Por lo general no acostumbro a reincidir en polémicas, mas, hace días un gran y fraternal amigo de toda una vida, camarada de sueños, el Profesor, ya jubilado, de la Escuela de Economía de la UCV, Aquiles Gutiérrez y a quien dedico estas letras. El caso es que mi buen amigo, llamó mi atención por una idea que expresé en un programa de TV donde expuse que Trotsky había sido el creador – fundador de los GULAGS (Glavnie Upravlenie LaGerof, o en español, los campos de concentración) Para mi amigo resulta inverosímil tal aseveración, debido al extraordinario intelecto que siempre le acompañó. Eso fue, por lo menos, lo que entendí; esa política era propia de Lenin (en lo que tiene absoluta razón) y más específicamente de Stalin; éste último, quien, como se sabe, ejerció el poder, durante 30 años, en forma macbethiana, es decir, con sangre.
Como dijera un periodista británico: “las interpretaciones son libres, los hechos sagrados”. Sirva ésta para poner sobre la mesa algunos elementos de mi interpretación sobre este dirigente político ruso, en efecto, hombre brillante y dueño de un intelecto que sobrepasaba con creces a sus camaradas de militancia; luego, de una cultura cosmopolita que lo hacía ver como un extraño en esa Rusia atrasada y esclava de rituales enmarcados en la ortodoxia religiosa. Sólo Lenin lo superaba. El mismo Trotsky lo remarcó en más de una ocasión. Él estuvo infectado por el virus de la cultura estadounidense, en tanto que Lenin por el alemán.
La revolución de 1917 que pronto cumplirá 100 años, significó una ruptura en el recorrido histórico de los acontecimientos. Trotsky y Lenin, gracias a la guerra destruyeron el zarismo. Sin embargo, su método fue la violencia sangrienta para proletarizar a una nación estructurada, fundamentalmente por campesinos. Según dicen algunos analistas, Trotsky y Lenin, con el comunismo, llevaron a Rusia a la occidentalización. E incluso dicen que la convirtieron en su colonia axiológica. Para no hablar de la venta que éstos realizaron a Occidente de los elementos culturales rusos más preciados.
Lenin y Trotsky impusieron su poder y usaron una vía criminal para ello. Una economía destruida por los efectos de la guerra. Rusia, era un enigma. Pero, para ellos no. La conocían muy bien. Para completar el argumento basaré mi apreciación con una cita de Paul Kennedy y quien dice: “Rusia era, en las décadas anteriores a 1914, simultáneamente poderosa y débil, según, como siempre, el extremo del telescopio por el que se mirase”. (Auge y Caída de la grandes Potencias, pagina 374. Plaza &Janes, Editores)
Lenin y Trotsky comprendieron a su país. Acabaron con la guerra y abrieron los fuegos contra los enemigos internos, estimulados desde el exterior. Lenin, fundamentalmente, comprendió la realidad. Pasó del inicial radicalismo expropiador a una economía privada. Terminó con la fraseología revolucionaria que confiscaba todo, hasta la respiración de quien pensaba distinto. Trotsky le acompañó a regañadientes, pero lo hizo. Fueron talentosos para comprender la necesidad de aprender rápido. Cualquier retardo en ello sería un crimen. Por lo que Lenin, aplicó la N.E.P (Nueva política económica). Hoy, los regentes del poder en el Kremlin usan la misma política; no obstante, desde una postura ideológica, diametralmente opuesta.
Tanto Trotsky como Lenin, ambos intelectuales de formación occidental; el primero, repetimos, de formación axiológica al estilo estadounidense y el segundo inclinado por los valores germánicos creían ciegamente que la Rusia soviética no era sino un puente para alcanzar la revolución mundial. Ambos, no escatimaron en métodos violentamente sangrientos, recursos, esfuerzos y su inteligencia para ese hecho teleológico. La sangre estaba en los vasos de ambos. Lenin propuso la creación del KGB (Comité para la Seguridad del Estado) cuyo primer jefe fue Félix Derzhinsky, hombre cercano a su visión del poder. En tanto Trotsky, Jefe del Ejército Rojo, ordenó la masacre de los marinos de Kronstand, marinos que él mismo considerare como “la flor y nata” de la Revolución de Octubre. Se habían alzado contra el poder que ellos mismos instauraron. La razón: el hambre sacudía su estómago y sus conciencias, incluso de los más dogmáticos y fanatizados revolucionarios. Había que reprimirlos y a Trotsky no le tembló el pulso para ello. Lo demás se conoce.
Lenin muere en 1924. Trotsky insiste en su prédica acerca de la Revolución mundial con su teoría, “La Revolución permanente”. Tras la muerte de Lenin, se desató la lucha por el poder. Ganó el más inculto y menos sensibilizado por los valores occidentales del liderazgo bolchevique: Stalin. Por lo que Trotsky hubo de escapar de las garras de acero de Stalin. Occidente lo recibió. El viejo Coba o Stalin no compró el tiquete de la revolución mundial. No creía en esas aventuras globalistas. Tampoco creyó en la inversión extranjera. Todo aquello que no fuera ruso, era rechazado. No fue casual que el propio Lenin calificase a Stalin de ser un paneslavo muy peligroso. Es decir, un no ruso que se comporta peor que uno nacido en Rusia. Stalin fue esclavo hasta su muerte en 1953 de la tesis del socialismo en un solo país: la URSS; los demás que vinieren después debían ser sus satélites. Moscú sería la Meca, el nuevo Vaticano, el alfa y omega del socialismo. Eso no tenía nada que ver con la ideas de Marx, e incluso el mismo Lenin las rechazó.
Mientras Trotsky, refugiado en México, donde fue asesinado en 1940, por un fanático español, al servicio de Stalin, le criticaba. Muchas de sus ideas se mantienen en la terminología de algunos intelectuales, incluso de los EEUU. Irónicamente, Washington se ha convertido, sin querer queriendo, en el estandarte de la “Revolución permanente”, las cuales se han promovido desde el Potomac como revoluciones de color: Ucrania, Georgia e incluso el proceso mal llamado “Primavera árabe” en Túnez, Libia y Siria. Estamos ante un fantasma que recorre el Mundo, para parafrasear a Marx; el fantasma de Trotsky se pasea por un mundo globalizado. Ese fantasma pretende concluir su obra, no importa si corre la sangre. El caso es que donde emerge un Trotsky, siempre aparece un Stalin. Repetimos, la frase de Charles P. Scott, entonces director del Manchester Guardian, en 1921: “las interpretaciones son libres, los hechos son sagrados”.
@eloicito