El Esequibo, Venezuela y la Búsqueda del Tiempo Perdido – Por Eloy Torres Román

Al Dr. Rafael Sureda Delgado, eminente internacionalista, experto y defensor del Esequibo, Profesor de la UCV y fraternal amigo, de quien he aprendido tanto, in memorian.

Me voy a permitir hacer una exégesis literaria de la novela “En busca del tiempo perdido” (À la recherche du temps perdu) de Marcel Proust, para retratar la realidad de nuestro país. Una Venezuela, entrampada en un escenario que la debilita política y geopolíticamente.

“En busca del tiempo perdido” es una obra de un valor estético de grandes dimensiones. Aunque, cuando el autor, la expuso al principio al público parisino, fue poco apreciada, por el tinte densamente anclado a la visión del todavía joven Henry Bergson, es decir, por su concepto central: la intuición. Ésta, era considerada como poco centrada en una concepción racionalista y sin apego a la perspectiva del futuro, pues no ofrecía respuestas. Luego, esa misma obra, paulatinamente fue alcanzando su verdadero espacio, o nicho filosófico para encontrar, en la meditación, un mecanismo que sirviera para reconstruir el tiempo vivido. Para Proust, motivado por Bergson, la verdad no puede ser alcanzada sino mediante la memorización del tiempo, del pasado.

Bergson criticaba la racionalidad estrecha porque aspiraba a obtener una visión más completa del Mundo; lo demostró, cuando se topó con un joven e impetuoso científico, Albert Einstein, quien dueño de una fogosidad interpretativa que le ofrecía su estudio de los hechos científicos, polemizó con Bergson, para ese entonces, un envejecido pensador. El alemán, lo pretendió fulminar con una escueta frase, muy propia de su espíritu científico, con un lenguaje siempre lacónico, pero pletórico de fórmulas matemáticas y físicas. El caso es que Einstein, conocedor de la importancia del filósofo francés, ante una pregunta de éste, acerca del tiempo, el científico le respondió: “El tiempo de los filósofos ya pasó” (Il n’y a donc pas un temps des philosophes).

La novela de Proust impacta por su narrativa, en la cual puede encontrarse riquezas espirituales en las vivencias experimentadas por el hombre en el tiempo. Éstas, alimentan la sensibilidad. La lectura de esa novela incita a meditar acerca de su existencia. Decíamos que fue muy marcada por la filosofía bergsoniana, pero lo cierto es que después logra apartarse de ella. Mientras Bergson presenta el “giro hacia la actualización contemplativa del flujo de la vida” como si fuera “producto de una decisión libre”, Proust convierte la mémoire pure en mémoire involontaire.

La posibilidad de acceder a las imágenes del “tiempo perdido” no depende de una “decisión libre”, sino de la suspensión de la voluntad. Sólo pueden fluir estas imágenes mediante una momentánea emancipación del sujeto de su propia conciencia. Paradójicamente, para que esto ocurra debe existir una voluntad de búsqueda de condiciones que favorezcan el automatismo.

Para Proust y Bergson, el tiempo no se mide, como apunta el conocimiento científico, en segundos o minutos; sino que se trata de una perspectiva en la cual la creatividad artística domina la escena humana. Cada momento tiene una consistencia aparte y al mismo tiempo, permite anticipar la riqueza de las sensaciones de los tiempos vividos. Esta visión del tiempo, posee una sensibilidad referida a su percepción de los tiempos. Ésta, es totalmente distinta de lo que marca el reloj. Para Proust, se puede demostrar que las imágenes del pasado, panorámicas, por demás, se pueden borrar; mientras que los insignificantes momentos pueden retornar a la memoria, aun cuando éstas, no tengan mayor peso y significación.

Para Proust la realidad no es una sola. Por el contrario, él observa la fluidez de la conciencia. Pareciera apoyarse en la pintura impresionista. Para Proust es significativo apoyarse en lo que hoy llamamos memoria involuntaria; Freud lo llamó el inconsciente en el psicoanálisis. Su sensibilidad es manifiestamente distinta a la de los otros creadores de su momento. Él fue distinto y eso lo hizo ser un gran escritor, pues recreó un Mundo a partir de la búsqueda del tiempo perdido.

Hoy Venezuela está atrapada por un enorme “tiempo perdido”. Ese tiempo  experimentado nos induce a buscar respuestas a nuestros problemas apelando a la memoria involuntaria. Lo primero que nos viene a la mente al mojar nuestra magdalena de Proust en una taza de té, es que debemos destacar la cuota de responsabilidad de aquellos que dirigieron al país, para bien y para mal.

Recientemente la Corte Internacional de Justicia le propinó un mazazo a la venezolanidad. Desde 1899, mantuvimos un rítmico y relativamente constante reclamo por el Esequibo. Territorio arrebatado por Gran Bretaña. Todos saben que la pérfida Albión jamás conquistó territorio alguno en América Latina. Fueron sus corsarios, bandidos al servicio de la corona británica, durante un buen tiempo edulcorado por la cultura popular anglosajona, primero desde la literatura, después desde Hollywood. Éstos, sirvieron, en calidad de tropas sanguinarias de asalto, para conquistar territorios y apuntalar su dominio geopolítico globalmente hablando, al mismo tiempo que confiscaban riquezas en oro, diamantes y perlas.

Estos delincuentes, actuaban como vanguardia de aquellos especialistas en hurgar y abastecerse de riquezas de ciertos territorios. Para lo cual implementaron su “derecho de conquista” en nombre de la corona británica y lo impusieron en algunas zonas de la América española, por ejemplo, Belice en Centroamérica, todas las islas de El Caribe, hoy angloparlantes, y las islas Malvinas. En nuestro caso, Santo José de Oruña (en Trinidad) fue asaltada e incendiada por Walter Raleigh en 1595 y luego Santo Tomé de Guyana en 1618 por sus lugartenientes, por lo cual fue convertido en “Sir” por la “Reina Virgen”. Empero, la oposición de los varones castellanos le impidieron hacer conquistas permanentes, manteniendo a su vez a los piratas holandeses más allá del Río Esequibo.

No obstante, Gran Bretaña se aprovechó de las circunstancias que rodearon las disputas en el marco de las Guerras Revolucionarias causadas por Francia, y los “casacas rojas” incursionaron en toda esta zona, robando Trinidad a la Capitanía General de Venezuela en 1797 y expulsando a los holandeses de puestos ilegales que tenían entre el Río Esequibo y el Río Moroco, que el Rey Carlos III había ordenado destruir en 1780, para luego fundar “San Carlos de la Frontera” como bastión para mantenerlos a raya, aunque lamentablemente sus órdenes no fueron llevadas a cabo en años posteriores debido a la coyuntura geopolítica compleja que desencadenó la Revolución Francesa. Toda esa zona sería adjudicada luego a la pérfida Albión a través del “derecho imperialista”, mediante el tratado anglo-holandés de 1814, el cual fue ratificado en el Congreso de Viena en 1815, tras la derrota del huracán napoleónico.

La usurpación británica de territorios en la margen occidental del Río Esequibo ocasionó las primeras protestas diplomáticas ordenadas por el Libertador Simón Bolívar. Desde 1831, esa región fue llamada Guayana Británica y se extendió la usurpación británica más allá del Río Esequibo, que ha sido siempre nuestra frontera natural. Miles de antiguos esclavos africanos fueron traídos a la zona, en calidad trabajadores contratados, junto a otros de la India y de China. Todo con el fin de poblar esos territorios y continuar avanzando hacia el oeste en su despojo a una Venezuela debilitada como consecuencia de la Guerra de Independencia y la Guerra Federal, y gracias a la megalomanía de caudillos nimbados de la idea de ser “la expresión del pueblo” con derecho al “trono de Bolívar”. Para ello, la pérfida Albión se valió de otro corsario, el “naturalista” de origen prusiano Robert Schomburgk, que luego fue exaltado por la Reina Victoria con el respectivo “Sir” por sus servicios de latrocinio prestados. A tiros los detuvo el General Domingo Antonio Sifontes y sus hombres en 1895, cuando pretendían avanzar hacia el corazón de nuestro hoy estado Bolívar.

Guyana fue y es un enclave colonial británico. Cuando decimos “es” un enclave, nos referimos a que, a pesar de haber alcanzado su independencia en 1966, ella comparte la misma espiritualidad westminsteriana. Sus artimañas son copias al carbón de las empleadas por la pérfida Albión. Hoy, lo vemos con la manipulación que hicieron, para introducir una demanda ante la Corte Internacional de Justicia para validar el llamado Laudo Arbitral de Paris de 1899, aprovechando la debilidad de Venezuela. Laudo que, por cierto, fue una componenda extorsiva entre Londres y el quinto árbitro ruso Frédéric (Fyodor) de Martens, que les fue impuesta a los cándidos representantes norteamericanos, quienes actuaron en calidad de árbitros y abogados de nuestra nominal República; toda vez que los nuestros, no pudieron presentarse como enviados de Venezuela, pues fueron rechazados por los británicos. No querían sentarse como iguales con los venezolanos, por su piel morena y “olor a plátano”. Nos consideraban unos bárbaros y salvajes.

La pérfida Albión, se apoyó en las condiciones que emanaban de nuestro país: una  retahíla de presidentes de corta duración e innumerables revoluciones que tuvimos desde 1830, amén de la violenta Guerra Federal. Aceptaron los británicos a los norteamericanos, porque el entonces Presidente de EEUU, Grover Cleveland, presionó a los ingleses para dirimir la cuestión límites con Venezuela en un tribunal arbitral y la palabra “guerra” atemorizaba a Londres, que a su vez veía como sus disputas con Berlín se agudizaban. Los ingleses aceptaron y pusieron, repetimos, como condición la utilización de árbitros y abogados que no fueran venezolanos. Hay que reconocer que, esa fue una victoria de la diplomacia de Cleveland, enmarcada en la Doctrina Monroe: EEUU ya era una potencia emergente que reclamaba dominio efectivo sobre lo que siempre consideró su área de influencia, y logró detener el avance británico que quería apoderarse desde El Callao hasta las bocas del Río Orinoco. Otra cosa fue el resultado final del llamado Laudo de 1899, que otorgó, sin evaluar títulos y derechos históricos, mediante un compromiso diplomático y no una sentencia ajustada a derecho, nuestra Guayana Esequiba a los británicos. Mientras los abogados norteamericanos expresaban su sorpresa ante aquel fallo, el Presidente de EEUU, William McKinley, vio hacia otro lado, ya que Washington y Londres se encontraban en plena reaproximación, sentando las bases de lo que hoy se conoce como la special relationship.

La memoria proustiana nos sirve para fotografiar nuestra realidad de 2021. Apenas unos días atrás fuimos testigos de una decisión jurídica que desnuda, fundamentalmente, nuestra debilidad política. Si bien el año 1899 fue una desgracia; hoy, ya en 2021, todo se antoja tan grave como aquel entonces. Es como si estuviéramos condenados a repetir la historia; poniendo en evidencia la miopía, lenidad, e irresponsabilidad de las élites gobernantes durante las últimas décadas.

Venezuela ha actuado frente a Guyana erróneamente. No quisiéramos colocar el dedo en el mapa de la historia de Venezuela para señalar sólo a los  últimos 21 años; sino, sobre todo a la cadena de errores que empezaron en 1969. La diplomacia venezolana y sus ejecutantes directos siempre respondieron con un criterio “juridicista” frente al tema del despojo británico. Jamás pensaron más allá, en una acción de presión directa con todos los medios disponibles para recuperar nuestra Guayana Esequiba, como tampoco tuvieron presente lo que significa ese vasto territorio y la importancia geopolítica del mismo. Aparte de no creer en nosotros mismos, se dejaron llevar por la muy conocida y fatal idea del venezolano de que lo urgente mata lo importante. Privó el idealismo político y la reiterada falta de audacia; lo que nos fue conduciendo a las puertas de este nuevo desastre. Con ello, no queremos decir que quienes dirigieron al país a lo largo de todos esos años, actuaron de mala fe; pero lo cierto es, que basaron sus expectativas en la bona fides de los actores internacionales y que éstos, especialmente los británicos y guyaneses, respetarían los principios de la justicia internacional. Craso error. La misma Guyana, heredera alimentada por la axiología y espiritualidad británica, siempre mostró hacia Venezuela una inquina, como si Venezuela fuere la culpable de su condición subdesarrollada, para así insuflar nacionalismo e intentar aglutinar su población heterogénea. Los pobladores de Guyana aprendieron e internalizaron las técnicas y artimañas de sus antiguos amos.

Para recuperar la sindéresis, el venezolano debe redimensionar su memoria para  mantener fijos no sólo el cúmulo de actos inamistosos, por parte de Gran Bretaña y Guyana contra nuestro país; sino también los yerros cometidos por nosotros mismos. Nos permitimos destacar los siguientes errores: el abandono de los revolucionarios del Rupununi, fundamentalmente indígenas que querían regresar al seno de la Patria, y que luego fueron sometidos a un genocidio en nuestras narices por los mandingas de Forbes Burnham; el Protocolo de Puerto España de 1970, y el engavetamiento del Decreto del Mar Territorial de Leoni, todos los cuales apuntan al primer gobierno del  Presidente Rafael Caldera, a su Canciller Arístides Calvani y buena parte de sus colaboradores y pupilos diplomáticos “versallescos”.

El Protocolo de Puerto España fue un absurdo, pues le “regaló” a Guyana 12 años, para fortalecer, por la vía de los hechos, su permanencia en el territorio que nos fue arrebatado por Gran Bretaña, perdiendo la oportunidad abierta con el proceso de desconolonización. Ese quizá fue el acto más inexplicable desde el punto de vista de la diplomacia y de la geopolítica. Muchos tienen 50 años alabando este despropósito, porque supuestamente debíamos “ganarnos el apoyo de El Caribe”, lo cual nunca sucedió realmente. Se ablandaron algunas posiciones a punta de petróleo, pero nunca se convenció realmente de la justicia de nuestra reclamación a los países caribeños. Siguieron apoyando a Guyana, un país equivalente al populoso barrio caraqueño de Petare, que siguió “tomándole el pelo” a los diplomáticos “versallescos” en tiempos de democracia.

Condenamos, desde luego, a la Era chavista-madurista por su lenidad, impericia e ideologización de la controversia. El Presidente Hugo Chávez, su entonces Canciller Nicolás Maduro y hay que decirlo, un pupilo de Arístides Calvani, Roy Chaderton Matos, trataron la controversia del Esequibo, en términos muy alegres y volvieron a apostar por “ganarnos el apoyo de El Caribe”, esta vez para ponerlo al servicio de un proyecto personalista y “revolucionario”.

En este sentido, podemos observar, que la cadena de errores se acrecienta desde 1969. Podríamos hablar también del saboteo a las negociaciones que casi logran un acuerdo que implicaba una devolución territorial parcial y una consolidación de nuestra salida al Atlántico en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, específicamente entre los años 1976-1978, gracias al liderazgo presidencial y el talento de quien ha sido quizás, el mejor negociador que hemos tenido en materia territorial: Isidro Morales Paúl. Este último, trató de retomar ese proyecto en 1985, costándole el puesto como Canciller. Es decir, nos regodeamos con nuestra diplomacia en tiempos de democracia y no queremos ver la premisa absurda de la cual partía, lograr la devolución de toda la Guayana Esequiba, por la vía diplomática, al tiempo que la misma no se implicaba a fondo para lograr estos objetivos. Todo un despropósito.

También podríamos hablar de incapacidad diplomática, cuando ni siquiera los pupilos “versallescos” de Calvani, protegidos por el Canciller Miguel Ángel Burelli Rivas durante el segundo gobierno de Rafael Caldera, lograron concluir un acuerdo de cooperación ambiental con Guyana, que hubiese condicionando la explotación de recursos naturales en la Guayana Esequiba a la aquiesencia venezolana. Tampoco lograron avanzar respecto a la controversia en el marco del mecanismo de los Buenos Oficios en esos años. Tiempo perdido.

Todo esto, nos está costando mucho. La sentencia de la Corte Internacional de Justicia del 18 de diciembre de 2020 lo confirma. Pero, por allí, se encuentran “algunas viudas de Caldera y Calvani”, como algunos juristas, señalando que ellos, con su “sapiencia”, lo harían mejor, cuando no lo hicieron en su tiempo [que ya pasó]. Ellos se encuentran detrás del error que supuso el comunicado de Julio Borges tras la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, en un tono que contrasta abiertamente con el emitido por Juan Guaidó. Nulidades engreídas que se sienten predestinadas. ¡Para coger palco! Pobres criaturas forjadas por la burocracia amamantada por el petróleo, que ni tienen visión ni saben negociar; y, algunos de ellos, son tan culpables como los diplomáticos a la carrera “rojos rojitos”, del desastre que se avecina para el país. Hoy, esas eminencias grises no expresan ni una sola palabra frente a Canadá, EEUU y Gran Bretaña que apoyan las pretensiones de Guyana sobre nuestra Fachada Atlántica; ¿Acaso, será por temor a perder el derecho a la visa de esos países y no puedan irse de vacaciones? De hecho, fue en su contra de su criterio (“¡nobleza obliga, por favor, ¿cómo vamos a hacer eso?!”, decían) que algunos logramos convencer a los Diputados de hablar con el Grupo de Lima para que revirtiera su comunicado de enero de 2019, donde Guyana quiso hacer ver a nuestros socios latinoamericanos que el régimen de Maduro les agredía, cuando en realidad, era todo lo contrario, como bien se ha demostrado.

Estamos de nuevo, en la situación de tener que “subir nuestra cuesta” en la reafirmación de nuestro reclamo por el Esequibo; esto es, cargar nuestra roca al hombro, tal como lo señala el mito de Sísifo, con el agregado que hoy nos encontramos más débiles y desprovistos de aquellos instrumentos (recursos económicos y militares como  prestigio internacionales) que con una política exterior a la altura como la que desplegaron Betancourt y Leoni, por lo menos nos hubiera garantizado nuestra salida segura al Atlántico. Hoy, estamos en peligro de vernos encerrados geopolíticamente y rodeados de actores que podrían convertirse en enemigos nuestros ante cualquier posibilidad de conflicto.

Venezuela ha debido, a lo largo de todo este tiempo, colocar su mirada sobre Guyana y dinamizar mecanismos eficientes y eficaces para conquistar la Guayana Esequiba. Nuestro empresariado ha debido adentrarse en ese territorio; las Fuerzas Armadas han debido estar presentes en las zonas adyacentes, especialmente, cuando Venezuela tenía las capacidades y posicionamiento necesarios. En plena Guerra Fría, cuando Guyana y la Cuba comunista forjaban una alianza y trasegaban soldados hacia Angola, nada hicieron los “diplomáticos versallescos” y tampoco nuestros militares, por lo que hay que decirlo, éstos, se conformaban con pregonar: “¡somos aliados de EEUU!”. Tiempo perdido.

Lamentablemente la filosofía de nuestra política exterior siempre observó esa realidad con ojos de displicencia y superioridad (“pobre pueblo guyanés” ubicado en el “circuito Baigón”) pero al mismo tiempo, nuestra actuación rayó en el desdén, frente a ese recién y artificialmente constituido país. Nosotros, nos ufanamos al decir, “somos caribeños” (en el doble sentido de la palabra) y jamás actuamos como tal. Más “caribes” fueron los guyaneses, y en el otro sentido, jamás quisimos verlos como un “enclave” geopolítico en la zona; mientras los “diplomáticos versallescos” preferían tener fija la mirada en el “circuito Revlon”, el que lleva a los primorosos Paris, Londres, Ginebra, Roma, Nueva York, o Washington. Primero las formas, y para después, si hay tiempo, el fondo; ¡faltaba más! Tiempo perdido.

En tal sentido, es obligatorio, moralmente hablando, elevar nuestra voz para, no sólo para protestar esa decisión de la Corte Internacional de Justicia; sino para evaluar nuestra nueva realidad. ¿Dónde estamos y qué podemos hacer ahora? Hugo Chávez desaprovechó una segunda bonanza petrolera que pudo haber apalancado la consecución de una solución práctica y mutuamente satisfactoria en el marco del Acuerdo de Ginebra. Nicolás Maduro hundió al país y envalentonó a Guyana, que ahora se frota las manos por los hallazgos petroleros en áreas marinas y submarinas que corresponden al Esequibo. Creemos urgente abandonar en el futuro tanto la vieja diplomacia de oropel y burlesque, como la improvisada diplomacia propagandista de los últimos 21 años, y en lugar de ello, diseñar una estrategia geopolítica a largo plazo, en la cual participemos todos, y en cuyo marco, más allá de lo que ocurra en la Corte Internacional de Justicia, Venezuela se comprometa a manejar con firmeza nuestra reclamación hasta obtener un resarcimiento, territorial, moral y material sustantivo frente al despojo que sufrimos en el siglo XIX.

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