La Fórmula Kissinger acerca de la Guerra de Ucrania – Por Pedro Camacho

A mediados de 2022, a pocos meses del inicio de la Guerra de Ucrania, el Ex-Secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, sugirió al Presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, que con el propósito de concluir la guerra de la manera menos traumática posible, Rusia conservaría parte del sureste de Ucrania y la península de Crimea. El rechazo de Zelenski no se hizo esperar. En un tono firme manifestó que “Kissinger emerge del pasado” al exigir que Ucrania le dé un pedazo de territorio a Rusia para que esta nación no quede marginada de Europa.

El planteamiento de Kissinger se habría fundamentado en que en toda negociación belicista, de no tomar las medidas a tiempo, las tensiones entre las partes involucradas serían muy difíciles de conciliar. Como experimentado negociador de larga data, se pronunciaba a favor de un acuerdo entre ambos países según el cual, ninguna de las dos naciones lograría que la otra regresara a su posición territorial original por lo cual, se obtendría un “balance de insatisfacción”. Es innegable que la aspiración plena de ambas naciones consiste en ganar la contienda sin ceder ni un ápice, una victoria muy poco probable si se toma en cuenta el desgaste que para ese momento comenzaba a notarse. Hoy en día, definitivamente, Ucrania no estaría en condiciones de triunfar sin conceder una porción de su territorio y Rusia apostaría por no perder el conflicto luego de haber conquistado tanto espacio.

El aspecto relevante de la Fórmula Kissinger consiste en que después de tres años de una guerra sin cuartel en la búsqueda de una rendición incondicional de la otra parte, el 12 de febrero de 2025, el nuevo Secretario de Defensa de EEUU, Pete Hegseth, habría afirmado que no es realista que Ucrania pueda volver a sus fronteras anteriores a 2014 como resultado de un acuerdo de paz, aseveración que habría dado pie a una conversación entre los Presidentes Donald Trump y Vladimir Putin para iniciar las negociaciones con el propósito de lograr la armonía en el área en conflicto lo cual, a su vez, resultó en el reciente encuentro entre los Cancilleres de EEUU y Rusia, en Riad. Para sorpresa de muchos, Zelenski días después se habría inclinado a favor de un intercambio de territorios con Rusia mediante “negociaciones serias”.

Es importante recordar que los nexos entre Ucrania y la OTAN se remontan a las décadas de 1990s y 2000s. Durante ese período se llevaron a cabo reuniones informales con el objeto de que la alianza atlántica se abocara a examinar seriamente la aspiración de Ucrania a convertirse en uno más de sus miembros pero las conversaciones se fueron postergando y en 2008, la Canciller de Alemania, Angela Merkel, procedió a vetar oficialmente su ingreso, ya que a su juicio, más allá de evitar una escalada militar con Rusia, el país no estaba políticamente estable. La situación llegó a tensarse en el instante en que Crimea fue anexada a Rusia en 2014. Esta decisión unilateral de Putin se tradujo en una intervención militar rusa a la península y oscureció aún más el paisaje en su conjunto. Poco tiempo después del comienzo de la guerra, el Canciller de Alemania, Olaf Scholz, se opuso a la solicitud formal de Ucrania para adherirse a la OTAN al aducir que asuntos políticos de Ucrania entorpecían las negociaciones para su membresía. Sobre el particular, Kissinger posteriormente comentó que Putin había “cometido un error catastrófico” pero que “Occidente no estaba libre de culpa” en virtud de que “la decisión de dejar abierta la adhesión de Ucrania a la OTAN, fue equivocada”.

El panorama en la actualidad estaría más complicado. El ingreso de Ucrania a la OTAN en plena contienda militar, pese a la reanudación de las conversaciones en el seno de la alianza, podría transitar una ruta más áspera que en el pasado por razones de timing. El momento propicio desde el punto de vista político no es el mejor, debido a que, de ser aceptada Ucrania, quedaría amparada por el Artículo 5 de la OTAN cuyo texto establece que un acto de fuerza militar a un miembro de la OTAN representa una agresión a todas las naciones de la alianza y se vería como una provocación de parte de Occidente que podría convertir el conflicto en una conflagración mundial. Esta es la razón por la cual los miembros de la Organización continúan atrasando la decisión que tanto anhela Zelenski.

Mientras tanto los encuentros continúan. La anhelada summit entre Donald Trump y Vladimir Putin se celebró en Alaska el 15 de agosto de 2025 con la ausencia del Presidente Zelenski y, por supuesto, sin la presencia de ningún país de la Unión Europea. Fue un encuentro amistoso, con apretón de manos incluido pero desde el ángulo político el único acuerdo fue el desacierto. Con seguridad intercambiaron impresiones sobre el tema en cuestión pero lo que salió a la luz pública fue una suerte de pacto vacío de contenido. Quizás el planteamiento sobre el reparto del territorio ucraniano fue conversado aunque de nada sirve hablar sobre la eventual partición de Ucrania sin el consentimiento de su Presidente. El alto al fuego no se ha cumplido, sigue la batalla, incluso con mayor intensidad ya que el objetivo de Putin es el reconocimiento no sólo de Ucrania sino de la Comunidad Internacional de todos los territorios ocupados por la fuerza y de esa manera fracturar la integridad territorial de Ucrania. Quizás un triunfo para el Presidente ruso fue no permitir la presencia de la Unión Europa en la reunión, iniciativa que con seguridad fue de común acuerdo entre los dos mandatarios, en virtud del distanciamiento que se percibe entre el viejo continente y la Administración Trump.

Para algunos analistas, la Fórmula Kissinger, la cual parecería ser aceptada por Trump y evidentemente por Putin, siempre y cuando sin ceder un milímetro del territorio militarmente anexado, es inviable porque muy probablemente Putin al no dar garantías constitucionales dejaría la puerta abierta a una futura invasión a Ucrania y se rompería el eventual acuerdo entre ambas naciones. Se comprende que existen episodios plasmados en la historia con promesas de gobernantes autócratas no cumplidas y los acuerdos suscritos con tanto augurio han quedado en letra muerta y, en el caso que nos ocupa, con mayor razón salta la duda ya que se trata de un gobernante que tiene la potestad de cambiar el rumbo de los acontecimientos cuando menos se espera, pero también debe entenderse que no siempre la historia vuelve a repetirse y los factores de poder que rodean la guerra de Ucrania son muy particulares desde el punto de vista geopolítico. Por otra parte, en caso de que Zelenski aprobase la Fórmula Kissinger y se parta en dos el territorio ucraniano para concluir el conflicto armado, la OTAN podría acelerar los trámites para calmar la inquietud de Zelenski y darle curso a la tan apetecida aspiración de Ucrania de formar parte como miembro de pleno derecho en la alianza, con lo cual Ucrania quedaría amparada y protegida de cualquier acción bélica que en un futuro pudiera ocurrir de parte de Rusia en virtud de que el conflicto podría derivar en uno de mayor envergadura y de consecuencias insospechadas.

Se tiene la impresión que la Fórmula Kissinger acerca de la cesión de territorios aún parecería estar en vigor. Por otro lado, si a Ucrania se le hubiera prestado la debida y oportuna atención hace unos años para incorporarla como miembro de la OTAN, posiblemente el infortunado escenario bélico de hoy no hubiera existido. El horizonte continúa reducido. Sin embargo, si bien al final del túnel aún la luz no aparece nítida, se asoma un faro cuya iluminación, aún siendo muy vaga, pudiera servir de guía a la esperanza en la cual, debería prevalecer la delicada acción diplomática y la voluntad política de todos los gobiernos seriamente afectados en la disputa.

En conclusión, más allá de algún símil histórico al cual se le debería prestar atención, lo más preocupante es que, como indiqué en una ocasión, abortar la guerra después de 3 años de interminables combates, que han dejado miles de víctimas, pueblos destruidos y migraciones incontroladas, tiene un alto precio. Ni Ucrania ni Rusia, para alcanzar la paz, estarían en condiciones de pagar el precio que le corresponde sin recibir a cambio algún beneficio geopolítico y/o dividendo económico. Por lo tanto, el pragmatismo o realpolitik, instrumento que ha servido para la justificación de muchos regímenes y aventuras políticas indeseables, en las actuales circunstancias se impondría con el sólo propósito de obtener el fin preponderante que se desea: la paz.

(*) Embajador (J).

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