Cuando ya parecía estar todo consumado, el pueblo colombiano dijo NO democráticamente a la propuesta de paz Santos-FARC, recogida en tupidos, laberínticos y viscosos acuerdos cocinados y firmados en La Habana y mostrados y aplaudidos por doquier, antes del plebiscito, como si de cosa juzgada se tratara.
Por muy estrecho margen, pero más que elocuente por lo inesperado que hasta de insólito fue calificado, se impuso la alternativa del NO liderizada por el Ex-Presidente y antioqueño Álvaro Uribe Vélez, que en países con marcada e histórica tendencia caudillista, como es el caso de Colombia, Venezuela también y más aún, suelen absorber para sí los que debieron ser triunfos o victorias sociales aunque valga decir que las derrotas también corren, a veces, igual suerte.
Bajo esta misma óptica los grandes perdedores vendrían a ser Santos y Timochenko, cabezas del gobierno y de las FARC, que admitiéndose como dos mandatarios de Estados independientes y soberanos cada uno, intentaron imponer un nuevo pacto social y una nueva nación, repúblicas aéreas, por encima de la Constitución Nacional y con el visto bueno de un gran tinglado internacional que se prestó a ser parte de una comparsa inolvidable.
Tres asuntos llaman mi atención en estas horas de desvelo frente a tan apurados eventos: el primero es el asombro. Nunca estuvo en las papeletas que el NO pudiera ganar. Ni siquiera lejanamente se percibía esta posibilidad al escuchar analistas políticos, encuestadores, grandes medios de comunicación, distintos factores de poder nacional e internacional.
Por allá reverberaba en la distancia mediática la tímida esperanza del NO frente al avasallante, irrespetuoso y estigmatizante alud de los que vendían el SI a cómo diese lugar y costos subsecuentes pagados con los recursos del Estado de todos.
El segundo asunto que subrayo es el de la profunda crisis política y social que se vive en Colombia y que se evidencia en los resultados del plebiscito. Sigue siendo una sociedad dividida entre dos, que nunca dejó de serlo; fracturas que se han ido resanando con remedios políticos recurrentes y que hoy requieren de nuevos pactos y consensos de gobernabilidad política y social frente a realidades nuevas. La vía es política. Santos, Uribe y las FARC tienen la palabra. ¿Un pacto nacional?
En tal sentido, el proceso de paz, paradójicamente, polarizó a la sociedad. No la reconcilió consigo misma. Santos liderizó un proyecto personalista, excluyente y de impunidad, que incentivo y potenció, las tímidas pero tenaces fuerzas del NO enjauladas en una campaña de chantajes y fanfarria que daban al SI como un hecho cumplido y que olvidó la fuerza del dolor de la gente.
El tercer aspecto que deseo resaltar es el que tiene que ver con la victoria social. La calle habló y expresó su malestar frente a una propuesta sin los equilibrios mínimos que debe respetar un acuerdo de paz que con culpables invisibles por un lado, indemnes a los efectos de la justicia, y sin respeto a las víctimas y la memoria de esos inocentes muertos y de sus familiares, por el otro, no hace posible la instauración de una paz firme y duradera que aspiramos para Colombia.
Además y a pesar de todos los embates la institucionalidad funcionó. Los resultados fueron emitidos sin demora, nadie que se sepa a puesto el más mínimo reparo. Un ejemplo.
A fin de cuentas ganó la paz porque estos resultados replantean las conversaciones que deben proseguir dentro del nuevo esquema que la realidad impone. Uribe, Santos y Timochenko ya lo saben. La Comunidad Internacional por su parte debe aprender a oír a partir de esta nueva experiencia y darse unas lecciones de dignidad a sí misma.
Finalmente, los eventos políticos recientes en Argentina, Brasil y ahora en Colombia hacen pensar en el deterioro creciente del proyecto continental del Socialismo del Siglo XXI y del tímido pero pertinaz avance de las fuerzas democráticas. Solo falta este año el revocatorio presidencial en Venezuela para sembrar con esperanzas de paz y prosperidad al continente.
@leandroarea