La carrera hacia la Casa Blanca, ¿cambio o continuidad? – Por Carlos Luna Ramírez

El tiempo corre y seguimos acercándonos a la primera semana del mes de noviembre, cuando los estadounidenses acudirán a las urnas para decidir quién será el líder de Estados Unidos de América en el período de 2021-2025.

Para el momento en que desarrollamos este artículo, las últimas encuestas muestran entre 4 y 6 puntos de ventaja para el candidato del Partido Demócrata Joe Biden, sobre el actual presidente de Estados Unidos y candidato a la reelección, Donald J. Trump.

Ya en una ocasión anterior hemos señalado dos cosas muy importantes: la primera, que la votación nacional directa de los ciudadanos estadounidenses no necesariamente le garantizaría a Biden llegar a la Casa Blanca, dado que requiere 270 votos de los colegios electorales de los 538 posibles; y la segunda cuestión a considerar es que, la pandemia es una variable que está ejerciendo un rol determinante para decidir este proceso, sobre todo en términos del desarrollo de una campaña electoral no convencional, cuando es posible que tenga que recurrirse al voto a distancia para evitar las aglomeraciones y cumplir con el distanciamiento físico.

Esto nos lleva a un análisis electoral más cualitativo con respecto a los perfiles de los candidatos, más tomando en cuenta que el voto es una expresión mayormente emocional de los ciudadanos, donde el coronavirus incrementa la sensación de incertidumbre; de depresión económica, con hechos que han polarizado a la sociedad, como la muerte de George Floyd, vista por muchos como la exacerbación de las confrontaciones raciales. Pasemos entonces a ver en perspectiva ambos candidatos:

Trump: un outsider entre el nacionalismo y el autoritarismo populista

El actual presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, se enfrenta a un proceso donde tiene dos grandes enemigos: el coronavirus y sus efectos sobre la economía y la sociedad, y el hecho de ya no ser “el cambio que ofreció en su campaña electoral previa” frente a Hillary Clinton. Ahora encarga el rol de inquilino de la Casa Blanca, que ha desarrollado en muchos la percepción de ser en exceso confrontativo, poco empático con los problemas de los estadounidenses y que se ha peleado con poderes fácticos, como los medios de comunicación, sin contar los conflictos internacionales con China y su batalla contra el socialismo internacional.

Trump ha tratado de exacerbar dos figuras de la cultura política estadounidense: primero que nada, el excepcionalismo estadounidense, unido a la llamada doctrina del destino manifiesto y el nacionalismo de la América profunda (Deep America), propia de los conservadores, que sienten que su núcleo cultural se ha alterado producto de las oleadas de migrantes, muchos de ellos no protestantes; que el Estado no debe ser grande sino que más bien, deben respetarse las dinámicas propias del liberalismo y del individualismo, y lo más importante, que Estados Unidos ha debilitado su papel de potencia y de liderazgo mundial, razón por la que debe ejercerse un realismo ofensivo a nivel internacional, para hacer valer el papel hegemónico del país.

Trump, por ende, ha generado una imagen disruptiva en el ejercicio del poder, desarrollando conductas populistas, como dividir la sociedad (estás conmigo o estás contra mí); promover una suerte de imagen mesiánica, tratando de luchar contra fuerzas que constantemente lo atacan, o de transformar instituciones poco creíbles que es preciso “refundar”, sosteniéndose en términos de credibilidad a partir de su gestión económica.

Hasta febrero de 2020, momentos previos a la explosión de la pandemia, sucedió el asesinato de George Floyd que, detonando en un conjunto de manifestaciones a lo largo y ancho de Estados Unidos, con conflictos internos, no solo de Trump con los ciudadanos, sino de Trump con relación a los gobernadores de la Unión Americana; un escenario complejo que se expresa en la intención de voto (de 4 hasta 6 puntos en contra) y de aprobación y/o desaprobación de su gestión (hasta 11 puntos de rechazo, y donde la gestión económica es la única variable a su favor con tan solo 1 punto positivo en términos de percepción).

Habrá que esperar las medidas que aplicará Trump como golpe de timón para dar un giro a las tendencias, más allá de tratar de afectar a los llamados estados oscilantes con mayor peso en términos de votos, al tiempo de buscar la unidad en las filas del Partido Republicano y evitar la deserción de muchos que no quieren votar por él.

Biden: el hombre del establishment que ofrece un cambio

Joe Biden es un político que ha estado en el campo desde la década de 1970, como senador por el estado de Delaware y ha sido precandidato a la Presidencia.

Con 77 años de edad, tiene como mérito más reciente haber sido vicepresidente en la gestión de Barack Obama y ser percibido por la gente como un ser humano decente, resiliente y capaz de reunificar a la sociedad estadounidense.

Es un hombre formado dentro de las reglas, de las pautas y los mecanismos de actuación de un país que trata de fortalecer las instituciones y apartarlas de los conflictos, los radicalismos y las confrontaciones, ya que ello afectaría el interés nacional definido en términos de poder y su carácter unitario; ofrece un cambio (que no es otra cosa que la salida de Donald Trump de la Casa Blanca).

No obstante, Biden tiene unas grandes debilidades, propias de su avanzada edad, usadas por sus contrincantes para descalificarlo. Un discurso en ocasiones inconexo, poco profundo, y que deja muchos vacíos en las audiencias, poco carismático y emocional, por lo que la pandemia ha actuado a su favor, al no tener, hasta el momento, que estar sometido a giras, a eventos multitudinarios, a grandes discursos ni al escrutinio de la opinión pública; de manera que los debates televisados podrían ser un gran punto de inflexión en la carrera hacia la Casa Blanca.

Creemos que otro elemento que podría ser utilizado en la campaña de Joe Biden por el Partido Demócrata, es la empatía de este con los estadounidenses que han perdido seres queridos en medio de la pandemia, movilizando emociones primarias –fundamentalmente de protección y de fortaleza ante la adversidad, que puede verse hasta como victimización, tomando en cuenta la historia personal de Biden, quien perdió a su primera esposa y a una hija en un accidente automovilístico; y más recientemente, en 2017, a otro de sus hijos, producto de un extraño cáncer cerebral.

Así, el candidato demócrata puede simbolizar, nada más y nada menos, que la certidumbre en medio de todos estos tiempos turbulentos, tratando de venderse como un compañero que se iguala, se solidariza y entiende el dolor de los ciudadanos comunes.

Ello sin tomar en cuenta la reciente elección de su compañera de fórmula, Kamala Harris, quien es hija de inmigrantes indios y jamaiquinos, es mujer y de raza negra, quien ante la avanzada edad de Biden, se ofrece como una persona mucho más joven y vital para apoyarlo en caso de ganar la Presidencia, y quedar bien colocada para eventualmente poder ser su sucesora en la Casa Blanca en 2025.

Lo que están buscando los demócratas es generar un conjunto de imágenes colectivas con las que los estadounidenses de nueva generación se puedan identificar; no obstante, habrá que ver qué sucede en cuanto a la movilización de los más jóvenes a las urnas, ya que no son ellos precisamente quienes más acuden a ejercer el voto, sino personas de más edad.

También es prudente prestar atención al tema del voto a distancia, cuya aplicación no es uniforme en Estados Unidos. Hay unos estados de la unión donde se aplica el voto por correo de modo universal; otros en donde se debe pedir autorización para ejercerlo, y otro conjunto donde este recurso solo se aplica a personas enfermas, discapacitadas o en servicio militar, cosa que les impide estar en su jurisdicción.

Por consiguiente, aún hay mucho que ver en estas elecciones, que prometen marcar un antes y un después en la historia de Estados Unidos y todo bajo la dinámica del radicalismo, del populismo y del miedo.

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