La caída de los precios del petróleo ha generado un gran desafío para las empresas petroleras transnacionales, las cuales se habían concentrado en la última década en grandes proyectos de alto costo y complejidad en las llamadas “nuevas fronteras del petróleo” desde el Ártico hasta las arenas bituminosas y aguas profundas. Ahora muchos de estos proyectos han sido cancelados o diferidos (por un total de 380 millardos de dólares según Wood Mackenzie), ya que han dejado de ser rentables en un entorno de precios bajos, pero esto constriñe su capacidad de reemplazar reservas para mantener producción y generar dividendos futuros. Hoy por hoy, 58% de la producción petrolera mundial y 90% de las reservas están en manos de empresas petroleras nacionales.

Por otra parte, su modelo de negocios surgido en la década de 1990 (maximizar el valor para los accionistas, maximizar la incorporación de reservas y minimizar los costos mediante la subcontratación) luce agotado. Incluso mientras que los precios del petróleo eran altos, luchaban por crecer de manera rentable, con una producción cayendo y los costos creciendo de manera incontrolable. En comparación con otros negocios su tasa de retorno financiero es mucho menor, la cual ha descendido desde 21% en 2000 hasta 8% en 2014. La exploración para incorporar reservas frescas ha sido pésima en general, y se perdieron el mejor momento de la llamada “revolución de esquistos” en EEUU. Mientras la subcontratación les llevó a dejar de desarrollar tecnología propia, dejando que caiga en manos de las empresas de servicios como Schlumberger y Halliburton. Su reputación para la gestión de proyectos se vio mermada por notorios fracasos, tales como el desastre de Macondo por parte de BP en el Golfo de México, la infructífera campaña exploratoria de Shell en Alaska, y el aumento de los costos y retrasos continuos de ENI en el campo de Kashagan en Kazajstán.

Estos problemas tal vez pueden ser tenidos como temporales y solucionables, frente a la amenaza que proviene de la lucha contra el cambio climático. La Agencia Internacional de Energía ha señalado que para alcanzar el objetivo del Acuerdo de París, la demanda petrolera mundial debe crecer desde 90,6 millones de barriles diarios (MMBD) en 2014 hasta 93,7 MMBD en 2020, y a partir de allí debe ser abatida hasta 74,1 MMBD en 2040. Esto significa que en 2040 la demanda sería 16,5 MMBD menor a la de 2014, y 29 MMBD menor respecto a la demanda que se proyectaba para ese mismo año sin restricciones (esto es, el caso base de 103,5 MMBD). En consecuencia, retomar totalmente los grandes proyectos no tendría sentido ni siquiera con un aumento de precios del petróleo.

Además, las energías renovables están haciendo avances más rápidos en materia de reducción de costos, pero las empresas petroleras transnacionales no han tenido mucho éxito en este campo en el pasado. Por lo tanto, algunas voces han sugerido que a las empresas petroleras transnacionales sólo les queda actuar como la industria tabacalera: olvidar el crecimiento, lentamente disolverse y pagar dividendos a los accionistas. Un declive gradual y benigno hasta su extinción.

Empero, las empresas petroleras transnacionales sobrevivieron a la nacionalización de sus reservas en los países OPEP en la década de 1970, y después a una década y media de bajos precios hasta 2000. Tienen fortalezas y experiencia que no pueden soslayarse. Hasta ahora todas han optado por la reducción costos (250 mil trabajadores petroleros despedidos a nivel mundial) y la citada paralización de proyectos, pero exhiben diferencias en sus estrategias.

Exxon y Chevron han tornado su mirada hacia los esquistos en EEUU, convirtiéndose en líderes en la Cuenca Pérmica al oeste de Texas. La apuesta más grande la hizo Exxon con la compra de XTO en 2010. Chevron espera que su producción de esquistos ascienda desde 125 mil barriles diarios hasta 350 mil barriles diarios, con 25% de su producción total proveniente de esquistos para 2025 -incluso con presencia en el yacimiento de Vaca Muerta en Argentina.

ENI a partir de sus buenos resultados exploratorios con el hallazgo de yacimientos gasíferos gigantes en Egipto y Mozambique, ha escogido la exposición al riesgo político y renovado su estrecha cooperación con el Estado italiano. Total ha apostado por las renovables con la compra de 63% de SunPower -una de las mayores empresas solares en EEUU-, y el fabricante de baterías Saft. Al mismo tiempo, ha ofertado por activos petroleros estratégicos en Medio Oriente, pagando 2,2 millardos de dólares por 10% de la empresa ADCO de Abu Dhabi en 2015, y por 30% del campo petrolífero más grande de Qatar, Al Shaheen, el mes pasado.

Shell también está apostando duro en renovables con su nueva división de energías, y aprovechando oportunidades en esquistos -centrando esfuerzos en pocas áreas de alta calidad. Además, es la única de las majors que ha hecho una gran adquisición, la británica BG; lo cual revela su visión de una “edad de oro del gas” ante las crecientes exigencias de la lucha contra el cambio climático. BP, aún afectada por Macondo, parece apostar por decrecer siguiendo el mantra “lo grande no es necesariamente bello” de su Presidente Bob Dudley. Conoco hizo lo propio en 2012, cuando dejó de ser una empresa integrada verticalmente.

Las empresas petroleras transnacionales no se conforman con deslizarse silenciosamente hacia la extinción. Están adoptando diferentes estrategias para sobrevivir. Sus críticos pueden descubrirse en unos años siendo protagonistas del cuento breve de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. ¿Y usted qué opina?

@kenopina

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