El populismo es uno de los fenómenos políticos más importantes de la historia reciente; el diccionario de la Real Academia lo define así: “Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. En los diccionarios especializados se profundiza el término al considerarlo como un movimiento de tipo desarrollista-nacionalista con fuerte intervención estatal que puede ser modernizante, con un acercamiento de estilo paternalista hacia a las masas, exaltando sus aspiraciones y sentimientos con la finalidad de alcanzar, retener o acumular poder político. El populismo ha sido y sigue siendo un fenómeno mundial, extendiéndose actualmente incluso hacia las democracias del Atlántico Norte, tanto en su vertiente derechista (Le Pen y Trump, por ejemplo) como izquierdista (partidos PODEMOS en España y Syriza en Grecia).
En este escrito trataremos el populismo dentro del contexto latinoamericano, que ha tenido dos momentos estelares de presencia en nuestra región, el primero a mediados del siglo XX y el segundo a inicios del siglo XXI. Los movimientos populistas de mayor trascendencia entre las décadas de 1930 y 1950 fueron los de Brasil (liderado por Getulio Vargas), Guatemala (dirigido por Arévalo y Arbenz), Venezuela (conducido por Rómulo Betancourt) y Argentina (encabezado por Juan Domingo Perón); los cuales contaron con el apoyo masivo de las capas medias y bajas de la población, ya que supieron captar las aspiraciones de estos estratos sociales que en gran medida habían sido postergadas o traicionadas. Esos gobiernos populistas plantearon reformas en la vida de sus países que ayudaron en mayor o menor grado a modernizarlos y democratizarlos.
Al despuntar el siglo XXI vemos el resurgir populista como reacción a los gobiernos de los años 80 y 90, originados por la “década perdida” e inspirados por el capitalismo liberal triunfante ante el desplome del comunismo soviético, que terminaron produciendo rechazo social por las medidas económicas de “shock” aplicadas. Otro factor que ha incidido en el auge del populismo en América Latina está en el hecho de la poca influencia estadounidense a partir del 2001 debido a su lucha antiterrorista en Medio Oriente, facilitando así la aparición de gobiernos con orientación populista en: Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Argentina, Paraguay, Nicaragua, Honduras y Uruguay. Un tercer factor lo encontramos en el alza de precios de las materias primas, lo cual contribuyó económicamente a financiar proyectos de infraestructura y planes sociales, pero con los actuales bajos precios de los “commodities” han disminuido tales iniciativas o ya son francamente insostenibles, lo que a su vez propicia el retorno de gobiernos de tendencia moderada (ejemplo, Argentina o Paraguay).
Esos gobiernos de corte populista han sido influidos políticamente en mayor o menor medida por Fidel Castro, y financiados por Hugo Chávez, en aras de una supuesta integración latinoamericana bajo el concepto difuso del “Socialismo del siglo XXI”, que en general, se caracteriza por la apelación constante al sentimiento patriótico, el personalismo, ataques a la oposición y a los medios de comunicación críticos, así como masivas concentraciones públicas demostrando adhesión política. Dichas prácticas a pesar de guardar ciertas semejanzas con los populismos de hace 6 o 7 décadas atrás, en nuestros días se acercan más bien a la demagogia o el autoritarismo que a la democracia y la modernidad; por lo tanto, puede afirmarse que son un lastre en la aspiración latinoamericana de alcanzar el desarrollo.
En el caso de Venezuela, vemos que se enfrenta a fantasmas bicentenarios que amenazan los logros de la sociedad venezolana en lo que lleva de transcurrido el siglo XXI, las cuales conforman las “Fuerzas Profundas” concepto acuñado por Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle que plantea como: “Las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, las características de la mentalidad colectiva, las grandes corrientes sentimentales nos muestran las fuerzas profundas que han formado el marco de las relaciones entre los grupos humanos y que, en gran medida, han determinado su naturaleza”. Los venezolanos ( y el resto de latinoamericanos en general) a lo largo de dos siglos de vida independiente hemos tenido para nuestra desgracia una serie de atavismos, debilidades o repetición de errores no detectados por la mayoría de la población que en estas últimas dos décadas se convirtieron en maldiciones históricas tales como: el continuismo (que ahora se conoce como reelección continua o indefinida), el populismo, considerar la Constitución “como un librito que sirve para todo”, la corrupción, el personalismo político, la improvisación o falta de planificación a largo plazo, la irresponsabilidad, el despilfarro (creer que solo con dinero se resuelven los problemas) y el aplazamiento de decisiones en asuntos importantes. Todo esto constituyen las fuerzas profundas perversas que han obstaculizado la existencia de un Estado moderno, democrático, con una ciudadanía realmente libre y ocasionado además que Venezuela sea actualmente un problema de política internacional.
Entre las fuerzas profundas de índole positiva que posee el venezolano encontramos: la solidaridad, el sentimiento igualitario (aquí si hay diferencia con otros países latinoamericanos donde persisten barreras socio-económicas que dificultan la movilidad social), la bonhomía, su espíritu democrático ahora entendido como algo más que vivir mejor a través de elecciones y la desmemoria que es algo positivo-negativo simultáneamente ya que por un lado evita odios o resentimientos, pero por el otro propicia la inconsciencia.
Durante el lapso comprendido entre 1958 y 1983 el efecto de las fuerzas profundas retrógradas disminuyó notablemente aunque nunca desapareció del todo, coincidiendo estos años con el auge del proyecto democrático, pero desde 1983 con el inicio de la crisis del sistema económico (llamado comúnmente “viernes negro”) volvieron a manifestarse cada vez más tales fuerzas. De hecho, poco tiempo después la denominada COPRE ayudó a definir los problemas e igualmente proponer soluciones pero por imprevisiones y resistencias a modificar el modelo populista-rentista petrolero no se adoptaron la mayor parte de las medidas recomendadas, trayendo como consecuencia que los males nacionales fueran agravándose progresivamente desde entonces, mostrando un grave impacto en todos los niveles y sectores de la sociedad en los últimos 5 o 6 años.
El proyecto democrático en Venezuela ha sido bautizado con varios nombres: “Puntofijismo”, “Venedemocracia”, “4ta República”, “Segunda República liberal-democrática” o, “Sistema populista de conciliación de las elites”. Esta última denominación fue creada por el politólogo y profesor universitario Juan Carlos Rey, para referirse al sistema político imperante en Venezuela entre 1958 y 1998 que consistió básicamente en establecer consensos y cuotas de participación política, económica y social entre distintos sectores de la sociedad como la Iglesia Católica, el empresariado, los militares, etc, para que apoyaran el proyecto democrático dirigido por los partidos políticos, que buscaba en pocas palabras el mejoramiento de las condiciones de vida de la población a través de la intervención estatal distribuyendo renta petrolera. Ante su agotamiento, surgió el chavismo en la década del 90 que vino a ser la última utopía revolucionaria del siglo XX, y al igual que todas sus antecesoras (Revolución Rusa, Revolución China y Revolución Cubana) ha terminado en un gran fracaso. Hugo Chávez llegó a la presidencia con la promesa de poner fin a la corrupción y a otros desaciertos como la excesiva dependencia de la renta petrolera, pero más bien los reforzó causando que se repitiera con 35 años de diferencia el mismo fenómeno nefasto de combinar populismo con altos precios petroleros, ya que la “Gran Venezuela” prometida por Carlos Andrés Pérez trajo el “viernes negro” con Luis Herrera Campins, y la “Venezuela potencia” de Chávez produjo la “dieta de Maduro”, es decir, más pobreza y frustraciones como resultado de ilusiones grandilocuentes. En ambos momentos históricos se potenciaron la corrupción y el populismo que compraron consciencias; no se veían o no se querían ver los errores y el rumbo que estaba tomando el país porque se pensaba que tal situación no afectaba directa e individualmente a las personas. Pues bien, ahora todos esos elementos están mostrando sus consecuencias haciendo sufrir a millones de venezolanos, además dicha realidad es similar pero en menor escala con lo sucedido en Brasil o Argentina durante los gobiernos populistas de Lula-Dilma y los esposos Kirchner.
Lo anteriormente señalado hace llegar a la conclusión que por mucho tiempo la sociedad latinoamericana ha tomado malas decisiones motivada más por la pasión o la desesperación que por la razón, siendo esto uno de los aspectos claves del populismo, donde el discurso emotivo de líderes carismáticos hace que la población actúe o decida irracionalmente; de manera que las jóvenes generaciones deben ser conscientes de las equivocaciones cometidas para no volver a repetirlas.
Para salir de ese círculo vicioso que representa el populismo hará falta mucho trabajo, mucha honestidad, responsabilidad, inclusión social, visión de futuro, calidad educativa, planificación, y aprender de otras sociedades que luego de grandes calamidades han resurgido posicionándose en la cima del Mundo como Alemania o Japón. Tenemos que dar soluciones estructurales a los problemas estructurales de nuestros países que son simplemente inaplazables, siendo el primer y principal problema de este tipo la mentalidad populista-rentista-paternalista que todavía perdura en buena parte de los latinoamericanos, ya que de no hacerlo América Latina seguirá hundida en el atraso, la pobreza y en la periferia de las relaciones internacionales. Sólo si superamos realmente ese cumulo de flagelos avanzaremos como región hacia el siglo XXI.