En días pasados, me distraje y alcancé a encontrar varios, como emocionantes combates boxísticos que siempre me gustaron y cuyos títulos eran bautizados mediáticamente con la expresión: “El combate del siglo”. Hoy en día, nos encontramos en una situación similar, pues de alguna manera los medios pretenden ver en el futuro encuentro entre Donald Trump y Kim Jung Un, una especie de combate del siglo, pero evidentemente del XXI. En efecto, los EE.UU. se dirigen a un encuentro que presagia cambios.

Las relaciones internacionales se mueven en direcciones, ya transitadas, pero, poco deseadas: las esferas de influencia. Éstas, retoman su papel y no dejan espacio para la maniobra. Luego, son acompañadas de ciertos movimientos, entre los cuales destacamos: un largo camino de amenazas reciprocas de ataques nucleares; como también en el terreno diplomático la posibilidad de aumentar las sanciones al régimen coreano por su actitud provocadora y desafiante de los límites y proporciones. Hay que destacar que esta actitud, un tanto díscola por parte de Corea del norte, encuentra respaldo en China. La pregunta: ¿por qué y hasta cuándo?

El presidente Trump ha hecho palpable lo dicho durante la campaña electoral: Convertir a América grande internacionalmente. Para Trump, por culpa de las anteriores administraciones de los últimos años, América ha perdido ese demoledor empuje de antaño. 1953, fue un año fatal para los EE.UU. Desde entonces, éstos han perdido el valor para enfrentar al régimen coreano que surgió gracias a la guerra fría y que se entronizó en un mundo ideologizado para violar los DDHH, la dignidad humana; hoy, se ha convertido en una amenaza para la seguridad nuclear global. La solución militar real, siempre estuvo ausente en la ecuación de la política exterior de los EE.UU. para enfrentar a ese régimen, el cual  violenta lo que América más rechaza: la violación a la dignidad humana.

         El régimen norcoreano (al igual que muchos otros que se mueven en nuestros espacios hemisféricos) ha promovido la desgracia sobre su pueblo. Es un régimen totalitario, surgido gracias a la aberración de la legitimidad democrática. Creemos que las presiones internacionales han comenzado a ejercer su papel. Hoy, Corea, busca un diálogo y promete deshacerse de su peligroso armamento nuclear. Veremos más adelante. Aunque, Corea, hay que decirlo, no salió tan perdedora, pues alcanzó, creemos nosotros, una condición de respeto. La entrevista con Corea del sur, luego con Trump y posteriormente con Japón, marca una señal. Está cediendo. Es decir, tras analizar los movimientos del dictador Kim Jung Un, observamos también su fortaleza, por lo menos relativa. Su estatura estratégica, vale decir el grado de influencia que, como Estado, ha alcanzado en el ámbito internacional, es el resultado del creciente y armónico desarrollo de su Poder Nacional; con lo que queda mostrada su voluntad y habilidad para emplear esa condiciónen la activación, promoción y defensa de sus intereses. Hoy Corea, exuda una imagen distinta. El éxito de su política exterior confirma lo que ella quiere proyectar al mundo.

Trump mostró que su rubia cabellera no se iba a mover. Planteó la posibilidad del conflicto. Sus opciones, las colocó sobre la mesa. ¿Negociar o guerra? La retórica de la guerra fría quedó así, fría. No hubo movimiento de tropas, a pesar que Trump enseñó los dientes y Corea, ripostó mediáticamente. Insultos fueron y vinieron. El twitter no descansó. Pero, de repente todo cambió y las cosas tomaron otro cariz. Tras el corto viaje de Kim Jung Un a China, opinamos se inició un cambio de perspectiva en ese conflicto.Apostamos por la tesis que China habló con Corea y le advirtió todo lo que implica escaldar un conflicto con los EEUU. Hoy, creemos, que la realidad marcha hacia una solución.

Por mucho que parezca absurdo y poco realista, la amenaza del conflicto mismo amainó la crisis en el sistema internacional que generaba Pyongyang. Creemos que la crisis le generó beneficios a los EE.UU. y sentó las bases para una vuelta a ese liderazgo, aparentemente perdido gracias a los manejos políticos de las administraciones de los últimos 60 años. Lo que busca Trump es colocar a los EE.UU. en la posición de país líder en el concierto de las relaciones internacionales. Hoy, aparece como el garante de la seguridad global.

El viejo papel mesiánico con el que hoy se arropan los EE.UU., hace que esta actual administración reaparezca como el “libertador” de los pueblos que sufren bajo el control de los regímenes totalitarios. Recuérdese que ellos hablan particularmente de Irán, Cuba, Corea y Venezuela.

Esta política le trae réditos a los EE.UU. frente al mundo. Arrincona a China, al colocarla entre dos aguas: o bien se une a la paz o juega a ser el protector de ese díscolo personaje que domina en Pyongyang. Luego, está la Unión Europea arrastrada por la lógica de coincidir con los EE.UU. en su Misión “liberadora”. Se trata de defender los valores occidentales, los cuales se nutren del respeto a los DDHH, democracia, libertad de mercados y fundamentalmente la expansión de la globalización. En toda esa ecuación los EE.UU. juegan un papel significativamente trascendental. Se trata del siglo XXI.

En toda esta ecuación, ¿qué pasa con Rusia? Ella, ¿quedaría “deshojando” la margarita? Moscú se ve atrapado en apoyar desde la distancia a Pyongyang; a pesar de mantener una frontera con ese país. Pequeña, pero presenta un problema geoestratégico a Moscú. Para Rusia es preferible mejorar su conexión con Europa y el mundo a verse asociado a un régimen tan crudo como el de Pyongyang. Apostarían por una promoción de la reunificación de ambas Coreas. El Kremlin sabe que ese hecho le brindaría a los EE.UU. un as en los juegos geoestratégicos y aparecería como el “unificador” de ambas Coreas. Se pondría sobre el tapete el orgullo norteamericano y para Trump sería un aliciente en su carrera para su segundo mandato. Le serviría para calmar las tensiones que ha generado la aparente díscola gestión gubernamental desde que él llegó al poder. Es factible, como dicen, si cada presidente tuvo su guerra particular: Reagan, su guerra de las estrellas (versión moderna de la guerra fría); Busch Sr, guerra por Kuwait; Clinton, guerra en la antigua Yugoeslavia;  Bush Jr.  Afganistán e Irak: Apenas Obama se cuidó de no incursionar en una conflictividad, aunque ganas no le faltaron. No queremos decir que se avecina una guerra por parte de Trump, con Corea, pero él lo dejó entrever, así como hizo al plantear la escogencia de otro escenario para validar su tendencia a “engrandecer” el poderío norteamericano y cuyo mesianismo manifiesto aparece en cada letra de sus discursos e incluso en la de sus colaboradores.

China, pensamos que para impedir que este escenario se imponga en sus narices, buscaría ella misma la sustitución del régimen de Kim Jung Un o bien, para evitar una agudización del conflicto y las tropas norteamericanas pasen la línea del paralelo 38. En todo caso lo que está planteado es el fortalecimiento, a costa de Corea y otros escenarios, del papel de los EE.UU. como líder del mundo en este siglo XXI. China, por ahora no está en condiciones de asumir ese papel hegemónico y Rusia, prisionera de una estructura, todavía zarista o bien comunista centralista le es imposible. Basta ver como no puede superar su condición de país cuyo P.I.B es equivalente al de New York. Es un problema de recursos. Viene a la memoria la frase: “Las guerras se ganan con recursos y más recursos” del genial corso Napoleón Bonaparte.

El viaje que hiciera el anterior Secretario de Estado, el tiranosaurio, como llaman a Rex Tillerson, por Japón, Corea del Sur y China confirmó el “cansancio” de los EE.UU. frente al régimen de Pyongyang. Se agotó su paciencia. Todas las cartas están sobre la mesa, incluso las militares. La opinión, expresada por Tillerson en China fue reforzada por Trump cuando se entrevistó con Xi Jimping. El camino del infierno militar estaba abierto. Seguramente el líder chino, el emperador del siglo XXI, reflexionó y recordó la vieja enseñanza de Lao Tse: “Tao nunca lucha, pero Tao siempre gana”. Es decir, el mundo será chino tarde o temprano; por lo que es preferible engrandecer poco a poco, el nivel de influencia en este siglo XXI a recoger los pedazos de una realidad que puede estallar, gracias a la irresponsabilidad de su incomodo vecino y circunstancial aliado. Creemos lo convencieron de la urgencia de negociar y el resultado de esa “sugerencia” se observa en estos últimos pasos del enigmático líder coreano.

Es conocido mediáticamente la existencia de armamento nuclear en manos de Corea del Norte. Tras varios ensayos, cada vez de mayor fuerza, sin embargo distan mucho del nivel de complejidad de los americanos. El parque nuclear coreano es muy modesto frente al arsenal tecnológico de los EE.UU. A pesar de ello, el liderazgo coreano insistió, por lo menos, lo intentó; y se jugó una peligrosa carta: ejecutó un ensayo nuclear al momento del inicio de la presidencia de Donald Trump. Es evidente que para presentar sus saludos al nuevo mandatario de los EE.UU. y  decirle: “Aquí estoy y mira lo que hago ¿Hablamos?”

El mundo y seguramente Trump, observó esta jugada. El gesto buscaba reconocimiento, el cual no era otro que hacer visible su estatura estratégica. Ser considerada oficialmente un poder nuclear.Es evidente que no fue sino un intento. La paulatina modificación de su comportamiento delata desespero. Ha pasado del desafío a la aceptación de que el mundo, este mundo del siglo XXII  le cambió sus objetivos. Los EE.UU. decidieron, por  intermedio de Donald Trump y todo su estamento estratégico, “romper” con esa ridícula farsa de aceptar, en nombre del lenguaje “políticamente correcto” aplicar una senda conciliadora. Trump revive, de alguna manera a Hal Morgan, el héroe de Mark Twain en “Un yanqui en la corte del Rey Arturo”; quien viajó en el tiempo para reformar la sociedad. Trump, decidió lo contrario: dar un paso adelante para “cambiar” lo malo que hay en el mundo. ¿Lo logrará?, no lo sabemos. Por ahora se apresta a ingresar al ring, tras decidir él, lugar, fecha y hora para enfrentarse con Kim Jung Un. Falta saber que saldrá. De lo que hay que estar seguros es que Trump, tras combatir al líder coreano, vendrá con más fuerza y vigor e inflado de los conceptos de libertad y democracia a medirse con unos individuos que hacen sufrir a su pueblo y que por mera coincidencia se encuentran en su natural esfera de influencia. Si Kim Jung Un, repitió a Mano E Piedra Durán y dice en coreano: “Ya no más”; habría que hacer un concurso para encontrar la frase que dirán, desde sus aposentos bolivarianos, estos individuos; pero, lo harán.

@eloicito

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