América Latina, capitalismo y decadencia revolucionaria – Por Carlos Pozzo Bracho
El auge
El fin del comunismo y la consecuente expansión del capitalismo democrático quedaron sellados con la desintegración de la Unión Soviética. China se venía ajustando a esa nueva realidad unos años antes del desenlace soviético. Desde tiempos de Deng Xiaoping aplicaba la peculiar política de “un país dos sistemas”, la cual suponía la coexistencia del capitalismo en Hong Kong y Macao con el comunismo en Beijing y las demás provincias. Esa coexistencia se intensificó y extendió de tal manera que produjo un dinámico capitalismo de Estado que, bajo la falsa democracia marxista de un solo partido, terminó por convertir a China en una potencia de alcance mundial.
La caída del comunismo y el fortalecimiento del capitalismo global inspiraron a la nueva élite revolucionaria que surgió en América Latina bajo el influjo del Socialismo Bolivariano del Siglo XXI promovido desde Venezuela. La visión de esta nueva clase política apuntaba a una suerte de neo-socialismo capitalista por vía de la centralización del poder, y la participación en la economía de mercado global mediante la propiedad de los medios de producción, la cooptación de las instituciones del Estado y la creación de una burguesía empresarial dedicada al comercio, la cual a la postre y por su naturaleza resultaría corrupta, depredadora y subordinada al estamento gobernante.
La conocida y bien documentada proclama de la revolución socialista recorrió América Latina de la mano del entonces Presidente Chávez. Tras el velo de un socialismo más utópico que científico, se puso en marcha un proyecto capitalista que utilizó el dinero como herramienta de lucha por el poder e instrumento de penetración en la región latinoamericana. La revolución bolivariana del siglo XXI apalancó su mesiánica tarea usando la engañosa narrativa de luchar contra la pobreza y la corrupción argumentando que ambas eran condiciones sociales creadas por el capitalismo. Expuso que su indeclinable voluntad por llevar el desarrollo, bienestar y felicidad al pueblo constituían las fuentes de su legitimidad moral y política.
El neo-socialismo bolivariano caló exitosamente en la región a lo largo de la primera década del siglo XXI, más por razones crematísticas en el contexto de lo que Fullerton denomino “capitalismo regenerativo”, y no por una solidaridad altruista y revolucionaria. Los proyectos neo-socialistas, en sus diferentes tonalidades y tiempos, llegaron a Argentina con los Kirchner, a Bolivia con Morales, a Brasil con Lula, a Colombia con Santos, a Chile con Bachelet, a Ecuador con Correa, a El Salvador con Funes, a Honduras con Zelaya, a Perú con Humala, a Paraguay con Lugo, a Uruguay con Mujica, mientras que en Cuba, Nicaragua y Venezuela se atornillaron los proyectos militarizados de los Castro, Ortega, y Chávez.
Estos proyectos y sus promotores comenzaron a orbitar en torno a Venezuela y su riqueza petrolera, país que a la postre se insertaría en el sistema capitalista con la doble condición de exportador e importador de capitales. Esta paradoja resultaba del comercio internacional del petróleo y del endeudamiento masivo del Estado en el mercado financiero internacional, a la política de cooperación monetaria en apoyo a los movimientos y gobiernos neo-socialistas en la región y fuera de ella, así como por la fuga de los capitales que los gobernantes y la llamada boliburguesía amasaron gracias a la corrupción administrativa.
El fracaso de estos proyectos neo-socialistas comenzó a evidenciarse en la región con su reemplazo por los gobiernos liberales de Macri en Argentina, Añez en Bolivia, Bolsonaro en Brasil, Duque en Colombia, Piñera en Chile, Lasso en Ecuador, Bukele en El Salvador, Benítez en Paraguay, Kuczynski en Perú, La Calle Pou en Uruguay, Micheletti en Honduras, mientras que los gobiernos en Cuba, Nicaragua y Venezuela evitaron ser reemplazados empleando la brutal represión militar, la constante persecución policial y la asfixiante opresión política.
Los países de América Latina, a excepción de Cuba, Nicaragua y Venezuela, experimentaron, a partir de entonces, una dinámica pendular en la alternancia democrática del poder entre el liberalismo político y el socialismo democrático. Del pensamiento político de la corriente liberal se afirma que su propósito ha sido gobernar con respeto a la libertad individual y a las iniciativas de libre mercado, en la promoción de la igualdad ante la ley y en la limitación a los poderes del Estado para preservar la equidad en la lucha por el poder político. Por su parte, el neo-socialismo presentado bajo la figura del socialismo democrático se ha focalizado en una supuesta “transición armoniosa” del capitalismo al socialismo, respetando la iniciativa privada en el marco de una economía de mercado, así como a los derechos individuales a partir de una democracia participativa, pero en un ambiente de centralización política.
La decadencia
La dinámica pendular del ejercicio del poder en varios países de la región demuestra, por un lado, el fracaso de ambas tendencias en satisfacer las necesidades y demandas sociales, y por otro, con la evidente excepción de Cuba, Nicaragua y Venezuela, la permanente fortaleza institucional que en buena medida garantiza y facilita la transferencia del poder de un gobierno a otro por la vía electoral. El triunfo de los movimientos de la izquierda progresista revela que el revolucionario latinoamericano optó por transmutar hacia una actitud reformista ante el fracaso de la lucha armada para lograr el cambio estructural la economía, de la sociedad y, por ende, de la política en el Estado. Gracias a esta circunstancia surge la presunción de que la decadencia del revolucionario comienza cuando enfrenta al dilema de como transitar del capitalismo al socialismo de manera armoniosa y con el marco institucional del Estado burgués vigente.
En Brasil y Venezuela se muestran dos casos que revelan el pragmatismo capitalista que testimonia la decadencia de la izquierda revolucionaria en América Latina. El gobierno del Presidente Lula, desde su primera edición, se dio a la tarea de promover vigorosamente los intereses de la empresa Odebrecht como importante corporación que sirvió para reforzar la penetración del Brasil en la región latinoamericana. Este caso reveló la congruencia del discurso revolucionario con la realidad impuesta por el capitalismo brasilero, pues mientras el gobierno argumentaba su resolución de gobernar en favor y beneficio de las clases sociales más pobres, por otro lado se empeñaba en auspiciar la concentración del capital en manos de la poderosa corporación privada Odebrecth, promoviendo sus contratos, incluso con prácticas delictivas, ante otros gobiernos latinoamericanos. La llegada de gobiernos liberales gracias a esa alternancia pendular del poder en la región permitió la revisión de los negocios brasileros encontrando que la corrupción por soborno fue el denominador común entre los gobiernos neo-socialistas involucrados con Odebrecht.
El caso de Venezuela es aún más elocuente de la decadencia del revolucionario tropical. Investigaciones académicas y trabajos periodísticos han documentado como el movimiento financiero dentro del sistema capitalista global se convirtió en factor catalizador de los planes neo-socialistas del gobierno del entonces Presidente Chávez y luego de Maduro. La corrupción asociada al masivo movimiento de capitales generados por la renta petrolera alcanzó niveles tan altos que se activaron las alarmas en el sistema financiero internacional, en particular en las estructuras bancarias de América del Norte y Europa. Las sanciones y los obstáculos impuestos por estos países a la transferencia de capitales desde las cuentas bancarias nacionales hacia firmas registradas en paraísos fiscales, obligó al régimen y a la boliburguesía a transferir sus capitales a los mercados financieros de China, Rusia, Turquía y Medio Oriente.
El ánimo y la avidez de los promotores de la Revolución Bolivariana del Siglo XXI de amasar grandes fortunas para disfrute y provecho tanto personal como familiar revelaron las serias contradicciones entre los enunciados políticos de un gobierno revolucionario y la gestión administrativa en el marco de un neo-socialismo capitalista. Venezuela, por ejemplo, se convirtió en el caso emblemático que expone a la pobreza y a la desigualdad social como consecuencias directas de las políticas aplicadas por el capitalismo neo-socialista del régimen bolivariano y de la corrupción de sus más conspicuos representantes como factor acelerante. El desvío de cuantiosos recursos financieros para provecho particular de la elite gubernamental y su empresariado anuló las probabilidades de desarrollo económico y de bienestar social de la población, fortaleció la reducida clase social con alta capacidad adquisitiva, sumió en la miseria a la cada vez más numerosa clase social empobrecida y expulsó por vía de la migración forzosa a un importante porcentaje de la población venezolana. La conclusión preliminar es que la Revolución Bolivariana del Siglo XXI produjo la sociedad más clasista, más desigual y, por tanto, más excluyente en toda la región latinoamericana.
El otro aspecto relevante del caso venezolano es la fragmentación y atomización del poder pseudo-revolucionario, lo que ha originado una suerte de feudalismo por vía de lo que Schamis ha denominado la “parcelación de la soberanía”, es decir, que el país se dividió territorialmente en zonas dominadas por jefes políticos y militares apoyados por una mafia y una guerrilla multinacional. Analizado desde esa perspectiva, el sistema político venezolano ha experimentado una regresión en términos políticos, económicos y sociales que lo define como una estructura en cuyo seno el factor determinante es la competencia por el poder entre las diferentes facciones o componentes que lo integran. Paradójicamente, esto ocurre en un Estado que siendo estructuralmente débil y socialmente fallido sus gobernantes decidieron involucrarlo en la lucha por el poder que a nivel global se decanta entre un grupo de países que proclaman la revisión del actual orden mundial y otro que está decidido a mantener el statu quo. El movimiento latinoamericano inspirado en el neo-socialismo capitalista se inscribe en esta disputa global alineándose con la visión revisionista, y por ende, involucrándose en la lucha entre los países capitalistas tradicionales y los emergentes que rivalizan por el poder mundial y por el reparto de los recursos necesarios para su subsistencia.
@PozzoBracho