Todo estaba dispuesto. Con gran esfuerzo diplomático, 18 delegaciones de países OPEP y No OPEP que representaban alrededor de 50% de la producción petrolera mundial, se reunieron en el lujoso Hotel Sheraton de Doha el pasado 17 de abril. La noche anterior cuando intercambiaron saludos y el primer borrador del texto, lucía casi como un trámite, hacer definitivo y extensivo al resto de los asistentes, el frágil acuerdo alcanzado en la misma ciudad hacía un mes entre Arabia Saudita, Rusia, Venezuela y Qatar para congelar la producción en los niveles de enero. Sobre todo porque la mayoría de los involucrados no podía aumentar la producción, y Arabia Saudita -único con capacidad ociosa- había mostrado recientemente su disposición a firmar el acuerdo sin Irán, contrario a lo que planteó inicialmente. Esto era clave, ya que Irán mantenía su tajante rechazo a sumarse al acuerdo, porque desea recuperar el nivel de producción que tenía antes de sufrir las sanciones en 2011. En todo caso, la mayoría de los analistas coincidíamos en que el congelamiento apenas ayudaría a mejorar las expectativas y consolidar un piso en 40 $/Bl, pero no corregiría la situación de exceso de oferta.
No obstante, a las 3 de la mañana –horas antes del inicio formal de la reunión-, el joven Príncipe heredero Mohamed bin Salman –hijo favorito del Rey y nuevo hombre fuerte del Reino conocido en los corrillos diplomáticos como “MbS”- llamó a la delegación saudita encabezada por el Ministro Alí Al-Naimi y le ordenó regresar a Riad. Naimi permaneció en Doha para expicar que Irán –que apenas había enviado observadores- debía ser incluido o no podría firmar el acuerdo definitivo. Es decir, retomaban su posición de febrero. El Ministro Eulogio del Pino, dijo: “Desafortunadamente, quienes representaban a los sauditas no tenían autoridad para decidir sobre nada. Fue una decisión puramente política. Todos estaban decepcionados”. El Ministro de Energía ruso, Alexander Novak, manifestó sorpresa y disgusto. Incluso las petro-monarquías –aliados cercanos de Riad- mostraron perplejidad. ¿Cómo puede explicarse entonces la conducta saudita?
En primer lugar, debemos decir que el Príncipe MbS, ha hecho sentir su autoridad como nuevo máximo responsable de la política exterior y petrolera, así como su ya famosa temeridad. El octogenario Ministro Naimi –que ocupa el cargo desde 1995- tendrá ahora el rol de consejero y negociador, con mucha menor autonomía que en el pasado. Si se siente cómodo o no, es irrelevante, su jubilación se acerca.
En segundo lugar, es necesario apuntar que el Príncipe MbS es un avezado lector de El Arte de la Guerra de Sun Tzu, el clásico manual de la guerra indirecta. Por tanto, la decisión de Doha no tiene que ver sólo con el mercado petrolero, sino con la puja geopolítica que sigue Arabia Saudita con Irán en el Medio Oriente, y específicamente en Siria. El estratega chino señala que “el supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar”, aconsejando un amplio uso del engaño. De hecho, el Príncipe MbS señaló días antes de Doha que “no nos preocupa los precios. 30 $/Bl ó 70 $/Bl es lo mismo para nosotros”. Se trata de una verdad a medias. Bien sabe que, aunque Riad tiene bajos costos de producción y margen de maniobra gracias a sus reservas financieras, necesita precios razonables para mantener sus cuentas equilibradas y la paz social. Además, requiere circunstancias benignas para consolidar su liderazgo regional y materializar su Visión Saudita 2030 que busca “conducir al Reino a una era post-petrolera” mediante privatizaciones, reducción de subsidios, la venta de 5% de las acciones de la empresa petrolera nacional Saudi Aramco y la creación de un gigantesco Fondo Soberano de 2 billones de dólares para invertir en negocios no petroleros.
Asimismo, Sun Tzu dijo que para vencer “lo que es de máxima importancia es atacar la estrategia del enemigo; lo segundo mejor es romper sus alianzas con la diplomacia; en tercer lugar viene atacar a su ejército”. Toda la puesta en escena de Doha, se trató de una estratagema saudita para quebrar las alianzas de Irán y entorpecer su intento de regresar al mercado petrolero. Así, Riad envió un claro mensaje a Rusia e Irán: deben escoger entre abandonar a Assad en Siria –lo que quebraría la proyección iraní hacia el Levante mediterráneo- o un acuerdo de congelamiento –incluso sin Irán- que inicie un proceso de recuperación de precios.
Con esta perspectiva, queda claro que Riad accedió a firmar el acuerdo de congelamiento preliminar en febrero como respuesta al anuncio de Rusia y EEUU del cese al fuego en Siria y el inicio de conversaciones entre Assad y los rebeldes en Ginebra. Y fue más allá, señalando que congelaría incluso sin Irán, cuando el Presidente Putin anunció que retiraría sus tropas de Siria el 14 de marzo. Empero, cuando trascendió que Moscú sólo había reemplazado los aviones Sukhoi por helicópteros, y que el cese al fuego colapsaba; vino el viraje saudita en Doha. Acto seguido, los rebeldes se retiraron de Ginebra, y el Rey Salman presionó al Presidente Obama durante su visita a Riad el 20 de abril, para suministrarle armas. Moscú y Teherán deben abandonar a Assad o pagar el precio.
Tras el fracaso de Doha, Venezuela, Irak y Qatar han propuesto que se realicen nuevas consultas al margen de la reunión OPEP en junio. No obstante, Rusia ha manifestado escepticismo. A partir de ahora, Riad puede aumentar la producción desde 10,2 hasta 11 millones de barriles diarios, para satisfacer el aumento de su demanda interna en el verano y seguir presionando a Irán y Rusia. La credibilidad de la OPEP ha sufrido un duro golpe y los precios pueden hundirse hasta 30 $/Bl. El gobierno venezolano no tiene capacidad para cambiar esta realidad geopolítica; por tanto, debe impulsar reformas económicas en el marco de un amplio diálogo nacional, lo que supone abandonar la estéril estrategia de pinzas que sigue junto al Poder Judicial contra la Asamblea Nacional. ¿Y usted qué opina?
@kenopina