En días pasados, publiqué un trabajo acerca del combate del siglo….XXI. Vale decir entre Trump y Kim Jung Un. Éstos, reeditarían una especie de combate boxístico. En efecto, los EEUU y Corea, por intermedio de sus actuales líderes se encontraron cara a cara. El resultado de encuentro en Singapur, nos mostró un ganador: la racionalidad en política; luego, nos confirmó algo que tratábamos de manejar desde hace tiempo: los absolutos en política no existen. Gran enseñanza para aquellos que no ven que la política es dinámica y que los enemigos hoy, mañana pueden conversar. Pero, también para aquellos que comparten opiniones distintas en el marco de una misma visión política y que se comportan cual niños con rabietas, pues en algún momento dado, fueron “maltratados” políticamente en el seno de su espacio natural opositor. Hablando se entiende la gente. La vida hay que verla con los ojos y no con un radar desde un barrio, para mostrar sus rabietas infantiles, producidas por un circunstancial desencuentro.
Decíamos en ese artículo que “Las relaciones internacionales se mueven en direcciones, ya transitadas, pero, poco deseadas: las esferas de influencia. Éstas, retoman su papel y no dejan espacio para la maniobra”. Esta última consideración, debe ser particularmente necesaria para los actores internacionales más pequeños. Vale decir, los actores más pequeños deben tomar en cuenta esta realidad, de lo contario como diría Tucídides a quien nos permitimos parafrasear: “los poderosos hacen lo pueden y los débiles sufren lo que deben”.
Trump, al parecer, ha ido cumpliendo poco a poco sus promesas electorales: Convertir a América grande internacionalmente. Para éste, por culpa de las anteriores administraciones de los últimos años, América, había perdido ese demoledor empuje de antaño. 1953, fue un año fatal para los EEUU. Desde entonces, con el armisticio que se llevó a cabo con el abuelo del hoy líder coreano, ese régimen se entronizó en el poder para violar los DDHH, la dignidad humana; hoy, tras ese encuentro, propio del “insólito universo”, aparentemente ha dejado de ser una amenaza para la seguridad nuclear global. La solución militar real, siempre acompañó a Trump en la adecuación de la política exterior de los EEUU para enfrentar a los distintos regímenes que actúan contra sus pueblos.
Las presiones internacionales ejercieron su papel. Corea, se sentó con su archienemigo y firmó un acuerdo con el cual se compromete a deshacerse de su peligroso armamento nuclear. Veremos más adelante si resulta ser cierto. Además, encontró el reconocimiento que buscaba desde 1953 y que la guerra fría impidió. La URSS y China se disputaron el papel hegemónico en el mundo comunista. Cada uno de ellos disfrazó su interés nacional con el lema del “Internacionalismo proletario” con lo cual ella se percibía débil y necesitada de la “solidaridad” revolucionaria de estos dos colosos geopolíticos. Corea, de alguna manera, empequeñecida por las circunstancias se vio obligada a esperar su momento. Consciente de ello, pacientemente, dio tiempo al tiempo. Hoy vemos las cosas desde una perspectiva interesante. Observamos que su debilidad se ha convertido en su fortaleza. Su estatura estratégica, vale decir el grado de influencia que, como Estado, ha alcanzado en el ámbito internacional, es el resultado del creciente y armónico desarrollo de su Poder Nacional; con lo que queda mostrada su voluntad y habilidad para emplear esa condición en la activación, promoción y defensa de sus intereses. Hoy Corea, exuda una imagen distinta. El éxito de su política exterior confirma lo que ella quiere proyectar al mundo.
Trump, acertó al obligar a Kim a negociar directamente con los EEUU. El efecto devastador de las sanciones es evidente. Aunado a ello, las acciones militares previstas determinaron el acatamiento al dictamen de la razón. Kim comprendió que era en serio lo de las acciones militares y su efecto devastador. Aun cuando al principio, nimbado en la creencia de su poderío nuclear, pretendía jugar con el tiempo. Pero, Trump insistió. Washington anunció a China de sus intenciones de ataques militares limitados contra objetivos norcoreanos. No era juego, pues, Trump ordenó ataques a Siria, durante una cena con Xi Xinping cuando éste visitaba los EEUU. Lo que comenzó como una crisis, como la de los misiles cubanos, se convirtió en un proyecto de Manhattan para Pyongyang, pero real. China comprendió y actuó en consecuencia.
Trump se estrenó como el líder que enfrentaría a su archienemigo. Le ofreció su diestra. Tras varios meses de negociaciones, algunas veces a escondidas y otras abiertas, por fin se encontraron, cara a cara, en Singapur. El encuentro mostró un ambiente relajado. Pero, no fue fácil el proceso de negociación. Ambas administraciones mostraban recelo. Era normal. Más de seis (6) décadas de desencuentros y violencia mediática. En el siglo XXI, ésta se hizo aún más mediática, gracias al twitter de Trump, del cual Kim Jung Un no es ajeno. Es un fanático de los instrumentos por internet.
La propia dinámica del encuentro puso en evidencia que no era fácil. El líder coreano se mostró cauto en sus respuestas acerca de proceso para desmontar el armamentismo nuclear. Mientras, Trump, deslizó la sugerencia de que ambos acelerarían el desarme nuclear de Corea. Trabajarían juntos para resolver ese gran problema, lo cual será un éxito por el bien de todos.
Algo que hay que tomar en consideración es el estilo de Trump. Bufón decía: “el estilo es el hombre mismo”. Lo que nos lleva a comprender que Trump actuó según su estilo. Por ahora ha ganado. Obsérvese cómo se llevó a cabo la reunión entre los dos países, enemigos ellos durante casi 7 décadas. Los norcoreanos, confundidos con ese estilo de liderazgo, poco ortodoxo de Trump, los llevó a ejercer una práctica diabólica para ellos: contactar a aquellos analistas, incluso republicanos, para comprender mejor ese estilo duro y directo. La aparente conclusión: no supieron cómo actuar frente a Trump. Lo que sabemos es que Kim realizó una serie de pasos que vislumbran una comprensión de su necesidad de relajar las tensiones internacionales. Basta destacar que Kim envió a su hermana a los Juegos Olímpicos de Invierno a Pion Chang, Corea de Sur, en calidad de Embajadora de buena voluntad, a fin de invitar al presidente Moon a organizar una cumbre entre las dos partes. Los preparativos estuvieron en marcha para esa reunión, incluso si los Estados Unidos y Corea del Sur insistían en llevar a cabo los ejercicios militares a gran escala. Luego los prisioneros norteamericanos fueron liberados.
Todos estos gestos acompañados de la posibilidad de restablecer relaciones diplomáticas. Para lo cual según Trump, se deben hacer las cosas correctas. El encuentro entre ambos líderes fue un hecho histórico. La historia nos refleja la fotografía entre Carter y el abuelo, fundador de la dinastía Kim; a Clinton con el padre del hoy líder coreano, mas hay que considerar que estas reuniones se llevaron a cabo una vez que ambos líderes abandonaron la Casa Blanca. Su misión: la liberación de ciudadanos americanos, prisioneros en territorio coreano. Son datos que deben tomarse en cuenta para comprender el resultado de este histórico encuentro.
La apuesta geopolítica para esta zona es compleja. Están presentes en ella, Corea del Norte, los EEUU, Rusia, China, Japón y Corea del Sur. Son muchos los factores para encontrar una solución rauda y que satisfaga el interés de cada uno de estos actores internacionales en la zona. Está claro que los EEUU no quieren, y esto es un punto de honor para Washington: que Corea del Norte produzca armas nucleares intercontinentales y al mismo tiempo pretende mantener sus tropas en la zona. Corea del Norte, por su parte, no tiene interés en posicionar las tropas norteamericanas en la península, en tanto que China si muestra recelos. Para Pyongyang, la balanza de poder entre China y los EEUU no le interesa mucho. Para Corea del Sur está claro su deseo de relacionarse con su hermana y vecina del norte; luego, quiere las tropas americanas en su territorio. Hemos dicho que creemos que en la política no deben existir los absolutos. Es difícil imaginar una relación entre las dos Coreas: Una democrática y desarrollada, mientras que la otra es tiránica y si se quiere, primitiva. No obstante, la minimización del peligro de la guerra, máxime si es nuclear, puede apuntar a esa lejana contingencia. Todo es posible y la reunión de Kim Jung Un con Donald Trump lo evidencia.
@eloicito