El drama de Ucrania – Por Eloy Torres
Experimentamos un círculo vicioso. Los políticos sin soluciones, contaminan, con expresiones de amateurs, a los medios de comunicación y éstos, aparecen como “como difusores de grandes verdades”. Incluso, hay analistas diciendo: “la sociedad se debe alimentar de un flujo constante de propaganda”, pero en realidad entorpecen la verdad e imponen la manipulación de la sociedad.
El drama de Ucrania invadida por Rusia, lo explica. Hoy es el dato mediático. Todos juegan a la desinformación. Ella recrudeció al estallar la guerra, y una parte de los medios no cesaron en alimentar la desinformación. Tal como se dice, “cuando hay un conflicto militar, la primera víctima es la verdad”. Los hechos son falsificados con el traje de explicaciones.
Hay periodistas, por ejemplo, que buscan, la facilidad narrativa, en las películas, para manipular su verdad. Se molestan, cuando alguien advierte que la verdad no está en versión cinematográfica. Pienso que “inocentemente” por creer en dinamismo de los medios; en ellos, está la verdad y la solución. Esa aparente “inocencia” desnaturaliza el ambiente. La creencia, el mito y los “supuestos” se enfrentan a la ciencia de la historia. Ésta, última, es la que puede explicar los acontecimientos. Para algunos, es más fácil edificar “sus verdades”, recurriendo al dato cinematográfico en lugar de hurgar en los libros de la historia. Hoy, lo que vemos es pura propaganda.
Sin embargo, la verdad, siempre rompe ese círculo vicioso. Hay políticos, comunicadores y analistas políticos que evitan los mitos y las falsas creencias y recurren a la historia, como ciencia, para validar sus argumentos, e incluso para explicar la iniciativa militar de Rusia, convertida en el tema principal. Hoy, las cosas, comienzan a aclararse.
Si observamos en detalle, el flujo informacional, arroja luz sobre ese drama. Por ejemplo, analistas, como David K. Shipler quien señaló acerca de la desclasificación de documentos en los que se aborda la promesa de la OTAN de no hacer ampliación alguna. No obstante, ella sí ocurrió considerablemente y el resultado lo vemos por TV y los ucranianos lo sufren, e incluso los agresores, los rusos.
Se asegura que hay transcripciones de las actas y minutas rusas y estadounidenses en sus reuniones de alto nivel, los cuales contienen muchos elementos que hablan de “principios de seguridad”, para los años 90 del siglo pasado. Lo que traduce que hay documentos de los acuerdos estadounidense-anglo-franco-alemanes los cuales nos encaminaban a una evolución, totalmente distinta a lo que trajo esta crisis de Ucrania.
En 1991, estaba en juego la aceptación, por parte de Rusia, de la integración de Alemania Oriental en la OTAN. Por supuesto, todo ello no justifica bajo ningún aspecto, la absurda y sangrienta guerra, impulsada por Putin. Mas, hay que reconocer que esos detalles señalados, apuntaban a encontrar un compromiso para desacelerar la conflictividad.
Hoy, la guerra está en nosotros; ya nos invadió. Creemos, no debemos responder a la interrogante del porqué surgió este absurdo conflicto, con manipulaciones o expresiones simplistas, utilizando imágenes y refugiándose en creencias que no resuelven el problema; por el contrario, lo agravan.
Cada vez es mayor la información que confirma que James Baker, el Ex-Secretario de Estado de EEUU, mencionó que las conversaciones entre su país y Rusia, que buscaban reorganizar al Mundo en la década de 1990, incluía la integración de Rusia en la OTAN. Clinton, por su parte, consideró establecer una “asociación de paz OTAN-Rusia”, pero, en Budapest, tras la firma del célebre Memorándum sobre Ucrania en 1994, Boris Yeltsin comunicó que no le gustaba la ampliación de la OTAN hacia el Este
Clinton evocó su compromiso de no estacionar tropas ni armas en Europa del Este. De hecho, en 1990, Angela Merkel, entonces diputada alemana conversó (y en el idioma ruso) con Gorbachov “acerca del último obstáculo político” para la unificación alemana: la posible pertenencia de Alemania, a la OTAN. Ello era un problema. En todo caso, hubo oposición a que Alemania Oriental, ingresara a la OTAN, podemos imaginarnos cómo fueron vistos los otros ex-satélites soviéticos. Éstos, hoy, salvo Hungría, son virtuales enemigos de Moscú.
Los hechos históricos deben tenerse en cuenta, pues son realidades. “Algunos, pueden ignorar la realidad, pero, lo que no pueden hacer es ignorar las consecuencias de haber ignorado la realidad”, escribió Ayn Rand (Anna Zinovievna). Esta intelectual estadounidense, de origen ruso, conocía muy bien “al monstruo en sus entrañas”: Ella había escapado del comunismo. Por lo que ella fundamentó su visión en el llamado “objetivismo”. Por cierto, ella era una escritora de escenarios para películas en Hollywood. Sabía de lo que hablaba y no se movía al son de la novedad mediática.
Su óptica estaba compenetrada con la historia; siempre profunda y nunca superficial. La vida nos demanda soluciones racionales a las tensiones existentes. Ahora, con los sesgos propagandísticos que ahora llenan las pantallas, la discusión decae y nada se resuelve. Sin embargo, se trata de considerar a la razón, capaz de vincular responsablemente el presente y el futuro. Hoy, tenemos una cruda realidad. Sangrientamente, estamos comprobando cómo, desde Occidente, con esas actitudes desafiantes, despertaron al oso ruso, y hoy, éste, enseña sus garras. Se requiere, independientemente del resultado de la guerra, una solución de compromiso. Las relaciones internacionales del siglo XXI apuntan a eso.
Por lo que vamos a concentrarnos en el caso de Ucrania. Creemos recordar algo que dijera Helmut Schmidt: “Rusia tiene una orientación pacífica. La declaración es válida para los militares, la burocracia y los diplomáticos. El país necesita tiempo para el proceso de reformas. Es estrictamente necesario”. Se pueden discutir alternativas para Rusia, Ucrania y Bielorrusia, pero “después de mil años de historia común, dada la comunidad lingüística y cultural y como resultado de la estrecha dependencia económica mutua, la reunificación puede ser posible. Si tal proceso no se lleva a cabo por su propia voluntad, una intervención externa sería un gran error. Porque el orgullo del pueblo ruso y su patriotismo son bien conocidos”. Evidentemente es un dato para tomar en cuenta. Fue un Ex-Canciller alemán quien abogaba por la no injerencia en la relación ruso-ucraniana. Las consecuencias de ignorar esas palabras, las vemos y hoy la sufre, repito, el pueblo ucraniano.
Hoy, la injerencia es clara. Se sabe acerca de intentos por promover una “Revolución Naranja” en Ucrania. La urgencia por “democratizar” al estilo occidental a ese país, con cambios rápidos, ignoraron la realidad. Esta visión ha sido muy dañina, aunado a ello la “demonización” de las políticas del Kremlin, colocando a Moscú contra la pared. Henry Kissinger lo había sabiamente advertido en 2014. Nadie quiere discutir la posibilidad del compromiso sobre Ucrania e incluso mantienen una postura de negar una negociación que le permita a ese régimen oligárquico, beneficiarse de “un puente de plata para salir”.
Hace falta innovar y minimizar las consejas desde el exterior, pues, ellas han complicado las realidades. Ucrania y su drama lo confirman. Creemos que hoy, la guerra seguramente forzará una salida. Los conflictos bélicos no son eternos. Urge una salida y un compromiso diplomático. La solicitud que Ucrania adhiriera a la Unión Europea y la OTAN; había que ponderarla en términos del realismo político. Al interior y al exterior de Ucrania no leyeron correctamente los tiempos. Basta observar, sin embargo, la evolución del liderazgo ucraniano que siguió a la disolución de la URSS y la declaración de independencia. La apuesta era vincularse inmediatamente a los estándares de vida occidental, como la liberalidad para las élites financieras, académicas y burocráticas.
Sobre la primera hay que destacar que, como en todos los países socialistas, comenzando con los que formaron parte de la antigua URSS, abrazaron el capitalismo rapaz; el cual hemos llamaremos “el capitalismo casino”. No se trataba de emprender, como señala Max Weber una sociedad en la que el capitalismo resulte del esfuerzo de una ética del trabajo; sino, todo lo contrario, éstos fueron grupos ávidos de enriquecerse abusivamente gracias a sus contactos con los grupos que mantenían el control de las palancas económicas y empresariales de un Estado que estaban heredando del comunismo.
En cuanto a la segunda, ésta, trataba de beneficiarse de las posibilidades de viajar y conectarse con las academias extranjeras; cuestión que no es un pecado, pero, que, bajo el socialismo, esa posibilidad siempre se veía muy lejana. Era el momento para rechazar lo proveniente de Moscú y abrazar rápidamente la occidentalización.
La tercera, expresada en la existencia del aparato burocrático estatal; su membrecía, buscaba adecuarse a los nuevos tiempos. Sus vínculos con Moscú imposibilitaban esa “renovación” y, por supuesto, dificultaban la esperanza de perpetuarse en el centro del poder, como toda casta burocrática.
Más allá de que estas razones no son suficientes, surgen otros aspectos a tomar en consideración: ¿Cómo impulsar una economía centralizada y alcanzar altos niveles de competitividad, con una sociedad fracturada entre dos religiones (la católica y la cristiana ortodoxa) con un Estado monopolizador de la iniciativa privada, bañándose en una creciente corrupción?
Los iniciadores y propulsores de la así llamada “Revolución Naranja”, no previeron que los cambios en una sociedad, como la ucraniana, no puede llevarse a cabo en esos términos de urgencias y además ello fue un acto desafiante que se parecía, más bien, al hundimiento del Titánic. No se pudo ver la contingencia del choque con el granítico Moscú. De nuevo nos topamos con Ayn Rand: no se respetó la realidad, la ignoraron. Las esferas de influencia existen y no han muerto, como tampoco la historia. La guerra ha hecho comprender a Ucrania que ella se enfrenta a serias dificultades de identidad, tanto económicas, culturales, religiosas, como políticas.
Está el dato de Crimea. Ella es un tema no resuelto. Se creyó, bajo la urgencia de la no proliferación nuclear en el momento de la desintegración de la URSS y con Boris Yeltsin afectado por el alcohol y quien firmó el Memorándum de Budapest en 1994, que había acordado un compromiso a respetar las fronteras de Ucrania construidas bajo y durante la era soviética.
Todo el mundo sabe que históricamente la península de Crimea forma parte de Rusia y estaba habitada en su mayoría por rusos y cayó en manos de Ucrania en 1954 gracias a un decreto de Jruschov, quien era ucraniano, por lo menos sus padres. Ese elemento ha sido utilizado como detonante geopolítico en la idea que Rusia busca extender el empoderamiento sobre esa zona. Estamos de acuerdo, no obstante, la ciencia debe enfrentar la creencia. Crimea, en tanto que argumento histórico y demográfico, se inclina a favor de Rusia.
El temor generalizado es que Rusia unida a Ucrania pueda ser una fuerza importante en el Mundo. Por supuesto, que aumentaría sus capacidades con demográfica, territorio y recursos. La preocupación es lógica. Los dos pueden generar angustia geopolítica. Esa agresión rusa marcará al Mundo y lo más seguro que arrastrará a otros conflictos. Está el caso de Hungría y Rumania. Hay una pretensión húngara de ir contra Rumania por el tema de Transilvania. El líder húngaro, Víctor Orban es un antiglobalización y promueve la política de revisionismo territorial. Por ahora, la pertenencia a la Unión Europea sirve de amortiguador.
Es cierto que cuando Alemania y Rusia se unieron, el resto de Europa se realineó. Ello ha sido una constante. Nos es casual que el especialista estadounidense, George Friedman en su libro La nueva década. Imperio y república en un Mundo cambiante, recomendó: “EEUU debe continuar haciendo todo lo posible para bloquear un acuerdo germano-ruso y limitar el efecto que la esfera de influencia que Rusia podría tener en Europa, porque la mera presencia de una poderosa Rusia militar cambiaría el comportamiento de Europa”.
Está también que Nixon llamó a sus sucesores a estimular una vía democrática en Rusia. Por lo que “la democratización” no es fácil. Es evidente que Rusia muestra preocupación por crear un arco territorial occidental; por lo menos que se sienta neutral con Lituania, Bielorrusia y Ucrania. Rusia se basa en los acuerdos ruso-estadounidenses y los ruso-alemanes que finalizaron en la década de 1990 y aboga por la implementación de los Acuerdos de Minsk y la federalización de Ucrania. Como siempre, Rusia buscará llegar a un nuevo arreglo estratégico con EEUU. En nuestra opinión, estos dos son, más allá de los muchos aspectos, los principales desafíos de la actual crisis ucraniana. El reconocimiento de las dos regiones, Lugansk y Donetsk, no fue más que un movimiento para acelerar un nuevo arreglo. Fue insuficiente. Por lo que Putin pasó a la acción e invadió. Su actitud tan agresiva, se ve, en sus términos, como un elemento de disuasión.
Nos topamos con la visión de Brzezinski, quien desde la década de 1970, veía la política exterior de los EEUU como un juego de ajedrez, colocando todas las piezas para confrontar a Rusia y debilitarla. Esto no es del todo nuevo. Para EEUU, Rusia es importante estratégicamente. Incluso, los distintos Presidentes no variaron esa visión. EEUU, en calidad de superpotencia está interesada en Rusia como socio en: el combate al terrorismo, el narcotráfico, la protección del ambiente y la continuidad de la exploración del estudio del espacio, y por supuesto, los esfuerzos por la paz. Esta política desde sectores del interior y exterior de los EEUU ha estado bajo presión.
Vemos como ciertos comunicadores sociales profundizan en análisis banales acerca de las relaciones internacionales. Ellos contribuyen a la práctica de ideologizarlas para colocar al lector, radioescucha, televidente o seguidor de sus redes sociales, como un individuo pasivo y enajenado. Esos comunicadores, “Mariscales” de las guerras mediáticas, no toman en cuenta, la realidad. En su lugar, reproducen visiones alimentadas por mitos, creencias, clichés, ideología o anclados por la cinematografía y propaganda barata, los cuales, producen satisfacción momentánea, pero que no solucionan nada.
Como, creemos entender los conflictos cada vez se resuelven menos por medios militares; aunque algunos siguen latentes o abiertos. Está claro que Rusia se enfrenta a serias dificultades. Las mismas deben ser resueltas, políticamente. Ellas son recurrentes, son antiguas. Sobre eso se ha discutido mucho y creemos que es la clave de la cuestión de la seguridad de Rusia. Hasta no existir una solución definitiva, generado por un serio compromiso, siempre habrá el peligro de un conflicto.
Está el caso, por cierto, cada vez menos hipotético, del crecimiento de China, en todos sus aspectos y su programa para convertirse en la primera potencia económica, técnico-científica y militar del Mundo. EEUU debería tomar la crisis de Ucrania como una oportunidad para reevaluar su posición geopolítica.
Vemos que Rusia no quiere la independencia de Ucrania que le lleve a Occidente, tampoco China. Esto, como es bien sabido, ambas, afirman su derecho a ejercer una creciente presencia en las relaciones internacionales. Mientras tanto, China, lentamente; pero, segura, moderniza y actualiza sus ejércitos y armamentos, repotenciándolos. En los últimos días, cada vez menos discreta, se observa la inserción china, en la crisis de Ucrania. Ella se mueve muy diplomáticamente, para apoyar a Rusia. La crisis de Ucrania está cambiando la actitud de Beijing en el Mar de China Meridional; lo que significa que ese cambio se extenderá a la realidad del Mundo entero.
Lo que sí podemos ver positivamente, por el momento, es que, tras bambalinas, las potencias globales buscan un arreglo. Las armas están hablando; pero, las negociaciones también. La negociación es algo natural en todo conflicto. Por otro lado, el obstáculo directo a la actual crisis ucraniana sigue siendo la negativa a implementar los Acuerdos de Minsk, aplicación por los que siguen abogando Francia y Alemania.
Vemos como nos deslizamos peligrosamente hacia una nueva “Guerra Fría”. Los temas cruciales se trasladan a la propaganda. La sociedad ya no se compone de personas, sino de “nosotros” y “los otros”. Nuevamente se confunde la política con la caricatura del enemigo. Ya no se razona, pero se hacen alineaciones y coaliciones. La nueva “Guerra Fría”, por supuesto, tiene seguidores. El conflicto alimenta a los supuestamente radicales. De lo contrario, no se habrían lanzado al ruedo. Son una especie de especuladores. Pero, en una nueva “Guerra Fría” como la que se avecina, no hay manera de que se pueda salir victorioso. Todos vamos a perder desde el principio.
Afortunadamente, nada es más importante que el Mundo mismo. Es algo que ciertos individuos no ponderan y con sus desplantes mediáticos envenenan el ambiente. Menos mal que hay mentes lúcidas, pues reconocen que el cambio de las relaciones internacionales en la década de 1990 fue posible solo porque hubo compromisos, acuerdos en Beijing (1972) y Helsinki (1975) los que hicieron posibles los acuerdos de Reikiavik (1986). Eso debería ser estimulante.
No hay solución más idónea, en este momento, que volver a los principios establecidos entonces. Sobre todo, porque están ocurriendo serios cambios en las relaciones internacionales con China en primer plano, Alemania alcanzando estatus de potencia global, con Francia de la mano de Macron, Turquía, jugando un papel de “aplacador” en Mundo islámico y con Hungría, pequeña, pero desafiantemente revisionista.
Henry Kissinger señaló, con razón, que sólo es viable la revitalización de la soberanía nacional. “A estas alturas de la historia, esto sería la modernización (adecuación) del sistema westfaliano a las realidades contemporáneas” (Orden Mundial). Los geopolíticos alemanes y franceses también parten del hecho que estamos ante un Mundo con nuevas características en comparación con las de las últimas décadas; es un Mundo que necesita nuevos conceptos. La crisis ruso-ucraniana nos ofrece la oportunidad para repensar ese nuevo orden mundial, del cual nos habla Kissinger.
@eloicito