El desastre del populismo autoritario en nuestra región, en particular la lamentable experiencia bolivariana en todos los ámbitos, está resultando un serio reto para la política, tanto de izquierda, como liberal. La izquierda, que no logra una distancia conceptual contundente con estas experiencias, pareciera jugar a cómplice oportunista; para el liberalismo, el reto pude venir por insensibilidad social o su dificultad para sintonizar con las necesidades y el desosiego popular, situaciones que el populismo logra manipular magistralmente.

Los recientes procesos electorales en Colombia y México representan una clara evidencia de los retos que se están enfrentando. Ahora bien, ni es fácil aprender de experiencia ajena, ni resulta sencillo para los más necesitados comprender la perversidad del discurso populista, que les promete castillos, pero los quiere mantener pobres para controlarlos. En este contexto, resulta fundamental difundir en profundidad y por diversos medios la magnitud del desastre, para prevenir que los graves resultados se repitan.

Conviene destacar que un elemento fundamental de la estrategia populista es el discurso oportunista, que cautiva ingenuos y necesitados; luego, la tarea es ideologizar y fanatizar. El discurso populista tiende a resultar atractivo, constituye un sincretismo que mezcla diversos temas que estimulan en particular el nacionalismo, una manipulación orientada a exacerbar el espíritu tribal, estimulando pasiones sin mayor racionalidad. Se prometen soluciones inmediatas, casi mágicas, para problemas complejos, sin reconocer debilidades, ni errores; ni crear consciencia de los sacrificios que suponen las soluciones, es decir, los cambios reales y profundos.

Desde las visiones extremas las soluciones se presentan radicales, para el populismo autoritario de izquierda el camino es destruir la riqueza, empobrecer la población y controlarla. El liberalismo radical se concentra en las soluciones al capital, menospreciando las necesidades humanas.

En nuestra reciente experiencia regional un elemento importante ha sido la combinación del incremento de los precios del petróleo y el despilfarro y colosal corrupción del proceso bolivariano que, para expandir su proyecto, promover el culto al líder y conformar un entorno de aliados favorables, facilitó recursos a los aliados para desarrollar políticas populistas de asistencialismo manipulador. Las dádivas que resuelven algún problema inmediato, compran consciencias y fortalecen las cuentas bancarias de la camarilla en el poder; empero, no resuelven los problemas estructurales, por el contrario, los agravan.

Con el control social, de los medios de comunicación y de las instituciones en general, se va avanzando en la permanencia en el poder; primero con elecciones, donde buena parte de la población motivada por las falsas promesas manipuladoras votaba con esperanzas; luego, cuando se va imponiendo la realidad de la pobreza y la destrucción y el respaldo se desvanece, se inicia la fase más autoritaria, que conlleva, entre otros, la violación de los derechos humanos, la destrucción de la institucionalidad democrática y, con ella, las elecciones fraudulentas, el show para promover la legitimidad de origen.

Frente a la dramática realidad que genera el populismo autoritario, ni la política, ni los políticos pueden resultar indiferentes. En este contexto, resulta lamentable la actuación contradictoria del gobierno de izquierda del Frente Amplio en Uruguay. Una izquierda civilizada que está promoviendo el progreso económico con bienestar social en su país, pero ambiguo frente a la crisis venezolana, si bien finalmente apoyó la aplicación de la Cláusula Democrática del Mercosur, suspendiendo al proceso bolivariano; empero, se excluye del Grupo de Lima y se abstiene en las recientes votaciones de la OEA.

Por otra parte, se presentan poco confiables los sutiles distanciamientos de la izquierda mexicana y colombiana ante las graves situaciones de Venezuela, Nicaragua y la dictadura cubana. En ambos países la situación es delicada, pero también resulta peligrosa para muchos otros países de la región, pues los niveles de pobreza y marginalidad que afectan buena parte de la población; la tornan presa fácil para el falso discurso manipulador. El pobre busca soluciones inmediatas, el populista está preparado para ofrecer pan para hoy, sujeto al control y la manipulación y hambre para mañana

El desastre del populismo autoritario en nuestra región, en particular la lamentable experiencia bolivariana en todos los ámbitos, está resultando un serio reto para la política, tanto de izquierda, como liberal. La izquierda, que no logra una distancia conceptual contundente con estas experiencias, pareciera jugar a cómplice oportunista; para el liberalismo, el reto pude venir por insensibilidad social o su dificultad para sintonizar con las necesidades y el desosiego popular, situaciones que el populismo logra manipular magistralmente.

Los recientes procesos electorales en Colombia y México representan una clara evidencia de los retos que se están enfrentando. Ahora bien, ni es fácil aprender de experiencia ajena, ni resulta sencillo para los más necesitados comprender la perversidad del discurso populista, que les promete castillos, pero los quiere mantener pobres para controlarlos. En este contexto, resulta fundamental difundir en profundidad y por diversos medios la magnitud del desastre, para prevenir que los graves resultados se repitan.

Conviene destacar que un elemento fundamental de la estrategia populista es el discurso oportunista, que cautiva ingenuos y necesitados; luego, la tarea es ideologizar y fanatizar. El discurso populista tiende a resultar atractivo, constituye un sincretismo que mezcla diversos temas que estimulan en particular el nacionalismo, una manipulación orientada a exacerbar el espíritu tribal, estimulando pasiones sin mayor racionalidad. Se prometen soluciones inmediatas, casi mágicas, para problemas complejos, sin reconocer debilidades, ni errores; ni crear consciencia de los sacrificios que suponen las soluciones, es decir, los cambios reales y profundos.

Desde las visiones extremas las soluciones se presentan radicales, para el populismo autoritario de izquierda el camino es destruir la riqueza, empobrecer la población y controlarla. El liberalismo radical se concentra en las soluciones al capital, menospreciando las necesidades humanas.

En nuestra reciente experiencia regional un elemento importante ha sido la combinación del incremento de los precios del petróleo y el despilfarro y colosal corrupción del proceso bolivariano que, para expandir su proyecto, promover el culto al líder y conformar un entorno de aliados favorables, facilitó recursos a los aliados para desarrollar políticas populistas de asistencialismo manipulador. Las dádivas que resuelven algún problema inmediato, compran consciencias y fortalecen las cuentas bancarias de la camarilla en el poder; empero, no resuelven los problemas estructurales, por el contrario, los agravan.

Con el control social, de los medios de comunicación y de las instituciones en general, se va avanzando en la permanencia en el poder; primero con elecciones, donde buena parte de la población motivada por las falsas promesas manipuladoras votaba con esperanzas; luego, cuando se va imponiendo la realidad de la pobreza y la destrucción y el respaldo se desvanece, se inicia la fase más autoritaria, que conlleva, entre otros, la violación de los derechos humanos, la destrucción de la institucionalidad democrática y, con ella, las elecciones fraudulentas, el show para promover la legitimidad de origen.

Frente a la dramática realidad que genera el populismo autoritario, ni la política, ni los políticos pueden resultar indiferentes. En este contexto, resulta lamentable la actuación contradictoria del gobierno de izquierda del Frente Amplio en Uruguay. Una izquierda civilizada que está promoviendo el progreso económico con bienestar social en su país, pero ambiguo frente a la crisis venezolana, si bien finalmente apoyó la aplicación de la Cláusula Democrática del MERCOSUR, suspendiendo al proceso bolivariano; empero, se excluye del Grupo de Lima y se abstiene en las recientes votaciones de la OEA.

Por otra parte, se presentan poco confiables los sutiles distanciamientos de la izquierda mexicana y colombiana ante las graves situaciones de Venezuela, Nicaragua y la dictadura cubana. En ambos países la situación es delicada, pero también resulta peligrosa para muchos otros países de la región, pues los niveles de pobreza y marginalidad que afectan buena parte de la población; la tornan presa fácil para el falso discurso manipulador. El pobre busca soluciones inmediatas, el populista está preparado para ofrecer pan para hoy, sujeto al control y la manipulación y hambre para mañana.

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