Normalizaciones árabes con Israel: La visión de Paz de Trump – Por Iván Rojas Álvarez

Con el proceso de normalización encaminado con la firma de los Abraham Accords, Emiratos Árabes Unidos se convierte en el tercer Estado de mayoría árabe que normaliza relaciones con Israel, después de Egipto (1979) y Jordania (1994). Esto fue anunciado el pasado 13 de agosto, con los auspicios de los Estados Unidos, y luego establecido en el acuerdo firmado el día 15 de septiembre en la Casa Blanca, y aunque un proceso de negociación más extenso para ponerlo en práctica en diversas áreas, este es un desarrollo histórico para la región.

Desde la llamada guerra de los seis días, los Estados árabes no tienen formalmente ninguna relación con Israel. Esto a causa de la resolución aprobada durante la Conferencia de Khartoum en 1967, atendida por los jefes de Estado de Egipto, Siria, Jordania, Líbano, Irak, Argelia, Kuwait y el anfitrión Sudan. La resolución contenía lo que luego serían considerados los famosos “Tres no” que consistían en ‘no negociación’, ‘no paz’ y ‘no reconocimiento’ para con el Estado de Israel.

Según el comunicado conjunto entre los Estados Unidos, Israel y EAU publicado el día 13 de agosto, las delegaciones se seguirían reuniendo en las semanas subsiguientes para discutir una muy variada agenda de temas, que incluirían inversión, turismo, tecnología, energía, la apertura de embajadas, cultura, educación, salud, entre otros. Y se dio el primer vuelo directo entre ambos Estados. Este mismo sentimiento quedó reflejado en el tratado firmado el 15 de septiembre.

Seguridad regional como factor de acercamiento

Analistas como el periodista Neri Zilber, consideran que Israel no tuvo que realizar concesiones significativas a cambio de esta normalización, tomando en cuenta que en el actual estado de pandemia, sumado a otras preocupaciones, la continuación del proceso de anexión de territorios en Cisjordania (West Bank) no es considerado una prioridad para la población, así que Netanyahu solo estaría alienando a un sector minúsculo de la misma, a su vez representado por una pequeña sección las fuerzas políticas.

Así mismo Zilber al igual que Jon B. Alterman del CSIS afirman que ambos Estados tienen intereses de seguridad comunes, que se pueden resumir en la amenaza de Irán y sus aliados en la región, además del jihadismo suniita (en el molde de ISIS). Estos intereses compartidos en materia de seguridad facilitaron que en durante gran parte de la última década firmas israelíes pudiesen trabajar e incluso vender software sensible (no exportable sin permiso del gobierno) a algunas de las monarquías del golfo para colaborar en temas de ciberseguridad, monitoreo de potenciales amenazas y otros temas relacionados.

Este desarrollo además no termina con EAU. Según Ray Takeyh del Council on Foreign Relations, de los Estados que han cooperado en material de seguridad con Israel, Bahrein y Omán eran los más probables para tomar un camino similar al de EAU, cosa que terminó sucediendo en el caso de Bahrein. El rey Hamad bin Isa bin Salman al-Khalifa firmó el propio día 15 una declaración conjunta con el primer ministro Netanyahu, que lleva también a una normalización.

Para varias de las monarquías del golfo, ni la administración Obama ni la administración Trump se han enfrentado con suficiente vehemencia a Irán, cuyo papel de adversario común de estas y de Israel fue, como ya se mencionó, una de las razones del acercamiento. Parece que la posición de EEUU de mantener distancia de los conflictos potenciales de la región, centrar sus interacciones en el aspecto comercial (sobre todo armamentístico) y ser, controversialmente para algunos, pragmático respecto a violaciones de derechos humanos, ha generado el mejor clima para estos cambios.

Irán ha respondido diciendo que el acuerdo es un abandono de la causa Palestina por parte de EAU, y probablemente diría exactamente lo mismo si otros Estados toman un camino similar, lo interesante aquí es ¿es esta aseveración correcta? Pues las reacciones de los tres actores importantes en este proceso (EEUU, Israel y EAU) muestran la caída aparente del tema Palestino de la agenda.

Actores del acuerdo y controversia Israel-Palestina

El gobierno de Israel ha utilizado el término ‘suspender’  respecto a la anexión de territorio en Cisjordania, y Netanyahu ha afirmado que la misma podría continuar posteriormente. Esta es la clase de trabass que podrían surgir cuando las partes se sienten en la mesa de negociación para afinar un acuerdo de normalización definitivo, al menos si el tema palestino sigue siendo importante para EAU. Este punto es otra muestra del aparente poco sacrificio por parte de Israel para lograr este acuerdo tentativo.

Por otro lado la posición del gobierno emiratí es que el acuerdo ‘detiene inmediatamente’ las anexiones de territorios en Cisjordania, y que esta pausa debe servir para que Palestina e Israel puedan negociar un acuerdo permanente, aunque la posibilidad de que esto suceda no es particularmente alta. Diferentes sectores dentro de Palestina no han visto positivamente este acuerdo, y ven el uso del conflicto Palestina-Israel como una excusa para traer a la palestra un proceso de normalización que tenía mucho tiempo dándose tras bastidores en sectores claves.

Otros actores han reaccionado de forma ambigua. Estados como Irak y Arabia Saudita, aunque no se han opuesto a la normalización, han dejado claro que en las condiciones actuales no podrían normalizar relaciones con Israel. De hecho la posición de Riyad es que necesariamente debe existir un estado palestino para que eso suceda. Es complicado pensar que Bahrein podría haber tomado este paso sin el auspicio tras bastidores de Arabia Saudita, así que de todos modos el príncipe bin Salman y los saudíes terminan ganando en ambos frentes, mostrándose tolerantes y constructivos para los europeos y el partido Demócrata (en caso de ganar Joe Biden el 3 de noviembre) sin traicionar la postura histórica árabe, tal como analiza Jeffrey Goldberg de The Atlantic.

Los Estados Unidos durante la administración Trump no solo ha mantenido la histórica alianza con Israel sino que ha profundizado la relación llevando adelante decisiones cuanto menos controversiales. La mudanza de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén es una; y por supuesto el cambio desde la política histórica del “two States Solution” a apoyar de forma más abierta a Israel en su controversia con Palestina, con lo cual se ha debilitado la capacidad de Washington de mediar en el conflicto, aunque este desarrollo que tenía varios meses trabajándose tras bastidores es claramente una victoria, aunque aún falta para ver si da frutos a mediano y largo plazo.

Conclusión

Las monarquías del golfo están experimentando cambios en sus prioridades de seguridad y política exterior, en parte por el cambio generacional que varias han ido experimentando, por otra la sacudida que significó la primavera árabe, que revistió la importancia de las amenazas internas sobre las externas (lo cual hizo más necesarias y atractivas las tecnologías adquiridas desde Israel) además de la agresividad de Irán y sus aliados en la región, que parcialmente son amenazas internas también, y contra la cual parece que la confianza en EEUU para influir directamente ha mermado, aunque su capacidad como socio se mantenga intacta.

Termina pareciendo ganar el pragmatismo por encima de la solidaridad hacia el ‘hermano’ pueblo palestino desde el lado árabe, y este gana también del lado israelí al no preocuparse por el uso que unos gobiernos no democráticos puedan darle a la tecnología de seguridad que están proporcionando. Finalmente es curioso como la inacción percibida respecto al accionar de EEUU termina siendo factor en una victoria diplomática para este, la cual puede ayudar a que Irán sea mejor balanceado en la región, por usar la terminología neorrealista.

También es irónico que de consolidarse una mejor relación Israel-Monarquías del Golfo, EEUU podría hacer trabajar en la región una de las premisas básicas de la Doctrina Obama, el ‘leading from behind’, con el cual en vez de ser el protagonista de los conflictos y controversias, Washington apoye a sus aliados regionales y les permita tomar el liderazgo, para en este caso contrarrestar a un adversario como lo es Irán.

Parece que de consolidarse este proceso de normalización, de incluirse Sudán que parece estar interesado, además de Omán, que estaríamos en presencia de la versión trumpeana de la paz en el medio oriente, en donde las monarquías del golfo no reciben escrutinio sobre temas de DDHH, existe menos interés en la causa palestina, Israel y los aliados árabes de EEUU cooperan fuertemente en materia de seguridad y el gran enemigo común es Irán.

Por más imperfecta que parezca la situación descrita arriba, es un cambio del statu quo y el fin de la relativa parálisis en las relaciones árabe-israelíes, el cual se debe en medida importante a la atención especial que la administración Trump ha puesto en Israel y los Estados del golfo, y de la figura de Jared Kushner, que a pesar de su inexperiencia ha puesto energía y esfuerzo en lograr cambios en la región, uno de los objetivos que desde que entró en la Casa Blanca le fueron encomendados.

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