su Revolución en 2049. Es así, como la iniciativa OBOR se traduce en un mecanismo mediante el cual será posible alcanzar esta aspiración a partir de un sector donde China ha desarrollado fuertes ventajas competitivas: la construcción de infraestructuras. Asimismo, OBOR consolidará a China como tercera potencia inversionista a nivel global al colocar sobre la mesa una oferta de 110 millardos de dólares entre inversiones y líneas de crédito de sus bancos estatales; y representa además una apuesta para abrir mercados y recuperar el dinamismo económico que ha perdido desde 2014.
OBOR cobró mayor visibilidad e impacto político en el escenario internacional desde el pasado 14 de mayo, cuando el Presidente Xi auspició la apertura del Foro Internacional sobre la Nueva Ruta de la Seda en la que participaron alrededor de 29 líderes y representantes de casi un centenar de países, incluyendo delegaciones de EEUU y Venezuela.
En sus inicios OBOR fue visto también como una réplica al Trans-Pacific Partnership (TPP) que tenía como líder a EEUU; sin embargo, ante la agonía que este sufre esta iniciativa comercial tras la retirada de EEUU por la Administración Trump, hoy día parece que no hay nada que se compare con el ambicioso proyecto que lidera Xi Jinping en Asia y que supone a nivel externo un intento de articulación de un espacio geoeconómico donde la influencia china sea predominante. Empero, China debe ser consciente de que la creación de una red de infraestructuras y comercio tan vasta -que conectará el Mar de China con el Mediterráneo y el Báltico- exige una mancomunidad de esfuerzos que deben acentuar el valor del diálogo y el conocimiento mutuo, vertebrando la confluencia de las estrategias nacionales, regionales y globales.
Si bien OBOR se nos presenta como un proyecto meramente económico, en realidad su envergadura le hace trascender sus objetivos principales. La iniciativa OBOR se traduce en una gran oportunidad para que China asuma un mayor liderazgo mundial y para proyectar su poder suave en estos espacios. De hecho, ya se prevé dar a conocer el lenguaje y su cultura mediante la creación de una mayor cantidad de Institutos Confucio y la promoción de los intercambios culturales, lo cual permitirá la potenciación de la imagen del gigante asiático y su capacidad de atracción y persuasión.
Muchos analistas expresan que OBOR ha sido posible gracias al declive relativo o a la permisiva actitud de EEUU en dar espacio a una China en ascenso en el orden internacional; esto nos hace preguntarnos: ¿está decidida China a asumir un liderazgo responsable y apoyar el orden internacional?
Años atrás observábamos a una China más tímida centrada en su situación interna; ahora Xi Jinping aspira a ir más allá involucrándose en temas de seguridad y defensa regional, asumiendo una actitud más activa y creando vínculos de interdependencia con otros Estados en el Mundo no limitándose a su continente sino aumentando su participación en África, Medio Oriente y Europa, lo que ha supuesto dejar de lado el postulado de Deng Xiaoping en cuanto a la necesidad de ocultar su poder. China ganará a partir de ahora mayor influencia en el diseño de la globalización que, en consecuencia, incorporará nuevos matices. También deberá asumir mayores responsabilidades globales, y podrá fomentar la incorporación del bienestar social y el reto ambiental en la globalización económica conforme a un nuevo enfoque del desarrollo más acorde con su propio acervo filosófico-civilizatorio, trayectoria histórica y compromiso ideológico.
@greismaroly