Democracia, Globalización y Populismo – Por Jesús E. Mazzei Alfonzo

Tres temas de actualidad y que para mi persona, están siempre en el tapete, luego de la relectura del artículo del historiador español Jorge del Palacio, a raíz de una entrevista al destacado académico Francis Fukuyama sobre   el año  pasado sobre populismos y democracia en la era de la globalización afirma Fukuyama “… Creo que el auge del populismo es sólo un aspecto en la evolución de la democracia moderna. Pero no cuestiona nada seriamente…”.

En efecto, el Populismo, es para algunos autores una teoría de análisis político, para otros autores, es un tipo de modelo particular y peculiar, de creación de una gran coalicción societaria que en el caso latinoamericano, tiene sus orígenes en los años 40. Ahora bien, esta categoría de análisis y modelo de desarrollo político, tiene una serie de características: tienen en común un fuerte liderazgo carismático, busca crear y robustecer un orden socio-político altamente movilizador desde el punto de vista social de sectores desposeídos y de clase medias, conciliador entre las políticas de acumulación y de distribución de los recursos estatales, que puede llegar sea el caso a la ruptura de la coalicción populista, cuando esta se hace insostenible por escasez de recursos o pésima administración de ellas. Entre los neoliberales y los sectores de izquierda, se pueden ubicar partidos de esta identidad, dado que se dan en sociedades abiertas, pluralistas que producen este tipo particular no sólo de discurso político, sino de acción política concreta como se puede ver en los casos de los Países Bajos, Francia, Alemania, España, Polonia y más recientemente con el desarrollo del gobierno de Donald Trump, en una amplia coalicción con grandes sectores blancos desplazados del cambio industrial-tecnológico, geográficamente situados en el centro-este de los EE.UU. de una candidatura que desde afuera del partido Republicano, con un discurso rupturista capto a la mayoría del electorado republicano y lo llevó a la presidencia de los EE. UU en el año 2016 y con un gran chance de que sea reelegido en noviembre de este año.

El historiador del Palacio afirma entre otras cosas, “…El éxito del populismo no se cifra solamente en su capacidad para ganar elecciones y penetrar en las instituciones. Al contrario, el populismo también vence cuando condiciona tanto la agenda política de un país, como la forma de hacer política de los partidos tradicionales. Normaliza la personalización de la política, el estado de movilización permanente, el decisionismo, los registros discursivos hiperbólicos y la polarización ideológica. Porque, en el fondo, el populismo no aspira sino a convertir la democracia en un espacio de deslegitimación política del adversario. Todo esto nos lleva a la siguiente conclusión hoy en democracia el asunto del populismo requiere una adecuada conceptualización y como instrumento ideológico, es decir, como un asunto teórico y como un problema práctico de ejercicio de gobierno afirmaría yo, para poder entender la emergencia de este fenómeno en los primeros años del siglo XXI.

Por eso tenemos muy pocos motivos para la alegría ante la progresiva moralización de nuestra conversación política, donde ya sólo parece haber cabida para los buenos y los malos sin tacha: los santos. Y por ese camino se ha llegado al extremo irresponsable de normalizar un lenguaje maximalista, así como a banalizar conceptos como el totalitarismo, el fascismo, el comunismo y todo extremismo. El objetivo es parecer más democrático que el oponente ante

la opinión pública, aunque con ello se contribuya a la degradación de la convivencia y las instituciones…” Aquí está el meollo de la situación y en eso los populistas han sido exitosos en los últimos años. Los populistas necesitan las estructuras libres y plurales de la democracia para acceder al poder político, queda en un alto grado de la institucionalización de estructuras políticas, judiciales, económicas, culturales para ser el canal de contención y gobernabilidad y para su éxito y permanencia de estas políticas populistas.

En suma, conjugar la  labor de gobernar es más intricado, complejo, es optar entre opciones, es saber que se quiere, saber que se puede y que no se puede hacer, saber cuándo hay que hacerlo y finalmente, cómo hay que hacerlo, y en sociedades posindustriales de carácter democrático, es más complicado, sobre todo con la emergencia de estos fenómenos socio-políticos que se presentan como un reto para la teoría política y para el análisis de la praxis de gobierno. El político, no populista, debe tener iniciativa estratégica, pero con un sentido de las proporciones. Y esa es la función del político no populista con vocación y de oficio, en estos tiempos de globalización y auge de la democracia iliberal en estos tiempos tan complejos. Cuando se habla de democracias autocráticas y personalistas.

En ese sentido, en una sociedad internacional globalizada en su faz o cara política, como es la actual compleja situación, por el tipo de relaciones que se dan entre las diferentes dimensiones de la globalización y por  la otra parte, por la sofisticación de las mismas en su definición, por su interdependencia, por los múltiples factores de las nuevas relaciones espacio-tiempo, por el dominio creciente de lo que es reflejo de la acción social, que mantiene la incertidumbre sistemática tanto en el plano individual como en el colectivo, ya que esto afecta de antemano las posibilidades de anticipar intereses, necesidades y comportamientos.

Por tal razón, consideramos a la globalización efectivamente como un proceso multidimensional caracterizado por seis vertientes principales interrelacionadas: La militar, económica con sus dos subdivisiones: la financiera y la comercial, la comunicacional/cultural, la científica/tecnológica, la ecológica/ambiental y la política. Debe haber una renovación de las categorías políticas. Hay una mayor complejidad del mundo actual y esto tiene consecuencias, en como gobernar hoy en día, dado la emergencia de estos fenómenos populistas en tiempo de globalización que lo hacen más difícil de explicar.

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