En nuestro país existe un dicho: “No es lo mismo pedir agua que dar agua”. La Revolución Bolchevique, conducida por Lenin, con un grupo de fanatizados, pero valientes y decididos individuos, partió el comienzo del siglo XX con una nueva era: la era soviética.La promesa de construir en Rusia el paraíso para los trabajadores. Fueron años duros y difíciles. La guerra aun no terminaba formalmente y los espíritus todavía mostraban pasión contra Alemania. La Revolución Bolchevique, para decirlo en arbitrarias palabras, fue un momento de catarsis en esa sociedad atrasada y, democráticamente hablando, inculta. Constatar que sus hijos no perecerían en el frente de guerra; ya fue, repetimos, para Rusia, un estimulante para la citada catarsis. Una promesa que se cumplió cabalmente, por parte del diminuto Vladimir Ilich Ulianov, alias Nicolai Lenin.
El poder instaurado, enfrentó una descarga y ofensiva total. Lenin y su alto mando o su estado mayor, buscaron fórmulas para resolver la situación. Ellos tenía una idea, lo que no sabían era que la realidad era mucho más grave de lo que pensaron, cuando se escuchó el primer cañonazo del crucero Aurora y los bolcheviques asaltaron el Palacio de Invierno. La revolución rusa, hechura directa de Lenin, Trotsky, Kamenev, Bujarin, Stalin y otros, mostraba sus intentos por construir una nueva era, nueva sociedad y nuevo poder: el poder comunista en una Rusia que tenía hambre y anhelaba salir de la guerra.
Ese nuevo poder dirigido por los bolcheviques inició un agresivo proceso de confiscaciones de empresas. Asesinaban la iniciativa privada. Eran fieles a la visión hegeliana de que el mal de la sociedad residía en la propiedad. Por lo que los propietarios rusos fueron perseguidos por el poder de los nuevos administradores de ese naciente primer Estado comunista. Según éstos, serían ellos los encargados de poner en marcha la economía para distribuir la comida en las masas “hambrientas”. Su fanatismo los enceguecía. Repitieron a los jacobinos franceses, quienes pretendieron “interpretar”, con el terror, a las masas ya convertidas en ciudadanos con derechos y deberes. Se equivocaron, pues los jacobinos, nimbados ellos, de su fanatismo enterraron la Revolución Francesa y vino el Directorio con Napoleón Bonaparte en el centro. En Rusia se repitió ese drama: La revolución, al principio prácticamente pacifica, luego, hubo de fortalecerse mediante la imposición a sangre y fuego.
En Rusia, el hambre fue el primer detonante para ello. Ella aumentaba exponencialmente. Al principio, la población estaba conforme con el anuncio de la paz, pero no conseguía el pan, también prometido en la consigna bolchevique y con la que se embaucó a los rusos, a saber, “Paz, pan y tierra”. Estos dos últimos estuvieron ausentes en esos primeros años; luego, la tierra, como todo régimen monárquico, en este caso totalitario, lo estuvo a lo largo de 74 años que duró la existencia del poder bolchevique instaurado en noviembre de 1917.
La Revolución rusa trajo hambre. Ella, comenzó a formar parte de su cotidianidad. Eso fue en los primeros años. Rusia, casada con su atraso, encontró como formapara resolver su drama en la violencia y la intolerancia. Un discurso basado en una ideologización encantadora acerca de la fortaleza de una supuesta moralidad que expresaba el socialismo bolchevique. Todo un absurdo. Una minoría nimbada de voluntarismo se impuso y sacrificó a millones en nombre de una ideología que según los propios rusos les era extraña. No sólo por el carácter voluntarista y ateo que ésta exhibía, sino por el hecho que esa minoría se beneficiaba de lo poco que había en esa sociedad, para consumir. La literatura misma, de corte comunista e ideologizada y rica en acontecimientos, sirvió eficientemente al narrar una épica revolucionaria de como el ruso pasó hambre en nombre del comunismo.
Basta leer Así se templó el acero de Nicolás Ostrovsky, para comprender el carácter mesiánico que exhalaba el régimen. Ellos vinieron al Mundo a imponer el sacrifico como fórmula que ofreciera la satisfacción de vivir. “La vida nos es dada una vez y hay que vivirla en aras delo más preciado: la humanidad”, creemos recordar esta frase presente a lo largo de toda esa encantadora novela, por el lenguaje, por supuesto; que logramos leer en alguna ocasión de nuestra mocedad. Por lo que el hambre, era una cuestión de bajo orden y por lo tanto había que convivir con ella; todo por el socialismo. Era el comunismo de guerra. Así lo interpretó Lenin y sus conmilitones.
No obstante, la realidad, como siempre, es más aleccionadora que el discurso y desempeño de los políticos. Lenin enfrentó una rebelión. Era la guerra civil. Una parte de la sociedad rusa que no quería el socialismo se levantó en su contra. Sectores, grandes, por demás, todavía fieles al zarismo, junto a los nacionalistas se organizaron para enfrentar al régimen. Estos últimos, organizados bajo el paradigma “democrático burgués” se aliaron para enfrentar a Lenin en pos de la instauración de un régimen democrático. En el plano internacional, Rusia, enfrentaba una seria amenaza. Ella, empobrecida no tenía la capacidad para pagar sus deudas y el gobierno bolchevique se radicalizó para manifestar que no pagarían las deudas contraídas; ello motivó la intervención de esos factores exógenos en “ayuda” de aquellos que se enfrentaban al bolchevismo. Grave para el poder naciente.
Tras 3 años de comunismo de guerra, la Rusia bolchevique enfrentó un gran peligro que la colocó contra la pared: la rebelión de los marinos de Kronsdant. Ésta, puede ser considerada como el principio del fin del mito del bolchevismo, el cual se presentaba como el agente de la liberación del proletariado; no en el sentido que es el primer signo que esa “liberación” no pasaba de ser un quimera, sino que era el despertar de la ceguera circunstancial que provocó el comunismo en Rusia. El marxismo adornaba artificialmente con su manto ideológico una dictadura férrea y feroz.
En marzo de 1921, estos marineros ubicados en el Mar Báltico se levantaron contra los abusos generados por el poder soviético. Al principio, éstos fueron el principal apoyo a Lenin en la toma del poder en noviembre de 1917. E incluso Trotsky los bautizó como la “flor y nata” de la Revolución. Todo en la esperanza de alcanzar una sociedad que cumpliera con el deseo del pueblo ruso y que fue expresado, inicialmente, por Lenin y los bolcheviques, con su consigna: “Paz, pan y tierra”. Esa rebelión fue crudamente reprimida por Trotsky. En su mayoría fueron fusilados, deportados o presos. Con ellos murió la Revolución como esperanza. Esos marinos abrieron los ojos, mientras que una mayoría quiso cerrar sus ojos. Hubo de pasar muchos años para comprender que todo ese proceso fue una ignominia.
Esa rebelión mostró la dentadura de la realidad. Lenin observó que ésta se presentaba dura, difícil y cruda. El poder, no podía ser un rosario de consignas y palabras huecas, sin una obra que la respaldase. El hambre, era su principal enemigo y el bolchevismo era una fábrica de burócratas. Sólo, politrucos, los llaman en ruso; es decir “instructores políticos” formados en las escuelas del Partido. Éstos, divorciados de la realidad, se regodeaban en frases establecidas en las lecciones para estos cuadros; mientras la gente moría de hambre. El Partido se había burocratizado, al convertir al Estado en un apéndice del mismo. Fue cuando Lenin decidió un giro copernicano. Decidió impulsar una nueva política económica (N.E.P) a fin de volver el protagonismo al productor y que vendiera sus productos sin la interferencia grosera del Estado comunista. Era una privatización de la economía y ésta comenzó a funcionar. El hambre desapareció o se minimizó considerablemente.
Ella generó una áspera discusión en el seno del bolchevismo. No fueron pocos los que enfrentaron a Lenin. Todos ellos enceguecidos por el fanatismo. Consideraron esa política, una especie de triunfo de un falso Termidor y en consecuencia una traición a la revolución bolchevique. Éstos comparaban su realidad con la francesa, cuando los jacobinos fueron disueltos y apresados, sus principales dirigentes, entre ellos Robespierre y otros sufrieron su propia medicina: la guillotina. Hay que precisar que esta política, este giro fue llevado a cabo por el principal dirigente de esa revolución: Lenin. Como en Francia, las propias divisiones internas entre jacobinos permitió el triunfo de Lenin. Igual ocurrió en Rusia, Lenin se impuso al desplazar a todos los afectos a ese radicalismo, lo que sirvió para que Stalin, más adelante, se moviera paulatinamente hacia el poder.
Esa Nueva Política Económica, permitió un respiro a la Rusia soviética, ya para ese entonces URSS. Ello no significó el fin de su carácter violento, pues, los “jacobinos rusos” quedaron el poder, con Lenin a la cabeza; no obstante fueron los iniciadores de significativas reformas. La economía se revaloró y sus consecuencias positivas se verían más adelante; lo que haremos en el intento por explicar la dimensión histórica de la Revolución rusa que cumple 100 años.
@eloicito.