60 años del Muro de Berlín – Por Eloy Torres
Al Embajador Henry Veliz (+) fraterno e inolvidable amigo y colega.
Ambos en 1989, observamos, multitudinarias manifestaciones
de alemanes orientales en las calles de Budapest.
In memoriam
Hannah Arendt, mujer culta, extraordinariamente inteligente y bizarra, marcó un ejemplo con su osada actitud, frente al caso de Eichmann y la banalidad del mal. Fue una mujer que procuró explicar y no describir el drama de la Alemania de Hitler. Ella buscó referirse a esa calamidad que impregnó el alma de millones de alemanes. Esa misma “banalidad” se extendió unos años más, después que, Alemania fuese derrotada militarmente en 1945. Desde entonces, esa “banalidad del mal”, asumió otra vestimenta y otra narrativa; pero, con similar carga de odio. Estuvo presente, durante 44 años en suelo alemán.
Alemania, desde 1945, sirvió de escenario para las tensiones de la Guerra Fría. Tras la conflagración en Europa, ese país había sido dividido en dos: la Alemania Oriental y la Occidental. La primera, bajo la egida dictatorial soviética y la segunda libre y reinserta en los esfuerzos por democratizarse. Hubo de pasar 16 años, desde ese entonces, para que Berlín, su capital, fuese divida. Sus calles fueron testigos de cómo familias enteras, amigos e incluso hijos menores, de edad, quedaron sorprendidos por la aparición de centenares de ladrillos en manos de soldados soviéticos y alemanes que los separaron. Estos, construyeron un muro que separaría a Berlín: la mitad oriental bajo las botas “protectoras” soviéticas, y la mitad occidental convertida en vitrina de la libertad como valor.
Su construcción sin previo aviso, comenzó en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961. Fue el momento de mayor trascendencia, de la Guerra Fría; luego, vendría la tragicómica jugada de Kruschev con la instalación de misiles en Cuba. El Muro de Berlín se hizo para mostrar la derrota a esa hermosa ciudad, la cual había sido edificada con la espiritualidad libertaria surgida de la poesía de Schiller, de la explosiva música de Beethoven y de creadora estética filosófica de Goethe, como de otros pensadores alemanes. Berlín fue un escenario dividido en los que su espiritualidad experimentó la confrontación: por un lado, la libertad que lloraba y por otro, la tiranía que se empoderaba con la banalidad del mal. El Muro fue su epítome.
Se cumplen 60 años de haberse levantado ese murallón que marcó la vida de Alemania. Una construcción que se hizo con ladrillos, cemento, y alambre de púas, así como el fanatismo de unos pocos. Sus constructores fueron los mismos hombres que años atrás, desde 1933 siguieron frenéticamente al Führer. Esa edificación duró 28 años; hasta que los alemanes lo derribaron con entusiasmo en 1989; por lo menos, fueron -según se observa en los rostros mostrados en las fotografías- jóvenes que ni siquiera habían nacido, cuando culminó la guerra. Eran los rostros de las nuevas generaciones que buscaban la libertad.
Conocimos bien esa realidad. Experimentamos esos trágicos momentos con la curiosidad profesional. Era diplomático, destacado en la Rumanía de Ceausescu. Las noticias abultaban el arsenal informativo para concluir que algo, estaba en “pleno desarrollo”. Recuerdo una conversación, con un amigo y colega diplomático de un muy poderoso país, la cual giró en torno a un supuesto muro que el dictador de los Balcanes, estaría construyendo, para rodear a su país a fin de aislar, aún más, a su población. El colega diplomático me expresó que eso no es verdad, pues los satélites lo habrían detectado. Eso mismo dijo un escritor rumano, gran amigo mío y quien sugirió no caer en la turbulencia de las falsas noticias; pues ello, es una práctica política de los servicios de seguridad para “adormecer” la voluntad de los que buscaban alcanzar su libertad. El piso del socialismo real crujía. Ceausescu creía que con esa especie de técnica de la “desinformación”, lograría que la gente desistiera y se conformara con lo que hay y la falsa noticia del muro sería un factor de contención para quien pensara en la libertad. El mismo los contendría.
Corría el año 1989, el dictador alemán, Erich Honecker, presionaba a la historia. Quería celebrar los 40 años de la fundación de la República Democrática Alemana. Era octubre y la realidad se movía a un ritmo diabólico para Honecker. La geopolítica crecía y los acuerdos EEUU-URSS marchaban al compás del paso de la crisis social, económica y política alemana, para arruinar sus planes festivos. Todo fue un fiasco. Miles de ciudadanos alemanes orientales se refugiaron en las misiones diplomáticas de la Alemania Federal en Hungría y en la entonces Checoslovaquia. Casi todos llegaron a esas capitales para, desde allí, alcanzar la parte occidental de Europa. Las manifestaciones contra el comunismo crecían a un ritmo trepidante. La Alemania oriental y comunista, se desvanecían y se preparaba para decir en voz alta: “Good bye Lenin”. Los disensos políticos vistieron el traje violento en Dresde y Leipzig entre las fuerzas comunistas y los que protestaban en su contra.
Hay que destacar que en año 1985, el Pacto de Varsovia se había reunido en la ciudad epónimo de ese pacto para evaluar la futura realidad. Se firmó un acuerdo de cooperación para los próximos 20 años. Era evidente que en su horizonte mental no se vislumbraba cambio alguno en su, supuestamente compacto, esquema comunista. Moscú se movía en las aguas de las relaciones internacionales, con su concepto de la “soberanía limitada”. Pero, la astucia de la razón hizo de las suyas, como diría Hegel, el filósofo alemán. Todo se aceleraba. Gorbachov vino con su lunar en la parte superior derecha de su cabeza e intervino con la “Perestroika” y la “Glasnost”. Las reformas eran exigidas, de lo contrario todo colapsaría. El socialismo estaba desnudo en su ineficacia, ineficiencia, crueldad y criminal desempeño. Había que cambiar. Honecker en Alemania y Ceausescu en Rumanía, demostraron ser los más recelosos frente a los cambios y la renovación; por lo que ambos, ante las protestas, en sus países, abogaron por la represión violenta a los manifestantes; es decir, tomar el rumbo chino y su emblemático desempeño en la Plaza de Tiananmén.
En Alemania, el partido comunista, aguas abajo, comprendió la realidad y observó que Moscú era “sordo y ciego” que sólo hablaba de “Perestroika”, por lo que procedieron a un cambio “gatopardiano”; es decir, buscaron prescindir de los servicios del endurecido, por la vejez, Erich Honecker. Lo sacaron y colocaron a otro. No obstante, éste, fue rebasado por la realidad. Bien pronto, el Muro fue derribado por unas manos jóvenes, para nada encallecidas por la vejez de las ideas que esa dirigencia comunista se empeñaba en defender, incluso con la represión y violencia. Era el espíritu de la libertad la que los motivaba, la unificación los impulsaba a ser una sola Alemania. Sobre esto, hablaremos más adelante.
Por ahora, veamos el contexto. Finalizaba la década de los años 80. La hambruna en alemán no se podía detener. La crisis era muy seria. El proceso migratorio se impuso y miles de sus ciudadanos optaron por refugiarse en los países europeos occidentales. Su población disminuyó de 20 a casi 16 millones. Los costos de una fracasada economía generaron una enorme deuda externa que todavía, la hoy, reunificada Alemania, todavía está pagando. El gobierno comunista alemán sordo a los reclamos de la realidad; no aceptaba los cambios y las voces desde Moscú, pidiendo reformas.
La otra Alemania, la capitalista, promovió acercamientos y diálogos, con su archienemiga Alemania comunista. No se propuso acabar con ella; jamás rechazó la convocatoria a conversar. En ello, esa Alemania capitalista, fue estimulada por toda Europa. Washington, como líder de la lucha contra el comunismo globalmente hablando, promovió un discurso inteligente. Reagan, el entonces Presidente estadounidense invocó, el significativo papel del Plan Marshall en la reconstrucción de esa Alemania derrotada en 1945. Reagan, con ese ejemplo, en su narrativa, le sirvió de apalancamiento para el desarrollo de una política acercamiento entre las dos Alemanias. La sugerencia era que ahora Oriente necesitaba ayuda y Occidente estaba dispuesto a brindarla. Ese discurso avizoraba no la caída del Muro de Berlín. La Guerra Fría entraba en fase de deshielo, y los contendientes aminoraron las tensiones y la URSS, cual “Mano de Piedra”, el boxeador panameño dijo: “¡Ya no más!”.
Sin embargo, hay elementos dignos de mencionar, pues la realidad política, siempre es más rica de lo que muchas veces creemos. Las cosas en política requieren de un análisis serio y no de un arranque hormonal, como ocurre en muchos, supuestamente liderazgos, en nuestra Venezuela. Procuramos seguir a Hannah Arendt quien vistió el traje de la objetividad y apuntó su pluma para explicar y no para describir lo que veía.
Alemania oriental era el epicentro de grandes tensiones. Había un gran descontento; por lo que los comunistas alemanes habían decidido, a pesar de ello, promover unas elecciones locales; procesos en los cuales los comunistas siempre obtenían el 99% de los votos. Con ese gesto electoral, los comunistas pensaron “legitimar” su permanencia durante 40 años en Alemania. Entonces, los ciudadanos fueron llamados a participar. Se les preguntó si estaban de acuerdo con los funcionarios propuestos. Debían responder con un “sí” o con un “no”. Para ser precisos recordamos que los comunistas, los cuales experimentaban serios disensos internos, aceptaron que estuviera presente, por primera vez, un grupo cívico liderado por ciertos pastores evangélicos a fin de observar el proceso electoral. Éstos, destacaron que al menos el 10% de los votos se inclinaron por el “No”, en tanto que Berlín el conteo marcó un 50% para el “Sí” y un 50% para el “No”.
Los medios occidentales de comunicación social fueron inclementes con ese proceso “amañado” que no reflejaba “la fiel realidad” La presión internacional fue muy marcada; por lo que los comunistas admitieron que se habían cometido “algunos” errores. Esto, fue considerado, como una victoria que desnudó a la otrora “compacta dirección comunista”. Ello animó a los factores opositores a ir más adelante. Algunos líderes que habían huido al exterior, regresaron a dirigir los indetenibles acontecimientos. Comprendieron que el liderazgo se hace en el país y no desde el exterior.
La realidad desbordaba los análisis. La geopolítica crecía en su valor, mientras que el concepto de “soberanía limitada” impuesta por Brézhnev, perdía fuerza. Hay que destacar que el elemento que estremeció a la dictadura comunista y que inexorablemente condujo a la respectiva desaparición de la Alemania oriental y su consecuente unificación con la otra Alemania, la occidental, vino desde fuera de las fronteras germánicas. El papel jugado por Budapest fue significativo. Ese gobierno permitió el ingreso libre de alemanes orientales que pugnaban por ir hacía la otra Alemania. Hungría recibió apoyo financiero de ésta, para solventar los problemas que ocasionaba la presencia de miles de ciudadanos alemanes en el territorio magiar; lo que aceleró el crecimiento de alemanes que viajaban a Budapest y cumplir su objetivo: llegar a la Alemania occidental.
Con Praga, también hubo negociaciones. Aunque un poco más difícil. Tanto Hungría como Checoeslovaquia debieron jugar con astucia. Se movieron cautelosamente a fin de salir airosos de su fatalidad geográfica. La URSS, todavía estaba allí. Praga y Budapest, actuaron con un alto grado de realismo político; ellos conocían, el vigor soviético para invadirlos. Basta recordar Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968. Por lo que buscaron superar ese momento al menor costo posible. Los checos, eran conscientes de los cambios que presagiaban su futuro, a pesar de ciertas actitudes un tanto duras, por parte de la dirección comunista, impuesta por la URSS en 1968. Praga, se aproximaba a concluir la gran negociación que los condujo a su “Revolución de Terciopelo”. Ellos, frente al drama alemán, fueron discretos y no jugaron a provocar la aparición del diablo; no se comportaron retadores; por el contrario fueron muy responsables. No hicieron caso a las voces que pugnaban por la fanfarronada de provocar o desafiar a la URSS. No tenía sentido alguno. Supieron comprender los límites y proporciones de la política. En el caso concreto de Praga, su dirigencia buscó convencer al endurecido líder Honecker quien se mostraba renuente a introducir, cambios graduales en la realidad alemana. Fue cuando Honecker, aceptó el paso de los trenes que irían al territorio de la otra Alemania. Al acceder el paso de los trenes, por el territorio de la Alemania oriental, firmó su final como hombre fuerte. Las realidades políticas siempre se presentan como la Diosa oportunidad: calva.
Miles de alemanes con velones prendidos recorrieron las calles de Leipzig. Las noticias eran filtradas por la censura comunista; pero, la estación de radio Europa libre emitía sin cesar. El régimen acosado por la realidad y la burocracia envuelta en los preparativos del 7 de octubre, no reaccionaron y ello fue percibido cual muestra de debilidad. Gorbachov, por un momento estuvo presente en las festividades, pero, mostró poco interés; por el contrario, deslizó su opinión para reemplazar al viejo dirigente. La dirigencia evidenciaba un gran enflaquecimiento. Ello acentuó la percepción de un creciente deterioro. Inmediatamente las calles de Berlín fueron inundadas por manifestantes, gritando en alemán y en ruso: “Gorbi, sálvanos”. La represión no se hizo esperar. Hubo arrestos masivos en Berlín, Dresde y en Leipzig. Las contradicciones en el seno de los comunistas aumentaron. El jefe de la todopoderosa STASI, la policía secreta alemana, junto con el ensoberbecido anciano, Erich Honecker ordenaron disparar sobre los manifestantes. Lo impidió la intervención del liderazgo de los comunistas, quienes escucharon las sugerencias de Gorbachov. Ello, permitió que se sentaran a discutir un proceso de negociación para encontrar una salida a la crisis de gobernabilidad. Lo primero que hicieron fue destituir al viejo líder comunista Honecker y apresar al jefe de las STASI.
Los procesos sociales tienen su dinámica y el que sacudió las estructuras alemanas lo fue en demasía; pues, escribió unas de las páginas más hermosas en la historia de la Humanidad. Esos momentos se constituyeron en “los días que verdaderamente estremecieron al Mundo”. Hay que destacar que:
a) El Muro de Berlín fue montado en 1961. Hace 60 años; vale decir que se erigió 15 años después del estallido de la Guerra Fría. Todo se inició con ladrillos y alambre de púas; posteriormente se inició la edificación con hormigón armado. Los soviéticos y los comunistas alemanes buscaban evitar que la parte berlinesa, bajo su tutela, quedara despoblada. Era para evitar un éxodo masivo, especialmente, la de alto perfil profesional.
b) Hay quienes argumentan, con detalles que ese Muro, cayó por error. Pues en noviembre de 1989, la dirigencia comunista, heredera de ese caos, tras la defenestración de Honecker y el arresto del jefe de la STASI, anunció que se eliminarían las prohibiciones para la obtención del visado para viajar. Al parecer querían calmar los ánimos de la población. El caso es el fantasma de las rebeliones anticomunistas recorría Europa. Polonia y Hungría habían dado la señal. Todo se derrumbó en cuestiones de horas, pues muy pronto miles de personas, a ambos lados del muro, se reunieron cerca de los pasos fronterizos. El paso fue permitido, pues la presencia de alemanes de ambos lados fue determinante.
c) Para Alemania oriental, como en toda realidad falsamente construida por el totalitarismo y autoritarismo comunista, ese muro fue llamado en 1961, el “Escudo antifascista”. Mientras que la parte occidental le tildó de ignominia. Fue Willy Brandt, para ese entonces, el Alcalde de Berlín Occidental y quien luego se convirtió Canciller de la Alemania occidental y quien sembró las semillas para su reconciliación que, con el tiempo, aprovechó Helmunt Kohl. Brandt llamó para la historia a esa nueva frontera, por demás artificial, como el “Muro de la Vergüenza”. La parte occidental del Muro estaba cubierta de grafitis, a diferencia de la otra, que siempre permaneció gris. Esto se explicaba por la presencia de las fuerzas armadas en la parte del Muro de Alemania oriental, que no permitía que nadie se acercara.
Los jóvenes con su noble gesto de derribar el Muro con sus martillos al golpear ese mastodonte en el cual, durante 28 años murieron un poco más de 100 personas que buscaban la libertad, marcaron lo que todo el Mundo vio. Todo se derrumbó. El Muro de Berlín fue uno de los símbolos más fuertes de la Guerra Fría, pero también la evidencia más clara de la separación de dos Mundos, el comunista y el democrático. Construido durante la noche en agosto de 1961, el Muro de Berlín separó a familias y amigos, empujó a la gente a gestos desesperados y, en 28 años de existencia, provocó, repetimos, la muerte de más de 100 personas. Hoy, 32 años después de la caída del Muro, sólo las generaciones mayores recuerdan lo que significó. Para los jóvenes el tema del Muro es algo desconocido. Los libros de textos lo recuerdan como el “Muro de la Vergüenza” como dijera Willy Brandt. Actualmente, Alemania, más allá de ese circunstancial pasado, edificado con el nazismo y el comunismo, es una gran nación que supo revitalizarse para reencontrarse con el espíritu de Schiller: la hermandad. A partir de allí, se ha consolidado como la cuarta potencia económica del Mundo y líder de la Unión Europea. Para Alemania, la caída el Muro de Berlín significó volver del Mundo de los muertos y reingresar al Mundo de los vivos. Tal como interpretamos lo que señala Hannah Arendt.
No es casual que el peso de la cultura alemana sea la que dinamice a Europa. Basta destacar un detalle: el himno de la UE es la evidencia del triunfo de la esperanza, de la vida y la alegría. Schiller, el gran poeta alemán y Beethoven, están presentes, en ese cántico, con sus versos y con su música.
¡Alegría, hermosa chispa de los dioses
hija del Elíseo!
¡Ebrios de ardor penetramos,
diosa celeste, en tu santuario!
Tu hechizo vuelve a unir
lo que el Mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos
allí donde se posa tu ala suave.
@eloicito