La Doctrina Trump – Por Richard Haass (*)

Durante mucho tiempo, EEUU buscó promover la democracia y el respeto a los Derechos Humanos, incomodando a algunos e inspirando a otros. Esos tiempos ya pasaron, en algunos aspectos para bien, pero sobre todo para mal.

El segundo mandato del presidente estadounidense Donald Trump apenas lleva ocho meses, pero ya hay indicios de una doctrina emergente en política exterior. Y, como tantos otros aspectos de su presidencia, representa un cambio radical respecto al pasado.

Las doctrinas desempeñan un papel importante en la política exterior estadounidense. Con la Doctrina Monroe, anunciada en 1823, EEUU afirmó que sería la potencia preeminente en el Hemisferio Occidental e impediría que otros países establecieran posiciones estratégicas competitivas en la región. Al comienzo de la Guerra Fría, la Doctrina Truman prometió el apoyo estadounidense a los países que luchaban contra el comunismo y la subversión respaldada por la Unión Soviética. Más recientemente, la Doctrina Carter señaló que EEUU no se quedaría de brazos cruzados si una fuerza externa intentaba controlar la región del Golfo Pérsico, rica en petróleo. La Doctrina Reagan prometió asistencia a las fuerzas y países anti-comunistas y anti-soviéticos. La Doctrina Bush (hijo), entre otras cosas, dejó claro que ni los terroristas ni quienes los albergaban estarían a salvo de un ataque. Lo que estas y otras doctrinas tienen en común es que señalan a múltiples audiencias los intereses críticos de EEUU y lo que está dispuesto a hacer para promoverlos. Las doctrinas tienen como objetivo tranquilizar a amigos y aliados, disuadir a enemigos reales o potenciales, galvanizar a la burocracia encargada de cuestiones de seguridad nacional y educar al público.

Aunque no se ha presentado explícitamente la Doctrina Trump ha comenzado a surgir. Podría llamarse la doctrina de “hacer la vista gorda”, la doctrina de “no ver, no oír ni decir nada” o la doctrina de “no es asunto nuestro”. Sea cual sea el nombre, la doctrina indica que EEUU ya no intentará influir ni reaccionar ante el comportamiento de los países dentro de sus fronteras. El gobierno se ha abstenido de criticar al Presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, por arrestar a su principal oponente político, al Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, por sus repetidos intentos de debilitar el poder judicial del país, ni al veterano Primer Ministro húngaro, Viktor Orbán, quien ha socavado constantemente las instituciones democráticas.

Si bien Trump ha menospreciado la política exterior del Presidente ruso, Vladimir Putin, y la política económica del Presidente chino, Xi Jinping, no ha cuestionado la represión de ninguno de los dos líderes contra su propio pueblo. La Administración Trump II también ha recortado o desmantelado muchos de los instrumentos, como la Voz de América, la Agencia para el Desarrollo Internacional y la Fundación Nacional para la Democracia, utilizados durante mucho tiempo para promover la sociedad civil y los movimientos democráticos en todo el Mundo. Lo más cercano a una articulación pública de la nueva doctrina se produjo en Arabia Saudita el 13 de mayo. Trump habló con admiración de lo que describió como la gran transformación de ese país, añadiendo que “no proviene de intervencionistas occidentales (…) que les den sermones sobre cómo vivir y cómo gobernar sus propios asuntos (…) En los últimos años, demasiados Presidentes estadounidenses han sido afligidos por la idea de que es nuestro trabajo indagar en las almas de los líderes extranjeros y utilizar la política estadounidense para impartir justicia por sus pecados”.

Las acciones de Trump, sobre todo su búsqueda de acuerdos comerciales con gobiernos autoritarios en el Golfo Pérsico y mucho más allá, subrayan la importancia de estas palabras. A diferencia de Reagan, Carter, Bush, Barack Obama y Joe Biden, Trump ha dejado claro que EEUU no tiene ningún interés en defender los Derechos Humanos y la democracia, denunciar los abusos autoritarios ni presionar por la liberación de disidentes políticos.

Sin duda, la doctrina de la tornar la mirada hacia otro lado evita los excesos que caracterizaron la Administración Bush (hijo), cuando el afán por difundir la democracia condujo a la costosa e imprudente invasión de Irak. También facilita que EEUU colabore de forma constructiva con gobiernos que implementan políticas internas que normalmente obstaculizarían las relaciones comerciales o la cooperación en asuntos cruciales bilaterales, regionales o globales.

Sin embargo, las desventajas del nuevo enfoque compensan estas consideraciones. La Doctrina Trump aumenta la probabilidad de que los gobiernos interesados ​​redoblen la represión interna y los esfuerzos por subvertir la democracia, una forma de gobierno que a menudo se asocia no sólo con una mayor libertad personal, sino también con el libre mercado, respaldado por el Estado de Derecho y una política exterior menos agresiva. Promover la democracia, por lo tanto, beneficia a los inversores estadounidenses y limita el riesgo de que EEUU se vea envuelto en conflictos externos costosos o prolongados.

La Doctrina Trump también distancia a EEUU de muchos de sus amigos y aliados tradicionales, la mayoría de los cuales, no por casualidad, son democracias. Este distanciamiento perjudica la influencia estadounidense. Dicho esto, la capacidad de EEUU para llevar a cabo una política exterior que apoye la libertad en el exterior depende en gran medida de su disposición a predicar con el ejemplo. Ningún país puede predicar sin actuar, y la violación por parte de la Administración Trump II de muchas de las normas y prácticas que sustentan la democracia socavaría su capacidad para defenderla en otros lugares, si así lo deseara.

Ninguna doctrina es completamente consistente –durante la Guerra Fría, EEUU a menudo apoyó a anti-comunistas que eran todo menos demócratas– y la Doctrina de Trump no es la excepción. Existe un sesgo egoísta y derechista. La Administración Trump II ha criticado a los gobiernos europeos y ha dejado clara su preferencia por las fuerzas de extrema derecha, incluido el nacionalista Karol Nawrocki, quien ganó la Presidencia de Polonia. A pesar de reducir los enredos de EEUU en el exterior, Trump también ha librado una campaña contra Groenlandia y Canadá. Pero estas son excepciones. La esencia de la Doctrina Trump –no permitir que el comportamiento anti-democrático obstaculice la actividad empresarial– es clara. Durante mucho tiempo, EEUU buscó cambiar el Mundo, irritando a algunos e inspirando a otros. Esos tiempos ya pasaron, en algunos aspectos para bien, pero sobre todo para mal. EEUU ha cambiado. Se está asemejando a muchos de los países y gobiernos que una vez criticó. Es tan trágico como irónico.

(*) Presidente emérito del Council on Foreign Relations (CFR).

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