Irak: La tragedia de Obama – Por Kenneth Ramírez
Barack Obama ha sufrido un duro revés desde que el pasado 10 de junio, el Estado Islámico de Irak y Levante (por sus siglas en inglés, ISIS) invadió Irak desde Siria, tomando Mosul –tercera ciudad del país. A partir de allí, el líder del ISIS, Abubaker Al-Bagdadi, declaró el Califato Islámico y siguió expandiendo sus fuerzas en dirección a Bagdad y Erbil –capital del Gobierno Regional del Kurdistán iraquí (GRK). Con 10 mil yihadistas controla un territorio del tamaño del Reino Unido y una población de 6 millones de habitantes, donde ha impuesto la sharia y ha perseguido a las minorías religiosas, sobre todo cristianos y yazidíes. Ante el avance del ISIS, el Primer Ministro Maliki se apoyó en una polémica fatwa –edicto islámico- del Ayatollah iraquí Alí al-Sistani que llama a los shiítas a defender el país, alentando el inicio de una guerra sectaria similar a la que vivió Irak después de la voladura de la Mezquita Dorada de Samarra en 2006. Todo esto ha abierto un capítulo que Obama quería olvidar y que puede acabar definiendo su legado.
La actual crisis iraquí ha sido generada en buena medida por la decisión de Obama de incumplir su línea roja y no bombardear a Siria después de que Assad utilizó armas químicas en agosto de 2013, así como su renuncia a armar a los rebeldes moderados sirios, lo cual terminó desbordando aquella guerra civil hacia Mesopotamia. Empero, la crisis también está asociada a la política sectaria de Maliki, quien ha gobernado con los shiítas, excluyendo a los sunitas del poder.
En consecuencia, el Presidente Obama que se enorgullecía por “haber cerrado una década de guerras agotadora” para EEUU en Medio Oriente, tuvo que iniciar el pasado 7 de agosto una campaña de bombardeos aéreos limitados en el norte de Irak, suministrar armas a los peshmergas –brazo armado del GRK- y ayuda humanitaria a las minorías en peligro. Así, el destino le ha arrastrado trágicamente de vuelta a Mesopotamia, ocupando para su disgusto, un lugar en la historia al lado de George H. W. Bush que bombardeó Irak en 1991, de Bill Clinton que lo hizo en 1998, y del propio George W. Bush, quien lideró la invasión a la que se opuso como Senador de Illinois en 2003 y que creyó cerrar como Presidente en 2011. Por ello, y dada la oposición del público estadounidense a participar en nuevas guerras, Obama ha fijado límites a la operación: 1) No habrá tropas en el terreno –aunque envió 775 fuerzas especiales en julio para protección y asesoría-; 2) El objetivo militar se centra en detener el avance del ISIS hacia Erbil y Bagdad; 3) Cualquier solución a largo plazo, destinada a derrotar al ISIS, pasa por el liderazgo de Irak, lo que supone superar la crisis política provocada por Maliki.
Aunque el Presidente Obama ha señalado la necesidad de estos bombardeos limitados para evitar “un genocidio masivo” de las minorías religiosas perseguidas por ISIS, las razones humanitarias no son suficientes para explicar su regreso a Mesopotamia, menos aun cuando se toma en cuenta los alrededor de 200 mil sirios que han muerto sin que haya tomado acciones militares contra Assad.
En primer lugar, los bombardeos buscan evitar una eventual caída del Kurdistán iraquí en manos del ISIS, lo cual implicaba perder una base militar y dejarlo fortalecerse aún más con los campos petroleros kurdos que actualmente producen alrededor 400 mil barriles diarios, mientras en la actualidad ISIS apenas controla pequeños campos sirios que le permiten vender 10 mil barriles diarios. Esto además, alinea a EEUU con Turquía, que ve en el GRK un proveedor petrolero y un aliviadero para su conflicto con los kurdos turcos, aunque Ankara recela del suministro de armas de EEUU al GRK -ya que alienta su independentismo.
En segundo lugar, y por sorprendente que pueda parecer, Obama busca aprovechar el conflicto iraquí como oportunidad para consolidar su acercamiento con Irán. En este sentido, Obama se ha aliado tácitamente con Teherán para salvar la unidad de un Irak controlado por la mayoría shiíta –sin excluir a sunitas, kurdos y otras minorías-, y para combatir ISIS que amenaza con su yihad tanto a Bagdad como a Assad en Damasco, y ulteriormente a Teherán y al propio Washington. Al respecto, Obama ha señalado que la solución para Irak es política y no militar; enviando un claro mensaje a Irán: No desea expulsarle de Bagdad, sino propiciar un gobierno de unidad nacional que pueda enfrentar al ISIS, lo cual implica la salida de Maliki. El Ayatollah Khamenei desconfiado al principio, parece haber aceptado el envite al juzgar por sus recientes acciones y declaraciones.
No obstante, la forma en que Obama ha regresado a Irak resulta riesgosa. Los bombardeos limitados no derrotarán al ISIS, que puede optar por replegarse y jugar con el atractivo de haber resistido un conflicto contra EEUU para reclamar el liderazgo a Al-Qaeda, mientras adopta una política de “esperar y ver” entendiendo el rol limitado de Washington, que los kurdos no están interesados en combatirles más allá de su territorio, y que Bagdad puede seguir paralizada. En este sentido, aunque el 10 de agosto, el Presidente Fuad Masum nominó al shiíta Haider al-Abadi como candidato a Primer Ministro con el apoyo de EEUU e Irán, para evitar un tercer período de Maliki, este aún controla las fuerzas de seguridad como Primer Ministro en ejercicio. Por ello, se ha hablado de la posibilidad de un golpe de Estado, lo cual podría abrir un conflicto dentro del propio conflicto.
Por otra parte, el acercamiento de Obama con Teherán en Irak cobrará sentido, sólo si logra cristalizar un acuerdo definitivo sobre el programa nuclear iraní, cuyas negociaciones fueron prorrogadas hasta noviembre y aún se antojan complicadas. Además, Arabia Saudita se encuentra muy descontenta con un Obama que percibe tomando partido por su rival Irán, contando con capacidad suficiente para perturbar su política a través de sus alianzas con grupos sunitas en Irak y Siria.
En conclusión, Obama ha tenido que regresar a Irak inesperadamente, con una respuesta limitada que no resolverá el problema de fondo, que le hace depender de un rival como Teherán, que le alinea con un enemigo como Assad y le posiciona contra un aliado como Riad, que alienta el independentismo de Erbil, por no mencionar otras variables que escapan de su control. Una tragedia que puede manchar su legado si todo acaba en fracaso: El Presidente de EEUU que permitió la formación de un “Yihadistán” entre los ríos Éufrates y Tigris, a poca distancia del Mediterráneo.
@kenopina