La eterna vigencia de Maquiavelo – Por Eloy Torres
Cuando utilizamos el término “maquiavélico”, lo hacemos prefigurando a manipuladores y fundamentalmente a políticos ambiciosos, en el caso que nos ocupa. Es una palabra que suele asociarse a tiranos en quienes pondremos el acento como individuos despiadados del siglo XX: Hitler, Mussolini, Stalin, Mao, Ceausescu, Fidel Castro, Daniel Ortega, entre otros. Hoy en día, casi todo el mundo también utiliza el término, como palabra de moda, para pretender dar sentido a un estilo de hacer las cosas.
En su área, los psicólogos, describen a los maquiavélicos como manipuladores interpersonales; utilizan la adulación, el engaño y adoptan puntos de vista cínicos y amorales a fin de promover sus propios intereses. Estos especialistas en la conducta humana sugieren que las personas con cualidades maquiavélicas tienen desapego, pues, carecen de conexión emocional con los demás.
El concepto “maquiavélico” en política es un malentendido, pues, como término, expresa connotaciones profundamente negativas. Siempre se presenta, en el ambiente intelectual, la pregunta acerca de si el pensador florentino, fue un individuo manipulador rebosante de codicia y ambición. No obstante, basta observar, con atención, su tiempo para comprender su angustia existencial. Ella, justifica sus consejos, volcados en su polémica obra, El Príncipe.
Todos sabemos que Maquiavelo fue un intelectual, en el amplio sentido de la expresión, pues, fue, escritor, enamorado de la historia, filósofo y diplomático durante un buen tiempo en la Florencia del Renacimiento. Trabajó como un hombre consustanciado con los asuntos sutiles de la diplomacia al servicio de esa ciudad. Esa experiencia del mundo real lo hizo distinto de los filósofos idealistas, por ejemplo, Platón, e incluso de hombres que ejercieron el poder, como es el caso de Marco Aurelio, el emblemático Emperador romano. Maquiavelo, abrazó el elemento pragmático de la política. Fue, repito, un escritor y estudiaba la historia para utilizarla como guía de los asuntos que tuvo que observar. No es casual que tanto Henry Kissinger como Churchill fueran unos seguidores de la historia. Maquiavelo los inspiraba.
Maquiavelo, gracias a su trabajo El Príncipe adquirió una gran notoriedad. Este trabajo, desafió el concepto manejado por Cicerón, acerca la virtud y el arte de gobernar. Maquiavelo observa un empeño en brindar ejemplos de personas cuya naturaleza puede ser malvada, pero, que debido a que sus intenciones y fines son beneficiosos, y por lo que el medio a utilizar puede ser inmoral; éstos, podrían justificarse, o dicho en términos religiosos, perdonados.
Fue su realidad fragmentada la que lo condicionó a desplegar, en su escrito El Príncipe, aquellos polémicos elementos, con los que aconsejaba al gobernante, quien, una vez alcanzado el poder, éste, no debía dejar piedra alguna o restos de las instituciones existentes, por lo que había que destruir a los disidentes, justamente porque los anteriores “inquilinos del poder” jamás olvidarían sus logros y siempre mostrarían deseos de venganza. Ese trabajo fue tipificado por algunos como un manual para gánsteres o, bien calificaban a Maquiavelo, como un maestro del mal.
De hecho, se considera que sus trabajos, muy anti-teológicos, por demás, enriquecieron la fuente de la modernidad. Creemos que no se comprendió el contexto histórico, ni se “pusieron en los zapatos” del florentino para juzgar su obra. Resulta fácil catalogar a Maquiavelo como un pensador inmoral a la luz de sus argumentos o consejos que despliega en su polémico libro.
De hecho, Maquiavelo, en su vida política, fue republicano. Esto es, según el condicionamiento axiológico que brindaba la Florencia renacentista. Maquiavelo, se desempeñó como Segretario de la Segunda Cancillería de la República de Florencia; participó en muchas misiones diplomáticas importantes, entre las cuales destaca la de establecer vínculos de amistad con el Rey Luis XII de Francia y el Emperador Maximiliano I Habsburgo.
Al albor del siglo XVI, los Médici recibieron la bendición y apoyo del Papado, por lo que pudieron derrotar al ejército florentino y disolvieron el gobierno republicano, para restaurar la Signoria. Maquiavelo fue un perseguido político, por lo que encarcelaron y exiliaron: una víctima del maltrato del poder. En su finca en Sant’Andrea en Percussina, se refugió en sus aposentos para dedicarse a escribir.
Maquiavelo escribió El Príncipe a principios de 1514. La obra es una loa al poder. Su paradigma lo fue Cesar Borgia. Maquiavelo escribe en términos sibilinos al plantear que el propósito de su obra es mostrar a los Médici, concretamente al nieto de Lorenzo “El Magnífico”, Lorenzo di Piero de Médici, el cómo debe escalar la grandeza y honrar a su gran familia. Maquiavelo también da a entender a éste, su deseo de ganarse su favor. No es de extrañar, de hecho, que muchos de los antiguos colegas de Maquiavelo durante el gobierno republicano fueron rehabilitados y sirvieron a los Médici. Maquiavelo, seguramente, escribió El Príncipe con la prisa para recuperar su estatus en los asuntos políticos florentinos.
Como quiera que nos movemos en el mar de las confusiones interpretativas, no sería impertinente apostar que el reputado filósofo, tenía por intención brindarle no un consejo útil, sino más bien confundir al autócrata con ideas contraproducentes y así atraerlo al fracaso. Después de todo, Maquiavelo era un hombre de la República que tenía todos los motivos para resentirse con el nuevo régimen. O, tal vez no. Aunque era un hombre de la República, también estaba desesperado por un trabajo y una posición. Necesitaba ingresos y probablemente estaba bastante dispuesto a comprometer sus principios, si podía regresar al servicio del gobierno.
Maquiavelo y su escrito El Príncipe, presenta un contenido que muestra una aparente inconsistencia con su axiología republicana, presentes en sus otras obras como los Discursos de la primera década de Tito Livio, las cuales apuntaban al individuo como centro de la filosofía renacentista, y no el absolutismo moderno.
Maquiavelo, intelectual de primer orden, hurgó en la historia para fortalecer sus pasos en la edificación de la ciencia política. No es casual que en los Discursos de la primera década de Tito Livio nos muestra el pensamiento del Maquiavelo más noble y tradicional, pues, analiza a la República Romana y de cómo los romanos fundaron y sostuvieron esta forma de gobierno y, lo que es más importante, cómo todas las repúblicas pueden utilizar la sabiduría romana en el arte de gobernar. Aquí Maquiavelo sugiere que las repúblicas son mejores que los principados.
Por lo que El Príncipe es un trabajo que, de alguna manera, según Jean Touchard es “…una solución de compromiso, dictada por un necesario oportunismo; pero responde también a una visión teórica más amplia” (Historia de las ideas políticas, Editorial Tecnos. Madrid, 1977, p. 204).
En los Discursos de la primera década de Tito Livio se nos muestra que la república debe existir para el beneficio de sus ciudadanos y no para el engrandecimiento de un liderazgo fatuo. Las decisiones deben resultar de un debate entre los ciudadanos y sus líderes. Es un proceso que debe brindar, como resultado, mejores decisiones para la República y no para satisfacer los caprichos de un tirano.
En Maquiavelo, la salud de una República depende no sólo de que un pueblo activo y desconfiado ponga freno a la ambición de las élites, sino de la traducción institucional del antagonismo latente entre las élites y el pueblo: en la antigua Roma, el autor florentino vio en instancias como los tribunos de la plebe los garantes de este equilibrio necesario. Por medio de ésta y otras instituciones, el gobierno patricio tenía como contrapeso a un pueblo con capacidad para hacerle rendir cuentas e incidir en las decisiones.
Es evidente que esta visión, contrasta con El Príncipe donde muestra despiadadas tácticas de los tiranos: ¿acaso para desenmascararlas también ante los ciudadanos en forma oblicua?
Maquiavelo era ante todo un pensador del realismo político, que buscaba, en última instancia, una guía para un gobierno eficaz en un contexto especifico y ante el acoso de las contingencias de la realidad, sin perder de vista la necesidad de la unidad italiana frente al intervencionismo creciente de las potencias extranjeras, desde Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico hasta España a través de Aragón.
La idea, según la cual “el fin justifica los medios” es un tema recurrente y muy mal entendido. Se trata de la ética de la responsabilidad, como la llamaría después Max Weber. Mucho de los consejos despiadados que sugiere a Lorenzo di Piero de Médici, eran para que éste se sumara al esfuerzo por la unificación de Italia. Un país dividido y acosado por reiteradas luchas civiles intestinas por la que ella, se mostraba débil, ante tanta falta de coherencia interior frente a la avidez de las potencias europeas. Creemos interpretar que nunca, en la tradición del pensamiento político occidental un filósofo había presentado un argumento tan audaz.
De hecho, Maquiavelo, en su obra El Príncipe, enfrentó las visiones moralistas de la política. No obstante, señaló que debe mantener una imagen respetable, lo que implica mucha astucia. El pueblo debe ver al príncipe como una encarnación de la generosidad. Pero, éste, nunca debería ejercer su generosidad de forma convencional. Si la generosidad se ejerce como realmente debe ser, haciendo el bien con humildad y sin alardes. Sin embargo, ella debe ser resultado de la fuerza y la astucia.
Maquiavelo sostiene que un príncipe debe aspirar a la gloria como objetivo final. Es lo que pesa más en cuanto a la importancia del poder. Si bien los medios malvados pueden ayudar a un príncipe a consolidar su poder, un príncipe no puede alcanzar la gloria, solamente gracias a la pura maldad. Por lo que Maquiavelo considera que no toda acción cruenta te permite alcanzar la gloria, elemento fundamental para el desempeño político, por el contrario, aquellos líderes que utilizan el poder, sin sentido de grandeza para su nación, sino en su beneficio personal son fatalmente condenados al ostracismo de la historia, pues, no pueden ser ubicados entre los gobernantes verdaderamente grandes, cuyos actos deberían ser admirados e imitados.
Vemos matices en la visión que pretendemos observar de los argumentos de Maquiavelo. Él reconoce la importancia del realismo político y la necesidad de utilizar medios inmorales para ganar poder, también implica que un príncipe debe moderar la crueldad y su ambición personal para no cometer desasosiegos en su nación. Un príncipe glorioso debe lograr un equilibrio: ser un hombre de conciencia y templanza, en lugar de un tirano de ambición arrogante, un ser fatuo.
La filosofía de Nicolás Maquiavelo tiene muchas facetas. Quienes ven en Maquiavelo a un intrigante manipulador y carente de moralidad, no observan al mundo en el cual él desarrolló sus visiones. Al leer filosofía política, es muy fácil juzgar a un pensador con nuestra lente y nuestros valores contemporáneos. Es obvio que los autores del pasado no pueden ser apoyados por las ideas de hoy. Como tampoco y de hecho es así, que no podemos dar crédito a retrospectiva para culpar a ciertos autores anteriores por el mal uso que otras personas hacen de sus ideas.
Quizás los lectores deberían adoptar un enfoque que implique comprender el contexto político e intelectuales, es decir, los tiempos, en los que escribían los pensadores de ese entonces. Ello, no sólo garantiza la integridad histórica, sino que también abre nuevos marcos de análisis. De esta manera, no veríamos a Maquiavelo como un individuo “moralmente hipócrita”, sino que empatizaríamos con él, a parir del hecho que fue un intelectual experimentando en una época turbulenta llena de paradojas políticas.
Sin embargo, hoy, creemos interpretar que Maquiavelo nos sugiere que, para contrarrestar a los tiranos, así como a los demagogos populistas de todo tipo de ralea que campean alrededor del Mundo, se necesita del Estadista ilustrado, de fuerza intelectual y capacidad políticas excepcionales para fortalecer la República y contribuir al fortalecimiento de la unidad latinoamericana en un momento donde se agudiza la competencia entre las grandes potencias.
@elocito