Ha culminado el proceso de revisión o modernización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés) y ha sido más de un año de revuelo mediático, fuerte presión política; esfuerzos de negociación y tiempo invertido; para llegar a unos resultados que, en el plano comercial, parecen exiguos, poco significativos y, en algunos casos, contradictorios. Ahora bien, en el plano político, una gran victoria o manipulación de victoria para el Presidente Donald Trump, con miras a las próximas elecciones legislativas del mes de noviembre, fundamentales para su futuro político.

Por cierto, en el contexto de victorias irrelevantes, pero manipulables, cabe destacar el cambio de nombre, ahora se denomina  Acuerdo entre Estados Unidos, México y Canadá (AEUMC), (USMA siglas en inglés); seguramente para satisfacer los caprichos de Trump y su obsesión electoral del “America First”.

Para los radicales, como el proceso bolivariano, otro fracaso, algo fuerte pues cuenta con la anuencia de uno de sus líderes, el electo Presidente de México Manuel López Obrador, precisamente por él se aceleró la negociación, para reducir su responsabilidad, pues se cierra en el gobierno anterior. Ahora bien, en sus permanentes manipulaciones los radicales obviarán el golpe y mantendrán su permanente falso discurso contra el imperio que les da de comer y los recursos para mantener su show.

En el nuevo texto encontramos algunos avances que se podrían haber alcanzado en el marco de la Comisión Administradora del acuerdo que se reúne con cierta regularidad, sin todo el desgaste de esta revisión, son los casos de: la apertura del sector lácteo en Canadá, la definición de reglas más estrictas en materia de propiedad intelectual y la revisión de las normas de origen en el sector automotor. Cabe destacar que varios de estos cambios estaban previstos en el Acuerdo Transpacífico, que el Presidente Trump rechazó al iniciar su gobierno y ha cuestionado duramente.

Por otra parte, son varios los aspectos contradictorios del nuevo acuerdo: por ejemplo con la modificación de las normas de origen en el sector automotor, se deberían fortalecer la producción local, pero se rompe con la tendencia de las cadenas globales de valor que se están desarrollando a escala mundial y pudiera representar una desviación de comercio, al obligar la utilización de productos locales, lo que pudiera conllevar desplazar la producción competitiva. También resulta contradictorio y genera incertidumbre la revisión cada seis años del acuerdo y su vigencia inicial por 16 años.

Uno de los aspectos más complejos de la revisión tiene que ver con la definición del nivel de salarios de los trabajadores en el sector automotriz. Este es un tema viejo en la agenda de los Estados Unidos. No le debe agradar al Presidente Trump saber que Bill Clinton presentó el tema laboral, bajo la tesis del “dumping social” en el marco de la Ronda Uruguay, sin lograr respaldo. Entre los argumentos críticos que se presentaron en esa oportunidad destaca, que para los países en desarrollo regular el tema laboral, buscaba reducir su competitividad, pues un factor abundante tiende a ser más económico. Por lo tanto, si se regulaba ese factor de producción, se tendría que incorporar el resto de los factores, para evitar la discriminación.

Otra contradicción, más profunda, tiene que ver con el discurso del Presidente López Obrador en defensa de la soberanía de los pueblos.

Pareciera que en su opinión se debe respetar la autodeterminación de los pueblos y la soberanía frente a los derechos humanos y, en consecuencia, marca distancia en la crisis de Venezuela y Nicaragua; empero, no encuentra problemas de soberanía cuando el imperio define la política salarial mexicana en un sector fundamental. En este punto el Presidente López Obrador debería dar un ejemplo de honestidad frente al falso discurso radical que satanizan el libre comercio, sin aceptar sus beneficios en generación de ingresos, empleo, inversiones y bienestar

El Presidente debería reconocer la importancia de tales acuerdos y los positivos beneficios que ha logrado México, por lo tanto, los costos de la negociación se pueden equilibrar.

Adicionalmente, el Presidente Trump incrementa las contradicciones al presentar el nuevo acuerdo como una gran transformación y una gran victoria, de nuevo manipulando la realidad. El Presidente aspira que el nuevo acuerdo permita regresar a décadas pasadas, con una economía poderosa en manufacturas, y con muchas fábricas. El Presidente se ha quedado en el pasado, desconociendo que la competitividad de su país se presenta en otros ámbitos como los servicios, la tecnología, la electrónica, las inversiones. Con sus obsesiones el Presidente no lograr que la manufactura se fortalezca y, por el contrario, con la guerra de aranceles, está debilitando las exportaciones de manufacturas competitivas, en particular, en el sector agrícola.

 

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