En el pasado artículo abordamos la política energética de Trump, lo cual nos permite centrarnos en las próximas líneas en sus implicaciones para Venezuela. En primer lugar, garantiza un futuro menos limitado para el petróleo al debilitar el Acuerdo de Paris con la salida de EEUU, lo cual resulta beneficioso para los países petroleros si no tomamos en cuenta los riesgos climáticos. La Agencia Internacional de Energía señaló que para alcanzar el objetivo del Acuerdo de París, la demanda petrolera mundial debía ser abatida para 2040 en -16,5 millones de barriles diarios (MMBD) respecto a 2014, y -29 MMBD respecto a la demanda que se proyecta para ese mismo año sin restricciones. Todo esto, se traduciría en una pérdida de 22 billones de dólares para la industria petrolera. En consecuencia, se puso de moda hablar de “pico de demanda” y citar otra vez la trillada frase del Jeque Yamani. Con Trump esta foto cambia, no en balde Koch Industries, ExxonMobil y los productores de lutitas financiaron buena parte de su campaña.

En segundo lugar, colocará presión bajista sobre los precios del petróleo, tanto por su impulso a la producción en EEUU, como por su política comercial proteccionista y su política fiscal expansiva que fortalecerá el dólar. Esto a su vez, presionará la nueva estrategia de la OPEP de cooperar con productores No OPEP para rebalancear el mercado a partir del Acuerdo de Argel. De hecho, la política energética de Trump consolidará a los productores de lutitas en EEUU como nuevo swing producer capaz de ajustar rápidamente la producción a las necesidades del mercado, manteniendo los precios a largo plazo alrededor de 55 $/Bl -apenas por encima de su costo marginal. En consecuencia, Venezuela debe hacer un cambio de modelo económico, que debe incluir una Reforma Petrolera para atraer inversiones y fortalecer una PDVSA alicaída. Un “cisne negro” en todo esto será la política exterior de Trump hacia Irán, ya que ha manifestado que desea reimponer sanciones, lo cual podría elevar el riesgo de un conflicto.

En tercer lugar, la política energética de Trump deja en el aire la “Iniciativa de Seguridad Energética de El Caribe” lanzada por el Presidente Obama en Washington en enero de 2015. Esto hará que los países caribeños revaloricen un PETROCARIBE que si bien se ha debilitado en los últimos años, seguirá siendo la única opción de cooperación energética real disponible, lo cual le permitirá a Caracas seguir contando con cierto apalancamiento geopolítico que será crucial en la OEA. Aunque no es menos cierto que existirá una mayor oferta de productos petrolíferos y gas procedentes de EEUU a buen precio en esa región.

En cuarto lugar, CITGO toma más relevancia estratégica, ya que garantiza la participación de PDVSA en un mercado con mayor competencia. Los oleoductos Keystone XL y Dakota Access impulsados por Trump, aumentarán la oferta de petróleo pesado canadiense y petróleo de lutitas de Bakken en el parque refinador del Golfo de México. Por tanto, es un error seguir vendiendo a trozos CITGO, así como usarla como colateral para obtener financiamiento como se hizo en 2016.

En quinto lugar, con Rex Tillerson en el Departamento de Estado  –quien viene de ser Presidente de ExxonMobil–, la política exterior de EEUU tendrá un fuerte enfoque petrolero, geoeconómico y pragmático, en línea con el planteamiento general de Trump: America First. Ergo, la estabilidad será más importante que la promoción de la democracia hacia Venezuela. Aunque PDVSA sólo exportó 738 mil barriles diarios (MBD) en promedio en 2016  –menos de la mitad que hace tres lustros– y EEUU reduce cada vez más su dependencia externa, es su tercer proveedor. En buena medida, las declaraciones que hemos visto hasta ahora del Presidente Trump y el Secretario Tillerson sobre Venezuela fueron circunstanciales –campaña electoral y audiencia de confirmación. Además, se ha especulado sobre una posible animadversión de Tillerson hacia Venezuela por la nacionalización de los activos de ExxonMobil en la Faja en 2007 y la propaganda negativa del gobierno venezolano desde entonces; pero se trata de un hombre de negocios para el cual el nacionalismo petrolero es parte de los “gajes del oficio”, y que tras desplegar su dura estrategia de reclamo (Mareva injunction incluida), logró su indemnización a través del CIADI e impresionó a Putin a tal punto que cerró un acuerdo entre su empresa y Rosneft para explotar el ártico ruso en 2011, el cual fue aparcado tras las sanciones de EEUU a Rusia debido a la anexión de Crimea. El gobierno venezolano parece intentar construir un canal de diálogo con la Administración Trump por varias vías, entre ellas, a través del Presidente de Rosneft, Igor Sechin, aprovechando sus buenas relaciones con el Secretario Tillerson y la iniciativa de Trump de buscar un rapprochement con Putin. Empero, lo cierto es que ambas potencias negociarán sobre la base de intereses y esferas de influencia. En resumen, todo apunta a una continuidad de la política de Obama hacia Venezuela con Trump, con fuertes tendencias a la negligencia debido a su agenda (interna y externa) complicada. Aquí el game changer es el Congreso de EEUU que presionará por una línea más dura hacia Cuba y Venezuela. Finalmente, intereses contrarios a nuestro reclamo del Esequibo tendrán acceso al Foggy Bottom, justo cuando Guyana presionará más por llevar a Venezuela a la Corte Internacional de Justicia, espoleada por las absurdas e inaplicables conclusiones del Ex–Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, y los nuevos hallazgos petroleros en el bloque Stabroek en 2016. ¿Y usted qué opina?

@kenopina

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