No quisiéramos parecer fastidiosos con el tema de Lenin y la política exterior soviética. Felizmente, viene en nuestra ayuda Rafael Poleo, el agudo articulista y a quien respetuosamente cito, pues, reiteradamente, utiliza, para sus trabajos, como epígrafe, una frase de André Gide: “Todas las cosas son ya dichas; pero como nadie escucha, es preciso comenzar de nuevo”. El caso es que hay que observar los éxitos de los otros y no solamente aprender de nuestros errores, como quien dice. Lenin llegó al poder en Rusia en 1917, convencido de su cruzada anticapitalista para lo cual proclamaba “ingenuamente” la abolición de la diplomacia secreta. Lo más seguro fue una “trampa caza bobos” para cazar incautos, pero le resultó. Su país era, axiológicamente, muy desvinculado de los centros democráticos y culturales occidentales, mientras nadaba, a placer, en el autoritarismo zarista de los Romanov. Según indica la historia, Lenin -el hombre de rasgos asiáticos, como le llamare Allan Dulles, a la sazón funcionario del Departamento de Estado de los EEUU, acreditado ante el gobierno suizo, para seguir de cerca los pasos de los rusos durante la Primera Guerra Mundial en la tierra de Guillermo Tell-  fue exitoso pues sabía lo que quería y no actuaba con desconocimiento de las cosas.

Lenin, pronto comprendió que no es lo mismo “pedir agua que dar agua”. Él cambió su postura inicial, enmarcada en el más puro idealismo político por el realismo político, y así construir una conducta exterior coherente. Su primer acto de política exterior fue un contradictorio decreto: “Una paz sin anexiones ni indemnizaciones”. La Triple Entente lo rechazó. Rusia lo firmó, con Alemania; fue la Paz de Brest–Litovsk en marzo de 1918 y cedió casi 1.000.000 de kms2. Lenin abandonó la fraseología hueca de la “guerra revolucionaria” e impuso su tesis: “ceder espacio para ganar tiempo”. Una demostración racional ante la posibilidad de perderlo todo. Luego de firmada la Paz, Rusia enfrentó otros conflictos: tropas extranjeras intervinieron en la guerra civil rusa, para ayudar a los enemigos de los bolcheviques; Polonia ocupó Ucrania, mas fue rechazada. La incoherencia de ésta en sus objetivos, permitió que Rusia la derrotase y llegase a Varsovia. Luego surgió la URSS que duró hasta 1991. Ella cayó sin disparar un tiro. Se “auto disolvió”.

Después de finalizada la “Gran Guerra” en 1918, Rusia y Alemania, países firmantes de esa paz, fueron considerados Estados proscritos: Rusia, catalogada como un experimento finito y aquellos que argumentaron esa idea, tuvieron razón; la URSS, se agotó pero, en 1991. Luego, Alemania, derrotada ella, sobre la cual privó un conjunto de mecanismos coercitivos que la dejaron exhausta y sin posibilidad de rearmarse. Hitler, mientras consumía acontecimientos para mostrar luego, gracias a la URSS, los deseos revanchistas. El caso es que Europa nos tomó en cuenta la peligrosidad de ambos países. Grave error.

Chicherin, el fundador de la diplomacia soviética, mostró habilidades, por ser dueño de  valencias que todo negociador debe tener. Entre ellas, y la más significativa, dominar el idioma del recato y la prudencia, jamás la procacidad ni la insolencia. Él, aparte de hablar, ruso, inglés, alemán, francés, italiano y español; cuando hablaba con los representantes de los gobiernos, abiertamente enemigos del suyo y de la revolución bolchevique, jamás despotricó de ellos. El caso es que gracias a sus habilidades, este diplomático logró que los EEUU anularan las restricciones comerciales a Rusia en 1920, a pesar que el Tratado de Paris no le confirió la importancia que ella disfrutó cuando los Romanov. Lo mismo pasó con Gran Bretaña en 1921. Ésta reconoció a la URSS, lo que evidenció su consolidación internacional. No había cabida para los insultos.

La realidad cambió considerablemente. Alemania y Rusia, inicialmente enemigos, luego se aliaron, como la URSS y Alemania. La ceguera del idealismo político europeo los hermanó. Entre ambos construyeron una alianza que fue rota por el mesianismo hitleriano. Ellos se acordaron militarmente en secreto e impulsaron la cooperación económica. Lo que ocurrió después de 1941 es otra discusión. La URSS y Alemania vivían una contradicción interna. Inexplicablemente construyeron esa alianza, a pesar de que ninguno creía en ella. Para Alemania, era en cierto modo, inconcebible esa alianza. Para la URSS igual, se trataba de coexistir con un Estado burgués. Esa postura la mantuvieron, por ser realistas. “El capitalismo existe y había que coexistir con él”, decía Chicherin, quien había adoptado su visión sobre el Mundo a la realidad.

Esa fue la diplomacia soviética: cuidar de la URSS y para lograrlo había que “entenderse”. Se impuso una diplomacia coherente y de conformidad con su interés nacional. Lenin, al principio, con los comunistas soviéticos, apostó por la revolución mundial, pero, jamás se sentaron en una mesa a jugar, al sacrificio de su soberanía, en aras de la ideología comunista. Su diplomacia siempre se guió por objetivos permanentes, entre ellos, superar la difícil realidad económica que la acechaba. Venezuela debe verse en ese espejo y procurar defender su interés nacional. No obstante, la política exterior de estos 17 años se ha aferrado a un muy dañino esquema ideológico. El mismo se resume exclusivamente, y a toda costa, a la defensa de un régimen perverso y no del país.

Éste, mientras tanto, sufre las consecuencias. No hay leche para los niños, azúcar, café, papel toilette, carne, ni jabón. Se insiste dogmáticamente en una guerra económica. Internacionalmente, el país se ve, como el cuento “El Rey está desnudo”. El régimen exuda ausencia de prácticas democráticas al boicotear lo que indica el texto constitucional. Éste también exhala ausencia en la observación de los objetivos permanentes del Estado en materia de política exterior. La obligación de éste, por ejemplo, debe ser, entre otros: velar por las fronteras del país frente al entorno vecinal. Todos los países lo hacen. Éste no. Hoy, observamos atónitos la falta de respuestas serias y acordes con una política firme y  responsable frente a Guyana.

Ésta, prácticamente nos saca la lengua, para hablar en criollo, mientras el gobierno orquesta toda una batería de insultos a la comunidad internacional, en lugar de preparar, con expertos, los escenarios y trabajar en ellos, con la finalidad de minimizar las posibles situaciones embarazosas que pudieren derivar del “asunto del Esequibo”. Nada, la política exterior y nuestra diplomacia se mueven con facilidad, aparte de la procacidad, para la difusión de la idea acerca de un “Comandante Eterno” y un “presidente obrero”. No nos imaginamos cuando Guyana avance exitosamente en esa materia y Venezuela, una vez más, “pierda” territorios, sin disparar un tiro; esta vez el Esequibo, y en consecuencia, nos veamos trancados, en nuestra salida al Atlántico, gracias a esa absurda verborrea ideologizada en lo que se transformó la política exterior. Me atrevo a recordar que otros factores vecinales buscarían aprovechar esta debilidad bolivariana para “despertar” pretensiones territoriales. La historia de las relaciones internacionales es un reservorio de ejemplos.

La política exterior no puede limitarse sólo a la defensa del régimen; pues, el país es mucho más importante. Las energías del Estado no se pueden volcar en un sólo individuo. Tampoco la política exterior debe promover enfrentamientos en la región, so pretexto de que si algún gobierno no está de acuerdo con el venezolano, el venezolano, automáticamente, viste el traje de carro chocón para insultar y amenazar a esos gobiernos, luego generar crisis políticas en las organizaciones hemisféricas. Ésta, ha sido constante, durante los 17 años de la Revolución Bolivariana. Hoy, es patéticamente más visible esa actuación. Hay que cambiar el gobierno, la política exterior, como también hay que hacerlo con su instrumento principal: la diplomacia.

@eloicito

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