Hegel y el 23 de enero de 1958 en Venezuela – Por Eloy Torres Román
Hegel, el máximo exponente de la filosofía clasica alemana, sentó una tesis, la cual, en mi opinión, fue clave para comprender su narrativa acerca del devenir de la historia. A saber, “Lo que es racional es real y lo que es real es racional” (Prefacio a la Filosofia del Derecho, G.W.F.Hegel, pag 51, EBVC, Imprenta universitaria, 1991)
Entendemos que una determinada racionalidad se impone en la realidad en la perspectiva de ser la expresión de la idea absoluta, como dice este filósofo, en un momento determinado. Una vez que esta “racionalidad” se hace real se convierte en el escenario donde el hombre, de conformidad a una eticidad en especifico, ejecuta sus pasos, guiados por la naturaleza del espíritu absoluto. Ahora, ello tiene su momento de apogeo y de su extinción. Lo nuevo agosta lo viejo. Eso es en la naturaleza y en la sociedad.
Nosotros, vamos a ser modestos y expresar que ese espíritu absoluto, léase la democracia, en Venezuela, como en la Europa de 1789, buscó vestir el traje de la “libertad, igualdad y fraternidad”; El 23 de enero de 1958, fue su albor. Vale decir, los valores modernizantes, por fin, se impusieron en enero de 1958, cuando la sociedad abrazó los ideales de la democracia. Ese abrazo se expresó en un acuerdo circunstancial el cual fue determinado por la urgencia de construir un piso estable al recién instaurado proyecto democrático.
El acuerdo, bautizado como “ El pacto de Punto Fijo” resultó un acertado “Pacto de élites”; éste, mal interpretado, fundamentalmente desde el PCV y por algunos otros, recibió fuego cruzado, utilizando un repetitivo argumento: “el pueblo no estaba representado en ese pacto, sino las élites, como si la condición, la de “élite” fuese un crimen o un pecado. El partido comunista emergió, en 1958, con una autoridad moral y política, pues puso toda su inteligencia política y la valentía personal de sus dirigentes para enfrentar la dictadura.
Este partido, inició un inteligente proceso de incorporación a la sociedad desde una perspectiva inclusiva, a pesar de que su discurso se motorizaba con un aceite muy pesado en sus venas: el dogmático “marxismo leninismo”. Betancourt, el líder adeco, quien conocía al dedillo a los principales dirigentes del PCV, les reconocía su valentía y honestidad, mas la valoración de éstos, de los valores democráticos, los alejaba mucho de lo que se exigía para ser parte motora de ese “pacto de élites”. No podían ser parte del mismo, puesto que su filosofía praxiológica los ubicaba en una posición distante de la democracia. No obstante, el PCV, como organización política, albergaba a personalidades, con distintos niveles de comprensión de la realidad. Betancourt lo sabía. Ello le sirvió para enfrentarlos, duramente, cuando éstos, se pusieron a jugar a los caracoles de la insurrección armada, estimulados desde la Habana.
El caso es que ese “Pacto de élites”, especie creada por el hegeliano Espíritu absoluto en calidad de Demiurgo: fue real porque fue racional. El mismo prendió rápidamente en la sociedad venezolana. Funcionó de conformidad a lo acordado entre los partidos firmantes. Mientras, Betancourt enfrentaba al insurrecto comunismo venezolano, de alguna manera, manipulado por la Habana. El ejemplo foquista y militarista sustituyó el método de análisis que supuestamente deben hacer los seguidores de Marx: observar la realidad concreta, en tanto que síntesis de múltiples determinaciones. Pero, no. Los comunistas se inyectaron, en sus venas, un aceite más pesado aun: el insurreccional, y se lanzaron a una épica, pero ilógica sublevación, primero militar (dos asonadas sangrientas: Carupano y Puerto Cabello) y luego se internaron absurdamente en las montañas, mientras que en las ciudades principales del país el terrorismo hacía de las suyas. Los comunistas no estaban jugando. Hay que reconocerlo actuaron con heroísmo, pero desatinado e ilógico. Así no les guste a muchos esta expresión: los comunistas de entonces (no estos de ahora, mal vestidos y pésimos herederos de esa postura) pusieron su pellejo como garantía, palabras de Teodoro Petkoff. La derrota en el terreno militar y político los colocó ante la urgencia de actuar con inteligencia para rectificar y sentarse con los otros partidos a gozar de las bondades de una racionalidad que ellos ignoraron con violencia.
La democracia, como proceso racional fue exitoso. La dinámica política marcó su realidad. El mismo, tal como señalase Hegel, estaba destinada a sufrir su proceso de decadencia. Se fue deteriorando y se transformó en irracional. Había envejecido. Entonces, el país se movió para encontrar un nuevo Demiurgo e introducir transformaciones radicales. Apareció C.A.P. quien apostó, con su peso político, para cumplir con los deseos del cambio requerido por la realidad. El presidente Pérez, formado en la visión estatista, dialecticamente, se convirtió en su contrario. La dialéctica funcionó a primera vista. La razón, como expresión de espíritu absoluto, se movía por el mundo. El estado había crecido mucho y había que reducirlo, sobre todo en su visión benefactora. Había que abandonar el populismo petrolero. Pero, lamentablemente, el país no lo entendió; los miembros del pacto de Punto Fijo tampoco, prefirieron apostar por la decadencia de C.A.P. en tanto que las “elites”, en su mayoría, no atinaron a comprender el proceso de adecuaciones que se imponía. Todos, por razones distintas, querían lo mismo de siempre. Un Estado manirroto. La iracionalidad iba a paso de vencedores.
Ello, allanó el camino para que en 1992, surgiera el Demonio, como diría Goethe, para que el hombre perdiera sus perspectivas. Hoy, las consecuencias de la aparición de ese Demonio nos exuda un fracaso es evidente, lo vemos con este desastre que nos domina: hambre, anomia, dejadez, la desesinstitucionalización corre pareja con la perdida de la República; para colmo, lo último: la declaración oficial de renunciar a nuestra soberanía. Ahora dependemos de un hermano “mayor” que reina en Cuba y cuyo Embajador es un proconsul, tal como desde la Puerta otomana, se designaban a éstos para dirigir los territorios bajo el dominio otomano. Por lo menos esos pueblos, al igual que los dominados por el ejército soviético de ocupación desde 1945, fueron sometidos con la fuerza. En tanto, Venezuela con sus riquezas, con una FFAA de mayores proporciones, con recursos, con una capacidad intelectual de primer orden y además bien lejos de esa pequeña y empobrecida isla, aparece como su subordinada, su colonia y paradojicamente entregada, en forma pacifica y por voluntad de quienes dirigen al país. Así lo ha querido este minúsculo grupo de cerebros grises, corrompidos y embrutecidos por un fanatismo crematístico y apuntalados por las armas de la República.
Venezuela enfrenta la irracionalidad. Hoy, Hegel se deberá remover en sus cenizas para retomar sus teorias y apuntar la urgencia de reencontar el camino hacia una nueva racionalidad y convertirla en real. Seguro nos diría: Hay que superar esa fatalidad de “…colocar en el sentimiento lo que es el trabajo precisamente milenario de la razón y de su entendimiento” (Prefacio a la Filosofia del Derecho, G.W.F.Hegel, pag 47, EBVC, Imprenta universitaria, 1991)
Este 23 de enero nos debe servir, como ocasión, para hacer valer las tesis de Hegel acerca de la libertad, en tanto que expresión de la Razón, pues ella es la soberana del mundo. Igualmente esa fecha, el 23 de enero de 1958, como otras, nos deben marcar con la idea de que “La historia del mundo no es otra cosa que la del progreso de la conciencia de la libertad”. La astucia de la razón, según Hegel, nos coloca frente al optimismo. La irracionalidad que experimentamos en Venezuela desaparecerá por voluntad del venezolano. Ella, por no ser racional, se volverá irreal, pues ya ha envejecido y desaparecerá. Su nefasto impulso perdió fuerza. Tiene el tiempo contado. El inexorable final luce cada vez más cerca. Estos hombres que nos desgobiernan, no tienen ideas, sino aquellas que emanan de la maldad para producir miserias en nuestro pueblo. Ellos, han abusado tanto que no resulta impertinente citar las palabras de Goethe, parafraseadas por Hegel:
Desprecia al entendimiento y a la ciencia
Que son del hombre lo supremos dones
Se ha entregado a los brazos del demonio
Y tiene necesariamente que perecer.
@eloicito