Hay que observar con atención el elemento que nutre axiológicamente a Rusia: el mesianismo. Un proceso que observa la transformación del alma rusa en una mesiánica. Éste, se expresa religiosa, axiológica, ética, estética, social, económica y políticamente y viste el traje prometeico. La literatura rusa ha sido exponente de ello. Basta citar a Gogol, Tolstoi y fundamentalmente a Dostoievski en quien, particularmente, nos apoyamos para escribir este trabajo.
Dostoievski, un autor complejo y difícil, murió como vivió. Representó una generación, aunque no le gustaría tal denominación, pues se consideraba único. Era un firme defensor del individualismo existencial. Se batía con las ideas, a pesar de no ser filósofo, con los representantes del pensamiento social de su época. Su literatura cubrió de gloria las páginas de la retórica rusa. Admirado por “la inteligenta” rusa, mas no aceptado por sus miembros, pues ello, fueron individuos con la mirada puesta en los valores occidentales; mientras que Dostoievski no. Los rechazaba. Él no creía en Occidente, especialmente el cultural, consideraba que éste, estaba infestado de un individualismo hedonista. Para Dostoievski, estructurado por la ortodoxia cristiana, era normal esa inclinación.
Dostoievski, con un profundo y complejo dominio del alma humana, llegó a marcar la política exterior rusa, luego la soviética y, de nuevo, la rusa y desde que se derrumbó el comunismo, hoy, ésta, se mantiene vigorosamente viva en 2019. Venezuela la comienza a experimentar. Ese mesianismo hace que los rusos sientan que ellos realizan una cruzada por la humanidad, en nombre de Cristo. Schubart, filósofo e historiador alemán, rusófilo por excelencia, fue su gran intérprete, cuando consideró a Dostoievski, como el escritor ruso cuya calidad lo hacía representante de ese “…Cristo ruso…libre de todo elemento de cesarismo, de imperialismo o de cualquiera forma de secta” (Las filosofías sociales de nuestra época de crisis, Pitirim Sorokin, sobre Walter Schubart, pag.176. Edit. Aguilar, S.A. de Ediciones. España, 1954).
Dostoievski, “el literato proletario”, como él mismo se autocalificaba, fue un escritor atormentado; además, roñoso con los europeos, pues consideraba que éstos, no eran capaces de comprender su obra y la rusa en general. “Crimen y castigo”, por ejemplo, es una novela cargada de nihilismo. Escrita, con esa carga, pues, sufrió injustamente cárcel. Él no creía en la justicia. Era un nihilista consumado. Fue un autor, repetimos, complejo y difícil, pero fundamentalmente, muy atormentado. Un escritor que vivió feliz con el sufrimiento que logró moldear a la axiología rusa. La novela “Crimen y castigo” dibujó a esa Rusia mística y atrasada, pero plena de vigor cristiano que buscaba armonizar su alma. En tanto que él, como autor y pensador, pretendía alejarla de los valores occidentales, los cuales pervirtieron temporalmente la esencia rusa, con ideas extrañas. El marxismo, entre ellas. Todas ellas, provenían del Occidente, por lo cual, no es casual que Lenin, rechazara a este literato, e incluso durante el tiempo de existencia de la URSS, como autor, fue mal visto, para lo cual se colocaba el acento primordial sobre la figura, no menos, es verdad, importante que éste; nos referimos a León Tolstoi; pues, Dostoievski exudaba una tendencia ideológicamente enfrentada al comunismo en general. Éste, no tenía nada que ver con la idiosincrasia rusa. Su alma no tenía nada que ver con el comunismo y éste, era un producto axiológico occidental.
Esta novela tiene valores incontestables, entre las cuales destaca, para usar la expresión del esteta húngaro George Lukács que la misma, no se limitó a recrear el crimen y el castigo, sino a presentar el duelo intelectual entre dos visiones de la vida, representadas por Raskolnikov, el personaje principal, y Razumijn, el juez de instrucción que investiga el crimen, cometido por el primero. Raskolnikov, joven estudiante de San Petersburgo, asesinó a una usurera y a la hermana de ésta, quien le sorprendió en el acto criminal. El objetivo del estudiante era, obtener dinero para paliar la crítica situación en la que vivía su madre y hermana. No obstante, la novela traduce que había, detrás de todo el crimen, una pretensión de justificar el hecho: la creencia del “nietzscheano superhombre”. Es decir, un hombre quien es capaz de traspasar la línea del derecho y cometer un crimen. Se sentía poseedor de poderes para hacer justicia.
Raskolnikov representó al hombre que procuró justificar su acción, mediante una lacónica frase: “todo lo que es útil para la humanidad, es noble”. La muerte de la usurera, repito, sirvió a ese propósito. Tras un serio duelo de argumentos con el juez instructor, Raskolnikov, al final confesó y fue castigado. Sin embargo, se fue feliz, motivado por la idea encerrada en la citada frase.
Recientemente, Putin, sentenció: “hay que ser un idiota para no creer en Dios”. Esto, en boca de un hombre formado en la ortodoxia estalinista y en la cultura de los aparatos de seguridad del Estado, luego, para nada marxista, confirma que esa ideología hizo poco para moldear el alma rusa, por lo menos en él y en sus adláteres.
El siglo XXI irrumpió a sentar sus requisitos como centuria, sin resolver muchos de los acuciantes problemas que el anterior siglo dejó, en las páginas del idealismo político, a la buena de Dios, como decía, Evarista, mi abuela paterna. Esos asuntos nos golpean la cara y pareciera estamos de vuelta a tiempos olvidados por la realidad. Entre los tantos asuntos, destacan el papel del Estado, como institución, el rol del individuo frente a éste, la democracia, la soberanía nacional y el definitivo respeto de los DDHH, como condición para que el mundo resuelva, en paz, las grandes diferencias que derivan de la particularidad de cada actor internacional. La globalización, la democracia y la libertad aún encuentran muchos obstáculos. El fin de la historia no se ha visto aún. Muchos detalles se transforman en pesadillas para el mundo de este siglo XXI. Las ideologías, salvo el populismo, en el buen sentido de la palabra, murieron, mas los elementos que les dan vida permanecen vivos. La ambición de poder, al parecer, es una fatalidad y nos convierten en buscadores, en el pasado, de soluciones a los problemas del presente. Queremos ir al futuro a través del pasado. ¡Back to the future!
Las bombas atómicas que lanzaron los EEUU en Hiroshima y Nagasaki en 1945, introdujeron un elemento dinamizador de la relaciones internacionales. Se creó, a partir de ese momento una pentarquía internacional (Los EE.UU., la URSS, Inglaterra, Francia y luego China) ; todos ellos edificaron las bases para un club nuclear y desde entonces, han mostrado su condición de detentores de esa destructiva arma para moldear al mundo a su manera, por lo demás, bastante inflexible. No obstante, para no utilizar esa arma se movieron mediante un muy particular mecanismo bélico: la guerra fría. Ésta, fue una especie de sintagma que mostró el enfrentamiento político-ideológico, acentuado por el elemento militar entre dos bloques: el mundo libre, liderado por los EE.UU. y el otro, el bloque, el comunista, liderado por la URSS; aunque, éste, con el tiempo, mostró graves fisuras que la ideología dominante no podía explicar.
Esa guerra fría amenazó en varias ocasiones transformarse en caliente. Felizmente no ocurrió. Desde la guerra entre las dos Coreas, estimuladas por el georgiano Stalin para implicar a la naciente China comunista de Mao Tse Tung, pasando por las crisis en el Medio Oriente; luego, la aventura con Fidel Castro en el Mar Caribe y la crisis de octubre de 1962. Sin dejar de mencionar la intervención en Hungría y Checoslovaquia y su intento por manejar el conflicto del sudeste asiático, fundamentalmente del Vietnam y los EE.UU. En todos estos movimientos “telúricos”, la “noble y desinteresada” mano de Moscú ha estado presente.
Los EE.UU., conscientes de estas jugadas, han construido un esquema de funcionamiento desde que se empoderó en Moscú, ese citado esfuerzo, primero, soviético y hoy ruso. El TIAR es un ejemplo. Había que frenar el pretendido avance de Moscú sobre las áreas del hemisferio. Rusia, siempre ha pretendido universalizar su influencia espiritual, en el mundo, con su perspectiva mesiánica del poder. El comunismo le ofreció esa posibilidad. Rusia vestida con el traje comunista soviético, bañada con su visión prometeica, retó cualquier poder y a cualquier Dios. Por tal razón los EE.UU., cabeza de la axiología occidental, no podían dejar pasar ese crimen sin castigo. Repetimos en 1962, el mundo casi estalla en pedazos, gracias a la peligrosa jugada de Jrushov. El TIAR significó un complejo proceso de alianzas, las cuales iban más allá del dato militar. Se trataba de un andamiaje de valores occidentales que no tienen nada que ver con la propuesta de Moscú.
Moscú, todavía bajo los efectos de la permanencia del comunismo en sus tierras, los ponderó y los utilizó para reconstruir una visión, muy agresiva, con Putin a la cabeza, pero, amoldada al siglo XXI. El Kremlin ha demostrado no importarle el aspecto legal y formal; por el contario, ha ido sobre la vía de la espontaneidad y de una visión, supuestamente de piedad para hacerse presente en cualquier escenario. Venezuela es un ejemplo.
El poder de la ideología sobre la geografía cesa después de 2001. El comunismo había ubicado a Cuba en el este y a Japón en el oeste. Es, como diría el politólogo Robert Kaplan, la revancha de la geografía sobre la ideología ha llevado al retorno de las fronteras del pasado. Después de 1989, Rusia perdió poder sobre Polonia, Rumania, Letonia, Lituania, Estonia; éstos, le aseguraban un control en Europa. Gorbachov, como todo ruso, confiaba en mantener a estos países bajo su esfera de influencia a través de la forma de un régimen pro-socialista moderado. Mantenía la visión del “ideal colectivo y fraternal” frente al pensamiento occidental, el cual es “egoísta e individualista”. Gorbachov, pensó que, en agradecimiento por la forma inteligente en que aceptó el colapso de la URSS, Occidente se mantendría alejado de esta área.
Craso error y el resultado está a la vista. Tras un periodo de “borrachera” con Yeltsin, en el sentido propio y figurado, pues, éste, realmente era un dipsómano que manejaba el arma nuclear, lo que condujo a Rusia a un debilitamiento; hoy, con Putin a la cabeza, ésta, busca reencontrarse con el espíritu de lo señalado por Mackinder acerca del pivote geográfico de la historia. El derrumbe de la URSS, fue un error geopolítico, o, como sentenciara Putin, fue la “catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”.
No es casual, entonces que los rusos y Putin consideren normal su presencia en Venezuela. Ellos parten de la idea de Raskolnikov, el personaje de Dostoievski: “todo lo que es útil para la humanidad, es noble”. Es el ajedrez, en la lógica de Mackinder, un Heartland controlado por Rusia. O, como lo prueba la teoría eurasiática de Alexander Dughin; los ideólogos y soldados rusos, piensan al mundo tal como Mackinder les enseñó.
Los acontecimientos en Maidan, Ucrania, mostraron a Rusia la posibilidad de perder el control sobre ésta. Ella, es un espacio europeizado, aunque todavía sofocado por la corrupción y la pobreza. Lenin, en un arranque, expresó a todos los que aun hablaban de lo que él mismo hablase, antes de tomar el poder, es decir de la autodeterminación de los pueblos: “Si perdemos Ucrania, perdemos la cabeza”. Por lo que la anexión de Crimea a Rusia en 2014 fue la manera de Putin para hacer frente a esta crisis geopolítica, la que hubiera privado, por completo, a Rusia a ejercer un papel en la Europa del Este, es decir, en los términos de Mackinder, del control sobre el Heartland. En consecuencia, cuando se sintió amenazado por el control de Crimea, Putin actuó. El Kremlin demostró estar relativamente preparado para usar sus fuerzas armadas. Occidente no. Su parálisis, ante esa jugada, lo puso en evidencia. Vimos una relación asimétrica. Una Rusia muy débil económica y militarmente, pero con una mentalidad plena de audacia. La jugada de Crimea fue geopolíticamente, notable.
Al igual que en el caso de la segunda guerra chechena, que ganó el control práctico sobre un país que parecía inmanejable, Putin asumió grandes riesgos mediante la anexión de Crimea; pero, de alguna manera, todos estos riesgos fueron cuidadosamente calculados y de manera consistente. ¿Acaso, Venezuela cumple con los requisitos para una aventura geopolítica, en nombre de una cruzada mesiánica?
Para algunos, entre los cuales me cuento, es explicable por qué Putin eligió este tipo de juego, tipo ruleta rusa; por supuesto – la más destacada de sus múltiples mandatos: Vladimir Putin aprendió de sus antecesores, Gorbachov y Yeltsin en sus relaciones con Occidente. Nunca ser débil y nunca parecerlo. El débil, puede ser derrotado fácilmente; incluso si las posibilidades están en su contra, para Putin, Rusia, debe golpear por encima de las dificultades, en lugar de obedecer la voluntad de los demás. Con el tiempo, Putin fue más allá. Sintetizando su propia experiencia de 15 años en los servicios secretos del Estado ruso, concluyó que si una pelea es inevitable, primero se debe golpear. Mirando desde el Kremlin, con el tiempo, Rusia ha trazado una serie de líneas rojas al Occidente, tanto europeo como de los EEUU. Todos ellos decidieron ignorar y siguieron adelante frente a Moscú. Al final, la toma de Crimea fue la reacción de Moscú.
Putin observó directamente, como colaborador cercano de Yeltsin, el drama, la impotencia e incluso el ridículo del líder del Kremlin. Su incapacidad para tratar con un ejército comprometido en Chechenia; su incapacidad para tratar con los “oligarcas”, como llamaron a los enriquecidos individuos a la sombra del estado ruso, hoy, todavía, relativamente influyentes política y mediáticamente; Yeltsin mostró debilidad frente a los EEUU y Europa, los cuales se mostraban infinitamente superiores. Esto, era una humillación para Rusia y para Yeltsin.
Para Putin y su orgullo de hombre de la Seguridad del estado no podía aceptar los errores de Yeltsin. Actuó en consecuencia a pesar de los riesgos y decidió tomar el poder para moldearlo de conformidad con la grandeza de la poderosa Nación: la mesiánica Madre Rusia. Para ello no importaba el “cómo”, sino el “qué”. Además, a diferencia de sus predecesores, forzados a moverse con cierta civilidad, Putin piensa en términos del sistema de seguridad ruso. Y este sistema tiene la tendencia natural de proponer soluciones más ofensivas, las cuales expresan un sentimiento que por definición establece: estamos cercados, entonces somos vulnerables, somos atacados.
Muchos, consideran que el gesto de la Asamblea Nacional de reintegrarse al TIAR es un acto que busca reencontrarse con el pasado. E incluso califican su fundamento filosófico como desfasado frente a la realidad del siglo XXI. Pienso, ellos, están, más bien, anclados a una visión de la guerra fría, al considerar que ese mecanismo es un instrumento del “imperialismo norteamericano” para reeditar su hegemonía en el hemisferio. Cuando es lo contrario, se trata de defender los valores occidentales; vale decir todo el andamiaje axiológico que nutre a nuestro país. La URSS, anteriormente, sirvió de modelo para los comunistas. Éstos, conscientes o no, procuraron importar ese modelo de dominación. No es casual que Rómulo Betancourt lúcidamente escribiese: “Repetíamos, sin cansarnos en el terco martilleo, que al lado de su debilidad congénita como partido de una sola clase y sometido al cartabón ideológico inflexible, tenía otros talón de Aquiles el Partido Comunista: su mimética adaptación a los vaivenes de la política exterior rusa” (Venezuela, política y petróleo, Rómulo Betancourt, pág. 118; Tercera Edición. Editorial Senderos)
Hoy en 2019, Venezuela es víctima de un atraco histórico y devuelto a la centuria decimonónica, incluso, peor. No hay civilidad, orden, economía, ni tampoco institucionalidad y estamos sometidos a un creciente proceso de degradación humana. Somos martirizados por aves de rapiñas internacionales y nacionales que hablan de derecho, mientras lo pisotean. Realizan a conciencia crímenes sin castigo y Putin lo sabe; pero, él se siente un “súper hombre”, tal como los destacara Dostoievski. El regreso de Venezuela al TIAR es una clara señal que no se está dispuesto a aceptar el crimen de Putin, en su aventura mesiánica y prometeica; pues, puede sufrir el sino, según indica la mitología griega, de Prometeo, quien por robar el fuego a los dioses y entregarlo a los mortales, fue atado a una roca para que un águila le devorara su hígado. Sería su castigo.
@eloicito