La resolución de la OEA que desconoce la legitimidad de la reelección presidencial en Venezuela fue el resultado de una estrategia diplomática pura y rancia. Allí los funcionarios de los gobiernos interesados en condenar el gobierno de Maduro usaron las fórmulas clásicas de una buena diplomacia multilateral. Los consecuencias para el gobierno de Venezuela fueron un desastre, no solo por la votación, solo tres apoyos, sino por lo desatinado que actuó el poco experimentado canciller. Una buena cancillería profesional le hubiese recomendado no asistir, y en tal caso enviar una representación al más bajo nivel. Parecieran no entender que diplomacia del conflicto, al igual que el crimen, al final del camino no paga. La delegación venezolana se estancó en la polémica y en una discursiva que ya no pertenece a estos tiempos, porque, además, es imposible recurrir al expediente de la autodeterminación y la soberanía de los pueblos cuando se trata de violación de los derechos humanos, hambruna, crímenes de lesa humanidad y un evidente déficit democrático. La conclusión del evento se resume en que el gobierno no es reconocido por sus vecinos de la región.

Como bien lo indicó en una de sus intervenciones el canciller de Chile, Roberto Ampuero, quien, por cierto, en sus tiempos mozos fue militante de la juventud comunista, el problema del gobierno de Venezuela es su incapacidad de reconocer la dimensión de la crisis y asumir la responsabilidad que les corresponde. De ese ejercicio político regional que puede terminar con la suspensión de Venezuela de la OEA se pueden desprender varias conclusiones. Este hemisferio se une contra el autoritarismo y a favor de la democracia; Estados Unidos les pasa factura a sus vecinos complacientes; la OEA deja de ser un organismo estático, que no acepta que principios del siglo pasado secuestren el respeto a los derechos humanos, la democracia y la justicia en sus países miembros. El gobierno de Maduro se aísla, la crisis humanitaria no se puede esconder, más el montaje de la asamblea constituyente y las elecciones del 20-M le demostraron a las democracias del mundo la tragedia que vive el país.

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