Reflexiones sobre la Guerra de Ucrania desde la historia y la cultura rusa – Prof. Eloy Torres
“En lugar de los fines señalados por Dios a ciertos pueblos –hebreo, griego, romano– para guiar a la Humanidad, la historia moderna coloca sus propios fines: el bien del pueblo francés, inglés, o alemán; y en la máxima abstracción, el bien de la civilización humana, concepto bajo el cual se comprende de ordinario a los pueblos del pequeño rincón noroccidental de un gran Continente [Europa]”.
León Tolstoi, Guerra y Paz, Epílogo
Las fuerzas profundas de la historia
En el Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI) siempre hemos optado por comprender la realidad internacional en su complejidad; leyendo diferentes análisis y ponderando distintas opiniones desde la razón; o como dicen los filósofos: confrontado tesis para llegar a conclusiones, en un clima de respeto y tolerancia. En el caso de conflictos internacionales, siempre potenciando caminos hacia la negociación como instrumento necesario y urgente para llegar a entendimientos y a la paz.
El pasaje de Guerra y Paz de Tolstoi que hemos puesto como epígrafe de este ensayo, nos acerca a un eterno sentimiento de Rusia hacia Europa Occidental; aquella considera que esta última, no sólo no comprende la civilización rusa, sino que oscila entre la aspiración de moldearla a su imagen y la pretensión de excluirla del gran Continente Europeo que comparten.
En los tiempos modernos, Rusia siempre ha sido una gran entidad geográfica, política, militar, y cultural, vista con una mezcla de extrañeza y temor desde Europa Occidental, lo que in extremis ha llegado a producir episodios de rusofobia. Iniciativas cooperativas de Rusia, como los del Zar Alejandro I para restaurar el orden europeo tras las Guerras Napoleónicas y de Gorbachov para construir una arquitectura de seguridad europea inclusiva tras la Guerra Fría, han sido vistos con inquietud, temor, recelo o prejuicio en Europa Occidental, haciendo que Rusia se sienta desairada, menospreciada e incomprendida con razón o sin ella, lo cual ha sembrado frustración e ira, y ha terminado llevando a la ruptura y demostraciones violentas del poder ruso. Mejor temidos que amados por Europa Occidental, aunque Rusia anhela en forma recóndita lo segundo.
Desde el pensamiento ruso, el país con mayor extensión geográfica del Mundo no constituye una amenaza para nadie, y sus acciones expansionistas han sido dictadas por la necesidad de defenderse de otros que le han cercado o invadido a lo largo de la historia. Europa Occidental no tendría nada que temer de Rusia, a la que debería respetar, admirar y seguir. Obviamente, esta auto-percepción benigna no se ajusta muchas veces a la realidad, ocultando inseguridades no siempre racionales sobre sus fronteras, preferencia por la ofensiva para ocultar debilidades, ansiedad de reconocimiento de estatus y aspiraciones hegemónicas esporádicas sobre el Continente Europeo, o al menos sobre su vecindad.
En este sentido, apelamos a la historia y la literatura rusa para comprender la Guerra de Ucrania. Resulta necesario hurgar en las fuerzas profundas de la historia señaladas por Renouvin:
“Las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, los caracteres de la mentalidad colectiva, las grandes corrientes sentimentales, nos muestran las fuerzas profundas que han formado el marco de las relaciones entre los grupos humanos y que, en gran medida, han determinado su naturaleza… En sus decisiones o en sus proyectos, el estadista no puede ignorarlas; ha experimentado su influencia y está obligado a admitir los límites que ellas le imponen a su acción” (Pierre Renouvin, Introducción a la historia de las relaciones internacionales, FCE, México, 2000 pp. 9-10).
A partir de allí, queremos subrayar que muchos de los análisis que se están haciendo acerca de la Guerra de Ucrania son equívocos, ya que aquellos que no están viciados por la propaganda o los sesgos ideológicos, se hacen desde respetables planteamientos científicos que ignoran la mentalidad rusa y las grandes corrientes sentimentales presentes en el conflicto.
No toman en consideración, por ejemplo, que Rusia, Ucrania y Bielorrusia no pueden ser reducidos a la categoría de Estados-nación, de conformidad con los elementos que han dominado al Mundo desde la Paz de Westfalia en adelante. Apenas fue en la alborada del siglo XX, cuando (gracias a la Primera Guerra Mundial) se quebraron definitivamente los imperios germánico, otomano, austrohúngaro y el zarista, y se produjo el abrazo de muchos de los pueblos sometidos bajo la férula de esos imperios al esquema occidentalista para crear unos muy sui generis Estados-nación, para luego muchos de ellos ser nuevamente dominados tras la Segunda Guerra Mundial bajo el ropaje de la Unión Soviética. Por siglos, Rusia ha sido la gran nación dominante de esos pueblos (junto a otros, fundamentalmente del Cáucaso), generando un proceso de dominio, intercambio, asimilación, e hibridación, que ha construido una cultura común. Empero, si nos vamos aún más atrás, encontramos al Rus de Kiev en el siglo IX como el primer Estado eslavo ortodoxo de la historia, el cual es el origen común de Rusia, Bielorrusia (en ruso, “Rusia Blanca”), y Ucrania (en ruso, “periferia” o “confín” de Rusia; aunque también ha sido llamada históricamente, Malorossiya, es decir, “Pequeña Rusia” o “Pequeña Rus”).
El excepcionalismo ruso
El filósofo ruso Nikolái Berdiáyev señaló que en la literatura de Fyodor Dostoyevski, se observa las características específicas del espíritu ruso, presentes en su historia y en su política exterior, lo que va más allá de la racionalidad al estar vinculada a la religión ortodoxa. Ella ha moldeado la historia rusa. La circunstancial presencia del ateísmo del comunismo soviético que buscó dominar a Rusia durante 70 años, no pudo con la fuerza de la religión ortodoxa que se reinstauró rápidamente en el tejido social ruso. Al desaparecer la URSS en 1991, se vaciaron las sedes partidistas y los museos, y se llenaron nuevamente las iglesias. Esto dejó claro, que la religión ortodoxa está presente y fija en la memoria colectiva. Ella es inseparable de su idiosincrasia rusa.
Es aquí donde aparece la visión rusa, inspirada en la espiritualidad de Dostoievski, frente a la realidad axiológica occidental. En primer lugar, la globalización. Ella, plantea el problema de Rusia frente al Mundo, y viceversa. Rusia no es occidental, pero tampoco es oriental. Es única, híbrida, distinta. El sentido general del concepto ruso deja de ser puramente semántico. En otras palabras, el establecimiento de un concepto único, monopolizado por una sola visión, la globalización como proceso de occidentalización, luce muy cuesta arriba para Rusia.
Las prioridades espirituales de los Estados se incluyen en los llamados intereses nacionales, como dice el realismo político; ahora, éstos provocan el enfrentamiento entre ellos, pues cada actor internacional promueve el suyo. Todos vivimos nuestras visiones, las formamos a partir de las creencias. Por lo que la cultura e historia de Rusia, como todo edificio de construcción axiológica, ha estado fuertemente adherida a su existencia, como una hiedra en la pared. Es una espiritualidad que emana de la ortodoxia cristiana oriental con pretensiones ecuménicas; aunque se nutrió de otras culturas distintas, como la mitología pagana eslava. Así, la ortodoxia cristiana en Rusia, se ha ido enriqueciendo, hasta generar el “excepcionalismo ruso”: el pueblo que supuestamente interpreta mejor a la Humanidad. En palabras de Dostoyevski: “el alma rusa encarna la idea de la unidad panhumana (vsechelovecheskogo uedineniia), de amor fraternal”. Y esto les lleva en última instancia, a una pulsión de dominio y hegemonía, como ocurre con EEUU y otras naciones que se han creído excepcionales a lo largo de la historia.
En el Discurso sobre Pushkin que Dostoyevski pronunció en la Sociedad de Amantes de las Letras Rusas el 8 de junio de 1880, lo expresó de la siguiente manera:
“Llegar a ser un verdadero ruso, llegar a ser plenamente ruso (y hay que recordarlo), no significa más que llegar a ser hermano de todos los hombres, llegar a ser, si se quiere, el hombre universal. […] Creo que nosotros —no nosotros, por supuesto, sino nuestros hijos venideros— comprenderemos todos, sin excepción, que ser un verdadero ruso significa, en efecto, aspirar a reconciliar por fin las contradicciones de Europa, a encontrar la resolución de la tristeza europea en nuestra alma rusa panhumana y unificadora, significa aspirar a incluir en nuestra alma mediante el amor fraternal a todos nuestros hermanos. Al fin, ¡tal vez Rusia pronuncie la última palabra de la gran armonía general, de la comunión fraternal definitiva de todas las naciones según la ley del evangelio de Cristo!”.
Vladimir Putin —hombre enceguecido por el excepcionalismo ruso— ha buscado que Rusia vuelva a convertirse en una gran potencia, imponiendo en su praxis política, un andamiaje tanto positivo y como negativo para su país. Ha generado orden interno tras el caos de Yeltsin, pero ha consolidado una autocracia neozarista; ha reconstruido capacidades del Estado ruso, pero no lo ha hecho de forma integral, apostando por los recursos naturales, las armas y la propaganda, enfrascándose en una espiral conflictiva con EEUU y Europa Occidental, que hoy amenazan todos sus logros. En este contexto, ha buscado reconstruir un área de influencia para Rusia en el antiguo espacio soviético, y en particular sobre Ucrania y Bielorrusia bajo el concepto “Mundo Ruso” (Russkiy Mir).
Hoy por hoy, EEUU y Europa Occidental perciben a Rusia de Putin como agresiva, y no le podemos culpar, pues los intereses rusos coliden con sus intereses. Es aquí donde aparece el excepcionalismo en la geopolítica rusa. Rusia vuelve a asumirse a sí misma como una especie de “Mesías” para la Humanidad, defensora de los valores cristianos tradicionales, lo cual se traduce en su empeño de posicionarse geopolíticamente frente a EEUU y Europa Occidental, un intento de ampliación de fronteras y construcción de un área de influencia exclusiva. Entonces, estamos ante un elemento chauvinista. Hay que destacar que los actos religiosos de gran envergadura son encabezados por Putin, como máximo representante de la nación rusa.
El drama de Ucrania, el cual se extiende hacia Bielorrusia, Georgia, Moldavia, Azerbaiyán, Armenia y los Países Bálticos; es lo suficientemente claro para explicar el afán ofensivo/defensivo ruso frente al Mundo. Aunque ello, desde Moscú no se reconozca. Por el contrario, ellos, justifican su desempeño por el hecho de que todos esos pueblos, junto con Rusia, sufrieron los rigores de la guerra contra Hitler, las hambrunas impuestas por las delirantes políticas de Stalin, y luego aunque no lo digan, la falta de libertad bajo el comunismo. Hoy, la Rusia de Putin busca con sus políticas, fortalecer el postulado principal de su espiritualidad y se mueve para mostrar su alma “piadosa y unificadora” que le lleva a tratar de convertirse en bastión del conservadurismo contra el liberalismo occidental, lo cual nos lleva a sopesar la realidad rusa, en el marco de algo que va más allá de aproximaciones científicas como la del realismo político, no digamos ideologías y mera propaganda de guerra.
Si vemos todo en términos axiológicos, entonces no sólo la Rusia moderna, sino el Mundo entero, sufre el síndrome de la pérdida de valores; los cuales se forjaron para un momento determinado; luego resulta normal que el “ablandamiento o la pérdida de rigor” se manifieste en términos de crisis existencial. No hay unidad de fe, no existe compromiso axiológico. Para Rusia, la globalización es el nuevo helenismo (en sentido negativo) del siglo XXI. Por ello, el empeño de Putin de que Rusia proyecte una dimensión espiritual/axiológica distinta a nivel global frente al “Occidente avasallador”.
Por ello, Vladimir Putin habla en sus discursos de los “valores tradicionales” frente a “valores neoliberales occidentales”, de allí sus políticas anti-LGTBI+ y en defensa de la familia y la identidad cultural y nacional, y su posición contraria a lo que llama “la depravación y degeneración de Occidente”. También apunta a enfrentar otras manifestaciones religiosas, cuya dimensión geopolítica es creciente; por ejemplo, el Islam, cuyo dinamismo en las fronteras del Cáucaso y Asia Central es evidente.
Todo esto explica el desdén de Rusia por el orden internacional liberal, sobre todo las normas en materia de Democracia y Derechos Humanos, así como el irrespeto a la soberanía e integridad territorial en el caso de Ucrania, Bielorrusia, Georgia, y el antiguo espacio soviético en general. La Rusia de Putin no cree en la formalidad jurídica, sino en el derecho de la fuerza y la “legitimidad” que le da su historia y cultura común como nación mesiánica en su Extranjero Cercano. Así se han alimentado axiológicamente desde la época del Imperio Zarista.
La doctrina del “Mundo Ruso” (Russkiy Mir)
Los conocedores de las Relaciones Internacionales saben de las particularidades de cada país. Hoy, la Rusia de Putin ha buscado fortalecer sus capacidades militares y consolidar su área de influencia para encarar una “nueva era de competencia entre grandes potencias”. Es decir, jugar una nueva partida de ajedrez global con EEUU, la Unión Europea, China, India, Japón, y otras potencias medias.
En este contexto, Rusia ha venido remodelando sus políticas públicas, cuestiones lingüísticas y narrativas históricas, como una forma de ejercer su poder sobre los países vecinos donde viven alrededor de 20 millones de rusos y como una forma de imponer sus propios intereses geopolíticos en el antiguo espacio soviético. La idea del “Mundo Ruso” (Russkiy Mir), conceptualizada inicialmente por círculos intelectuales a principios de la década de 2000, se ha tomado como punto de partida y nombre de una nueva doctrina oficial.
El giro conservador e identitario de Putin se produjo en la antesala de su regreso al Kremlin en 2012. En sendos artículos de aquella campaña electoral, Putin habló por primera vez de “modelo civilizatorio” (tsivilizatsionnaia model) e “identidad civilizatoria” (tsivilizatsionnaia identichnost) rusa. En su discurso de toma de posesión señaló que “debemos valorar la experiencia única transmitida a nosotros por nuestros antepasados. Durante siglos, Rusia se desarrolló como una nación multiétnica, un Estado-civilización (gosudarstvo‑tsivilizatsiia) unido por el pueblo ruso. El idioma ruso y la cultura rusa nativos para todos nosotros, uniéndonos y evitando disolvernos en este Mundo diverso”.
En 2013, en el documento oficial Concepto de política exterior de la Federación de Rusia señalaba que: “por primera vez en la historia moderna, una competencia global toma lugar a nivel de civilizaciones, donde varios valores y modelos de desarrollo empiezan a chocar y competir entre ellos. La diversidad civilizatoria del Mundo se vuelve más y más manifiesta”.
Las bases declaradas del concepto “Mundo Ruso” son la lengua y la cultura rusas, la fe ortodoxa, la memoria histórica y un pasado común, especialmente una actitud reverente hacia la “Gran Guerra Patria” (el término ruso para la Segunda Guerra Mundial), que se considera la mayor victoria militar de la Unión Soviética. Después de aplicar el concepto de “compatriota ruso en el extranjero” a los ciudadanos de los países vecinos que tienen conexiones con la cultura, el idioma y las tradiciones rusas, Rusia ha anunciado su deseo de “proteger” los derechos e intereses de estos compatriotas y declaró que luchará por los corazones y mentes de los ciudadanos de estos países independientes.
Dos factores más galvanizaron la política de Putin y lo empujaron a fortalecer la doctrina del “Mundo Ruso”, haciéndola más dura y severa. El primer factor fue una serie de protestas de la oposición rusa en 2012, una reacción cívica a las elecciones presidenciales que, según los líderes de la oposición, fueron amañadas a favor de Putin. Así, Putin vivió la pesadilla de una “Revolución Naranja” (como la que vivió Ucrania en 2004-2005) en Moscú. El segundo factor fue otra revolución en Ucrania, esta vez en 2014, que resultó en la abdicación y huida a Moscú del pro-ruso Viktor Yanukovych, quien había sido Presidente de Ucrania desde 2010. Estimulada por el activismo estudiantil, la “Revolución Euromaidan” fue una respuesta ucraniana exitosa a las pretensiones rusas de restringir la elección europea de Ucrania. De hecho, los manifestantes llegaron a la Plaza de la Independencia de Kiev después de que el gobierno de Yanukovych cambiara repentinamente de posición y se negara a firmar el Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la UE, que muchos ucranianos consideraban crucial para el futuro del país.
Putin no podía creer que un Jefe de Estado pudiera ser derrocado como resultado de protestas. Su pasado en el KGB y la historia de Rusia, le dijeron que estos cambios sólo podían surgir de tratos palaciegos, y que las revoluciones traen inestabilidad y caos, y por tanto, son una amenaza. El hecho de que las democracias del Mundo, y particularmente EEUU y Europa Occidental, apoyaran la “Revolución Euromaidán”, reforzó la convicción de Putin de que se trataba de una conspiración en marcha en su contra, y la próxima “revolución de color” sería en Moscú. Putin respondió con la anexión de Crimea y una guerra delegada en la cuenca del Donbás.
En su llamado “discurso de Crimea” de 2014, Putin afirmó que Rusia era una nación dividida: “millones de rusos se fueron a dormir a un país [la Unión Soviética] y se despertaron en una tierra extranjera. De la noche a la mañana se convirtieron en minorías nacionales en las antiguas repúblicas. El pueblo ruso se convirtió en uno de los pueblos divididos más grande, si no el más grande del Mundo”. Surgía así oficialmente la doctrina geopolítica del “Mundo Ruso”.
Según este enfoque, Rusia debería representarse como una civilización única cuyo estatus de gran potencia se basa en fuertes valores morales, economía y capacidad militar. Apoya la creencia de que Rusia debe seguir una política exterior independiente, asertiva y oportunista para defender los intereses rusos y establecer a Rusia como una gran potencia que represente una alternativa a la democracia occidental.
El nacionalismo ruso constituyen la base de la doctrina “Mundo Ruso”: a) esencialismo y excepcionalismo: la idea de que existen cualidades culturales especiales y eternas del pueblo ruso que lo distinguen fundamentalmente de otros pueblos; b) neo-imperialismo: desde el principio, los nacionalistas rusos vieron la reconstrucción del imperio como objetivo de vital importancia para su actividad política. Esto incluye un intrincado complejo de estereotipos tradicionales que preservan valores estables, esperanzas de “un zar sabio”, “mano firme” y ambiciones imperiales. La variedad elitista de la “conciencia imperial” está sobre todo conectada con un esencialismo geopolítico que surge en dos nociones interrelacionadas: primero, que la civilización rusa especial se conserva eternamente en el “alma rusa”; y segundo, que la civilización occidental representa una amenaza continua para la civilización rusa.
La concepción del “Mundo Ruso” supone un espacio transnacional de aquellos que entienden el idioma ruso y han sido tocados por la cultura rusa. Desde la perspectiva de la civilización, el idioma ruso ha sido visto como una forma de mantener unido el “Mundo Ruso”, una suerte de lazo transfronterizo. Debido a que la pertenencia a un grupo lingüístico-cultural se considera el principal determinante de la pertenencia al “Mundo Ruso”, sus límites no están estrictamente delimitados. Por lo tanto, mientras que la Federación de Rusia como Estado tiene sus límites, el “Mundo Ruso” no los tiene, aunque evidentemente apuntan muy especialmente a Bielorrusia y Ucrania, y otros vecinos donde existe una importante diáspora rusa.
Todas estas ideas han sido aceptadas como parte de la política exterior de Rusia. En general, se entiende que el término “Mundo Ruso” comprende no sólo la propia diáspora rusa, sino también un concepto ideológico de la cultura rusa y su misión en el Mundo. Además, la tecnocracia tiene el deber patriótico de cumplir con sus obligaciones de manera eficiente, lo cual invita a la disciplina y a hacer a un lado las debilidades humanas que llevan a la corrupción y a la decadencia.
Los rusos obtienen además un sentimiento de superioridad moral de su Iglesia Ortodoxa, que se ha convertido en el segundo pilar de la doctrina del “Mundo Ruso”. La Iglesia Ortodoxa Rusa se ha convertido en un actor importante en el discurso sobre la identidad rusa y las relaciones de Rusia con los Estados vecinos. La ortodoxia cristiana es ahora una de las instituciones más importantes para preservar los principios supranacionales en la conciencia rusa y mantener la unidad del “Mundo Ruso” como civilización. El Patriarca de Moscú y de Toda Rusia, Kirill, ha comenzado a ser considerado líder espiritual supranacional de la “Santa Rusia”, que pretende incluir a Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, y en una escala más amplia, a todos los cristianos ortodoxos. Desde esta perspectiva, Moscú se ve a sí misma como la “Tercera Roma” y la única heredera legal de Bizancio, en contraste con la “falsa Roma” que es Washington. Hoy por hoy, la Iglesia Ortodoxa Rusa se ha convertido en la baza moral de la invasión rusa de Ucrania.
La tercera base para el “Mundo Ruso” es una memoria histórica común. La historia y el pasado como recurso simbólico se han convertido en instrumentos para lograr objetivos políticos e influyen fuertemente en la política rusa. Como se mencionó anteriormente, la “Gran Guerra Patria” es sin duda uno de los eventos históricos más evocadores (si no el más) en la imaginación rusa. La victoria de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en la piedra angular de la identidad rusa neo-imperialista, especialmente bajo Putin, y ha sido explotada activamente para movilizar apoyo político hacia el Kremlin. La herencia de la victoria en 1945 sienta las bases para representar a Rusia como una gran potencia, con asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, y por ello reclama una posición especial en Europa. Cualquier desafío al mito de la victoria en la Segunda Guerra Mundial equivale a una amenaza a la hegemonía rusa en el antiguo espacio soviético, e incluso a una amenaza directa a la existencia de Rusia como Estado.
En este marco, Ucrania es un Estado “nazi” sólo porque se atreve a cuestionar el papel excepcional de Rusia en la Segunda Guerra Mundial, viéndolo como una victoria conjunta de los aliados en la que no sólo se sacrificaron vidas rusas sino también ucranianas, junto con estadounidenses, británicos, polacos, franceses y otros de todo el Mundo.
Los rusos interpretan el nazismo alemán de 1930-1940 como una consecuencia de la crisis de la mentalidad occidental de la que Rusia “redimió” al Mundo; y hoy por hoy, “Occidente en medio de su decadencia moral”, ha rechazado el sacrificio de Rusia y ha decidido castigarla a pesar de su ayuda desinteresada.
Ucrania no es vista como un Estado independiente y una nación autosuficiente, sino como una herramienta de un “Occidente decadente y hostil”, creada artificialmente para dañar a Rusia. Ucrania, que conscientemente tomó decisiones democráticas y apuntó a su integración en la Unión Europea y la alianza atlántica, socava la doctrina rusa de la “nación dividida”. Por lo tanto, para Rusia, el liderazgo de Ucrania es culpable y debe ser depurado, porque no quiere compartir el destino común del “Mundo Ruso” que habían imaginado intelectuales y clérigos, y al que “naturalmente aspira el pueblo ucraniano”.
Ucrania ha estado y seguirá estando vinculada a Rusia, todo intento de lo contrario es anatema; ergo, ahora debe ser “desnazificada” (esto es, desucranianizada y deseuropeizada). La moralidad histórica de Rusia y la bendición de la Iglesia Ortodoxa Rusa justifican todos los crímenes del ejército ruso por el bien del “Mundo Ruso”.
No obstante, el “Mundo Ruso” como doctrina para la restauración imperial (renovatio imperii) de Rusia, tiene una base profundamente débil. No tiene una respuesta a la pregunta de cómo convivir con quienes compartiendo una cultura común, no desean someterse a Moscú.
La guerra cultural de Ucrania como respuesta a Rusia
En Kiev, Putin se topó con algo que no encaja en el mapa de la mentalidad rusa: el nacionalismo ucraniano. Por ello, ha tenido que transmutarlo discursivamente en “neo-nazismo ucraniano”. Empero, la invasión rusa a Ucrania parece estar fortaleciendo ese nacionalismo, y abriendo heridas que marcarán un antes y un después en la espiritualidad de los tres pueblos nacidos de la Rus de Kiev.
Tras “el divorcio” de la URSS, Boris Yeltsin “no peleó” la repartición de bienes. La llegada al poder de Putin como ex-agente del KGB, estuvo precedida de una intención de restablecer el orden interno de Rusia, pero fundamentalmente para fortalecer su posicionamiento internacional. Hoy por hoy, Ucrania es el elemento central de la política exterior rusa, aunque la invasión no ha brindado mucho éxito a la Rusia de Putin.
Putin ha ingresado voluntariamente en un agujero negro, al cual está llevando a toda Rusia. Sus cálculos iniciales fueron errados. No comprendió que EEUU y la Unión Europea no se quedarían de brazos cruzados. Hoy Rusia sufre las sanciones y los costos de la guerra. Las pérdidas multimillonarias en la economía rusa son incalculables. La debilidad de sus fuerzas armadas en los conflictos con las tropas ucranianas es muy evidente.
La presión internacional hace que Putin se encuentre acorralado. Perdió su emblemática frialdad. Sus aliados, los “siloviki” (en ruso, hombres fuerzas) que sirven en el aparato de seguridad nacional, le observan críticamente. El ejército de mercenarios, el Grupo Wagner, comenten actos bárbaros en el territorio ucraniano y de alguna manera desplazan al ejército ruso en las acometidas bélicas, generando fricciones. Todos en Moscú exhalan temor; no sólo por la guerra que, aparentemente, Putin está perdiendo (una guerra calculada para dos semanas y ya va más de un año), sino por las consecuencias de “la puñalada” que su líder clavó en la “espiritualidad kievana”, que se percibe como muy profunda y de difícil sanación.
En efecto, más allá de los innumerables contratiempos, sufrimientos, penurias, y agresiones entre ellos, las naciones de Rusia, Bielorrusia y Ucrania han compartido toda una historia y cultura que los ha hermanado a lo largo de más de 1000 años. En el caso de Rusia y Ucrania, dicha historia común no ha estado exenta de contradicciones y conflictos. Basta conocer algo de ruso para comprobar las diferencias, pero, también similitudes lingüísticas y culturales entre ambas naciones.
En respuesta a la doctrina del “Mundo Ruso” (Russkiy Mir) y la propia invasión rusa, Ucrania ha decidido también declarar una guerra cultural a Rusia, intentando romper los poderosos vínculos profundos que unen al pueblo ruso y ucraniano, lo cual consideramos como un acto artificial e inútil, que además refuerza el discurso de Putin. Ya en 2019, la Iglesia Ortodoxa de Ucrania se desvinculó del Patriarcado de Moscú, del cual dependía desde 1686. Ahora, en plena invasión rusa, Ucrania ha prohibido la importación de libros y música rusa contemporánea, localidades ucranianas han sido rebautizadas y un monumento de la era soviética que celebrara la hermandad entre ambos pueblos fue derribado en Kiev. Asimismo, Ucrania anunció el retiro de los planes de estudios de autores rusos clásicos como Tolstoi, Dostoyevski, y Pushkin, y que retirará las estatuas de estos escritores rusos de Kiev y otras ciudades ucranianas. Gógol nacido en Soróchintsy ubicada en la actual Ucrania, pero escritor en lengua rusa durante el zarismo, ha sido reivindicado como “escritor ucraniano”, y se han realizado nuevas traducciones de sus novelas que eliminan alusiones a “Rusia” y la “Patria Rusa”, o las sustituyen por expresiones como “nuestra tierra”. Recientemente, se ha presentado una propuesta para dejar de llamar “Rusia” a la Rusia actual en Ucrania, la cual pasaría a ser llamada por su nombre antiguo “Moscovia” y los rusos serían denominados “moscovitas”. Los partidarios de Zelensky le llaman a todo esto, un acto de independencia cultural y “descolonización”, mientras Putin lo tipifica como un “acto de agresión a la nación rusa” que justifica su “operación militar especial para desnazificar Ucrania”.
Ucrania en la geopolítica rusa contemporánea
La URSS nació producto de una guerra civil impulsada por Lenin (mitad judío), Trotsky (judío ucraniano), Derzhinsky (judío polaco y fundador del KGB, que entonces se llamaba Cheka, Cherezvichaina Kamisia, Comisión Extraordinaria), Kamenev (judío), Bujarin (judío), Frunze (rumano), la dirigente bolchevique femenina Alexandra Kollontai (finlandesa), y Stalin (georgiano). Muchos en el entorno de Putin le acusan de ser los culpables de la decadencia de la “Madre Rusia” desde 1917 en adelante, destacando el argumento peligrosamente ultranacionalista e identirario, de que no eran rusos puros. Putin carga sus tintas contra Lenin por haber destruido el Imperio Zarista en alianza con factores externos en 1917, pero en cambio, aplaude a Stalin por ganar la “Gran Guerra Patria” (termino dado en la Unión Soviética a la lucha contra la Alemania nazi) y reconstruir el Imperio con ropaje soviético. Ahora Putin sería el encargado de luchar la “nueva Guerra Patria” en las llanuras de Ucrania contra el “Occidente depravado que busca infligir una derrota estratégica y desmembrar a Rusia”.
No obstante, cabe recordar, que si bien Lenin habló de la autodeterminación de los pueblos en clave comunista, posteriormente al llegar al poder se desdijo e incluso llegó a reconocer que si Moscú perdía a Ucrania, perdería la cabeza. Lenin tuvo que reconocer forzosamente la independencia de Ucrania con la firma de la Paz de Brest-Litovsk en 1918, la cual definió con amargura como “ese abismo de derrota, desmembramiento, esclavitud y humillación”. Fue una decisión muy difícil de Lenin por la cual Trotsky renunció al cargo de Comisario (Ministro) de Asuntos Exteriores de la Rusia bolchevique en 1918; que es uno de los motivos por lo cual hoy Putin le acusa como historiador oficial en jefe. Empero, cabe recordar, que tras la derrota de los Imperios Centrales, Lenin logró retomar la mayor parte de Ucrania en 1922; posteriormente Stalin volvió a anexionarse los tres Estados Bálticos, aumentó el territorio de Ucrania a expensas de Polonia, a la cual convirtió en un satélite soviético, y forzó la neutralidad de Finlandia, con lo cual terminó de reconstruir el Imperio ruso bajo ropaje soviético tras la Segunda Guerra Mundial. Jrushchov como líder de la Unión Soviética, cedió la Península de Crimea en 1954 a la República Socialista Soviética de Ucrania, en conmemoración del 300 Aniversario de su adhesión a Rusia. Esto demuestra el interés histórico de Rusia por Ucrania. Por lo que no es fácil, despachar con retórica o propaganda, el drama ruso-ucraniano. Todo análisis que se haga debe incorporar la historia y la cultura como variables clave.
No deben buscarse culpables de esta tragedia del siglo XXI, pues todos lo son. Es decir, Rusia, Ucrania, EEUU y la Unión Europea; por lo que es válido seguir a Henry Kissinger, quien ha subrayado la importancia de encontrar una salida diplomática. Según interpretamos sus palabras, es urgente para el Mundo, evitar introducirse en una escalada conflictiva, generado por el estado de ánimo actual que promueve minimizar el lugar que le corresponde a Rusia en el equilibrio de poder europeo. Rusia tiene una palabra que decir en esta realidad. Es una realidad geopolítica que no se puede excluir, como tampoco fomentar la rusofobia. Hay que evitar que la Guerra de Ucrania se transforme en una guerra mayor. Hay que crear un nuevo orden mundial.
Kissinger también apunta con lucidez, que los ucranianos deberían equiparar su heroísmo con la inteligencia y sabiduría para comprender su realidad. No es realista, vociferar desafiantes gestos y actitudes políticas que violan la regla elemental de la política: es decir, respetar los límites y las proporciones. Según Kissinger, Rusia ha sido parte esencial de Europa durante 400 años y ha sido garante de la estructura del equilibrio de poder en momentos críticos. En su opinión, Ucrania debe ser un Estado tapón neutral, no la frontera oriental de Europa Occidental y la alianza atlántica. Invoca su experiencia vivencial cuando dice haber conocido y experimentado cuatro guerras, las cuales estallaron con gran entusiasmo y fueron apoyadas públicamente. El problema de las guerras no es cómo comienzan; sino cómo terminan.
Por su parte, Rusia no debe forzar a Ucrania para que vuelva a convertirse en su satélite. Pero tampoco se debe intentar arrinconar a Rusia. La negociación debe retomarse mientras se combate, partiendo de la idea elemental de que no todo puede ganarse, como tampoco todo se perderá en un acuerdo razonable con cesiones mutuas. Los nuevos expertos en el tema, así como los fervientes y extraviados militantes de la rusofobia y el belicismo, deben comprender los vínculos profundos entre esos pueblos y recordar los sabios consejos de la prudencia.
Ucrania exuda una particular realidad. Su población es trilingüe: ruso, ucraniano y polaco. Ahora bien, el punto nodal en esas tensiones que desembocaron en este conflicto de envergadura, lo constituye el tema de la península de Crimea que es clave para controlar el Mar Negro, y que fue anexada ilegalmente por Rusia en 2014 y que ahora busca asegurar.
Además, en sus últimos años, el autor intelectual de la política de contención a la Unión Soviética y gran conocedor de la mentalidad rusa, George Kennan, señaló que sería un gravísimo error, pretender extender la presencia de la OTAN hacia las fronteras de Rusia. Advirtió que sería una provocación y las consecuencias serían impredecibles. Hoy la realidad le ha dado la razón y Ucrania es la víctima. Lo importante de este drama es entender que no habrá ganador, y cuanto antes se abran negociaciones, menores sufrimientos y peligros.
Es un absurdo pretender convertir el conflicto ruso-ucraniano en una nueva confrontación Este-Oeste, es decir, una nueva Guerra Fría. Ello colocaría toneladas de acero y concreto armado sobre pueblos hermanos que llevan más de mil años de historia compartida. Además, el sistema internacional cabalgando en el bridón de la cooperación se vería frenado por las dificultades que generan las tensiones.
Hoy el conflicto representa riesgos para todos. Para Putin, su poder está en entredicho. El equilibrio en sus decisiones se ha visto empañado por los resultados en la guerra. El ejército ruso en Ucrania ya tiene más bajas en poco más de un año de conflicto, que la Unión Soviética durante 9 años en Afganistán. Además, según los datos económicos han gastado algo más de 80 millardos de dólares.
Mientras, China sonriendo en su estilo enigmático, toma una prudente distancia, y propone mediación. Ella desliza que Rusia, es su socio estratégico, sobre todo comercial, pero no un aliado en esta guerra. El aislamiento es evidente. La economía rusa respira con dificultades, máxime que ella es muy centralizada y dependiente de sus reservas de petróleo y gas. El Kremlin se percibe huérfano de optimismo aunque se manifiesta preparado para una guerra larga, y Putin ha reconocido sorprendentemente en la reciente visita de Xi Jinping a Moscú, la superioridad del modelo económico chino.
Ucrania, por su parte, se enfrenta con destrucción, dolor, migración, hambruna, enfermedades, y la falta de armas, que genera una guerra de desgaste. Todos ayudan, es verdad, pero es insuficiente. Urge una negociación. La Unión Europea, exhala dificultades. Con el pasar del tiempo, EEUU también considerará urgente una salida negociada.
No obstante, debe entenderse que la mentalidad rusa trasciende a Putin. Para Berdiáyev y Soloviev, la “idea rusa” remite a un Estado, Iglesia y sociedad vinculados esencialmente para “reconstruir en la Tierra una fiel imagen de la Trinidad Divina”. Los valores ortodoxos tradicionales salvan al pueblo ruso de su “conocida inclinación a la anarquía y el caos cuando se derrumba la disciplina”, lo cual le ha llevado a una historia discontinua, llena de capítulos catastróficos. Este pensamiento es la “fuerza profunda” que ha espoleado la invasión de la Rusia de Putin a Ucrania con la bendición de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que en consecuencia puede entenderse como una guerra civil para reconstruir la eterna idea rusa. Además, explica las pocas voces críticas en Rusia contra la guerra, aunque a nivel internacional se piensa que el descontento popular es mayor y que no se expresa con fuerza por el autoritarismo de Putin.
Ello me recuerda un argumento del historiador Manuel Caballero para explicar ciertas actitudes de algunos pueblos; el cual le viene como anillo al dedo. Para Caballero, había razones para creer que el pueblo alemán sabía de lo que ocurría con los judíos, quienes eran parte esencial del pueblo alemán:
“… esa alegada inocencia del pueblo alemán en el Holocausto, también histórica aunque en sentido diverso a lo événementiel, es la permanencia de una tendencia a creer, si no a decir, que un suceso de esa magnitud hacia haya sido obra de un hombre y de un puñado de secuaces fanatizados. Es la idea de un <<pobre pueblo>> engañado. Ésa es una actitud paternalista, y que no resiste además la menor crítica. No lo estamos diciendo en el aire, ni estamos pensando sólo en el pueblo alemán; eso sucede en todas partes y en todos los tiempos. Si se sigue pensando así, nunca se hará que un pueblo se enfrente a sus propias responsabilidades. Nunca saldrá ese pueblo de su estado de niñez mental” (Manuel Caballero, La pasión de comprender, Editorial Alfadil, Caracas, 2005, p. 51).
Evidentemente Putin encarna un pensamiento y geopolítica rusa que muchos países rechazan, sobre todo por la agresión a Ucrania, pero que conecta con gran parte de su población. Tras el idealista Gorbachov y el dipsómano Yeltsin, Putin busca recuperar para Rusia el estatus de potencia global, la cual mesiánicamente debe enfrentar la fuerza globalizante, cultural, política, económica y militarmente de “Occidente”, y especialmente de EEUU. Pero esta apuesta no está exenta de grandes riesgos. Algunos han contado entre los ideólogos de Putin al ultranacionalista Alexander Duguin, una suerte Rasputín del siglo XXI, quien retomó el pensamiento de Dostoievsky en su libro “Rusia y el Mundo cambiante”, donde señala: “Rusia no es Oriente, ni Occidente; es algo intermedio, independiente y distinto”, y su destino civilizatorio es Eurasia.
Putin está ahora en una situación difícil. La invasión a Ucrania no ha marchado conforme esperaba. Si se retira de las fronteras de Ucrania, perderá influencia externa y se arriesga a la inestabilidad interna. La única salida para Putin es lograr un reconocimiento al menos de facto de la anexión del corredor Donbás-Crimea, y el no ingreso formal de Ucrania en la OTAN. Recuérdese que, en la península de Crimea, está la gran flota naval y nuclear de Moscú. Putin buscará resistir el tiempo que sea necesario, hasta que todo se normalice políticamente, y al fin y al cabo, aceptado por todos. Los costos de una larga guerra de desgaste invitaran a la negociación. ¿O se edificará un nuevo telón de acero entre Rusia y Occidente, y la guerra acabara sin paz formal como en Corea hace casi 70 años?
El paradigma Gógol como respuesta al drama ucraniano
Viene a cuento el drama de Tarás Bulba, novela de Nicolás Gógol. Éste trata de un viejo cosaco (en turco, “hombre libre”) ucraniano, cuya propensión es rusófila. Gógol satíricamente la dibuja con su pluma y la expone en su relato. Es evidente su rechazo a Europa. Esto traduce el orgullo de no servir a otros valores que no sean los tradicionales de la visión ortodoxa eslava. Los polacos, eslavos también, representaban la traición al sentimiento eslavo, pues promovían la valía de su catolicismo. Se sentían superiores. Esta brecha que aún no se ha cerrado. De lograrse la reconciliación ruso-polaca, traería beneficios a otras comunidades de origen eslavo, como Ucrania. Empero, Polonia apuesta actualmente a que una derrota de Rusia en Ucrania, le permita integrarla en su proyecto geopolítico del “Intermarium”: una unión estrecha de los países ubicados entre los Mares Báltico, Adriático y Negro, que busca recrear la Mancomunidad de Polonia-Lituania del siglo XIV al XVIII, en alianza con EEUU y en oposición a Rusia.
Tarás Bulba tenía dos hijos: Ostap y Andrei. Ambos fueron enviados a estudiar a Kiev, para no ser incorporados a las andanzas cosacas de su padre. El hijo menor, Andrei se enamora de una polaca y por amor se enrola en el ejército enemigo de los cosacos dirigidos por Tarás Bulba. Durante los combates, cuyo dramatismo describe Gogol, se produce el resultado que Tarás Bulba, su padre lo apresa y mata a su hijo, por traidor; al hacerlo, le espeta una dramática sentencia: “yo te di la vida, yo te la quito”. Su otro hijo, Ostap había sido asesinado ante los ojos del viejo cosaco. Tarás Bulba fue derrotado y hecho prisionero, pero nunca se rindió. Murió quemado a un árbol. Mostró orgullo y dignidad frente a los enemigos de su país: la Gran Rusia, de la cual Ucrania era parte.
Esto nos muestra en una primera mirada, que la Rusia de Putin aceptará todos los sacrificios para recuperar la ascendencia sobre Ucrania y su orgulloso estatus como potencia global. Por lo menos, eso exuda la pluma de Gógol, fundador de la literatura rusa moderna.
No obstante, Gógol es la demostración que Ucrania y Rusia son pueblos hermanos con un rico patrimonio común. Un escritor eterno que pertenece a dos países. Nada resulta más ridículo que negar esa dualidad identitaria de su obra. Gógol es tan ruso en su retrato irónico y surrealista de la realidad rusa como ucraniano en el del pasado de su país. ¿Por qué, entonces, no puede ser considerado patrimonio de ambos? La respuesta, por desgracia, es obvia; porque ambos nacionalismos están empeñados en negarse recíprocamente, el uno porque parece existir sólo como resultado de una nostalgia imperial que le hace sentirse víctima de una conspiración a todas las escalas para negar, mutilar y minimizar ese pasado imperial, y el otro porque necesita apropiarse para uso propio y exclusivo de todo lo que tenga que ver con su país, aunque sea de refilón, con el único propósito de reafirmar su propia existencia. Una disputa alrededor de la identidad de cada cual que ha derivado en una peligrosa esquizofrenia. Empero, el mismo Gógol nos muestra que es posible ser ucraniano, ser escritor ruso y uno de los grandes genios de la literatura universal a la vez; que se puede entender la idea rusa, conservando las raíces nacionales ucranianas y contemplando San Petersburgo con ojos de un hombre meridional, que es tanto ruso como forastero, sin que esto implique ninguna contradicción existencial.
En definitiva, el paradigma Gógol invita a entender que la cultura e historia común que dejan los imperios fenecidos, no implica anular las individualidades herederas por arbitrarios intentos de imposición y recolonización por parte de aquellos que heredaron el antiguo centro geográfico, ni tampoco que la afirmación de estas individualidades debe llevar a la negación de las raíces compartidas; sino que el acervo heredado debe servir como vehículo para comprenderse, respetarse y construir una comunidad abierta, que no impida a sus miembros relacionarse con otros, ni tampoco asumirse tanto del particularismo civilizatorio común como desde el cosmopolitismo. Además, también invita a otros a conocer, comprender y respetar aquello maravilloso que hay en la civilización rusa, ortodoxa o bizantina como la llamó el historiador británico Arnold Toynbee, dándole espacio para desarrollarse y relacionarse cooperativamente entre sí, y más allá, con la civilización occidental y el resto del Mundo.
Como dijo Toynbee, la civilización rusa, ortodoxa o bizantina es hermana de la civilización occidental, incluso compartiendo “ascendencia greco-romana”, pero no debe olvidarse que es “distinta y diferente”, pues es heredera de Bizancio y no de Roma, la cual “siempre ha puesto fuerte resistencia contra la amenaza de ser abrumados por Occidente”. En este sentido, subrayó que Rusia se ha occidentalizado parcialmente a sí misma en dos ocasiones, por Pedro El Grande y los Bolcheviques, pero sin perder su esencia y sólo “para salvarse de ser occidentalizados completamente por la fuerza”. Si Putin es arrinconado por su fracaso en la Guerra de Ucrania, quizás podría ser sustituido por un nuevo reformador que vuelva a apostar por re-occidentalizar parcialmente a Rusia, sólo para que décadas más adelante, Moscú intente nuevamente someter a un “Kiev renegado”. Como dice el famoso verso de Horacio: “Puedes arrojar a la naturaleza valiéndote de una horca, pero siempre retornará”. Con Putin, la clásica idea rusa ha retornado, y si esta idea es derrotada en tierras ucranianas, tarde o temprano volverá. Por ello, una solución estable sólo pueda lograrse a través de la diplomacia, el diálogo permanente entre civilizaciones, la coexistencia y la cooperación mutuamente beneficiosa.
Tolstoi, guerra de desgaste y el imperativo de la diplomacia
Vemos como Putin busca oxígeno en una alianza con China, quien aprovecha la situación a su favor. Xi Jinping observa con beneplácito la profundización de la dependencia rusa de Beijing, mientras ahora juega el papel de mediador en el conflicto. Su propuesta de paz no ha sido rechazada de plano. Lo que destaca el creciente papel de China en las relaciones internacionales y el descenso ruso en éstas. Acerca de esto último, desde el Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI), lo hemos advertido en reiteradas ocasiones.
Putin juega con el modo clásico en el siglo XXI, con audacia y belicismo, pero no loco como intentan pintarle algunos, y para ganar las partidas del presente, lee la historia y la literatura rusa; algo que deberían entender otros políticos en el Mundo. Es por ello que desde un imaginario escenario nos topamos con un mensaje, proveniente de Yasnaya Polania, región, donde León Tolstoi escribió su monumental Guerra y Paz. La batalla de Borodinó fue un error para Napoleón. Muchos muertos y sufrimientos en una guerra de desgaste, para nada. Francia y Napoleón la perdieron al ganarla; en tanto que Rusia y el Zar la ganaron al perderla.
En principio, podría parecernos chocante el símil, pues el territorio de Rusia no fue invadido por una potencia extranjera en febrero de 2022, pero la evolución del conflicto está acentuando la imagen de “una guerra existencial y de civilización”, que Moscú está ofreciendo al pueblo ruso. En consecuencia, la Guerra de Ucrania es para Moscú, una nueva versión de lo sucedido en 1610, 1812 y 1941, con las invasiones desencadenadas por la Mancomunidad de Polonia-Lituania, Napoleón y Hitler. Cobra fuerza el llamamiento a salvar la Madre Rusia en peligro, sobre todo por el hecho de que Ucrania formó parte en otro tiempo del Imperio zarista y de la Unión Soviética. En tales circunstancias, la respuesta es nuevamente una guerra de desgaste donde todo estaría permitido, tal y como demuestra este fragmento del capítulo primero de la tercera parte de Guerra y paz: “Imaginaos que dos hombres que, de acuerdo con todas las reglas de la esgrima, se baten en un duelo a espada; el combate se prolonga; de pronto, uno de los adversarios, al sentirse herido, comprende que no se trata de un juego, sino de su vida, y abandona entonces la espada, empuña el primer garrote que encuentra a mano y comienza a usarlo contra su enemigo”. El Zar Alejandro I y el Mariscal Kutúzov, principal responsable de las operaciones militares, tenían una educación europea y conocían perfectamente las leyes de guerra del momento, aunque ninguno de ellos hizo nada para evitar la cruel y semi-bárbara guerra de desgaste que desconcertó a Napoleón. Dice al respecto Tolstoi: “El garrote de la guerra popular siguió levantándose y abatiéndose con toda su fuerza terrible y majestuosa, y sin tener en cuenta gustos y reglas, con ingenua sencillez, pero con total racionalidad y sin pararse a pensar en nada, siguió golpeando a los franceses hasta acabar con el invasor”.
Por ello, hay que tener mucho cuidado con no humillar a Putin en el campo de batalla, ya que puede jugar como lo hizo el Mariscal Kutúzov, convirtiendo a Ucrania en tierra arrasada; ya utiliza mercenarios y drones iraníes, pero podría llegar utilizar armas nucleares tácticas. Si no puede someter a Ucrania, convertirá a este país en un lastre para la OTAN, la Unión Europea y EEUU. Antes de cruzar esta peligrosa línea, pondrá a prueba la determinación de estos de seguir apoyando a Ucrania a largo plazo; mientras en casa sigue reconstruyendo el clásico “Estado totalitario bizantino” con una fachada convenientemente revestida para el siglo XXI, como diría Toynbee: la despiadada concentración de poder para conservar su independencia al que han apelado los rusos a lo largo de su historia, desde los tiempos del Gran Ducado de Moscovia, acompañada de la ortodoxia, predestinación y desconfianza hacia Occidente heredadas de Bizancio.
Guerra y Paz, fue una obra escrita por Tolstoi para exponer el desarrollo de una historia que todos conocían. Sin embargo, la novela procuró hurgar en los personajes, vale decir, a través de varias familias rusas y, especialmente, a través de los ojos de ciertos personajes, el Príncipe Andrei y Pierre Bolkonski Bezuhov, quienes buscan descubrir el sentido de la vida. Es una particular historia que refleja a una gran tragedia. Tras evocar la suerte del Imperio de Alejandro Magno, el romano; el sino del Imperio napoleónico no podía ser distinto; éste, marcó el inició de su decadencia en tierras rusas. La batalla de Borodinó evidenció que Napoleón fue un sueño temporal, pero un sueño al fin; una quimera que llevaba la intención de introducir, en Rusia, la Ilustración con las carretas, cañones y pólvora. Pero Rusia resistió a gran costo y salió airosa.
Guerra y Paz es una reflexión sobre la historia. Historia que se muestra cual complicado juego de ajedrez, donde los peones son los hombres mismos. El gran Mariscal Kutúzov, sin su ojo derecho, se evidenció como un “viejo astuto y mañoso”; quien salvó a Rusia, porque tenía que ser así. Una novela cuya grandeza histórica y filosófica descubre la decadencia de las naciones poderosas. Basta con preguntarse: ¿cómo fue posible que Rusia no pudo ser conquistada por Napoleón? Los elementos especulativos son rechazados por los hechos de la misma realidad: no lo logró y punto. Luego, según vemos, para Tolstoi, cada nación, pueblo y cada hombre tiene una especie de suerte y destino que no se puede cambiar. Putin parece creerlo, ya que sentenció en el discurso que pronunció ante la Duma rusa en el marco del primer aniversario de la Guerra de Ucrania, lo que supone una ley histórica: “Rusia es invencible en el campo de batalla”.
Kissinger dice en su libro Un Mundo restaurado: “…los acontecimientos de 1812 demostraron que el juego ya no se podía ganar pulverizando al antagonista ni a las piezas; que debía jugarse de acuerdo con sus propias reglas, las que concedían mayor peso a la sutileza que a la fuerza bruta” (FCE, México, 1973, p. 41). La salida es la diplomacia y la construcción de un nuevo orden mundial aceptado como legítimo por todos, o los muertos seguirán apilándose. Esperemos que no.
@eloicito