Todo indica que Donald Trump ha decidido radicalizar su actuación internacional, con el objetivo de fortalecer su posición interna, con miras a mantener el control del Congreso en las próximas elecciones de noviembre, e impedir el juicio político (impeachment) que fácilmente podría aprobar un Congreso de mayoría demócrata, pues las investigaciones avanzan y se acercan peligrosamente al propio Presidente.
En estos momentos la popularidad del Presidente se incrementa, los radicales se sienten satisfechos y asumen que el país está creciendo, también el empleo, las inversiones y la fortaleza a escala mundial. Si este ambiente se mantiene hasta el mes de noviembre, el triunfo del partido republicano está garantizado; empero, la incertidumbre también está presente y los casos de Corea del Norte e Irán se pueden complicar. Otro tema que debemos incorporar en la agenda es Venezuela.
En la estrategia radical del Presidente Trump un paso decisivo ha sido la eliminación de los moderados en su equipo más cercano de gobierno. La salida del Secretario de Estado y los Consejeros de Seguridad y de Economía, sustituidos por radicales, también definidos como “halcones”, facilita la adopción de decisiones duras como el retiro de los Estados Unidos del Acuerdo con Irán. Esta decisión fortalece sus vinculaciones con los gobiernos de Israel, de Arabia Saudita y con el poderoso lobby judío; pero, fundamentalmente, le fortalece frente al electorado que lo llevo a la presidencia.
Debemos destacar que el Presidente Trump ya ha adoptado varias decisiones que están minando el multilateralismo, el diálogo y la negociación; ha sido el caso del retiro del Acuerdo Transpacífico, la eliminación de las negociaciones del Acuerdo Transatlántico, el rechazo al Acuerdo de Paris sobre el cambio climático, la incertidumbre que aún persiste en las negociaciones para la revisión del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México. En este contexto debemos sumar su alejamiento de Europa Occidental, su creciente enfrentamiento comercial con China y, ahora se suma, el caso de Irán.
Los radicales norteamericanos, que en su mayoría respaldan al partido republicano, leen estas acciones como señales de fortaleza, el país retomando su poder (América primero) y las riendas de la dinámica mundial. Por otra parte, las señales que se está enviando a Corea del Norte, para la cumbre de 12 de junio en Singapur, son duras. Estados Unidos no quiere acuerdos suaves y progresivos; no cree en los mecanismos de control y por eso rechaza el acuerdo con Irán; para nada aceptará una negociación lenta y larga, como quisiera Corea del Norte y, por ningún concepto, retirará sus fuerzas militares de zona, que representan el paraguas de defensa (frente a China) de varios aliados asiáticos, en particular Corea del Sur, Japón e India.
Pero la situación se puede complicar y Corea del Norte podría rechazar el proceso de diálogo y negociación y mantener su programa nuclear. En este escenario seguramente las sanciones de Estados Unidos se incrementaran, pero sabemos que su viabilidad depende del apoyo de China, que también está siendo atacado comercialmente por Donald Trump. Irán también podría decidir retomar y acelerar su programa nuclear, de nuevo las sanciones se pueden incrementar, pero también tiene el apoyo de Rusia. En estos escenarios complicados, surge la pregunta ¿Trump está dispuesto al uso de la fuerza militar para imponer sus soluciones, teniendo presente la crisis interna que puede generar su utilización?
En otro escenario, favorable para Trump, se podría plantear que, en el aparente pragmatismo del joven dictador Kim Jong-un decida negociar para lograr respaldo económico y perpetuidad en el poder. Ahora bien, en el caso de Irán, para el Ayatolá Ali Jamenei la situación se presenta más compleja, tanto por el radicalismo de su discurso, como por la disposición de Israel a realizar acciones militares contundentes, lo acaba de hacer de nuevo en Siria.
Evidentemente reina la incertidumbre, a la que debemos sumar, entre otros, una Unión Europea débil por la salida de la Gran Bretaña (Brexit), con un creciente euroescepticismo que seguramente obstaculizará los esfuerzos del Presidente de Francia para fortalecer el bloque. Por otra parte, China crece como potencia, pero aún con serías debilidades estructurales, en particular en el plano militar. Rusia juega al desorden y carece de credibilidad y, el resto de los Brics enfrentando serias dificultades internas.
En este contexto geopolítico tan complejo, con un Trump fortalecido y unas potencias alternativas débiles, pragmáticas y negociantes, la situación se presenta más acuciante para el proceso bolivariano, que busca una potencia mecenas y se mantiene arrogante frente a la comunidad internacional, en particular, contra “el imperio”. Rechazando cualquier negociación seria y desafiante con acciones agresivas e inconstitucionales, como la instalación de una asamblea nacional constituyente que se presenta como supraconstitucional y la convocatoria adelanta de un fraude electoral. Ahora bien, para decepción de los radicales e ingenuos, es cierto que el imperio, en el corto plazo, se está fortaleciendo y tiene en su agenda como un problema la revolución bolivariana, pues en efecto está afectando la seguridad del hemisferio.