En abril pasado, el joven Príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman -hijo favorito del Rey Salman y segundo en la línea sucesoria-, presentó la “Visión Saudita 2030”. Se trata de un ambicioso plan estratégico de reformas, basado en la diversificación, la privatización, la atracción de inversiones y el fomento de las exportaciones, para hacer frente a la nueva era de precios bajos del petróleo y duplicar el tamaño de la economía saudita en los próximos tres lustros -llevarla desde el puesto 19 a nivel global que ocupó en 2015 al puesto 15 en 2030. En junio, fue presentado el más detallado “Plan de Transformación Nacional” que acompaña la “Visión Saudita 2030”, con objetivos retadores, apelando a la transparencia y la rendición de cuentas, bajo un enfoque de gestión de proyectos.
La “Visión Saudita 2030” es importante en tres dimensiones. Es crucial para modernizar a largo plazo de la economía saudita. Constituye la base de la capacidad del Reino de competir con sus rivales a través de un largo período de bajos precios del petróleo. Y representa un ejemplo para otros Estados petroleros con similares problemas, tanto en el Medio Oriente como a nivel global.
Se pretende hacer del sector privado el motor del crecimiento económico. Para ello, se propone un programa de privatizaciones de varios sectores con el objetivo de incrementar los ingresos no petroleros desde 44 millardos de dólares en 2015 hasta 267 millardos de dólares en 2030. El plan incluye objetivos específicos como incrementar el sector privado del 40% a 65% del PIB; aumentar la inversión extranjera directa desde 3,8% hasta 5,7% del PIB; hacer que las exportaciones no petroleras aumenten del 16% al 50% del PIB no petrolero; y que el contenido local del gasto militar sea más del 50% en 2030 –segundo mayor importador mundial de armas en 2015. Además se procederá a la venta del 5% de la empresa petrolera nacional Saudi ARAMCO en 2018 para aportar transparencia en su gestión y obtener hasta 2 billones de dólares para capitalizar un fondo de inversión soberano que podría adquirir paquetes accionarios de gigantes corporativos como Apple, Google o Microsoft, diversificando así la fuente de ingresos públicos.
Mientras la capacidad de producción de petróleo se mantendrá estable en 12,5 millones de barriles diarios; se tiene la intención de aumentar la producción de gas natural desde 12 hasta 17,8 billones de pies cúbicos diarios en 2020, aunque las reservas para hacerlo no están del todo claras. Además, se han diseñado planes para desarrollar aún más la petroquímica y la minería, en los que el Reino tiene ventajas claras en materia prima y experiencia. El objetivo de la instalación de 9,5 gigavatios de energía renovable para el año 2023, esto es 5% de la demanda eléctrica nacional, resulta ambicioso.
El imperativo es diversificar la economía, al tiempo que se reduce el rol del Estado en términos de inversión, gasto público y provisión de empleo. El problema es que la economía saudita, incluyendo el sector privado, depende en demasía del sector público. La reforma del mercado laboral y la creación de empleo en el sector privado serán factores clave. Los objetivos marcados incluyen reducir el desempleo del 11,6% al 7% en 2030 y crear 6 millones de nuevos empleos para 2030, incluyendo para mujeres -cuestión ardua en un país musulmán tan conservador-, a través de la expansión de sectores no petroleros. Al tiempo, se pretende reducir en un 20% los empleos públicos. Para ello, Arabia Saudita tendrá que reformar las leyes y costumbres que han creado un mercado laboral muy distorsionado. La facilidad de acceder a empleos públicos bien remunerados -mecanismo tradicional de distribución de la riqueza petrolera- ha disuadido durante décadas a los sauditas de buscar empleos en el sector privado, donde la jornada es más larga y las prestaciones sociales menores. En consecuencia, los inmigrantes (un tercio de la población) ocupan 85% de los empleos privados.
En última instancia, el éxito de las reformas económicas estará ligado a su viabilidad política, y es posible que el Príncipe Mohamed bin Salman esté sobrestimando su capacidad para hacer cambios económicos sin acompañarlos con transformaciones políticas. Aunque es verdad que algunos recortes en subsidios han sido mejor recibidos de lo que se esperaba, hay límites en las medidas que se pueden implementar sin que se produzcan llamamientos por parte de la población a una mayor participación política. Además, la visión del Príncipe Mohamed bin Salman de una burocracia más pequeña y meritocrática, y un mayor papel para el sector privado, afectará los intereses económicos de la familia real y la elite empresarial, y ya está generando resistencias. Asimismo, el énfasis del plan sobre el desarrollo del talento humano afectará a la clase religiosa que tradicionalmente se ha ocupado del sector educativo, la cual puede resistirse a los cambios en el corte religioso de la educación o a la formación de las mujeres para su inclusión en el mercado laboral –se estima que representen un 30% de la fuerza laboral para 2030. Aquí, resulta interesante el objetivo de posicionar a 5 universidades sauditas entre las mejores 200 universidades a nivel global en 2030.
Venezuela debe tener en cuenta el ejemplo de la “Visión Saudita 2030”, y hacer un gran pacto nacional con estrategias ambiciosas a largo plazo para modernizar y aumentar la competitividad y tamaño de la economía nacional -intentando que alcance el puesto 20 a nivel global en 2030 desde el puesto 32 que ocupó en 2015-, abandonando la apuesta simplista por un rebote de los precios del petróleo. Deberían fijarse metas concretas para diversificar la economía, atraer inversiones, y elevar significativamente los estándares de educación, ciencia y tecnología, para poder exportar bienes y servicios con mayor valor agregado. ¿Y usted qué opina?
@kenopina