Este hombre, de origen campesino, llegó al poder gracias a las inexplicables formas que había asumido esa realidad. Una Rusia mística, todopoderosa y consecuente con la percepción que sobre ella tenía Winston Churchill: ella era un enigma. Jrushov alcanzó las riendas del Kremlin. Se impuso sobre todos los demás. Ahora, esos “demás”, no fueron aniquilados, como hiciere Stalin; prueba de ello es que en 1964 se coaligaron para destituir al regordete líder, considerándole un hablachento y fanfarrón. Erick Hobsbwam, el historiador inglés, en quien nos inspiramos para este conjunto de reflexiones, dice acertadamente que: “Este admirable diamante en bruto, que creía en la reforma y en la coexistencia pacífica, y que, por cierto, vació los campos de concentración de Stalin, dominó la escena internacional en los años que siguieron” (Historia del siglo XX, p. 246) Fue un caso. Jrushov tuvo la idea clara de cómo hacer que el Mundo tratase tranquilamente los disensos político-ideológicos y el gran tema: la paz. Empero, los medios (la nomenclatura del Partido Comunista Soviético, su enemigo principal) no le acompañaron.

Esa nomenclatura que luego hubo de corromperse masivamente, no comprendía que era posible la convivencia entre ambos adversarios; el comunista y el capitalista en términos civilizados, en aras de una evolución democrática, incluso en la propia URSS. No obstante, Jrushov consciente de las dificultades que enfrentaba, abusó de su creencia en el impacto de la diplomacia personal, la cual pensaba le generaría fuerzas suficientes como para minimizar los riesgos de una salida abrupta de poder (como ocurrió) y evitaría que se diera al traste con su objetivo de democratizar las relaciones internacionales, que no eliminar las diferencias, sino matizar los disensos por la vía de entendimiento diplomático.

En ese sentido, es bueno destacar algunos pasos que Jrushov hiciera para hacer efectiva la tendencia propuesta de democratizar la relaciones internacionales. La política exterior fue abordada en términos personales. Basta recordar cuando en 1955 firmó un tratado con las potencias aliadas para esclarecer el estatuto de Austria, tras los resultados de la Segunda Guerra Mundial. Durante esa reunión, él mostró su humor campechano, al expresarle al Canciller austríaco, Julius Raab: “Es la primera vez que me siento junto a un capitalista”. Jrushov mostró dotes de negociador y ello lo puso en evidencia, meses más tarde, cuando, sin ser el jefe formal de la delegación soviética, pues Bulganin, era el Primer Ministro, “devoró” toda la atención de los Jefes de Estado de EEUU, Francia e Inglaterra.

Le acompañaba una aureola de complejos frente a la elegancia de sus “enemigos”. La estética en el vestir y cómo comportarse, siempre será parte esencial de la diplomacia. El diplomático no se representa sí mismo, sino a todo un país. Algo que deben internacionalizar los aprendices de hechiceros que se ha apoderado del lenguaje que otrora utilizaran ciertos hombres vinculados a la idea revolucionara. Jrushov exhaló simpatía. No generaba miedo, como sí lo hacía Stalin. Para algunos, el líder del Kremlin, exhalaba rudeza lingüística, en el sentido que iba más allá de las formas; luego, impresionaba como alcanzó su rango a pesar de su vestimenta, su contextura rolliza, y su incontinencia verbal. En tanto que él mismo expresó acerca de algunos líderes occidentales que ellos, y más concretamente el Presidente Truman, no lo podían juzgar. Pero, lo hubiera encargado de la crianza de unos niños en un jardín de infancia.

Esa Cumbre de Ginebra, evidentemente, no puso fin a la Guerra Fría, pero, generó un respiro por el aire fresco que ella exhaló. E incluso, el venerable Canciller alemán Konrad Adenauer visitó Moscú, en septiembre de 1955 para alcanzar la liberación de muchos alemanes, presos desde 1942 en tierras soviéticas.

La política exterior soviética con el sello personal de Jrushov no ponderó la realidad. Viajó por los países del Tercer Mundo. La India, Afganistán, Birmania fueron objetos de sus escalas. Algunos lo consideraron un desplazamiento turístico. Para Jrushov, por el contrario, significó una forma de lucha contra el capitalismo. Buscaba mostrar la superioridad del sistema comunista frente a la agresiva actitud colonial, por demás, de los países imperialistas. Ese optimismo panglosiano de Jrushov sufrió un golpe que fue utilizado por sus camaradas que no veían con buenos ojos esa “actitud tan complaciente” de la URSS con el Mundo occidental, concretamente con los EEUU. El caso es que el 4 de julio de 1956, día de la independencia de EEUU, Jrushov asistía a la recepción diplomática y un avión–espía norteamericano fue detectado por los servicios tecnológicos soviéticos. Mas, no lo pudieron derribar. Su tecnología no se correspondía con los adelantos de la época. Los estalinistas más duros, en silencio, mostraron alegría por este incidente; el cual felizmente no pasó a mayores, pues Jrushov fue invitado a Londres por la Reina y dejó una buena impresión sobre esta parte del Mundo. Lo del avión pasó al olvido. Eso lo creyeron en Washington.

Jrushov sonreía todo alegre y confiado en que ella, como su impronta personal impulsaría su política exterior soviética con un efecto multiplicador al interior del Partido Comunista y la sociedad soviética. La sonrisa de Jrushov, su arma favorita, no fue suficiente para calmar a EEUU y a Europa en su empeño en modificar los acuerdos logrados por Stalin y Churchill, tras el final de la guerra. El citado empeño, basado enla idea de una Europa libre que buscaba desprenderse de la tutela del Kremlin. Las contradicciones florecieron en el discurso de Jrushov. La coexistencia pacífica se vio “desnuda”, sin la ropa idealista, tras la invasión a Hungría; luego,la llamada de atención de Jrushov, por el conflicto provocado por Inglaterra y Francia con el Egipto por el tema del canal de Suez en ese mismo año y mismo mes y con un día de diferencia. Para Jrushov, el asunto del canal de Suez fue una aventura “imperialista”, mientras que lo de Hungría fue un acto de solidaridad internacional contra la derecha fascista contrarrevolucionaria; acto que se llevó a cabo con sus tanques T-34.

En tanto que las relaciones internacionales con el citado conflicto del Canal de Suez confirmó un desplazamiento del centro de poder que otrora disfrutasen tanto Inglaterra como Francia sobre la nación más grande del norte de África, el país de las pirámides: Egipto. Gamal Abdel Nasser, el general que enfrentó al Rey Faruk y lo desplazó del poder y alejó a los poderosos Hermanos Musulmanes de cualquier cercanía al poder, transformando a ese país de una nación musulmana a una que se rigiera por leyes positivas y no por conceptos religiosos. En todo caso Nasser emergió en la palestra internacional con un discurso anti-imperialista le sirvió a Jrushov y a su política para englobar,en su esfera discursiva, a un nuevo aliado geopolítico para la URSS, muy importante, por demás, esta vez, en el Tercer Mundo y en el norte de África. La URSS desplazó a Francia y a Inglaterra de esa zona neurálgica.

Hábilmente Jrushov presionó, con todos sus medios, para mantener el statu quo que emanó de las conversaciones inmediatas de la guerra. Europa del Este se encontraba bajo su esfera de dominación. La Guerra fría así lo indicaba. Sus vínculos diplomáticos con el “Mundo libre” observaba deterioro. Esa ambivalencia o actitud bipolar. Hoy ríe y mañana amenaza; esa actitud generaba recelos en éste. Particularmente en EEUU para nada conforme con esa actitud.

La crisis de Berlín generó zozobras en el Mundo. Esta realidad conflictiva se expresó en el ultimátum soviético a EEUU y sus aliados en relación a Berlín. Fue un aspecto que le brindó una gran “ocasión” al Kremlin. Berlín, como ciudad, debía ser manejada solamente por Moscú. Los países occidentales, contratantes ellos también del estatuto post-bélico en 1945, fueron advertidos que tenía seis meses para una respuesta. Podía ser “alejados” con un empujón, cual oso, cuyo peso le ayuda a desplazar objetos. Los países occidentales no podrían transitar libremente por Berlín. Ese acto marcó las relaciones internacionales, pues Berlín, la ciudad de las puertas de Brandeburgo, se convertía en una ciudad divida por un Muro que duró hasta que fue derribado por los acontecimientos de la historia y bajo el gobierno de Gorbachov en 1989. Berlín se podía convertir en un enclave  alemán bajo el control soviético, en un claro proceso de discontinuidad territorial. La crisis de Berlín fue un hecho que expresó muy bien a la Guerra Fría. El Mundo, observó con atención la gestualidad de Jrushov y sus pasos. Francia, por ejemplo, en el marco de sus competencias como miembro de la alianza contra la URSS, propuso rechazar ese ultimátum; en tanto que otros actores como los ingleses plantearon reconocer a la República Democrática Alemana, hechura de Moscú. EEUU y los países occidentales se encaminaban a una derrota mediática, impulsada por el fanfarrón convertido en escalador nuclear: Nikita Jrushov. El Muro fue la salvación que evidenció que la intención del líder moscovita no era la guerra, sino promover la presión de un actor internacional que buscaba maximizar sus beneficios gracias  a una situación dada, y Berlín fue una de ellas.

En el marco de sus ambiciones personales, destacó la de visitar EEUU. Promovió esa visita y EEUU lo recibió. Eisenhower en septiembre de 1959, le estrecha su mano. Todos los honores mostrados evidenciaron la actitud americana de encontrar un clima de “tranquilidad”. Jrushov se comportó como niño en un salón de juguetes. Habló, hizo propaganda, discutió con diversos personajes y periodistas estadounidenses, con muchos de ellos se peleó; luego, se topó con el senador Kennedy quien sería Presidente poco después. Viajó desde Nueva York hasta Iowa, Los Ángeles, San Francisco. Buscó y realizó lo que ningún líder soviético pudo hacer. Estuvo en Hollywood y conoció a los artistas más famosos de EEUU, entre ellos Frank Sinatra, Shirley Maclain, Ronald Reagan, cuando era actor y no gobernador de California. Jrushov, mostró su engreimiento comunista. El comunismo era mucho mejor que el capitalismo. La Casa Blanca se movió con elegancia al “sugerir”  a los actores estadounidenses, que recibieran a este “invitado” con la sonrisa hollywoodense. Los otros líderes, Lenin y Stalin, nunca viajaron, salvo el georgiano quien sí viajó a Teherán y a Potsdam. Razón por la cual la figura de Jrushov fue reconocida como la de un “hombre naive”, agresivo, inculto, inteligente y dueño de una inmensa capacidad para hablar largas horas sin decir nada. Sólo consignas político-ideológicas. No obstante, hay que decirlo, Jrushov retiró su ultimátum sobre Berlín y planteó una cumbre para discutir temas de importancia capital para el Mundo.

Por fin, se reúne la famosa Cumbre en Paris en mayo de 1960. La misma fue precedida por un incidente grave. Un avión estadounidense espía de reconocimiento (U2) fue derribado en el espacio soviético y capturado el piloto: un capitán de apellido Powers. Hay que destacar que el incidente sirvió más a la propaganda soviética, pues mostró el adelanto de su tecnología militar, si la comparamos cuando en 1956 un mismo avión fue detectado, mas no pudo ser derribado en ese entonces. Los soviéticos, derribaron el avión sin matar al piloto. Esas, al parecer, fueron las instrucciones impartidas desde el Kremlin. Esta “provocación” fue utilizada por Jrushov para mostrarse ante el Mundo como un hombre que busca la paz, pero los círculos imperialistas insistían en la búsqueda de la guerra. Por lo que el regordete hombre del Kremlin solicitó las excusas de Eisenhower y éste lo rechazó para dirigirse a su sede diplomática, no sin antes dejar su frustración en el ambiente con la expresión típica americana: “Jrushov is a son of b*tch”.

Jrushov, tras ese incidente dirigió su furia hacia los periodistas. Se transformó en un neurasténico. Las preguntas de los periodistas le molestaron tanto que mostró una gran agresividad. Su irritación crecía cuando le preguntaban acerca de sus relaciones con los países satélites de Europa, los que se encontraban bajo la Cortina de Hierro. Jrushov se comportó, no como un diplomático, ni un político, sino como un “agresivo propagandista”. Insultó a los periodistas con epítetos propios de quien pierde la razón y el control sobre los acontecimientos. Jrushov sentó las bases para un ulterior comportamiento de otros líderes, el cual paulatinamente pasó de una firmeza, como fue el caso de Fidel Castro o Mao, a uno que mostró visos de vulgaridad extrema; cuestión al parecer emulada por los dos presidentes socialistas que ha tenido Venezuela.

La política exterior implantada por Jrushov dio visos de una alta racionalidad, desde el punto de vista de los objetivos de su país y su interés nacional en expansión. Pero (siempre esta conjunción adversativa omnipresente) se evidenciaron en detalles que lesionaban la totalidad de la política exterior soviética. Mao representaba un elemento clave en ella. Jrushov no podía concebir que el líder chino hiciese su revolución sin someterse a los designios del Kremlin. Para Mao, quien recelaba de Stalin y con quien tuvo serios contratiempos, decía que Jrushov no era Stalin. Stalin tenía la victoria sobre Alemania y a su vez la construcción de la URSS como gran potencia; mientras que Jrushov aparecía como un líder regordete que no inspiraba auctoritas en el seno del movimiento comunista internacional. China desafió la hegemonía moscovita.

Entre los años 1957 y 1963 las relaciones de ambos líderes fueron encordadas. Disgustos de parte y parte. Mao reprochó a Jrushov su actitud blandengue frente a EEUU como la neutralidad soviética ante el contencioso entre China y la India. Las tensiones, en una extraña lógica, eran estimuladas por Mao, e incluso amenazaba con escaladar la conflictividad por territorios en disputa. La respuesta de Jrushov a estas provocaciones de Mao, se concentraron en un cerco político y mediático contra China.

La autoestima fortalecida por ciertos éxitos a nivel de la tecnología espacial, hizo a Jrushov motorizar una política exterior bastante agresiva. Viajó a Nueva York en septiembre de 1960. Desafió al Departamento de Estado y se hizo acompañar de algunos de los líderes de los países de Europa Oriental, todos, satélites del Kremlin. Sorpresivamente da su golpe maestro. Se encuentra con Fidel Castro. Espeta una frase que marcó la futura relación de la URSS con Cuba: “No sé si Fidel es comunista; lo que sí sé es que yo soy fidelista”. ¿Embrujó al antillano o viceversa? La historia lo dirá mas tarde.

@eloicito

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