Las recientes elecciones presidenciales en Brasil han evidenciado claramente una de las grandes virtudes del sistema democrático: la alternabilidad en el poder, característica que tiene mucho que ver con el voto castigo, por medio del cual la población expresa su rechazo y opta por las soluciones que estima convenientes. Sobre el caso brasileño buena parte de la opinión mundial ha cuestionado el resultado, una gran mayoría se han concentrado en lo que podríamos definir como “la leyenda negra de Bolsonaro” y, en efecto, el candidato generó mucho material para promover tal leyenda; lo lamentable, es la poca atención que se ha brindado a las causas del fenómeno; en particular, al fracaso del Partido de los Trabajadores y, más concretamente, de Ignacio Lula Da Silva.

Por sus declaraciones, Jair Bolsonaro no era la mejor opción, pero los partidos tradicionales (fundamentalmente el PSDB y el PMDB), se han alegado del sentimiento popular, los años en el poder los han desgastado y tampoco han realizado grandes esfuerzos para la renovación de sus propuestas, ni sus cuadros, ni sus liderazgos. Por su parte, el Partido de los Trabajadores, que llegó a posicionarse como la panacea para el pueblo brasileño, como a muchos partidos radicales el poder lo ha tornado soberbio, considerándose portador de la verdad; pero, en esencia, un gran manipulador del discurso. Adicionalmente, y lo que ha defraudo aún más al pueblo, la colosal corrupción, otra de las características de los autoritarios que no creen en controles, ni limites a sus poderes.

Obviamente el pueblo brasileño aspiraba un cambio profundo, y los políticos no supieron responder a tales urgencias. Adicionalmente, Odebrecht, que con sus prácticas de corrupción ha resultado la mejor herramienta del comunismo, se encargó de destruir la reputación de un gran número de dirigentes democráticos, pero no solo en Brasil, en toda la región. La diferencia es que los demócratas tienden a renunciar o van a sus juicios, por el contrario, los autoritarios siguen en su práctica de mentir, disfrutando de las mieles de poder y de la impunidad. Un breve ejemplo: en Perú Kuczynski renuncia a la presidencia, Keiko Fujimori va detenida; por el contrario, en el proceso bolivariano, quien denuncia va detenido y el corrupto resulta premiado.

Debemos darle el beneficio de la duda al Sr. Bolsonaro, su elección ha sido transparente y contundente. No ha sido el resultado de un órgano electoral que manipula las normas, el proceso y los resultados. Los retos que tiene por delante para construir gobernabilidad, seguridad, crecimiento económico y bienestar social son inmensos. Por lo pronto, tendrá que negociar con varios partidos pequeños para contar con el respaldo del Congreso, pues no lo controla y, si pretende aniquilarlo, como es usual en los autoritarios, generará un rechazo de escala global.

Por otra parte, seguramente contará con una oposición brutal del Partido de los Trabajadores que, desde el Foro de San Pablo, con el eje cubano-bolivariano, está promoviendo una estrategia de ataque profundo a los gobiernos democráticos en la región. También promueven la estrategia, de tomar el poder por la vía democrática, prometiendo lo que los pueblos quieren oír y, al llegar al poder, destruir progresivamente la institucionalidad democrática, para perpetuarse

Conviene de nuevo alertar al pueblo colombiano, donde el discurso radical ha logrado un 41% de respaldo popular en las pasadas elecciones y puede crecer. Por una parte, por la habilidad del discurso fantasioso y manipulador y, por otra, las condiciones de los marginados y excluidos, que sueñan con cambios y el sistema tradicional tiende a obviarlos, pero ellos votan y pueden respaldar la propuesta más radical.

También debemos destacar que el caso brasileño no es la excepción, en buena parte de las democracias en el planeta está creciendo un desasosiego frente a las instituciones y se expanden los discursos que, cargados de nacionalismo, proteccionismo, exclusión, xenofobia; prometiendo soluciones profundas y rápidas. El caso venezolano, con el discurso radical y destructivo, ya está siendo reconocido en el mundo como un claro ejemplo de fracaso; ahora, enfrentamos la duda con los proyectos que se inscriben en el “alt-right” (la derecha más conservadora), que están creciendo en Europa, promovida, entre otros, por Steve Bannon y que ya empiezan a tener posibilidades de llegar al poder.

La tarea para los defensores de la democracia es muy fuerte, tiene que ver, entre otros, con fortalecer las instituciones, la separación de los poderes, con especial atención en el poder judicial y electoral; la defensa de los derechos humanos fundamentales, la libertad de expresión y de allí los medios de comunicación; los partidos políticos juegan un papel fundamental y requieren renovación y una organización más democrática.

Como se puede apreciar en nuestra Venezuela pareciera que todo está por hacer, lo evidente es que como pueblo estamos ansiosos de aplicar el voto castigo y reconstruir nuestra democracia.

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