Hablamos del emigrante y los calificamos con cierta ligereza. Los que se fueron, los que llegaron de otras partes, los que dejaron atrás su país. Los que huyeron y se fueron corriendo. Los que quitan trabajos, los desadaptados, los apátridas y los que abandonan a sus familias, los que se dejaron derrotar y los que no tuvieron capacidad para luchar por lo que les arrebatan, entre tantas otras excepciones que encierra xenofobia o poca sensibilidad por el otro. Claro que hay un término más formal internacionalmente reconocido. En fin, son tantas visiones como quieras escuchar. Solo en estos días quedamos asombrados al oír de un candidato a alcalde en Perú que proponía en su campaña electoral una política de tolerancia cero hacia los venezolanos o el programa de “contra el miedo” a los venezolanos en Bogotá.
Lo cierto es que en carne propia hemos aprendido a vivir lo que muchos de nuestros padres y antepasados sintieron como emigrantes.
Hemos visto a nuestros hijos, a los hijos de nuestros amigos partir. Estas Navidades y el principio del año nos permitieron ser testigos de la alegría de la llegada de miles de venezolanos que regresaban al país al reencuentro con sus familiares. También del dolor posterior con la nueva partida. El hasta luego, el abrazo, el llanto, el regreso cuando pueda y siempre es la mirada de padres viejos y los abuelos con tristeza en su rostro de saber si podrán de nuevo volver a ver a sus más queridos.
Descubrí en estos días a una influenciadora de las redes de origen Hindú, Rupi Kaur, poeta y sensible, miles de seguidores y acompaña sus fotos con cortos textos muy significativos, se firma además como inmigrante. Escribe un poema que me atrevo a traducir en el que se expresa así: “No tienen ni idea de lo que significa/perder tu hogar bajo el riesgo de/nunca encontrar tu hogar otra vez/tener toda tu vida/divida entre dos naciones/y convertirse en el puente entre dos países”. Dura realidad del que se va. Golpea todos los cimientos. Sus propios, los de su familia y los de su país. Unos, se adaptan, otros nunca lo hacen. Otros comienzan un camino sin estar seguros a donde quieren llegar. Apuestan a que los que nos quedamos los ayuden y no desdibujemos los buenos recuerdos del país que dejaron atrás.