En el horizonte se observan vientos proteccionistas desde varias fuentes; por una parte, la agresiva campaña electoral de los EEUU, donde el Sr. Trump sataniza el libre comercio, una situación bastante conocida en nuestra región, pero la candidata demócrata tampoco defiende adecuadamente el tema. También encontramos otras tormentas, tales como: la aguda crisis que vive la Unión Europea, que la está encerrando en sí misma; el estancamiento de la Ronda Doha en la OMC; la fragmentación que vive nuestra región y el fracaso de los gobiernos autoritarios, particularmente del proceso bolivariano, que transformó el tema comercial en un irracional club ideológico.

El primer debate en la contienda electoral norteamericana evidenció claramente la importancia del tema comercial (acuerdos comerciales y libre comercio). El Sr. Trump reiteró su manejo simplista y manipulador, satanizando al libre comercio como el culpable de los problemas fundamentales de fuga de inversiones, capitales y el desempleo; empero, la Sra. Clinton no ha resultado suficientemente firme ni argumentada en el manejo de este tema; incluso, en su campaña ha expresado dudas sobre los acuerdos comerciales pendientes, como el Transpacífico sujeto a la ratificación del Congreso o el Transatlántico en plena negociación con la Unión Europea.

El cuestionamiento que se hace del libre comercio, nos recuerda el irracional manejo de los autoritarios latinoamericanos, en particular, el movimiento bolivariano. Es cierto que el libre comercio sin mecanismos de equidad y control, puede generar duras consecuencias sociales, pero no se resuelve el problema con un discurso manipulador, ni cerrando fronteras. Esta rígida visión menosprecia los potenciales positivos efectos del comercio en la promoción de las inversiones, la generación de industria, empleos y bienestar social.

Para enfrentar las limitaciones del libre comercio se debe profundizar en aspectos como la transparencia, la participación y los temas de equidad. En relación con la equidad, resulta fundamental trabajar en materias que tienden a ser rechazados por algunos países, tales como: los tratamientos asimétricos y diferenciales por países o por sectores productivos o los mecanismos temporales de protección.

El Sr. Trump está pensando en eliminar acuerdos como el TLC (con México y Canadá) y construir muros. Seguramente se está inspirando en el fracaso bolivariano, que se retiró de la Comunidad Andina, del Grupo de los Tres, del Acuerdo de Inversiones del Banco Mundial y promovió la parálisis ideológica del MERCOSUR; empero, ha utilizado el libre comercio con sus socios de la ALBA, pero en su doble discurso lo ha denominado “comercio de los pueblos” y lo mantiene sin reglas claras y pura discrecionalidad ideológica.

El panorama reinante en este momento en los EEUU hace pensar que el Acuerdo Transpacífico, integrado por doce países (incluye a Chile, México y Perú de nuestra región) firmado en febrero del 2016, en Nueva Zelanda, no avanzará para su ratificación en el Congreso. Tampoco se esperan progresos en las negociaciones del Acuerdo Transatlántico, entre EEUU y la Unión Europea, en parte, por las crecientes críticas de los republicanos y de la sociedad civil europea que lo observan poco transparente y desequilibrado.

En términos de comercio nuestra región también se presenta fragmentada pues los gobiernos autoritarios, particularmente el bolivariano, han impedido trabajar técnicamente los temas y han concentrado la atención en un anacrónico discurso ideológico a los fines de promover su hegemonía. Es cierto que nuevos modelos más eficientes están llegando, pero la fragmentación se agudiza.

En el caso específico de Venezuela, la destrucción de la economía, uno de los éxitos bolivarianos, para destruir, empobrecer y controlar, exigirá, en tiempos de cambio, una terapia intensiva de los procesos productivos y un tratamiento muy prudente del comercio y los acuerdos comerciales.

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