Protocolo de Puerto España y Referéndum 2023. Dos graves equivocaciones – Por Eloy Torres

Suenan los tambores -ficticios por demás-, para mostrar un endurecimiento de la tradicional postura de Venezuela frente a usurpación cometida por Gran Bretaña en el siglo XIX, y la pretensión de sus herederos en el siglo XXI -antiguos esclavos traídos al continente por la Pérfida Albión para sacar oro y diamantes de esa zona usurpada-, de arrinconarnos con instrumentos del Derecho Internacional, el cual paradójicamente ellos reiteradamente han violado.

Para Guyana no existe el Acuerdo de Ginebra de 1966 en términos blandos, es decir, un tratado para buscar una solución cooperativa y mutuamente satisfactoria a la controversia del Esequibo como siempre ha procurado Venezuela; sino que existe en términos duros, es decir, un acuerdo para resolver jurídicamente la controversia “jurídica” sobre la validez del llamado Laudo de 1899. Dos perspectivas sobre un mismo acuerdo. Empero, lo cierto es, hay que decirlo, que Guyana logró que el Secretario General de la ONU primero y la Corte Internacional de la Justicia después, le diera la razón. Dos victorias diplomáticas de una pequeña pero disciplinada Cancillería, frente a la hoy desdibujada Casa Amarilla.

Estamos así ante una dramática realidad desde el punto de vista geopolítico. Si permitimos que nos terminen de amputar el Esequibo, perderemos un séptimo de nuestro territorio, 4% de la biodiversidad mundial, recursos hídricos, 35 millardos de dólares en reservas de oro, varios millardos más en diamantes, y minerales críticos en el marco de la transición energética mundial. Y eso sin mencionar la riqueza de petróleo liviano y gas natural en áreas marinas y submarinas pendientes por delimitar a partir del Esequibo, y de la proyección del Delta del Orinoco que no se encuentra en discusión, las cuales según estimaciones del Servicio Geológico de EEUU puede ascender a 13,5 millardos de barriles de petróleo equivalente. En resumen, están en riesgo cuantiosos recursos a sumar en nuestra base de poder; y por último, pero no por ello menos importante, nos jugamos la consolidación de nuestra salida libre al Atlántico y nuestra proyección geoestratégica sobre El Caribe Oriental.

A finales del siglo XIX se impuso el paradigma, según el cual el dato geográfico cobraba importancia para los actores internacionales. Es así como surge, epistemológicamente hablando, la geopolítica. Hoy, como disciplina, la geopolítica no se reduce exclusivamente a la conjunción de geografía con la política; sino que también describe una forma de percibir las Relaciones Internacionales, la Política y la Historia. La geopolítica asume que es fundamental para el interés nacional, el control que se ejerce sobre áreas geográficas clave (ya sean áreas ricas en recursos naturales, como las aptas para la agricultura o la minería, o puntos estratégicos, como el Estrecho de Malaca, Cabo de Hornos, Canal de Suez, el Esequibo, y Crimea, entre tantos ejemplos) Así, la “política del poder” se reduce a identificar y luego dominar las áreas vitales.

La geopolítica, por lo tanto, da por sentado que la supervivencia y el progreso nacionales requieren tanto el mantenimiento de su seguridad, como el uso de todos los instrumentos disponibles para la consecución de los objetivos geoestratégicos. Éste, no es sino la puesta en práctica de un poder duro, a diferencia del poder blando: persuasión, cooperación, actividades culturales, cuidado de la reputación nacional, etc. Al mirar el Mundo a través de la geopolítica, el Estadista puede decidir usar el poder blando si éste, ayuda a su país a dominar regiones vitales, pero la geopolítica tiende a dar prioridad a las capacidades militares y económicas.

El geopolítico inglés Halford Mackinder, desarrolló, a principios del siglo XX el concepto del Heartland (una zona central de extrema vitalidad), la cual al ser controlada por cierto actor; le permitiría ejercer un dominio sobre lo que llamó World Island. Es decir, Eurasia. Era el momento en el cual el factor telúrico pasaría a dominar los mares y océanos.

En su artículo de 1904, “El pivote geográfico de la historia”, Halford Mackinder advirtió que algún día China podría amenazar con alterar el equilibrio de poder global al organizar los recursos de Eurasia y construir una capacidad marítima invencible. Hoy en día, la cooperación de China con Rusia, su Iniciativa de Nueva Ruta de la Seda, su creciente presencia en el Océano Índico y África y su floreciente poder marítimo son evidencia de la profecía de Mackinder.

Mackinder entendió que Eurasia es el “gran continente” que contiene la mayor parte de la población y los recursos del Mundo, y en trabajos posteriores como “Ideales Democráticos y Realidad” (1919) señaló, que cuando Eurasia esté vinculada estrechamente con Medio Oriente y África, combinaría recursos incomparables e insularidad, los dos elementos clave del poder global.

A menudo se ha descrito erróneamente a Mackinder como un teórico o defensor del poder terrestre sobre el poder marítimo. En verdad, comprendió la naturaleza complementaria del poder terrestre y el poder marítimo. Escribió que un poder marítimo eficaz requería los recursos de una base terrestre fuerte. No hay base terrestre más fuerte que la “Isla Mundial”. Entendió que el Mediterráneo era efectivamente un mar interior y que el Sahara ya no impediría las comunicaciones efectivas entre Eurasia y África. Los estrategas, advirtió Mackinder, “ya ​​no deben pensar en Europa separada de Asia y África. El Viejo Mundo se ha vuelto insular, o en otras palabras, una unidad”.

Se preguntaba Mackinder: “¿Qué pasaría si… toda la Isla-Mundo o una gran parte de ella, se convirtiera en algún momento futuro en una base única y unida de poder marítimo? ¿Las otras bases insulares no serían superadas en términos de construcción de barcos y de personal de mar? Sin duda, sus flotas lucharían con todo el heroísmo engendrado en sus historias, pero el final estaría destinado”. Un Mackinder del siglo XXI añadiría a la ecuación el poder aéreo, espacial y cibernético.

América del Norte, América del Sur, Gran Bretaña, Japón, Australia y las islas menores, señaló Mackinder, son meros satélites de la “Isla Mundial”. “Hay un océano”, explicó, “que cubre nueve doceavas partes del globo; hay un continente, la Isla Mundial, que cubre dos doceavas partes del globo; y hay muchas islas más pequeñas… que juntas cubren la parte restante”.

La brillante comprensión de Mackinder de la relación entre geografía e historia permite a los estrategas de hoy captar las implicaciones estratégicas de la política exterior de China: la Iniciativa de Nueva Ruta de la Seda, la cooperación estratégica con Rusia, las incursiones diplomáticas y económicas en África, y la creciente proyección marítima a partir de la cada vez más poderosa Armada del Ejército de Liberación Nacional, el reclamo de soberanía sobre sus mares vecinos, la Estrategia de Collar de Perlas hacia el Océano Índico, y la Iniciativa Ruta de la Seda Marítima hacia el resto de ultramar.

En una de sus obras menos conocidas, “Las naciones del Mundo” (1911), Mackinder instó a los Estadistas a “pensar en las naciones competidoras de hoy en su entorno geográfico”, pero advirtió que “es inútil tratarlas estáticamente [porque] cada uno de ellos está creciendo y menguando de muchas maneras diferentes”. Nuestro Mundo, escribió, es de “escenas variadas y cambios incesantes”.

Cuando Mackinder analizó el lugar de China en el Mundo en 1911, previó que “siempre que este gran pueblo decida aprovechar al máximo los recursos, la industria, las comunicaciones y la defensa, es inevitable que después de una o dos generaciones, China contará entre las Grandes Potencias del Mundo”. Eso ya ha sucedido y sus implicaciones geopolíticas son enormes.

Que los líderes chinos vean el mundo en términos Mackinder no viene al caso. Sus movimientos diplomáticos, económicos y militares en toda Eurasia-África y su litoral aledaño plantean el espectro de una nueva puja geopolítica global.

Ese dato acerca de China revive algo que fue rechazado por la visión idealista de las Relaciones Internacionales en la post-Guerra Fría, y que hoy nos domina, nacional e internacionalmente. Su importancia se debe, en parte, a que esta actuación china revive lo que había sido rechazado de las hipótesis geopolíticas. Observar que en la política internacional, los Estados se mueven de conformidad con el interés nacional y la lucha por el poder con otros actores los cuales también tienen sus propios intereses, y todo ello, sobre el tablero geográfico.

Todo esto viene a cuento, porque el Acuerdo de Ginebra, podría decirse, fue un éxito diplomático del Estado venezolano gracias a la utilización del poder duro y el poder blando, en una coyuntura concreta. No obstante, lo que vino después de 1969, fueron fracasos tras fracasos. La ausencia de una visión geopolítica para vitalizar al país ha sido nula. El mejor ejemplo lo encontramos en la realidad actual. Desde 1969, Venezuela ha bailado al son de Guyana. Hoy, por hoy, tras el recorrido en el tiempo el Acuerdo de Ginebra; me permito preguntar: ¿qué se hizo después? La respuesta es dolorosa: ¡muy poco, o nada! Ciertamente actuamos con diplomacia, desplegamos todas nuestras artes y habilidades, pero el resultado ha sido nulo. Por lo que es urgente replantearnos la edificación de una nueva política exterior.

Hoy, estamos acosados por Guyana, un país cuya población, creemos dobla la del populoso barrio de Petare. Sus elites dirigentes formados en la escuela westminsteriana, introdujeron hábilmente sus peticiones ante la Corte Internacional de Justicia para validar el robo que nos hizo su madre, la Pérfida Albión en 1899 con el llamado Laudo de París. Evidentemente nosotros, en una debilidad institucional, somos ahora víctimas de la política de hechos consumados de Guyana. Ésta, se comporta igual que la potencia que los trajo, como esclavos, para poblar ese territorio. Hoy, se aprovechan de las debilidades internas de nuestro país y de la reiterada inercia, excesivamente “diplomática” de nuestros decisores en materia de política exterior, para avanzar en procura de “legitimar y legalizar” el despojo que nos hiciera su madre patria Gran Bretaña.

Venezuela en 1966, tras firmar el Acuerdo de Ginebra, reconoció su independencia, con un insólito desprendimiento geopolítico. Pocos años después acentuó el drama al retroceder, aún más, al firmar el Protocolo de Puerto España en 1970. Luego más aún, al permitirles ingresar en la OEA en 1991, palestra multilateral que hoy Guyana utiliza en contra de nuestra reclamación. Desde entonces, se ha marchado al compás de Guyana, en lugar de que ellos fueren los que marchasen al ritmo nuestro: ¡Falta de pensamiento geopolítico!

Lamentablemente nunca hubo, ni hay, planes para fortalecer el elemento clave en toda geopolítica, el cual daría por sentado que nuestra supervivencia y el progreso nacional requiere de consolidar sus fronteras, fortalecer su seguridad y dar sentido geoestratégico a su proyección externa, para lo cual es válido contar con capacidades duras y blandas. Venezuela se ha visto despojada de las fronteras que por uti possidetis juris heredó de la otrora Capitanía General sin disparar ni un tiro. Nuestra tendencia al fraticidio y la diplomacia pacata han generado este resultado.

En el caso del Esequibo, se actuó con criterio de racionalidad diplomática para, mediante una negociación con Guyana, alcanzar un resarcimiento moral y material del despojo que sufrimos y consolidar nuestra salida al Océano Atlántico. Hoy, todo eso está en veremos. La cadena de errores y omisiones ha sido larga. Por ejemplo, tenemos la inexplicable “ligereza” con la que Venezuela “toleró” desde 1975 hasta el final de la Guerra Fría, la presencia de tropas cubanas dirigiéndose a Angola en el marco de la “Operación Carlota”. Es algo inexplicable desde el punto de vista no sólo diplomático, sino geopolítico y de seguridad nacional.

Lamentablemente nos movimos esperanzados en la idea de, como ocurre en toda negociación, no se gana todo. Venezuela al reconocer la independencia de Guyana, promovió la reclamación de  159.542 kilómetros cuadrados. Se sentaron las bases jurídicas para recuperar un territorio, que sería lo suficiente para garantizarnos una cómoda salida al Atlántico. Venezuela, desplegó una diplomacia exageradamente ponderada. Se creía ciegamente que teníamos la posibilidad de obtener una solución pacífica y amistosa. E incluso que en el camino, a punta de cooperación petrolera nos ganaríamos a El Caribe. Falso. Guyana siempre se ha burlado de Venezuela y ha actuado, conforme a sus intereses, sin importarle nada. El Caribe ha disfrutado de los beneficios, y no se ha movido ni un ápice en su apoyo a Guyana.

Tras el Acuerdo de Ginebra, todo marchó de conformidad con un plan, pero ¿y después qué? Vino la crisis del Rupununi y no se actuó como lo hace cualquier actor racional que busca maximizar sus objetivos geopolíticos. Por el contrario, le dimos la espalda a esos pobladores que se alzaron contra las tropas de Guyana y para colmo, en 1970, se firmó el Protocolo de Puerto España, mediante el cual se congeló el reclamo venezolano y se le dio tiempo precioso a Guyana para consolidar su posesión de facto del territorio. Luego vino el proceso de los Buenos Oficios. Se ha intentado negociar infructuosamente frente al inmovilismo de Guyana, y en ello, se nos ha ido la vida.

Venezuela está atrapada, entre su crisis multidimensional y polarización interna, y la ofensiva de Guyana. Venezuela se encuentra hoy sola y desguarnecida por culpa de ella misma, y el idealismo tradicional de sus dirigentes y su Cancillería desmantelada e ideologizada. ¿Negociar? Sí. Guyana tiene incrustado en su manera de negociar, la paciencia y el carácter flemático inglés. Actúan al estilo westminsteriano de aprovecharse de cualquier debilidad del contrincante para llevárselo todo. Esta política pone en peligro a la República. Venezuela jamás ha ponderado los pasos de los guyaneses que cada vez avanzan más. Mañana, no nos extrañemos si otros actores se aprovechan de las circunstancias y nos colocan contra la pared del Golfo, o cuestionan nuestra Isla de Aves.

Hoy tras el fracaso de estos 25 años con una política equivocada, el panorama luce desolador. No han sido escuchadas las voces de tantos conocedores del tema y no me refiero a los que tradicionalmente lo han visto “diplomáticamente”, y quienes lo ven sólo desde el Derecho Internacional, como un fin en sí mismo y no como un instrumento de la política; sino a los que tienen un juicio crítico, inserto en la historia del país y en las Relaciones internacionales.

Hago propicia la ocasión para destacar el titánico esfuerzo que realizó el Dr. Kenneth Ramírez para elaborar un Libro Blanco en 2020, como una contribución de la sociedad civil venezolana a la defensa del Esequibo. Hoy ese extenso documento reposa en las manos de los jueces  de la Corte Internacional de Justicia, y fue citado por Guyana en su Contramemoria de méritos para intentar rebatirle, lo que constituye el reconocimiento claro e inequívoco de parte de este adversario de Venezuela, de que el Libro Blanco del Dr. Kenneth Ramírez es un trabajo serio que constituye una expresión de la posición que tradicionalmente ha sostenido Venezuela. De hecho, fue citado en continuidad al trabajo de los expertos venezolanos Hermann González Oropeza, S.J., Pablo Ojer, S.J., y José del Rey Fajardo, S.J., publicado en 1965: ¡tremendo reconocimiento para el trabajo del Dr. Kenneth Ramírez y para el COVRI en general! Como dice el refrán bíblico: “nadie es profeta en su propia tierra”…

En cualquier caso, estamos ante una situación dramática. El caso prosigue en la Corte Internacional de Justicia, mientras tanto, el gobierno nacional sin siquiera jugar a la geopolítica, apela a un referéndum para galvanizar a la sociedad venezolana con un sentimiento patriótico. Personalmente lo veo a destiempo, inefectivo y contraproducente.

Tenemos 25 años transitando una contradictoria actitud frente a Guyana. Hemos perdido tiempo, recursos financieros, humanos y la posibilidad de engrandecer al país frente a una pobre Guyana, pero, que mantiene el control de facto de este territorio. Hemos podido, hacer que ella baile a nuestro ritmo y no al revés como lo hemos hecho; todo, por transitar por las Relaciones internacionales con una narrativa ideologizada, sin contenidos prácticos y de muy escasa utilidad para Venezuela. Todo en nombre de un proyecto ideológico mesiánico poco rentable para el país, que fue puesto al servicio de factores extraños a nuestra realidad. Por lo que hoy, Venezuela, es percibida débil y empobrecida. En alguna ocasión citamos la estrofa de “Mano a Mano”, el famoso tango de Gardel, para comparar a la Venezuela de hoy: ella luce cual “descolado mueble viejo”. Ese referéndum servirá para afianzar a Guyana. Ella se presenta cual pequeña nación, agredida por Venezuela. Mientras ellos afirman y reafirman que nuestra reclamación es un absurdo histórico. Que no cederán ni un milímetro de su territorio. Sorpresas te da la vida. 25 años promoviendo la cooperación con Guyana y mira el resultado.

Por todo esto, hay que repensar una política exterior distinta. Creemos urgente llamar a todos (a tirios y troyanos) para que Venezuela sea defendida en todos los tableros, incluso en la Corte Internacional de Justicia (a la cual nos ha arrastrado la política exterior errática de las últimas dos décadas). Esto es una realidad que hay que atender y cuya responsabilidad no se puede ya intentar trasladar al pueblo venezolano; el cual por cierto, desconoce los complicados detalles técnicos de este asunto. Hay que reconstruir al país a fin de desideologizar la política exterior y comprender que lo que hacemos hoy, se nos revertirá positiva o negativamente, más adelante. Razón por la cual, debemos defender el Esequibo y la Fachada Atlántica, más allá de la retórica y las acciones efectistas sin repercusiones internacionales.

Mientras tanto, inexplicablemente -o no tanto-, el gobierno nacional ni tan siquiera se plantea precisar a su “aliado” Cuba, o preguntarle a China que piensa al respecto en consonancia con la nueva situación geopolítica global. Toda esa cadena de despropósitos que llaman “diplomacia de paz” ha debilitado nuestra reclamación y ha envalentonado a Guyana, la cual, con renovados y aceitados respaldos diplomáticos desde EEUU hasta Brasil y la Commonwealth, ahora pretende hasta arrebatarnos la proyección marítima que genera el Delta del Orinoco. ¡Los pájaros tirándole a las escopetas!

Repensar la política exterior significa incluir a todos; pues la unidad nacional es necesaria para tratar este asunto de Estado. Esto implica aparcar un referéndum consultivo mal planteado y divisivo. También significa flexionar nuestras capacidades duras y blandas para que Guyana comprenda que lo que más le conveniente es sentarse a negociar con Venezuela para encontrar una salida práctica y mutuamente satisfactoria como establece el Acuerdo de Ginebra. La geografía se mueve y estamos en tiempos en los que, se hace cada vez más intensa la revancha de la geografía, como dice Robert D.  Kaplan, el analista estadounidense, conocedor de los intríngulis de la historia y  especializado en temas de la geopolítica.

@eloicito

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