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Es con una mezcla de tristeza, preocupación y recelo, que leo los comentarios sobre el lastimoso estado de la Cancillería venezolana, a que se refiere el informe preparado por el propio Ministro y Altos Funcionarios del Despacho, encargados del área de Recursos Humanos.

El hecho anormal de que no haya habido ascensos desde el año 2002 y que no se convoquen Concursos de Oposición para ingresar a la Carrera Diplomática desde 2005, demuestran que hay algo podrido, pero no en el gélido norte europeo, sino en las propias entrañas de la Casa Amarillista y del servicio exterior chavistoide, sin la formación ni la ética indispensables para desempeñar tales funciones.

Se dice que hay unos 150 funcionarios de Carrera, pero no pocos han tenido que abandonar y los que todavía sobreviven, están relegados y condenados a permanecer en los  peldaños iniciales del escalafón, por cuanto desde hace quince años no se asciende.

También se señala que hay cuatro Embajadores de Carrera, pero sólo  dos ingresaron por Concurso de Oposición hace más de treinta años y se desempeñan en países  con los cuales no existe alianza estratégica, apelativo rimbombante con que los chavistoides suelen darse ínfulas al describir algunas de sus relaciones bilaterales que estiman importantes.

Esta penosa situación, ya de por sí bastante grave, no significa solamente un retroceso institucional, sino presagia que cuando se pueda escarbar en las comprometidas ruinas de la Casa Amarillista, se encontrarán quién sabe cuántos desaguisados que van a constituir, en el mejor de los casos,  un peso muerto en nuestras relaciones internacionales.

Pero lo peor que ha estado aconteciendo y que por supuesto no señala el Ministro en su informe, es la omnipresencia del tutelaje  cubano, que, ciertamente, no constituye el mejor guardián de nuestra integridad territorial, ni de los intereses fundamentales de la República.

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