Resultado de imagen para pinturas mezclados

Hoy en día nadie se imagina la posibilidad de que un Estado-nación pueda simplemente “desaparecer del mapa”, para usar la trillada pero oportuna expresión coloquial. Pero sucede. A la luz de lo que ha ocurrido en el Mundo durante las últimas décadas, quizás la óptica que pareciera más frecuente es la del surgimiento de nuevos Estados. La disolución de la Unión Soviética, el colapso de la Federación Yugoslava, la guerra civil y división del Sudán, la liberación nacional de Timor-Leste, entre otros, son ejemplos del proceso disolutivo de Estados y creativo de naciones, que ha experimentado la Comunidad Internacional en su seno y que ésta ha debido entender y manejar positivamente, aunque en realidad hayan reflejado graves crisis en su seno. Otras tensiones disolutivas se mantienen controladas, más por la fuerza que por la razón, esperando su tiempo histórico. Allí están casos como el del Kurdistán en Irak, o el de las tierras armenias en ese mismo vecindario. Y otros, como los de la península de Corea, de Palestina, del Sahara Occidental, de Crimea o de Gibraltar…

Lo cierto, más allá de las razones y sinrazones históricas de cada caso,  es que la sociedad internacional contemporánea ve con extremo recelo estas tensiones disolutivas, y que procura en general ponerles coto aunque la herencia de la historia no sea fácil de administrar, dada la incertidumbre y tensiones que genera cualquier intento de solución. Por ello, los riesgos que estas  situaciones plantean para la seguridad internacional se mitigan apelando a todo tipo de recursos, desde el Derecho Internacional hasta la fuerza preventiva de las armas. Aún en caso de llegarse al conflicto, se intenta que el orden internacional, donde el Estado-nación juega de piedra angular, no se vea comprometido. La rápida admisión a la ONU de muchas de las nuevas naciones refleja esta realidad.

Hay, sin embargo, casos aún más problemáticos. Casos que ya figuran en la literatura académica como de “Estados fallidos”, entidades que se desintegran desde adentro de su ser, incapaces de cumplir con los requisitos del Estado- nación pero cuyo colapso nadie desea ni ante los cuales se conciben alternativas. Un caso de estudio es el de la República Democrática del Congo (RDC), que viene sobreviviendo de tiempo atrás al borde de la desintegración territorial, carcomida por la guerra intestina y la ausencia de autoridad del Estado. La Comunidad Internacional hace lo imposible por contener su disolución, atendiendo prioritariamente, como en los casos de guerra, los asuntos humanitarios, y promoviendo un proceso de paz civil, de reconciliación y de reconstrucción, más constante cuanto menos probable es que algún tipo de estabilidad permanente se logre. Este, y otros similares, son casos muy complejos; de entidades que la historia forjó a contra-razón, y que ahora se entienden casi como pasivos de la misma, ante las cuales toca asumir la responsabilidad de estabilizar.

Otras tensiones provienen hoy en día de situaciones completamente injustificables, en las que la historia nada tiene que ver. Estados cuyas autoridades han causado la ruina de la nación que representan, y que sin llevarlas aún al conflicto civil o internacional, las han puesto en franco proceso de disolución, incrementando las probabilidades de tales conflictos. La degeneración disolutiva de gobiernos corroídos por la corrupción, y aquélla inducida por algunos procesos autodenominados como revolucionarios, o de inspiración en el fanatismo religioso, aunque en realidad no pasen de ser simplemente la apropiación del estado por la criminalidad, es pública y notoria. La quiebra de la economía, el colapso de la infraestructura, la generación de crisis humanitarias de salud y alimentación, la instigación del conflicto social y la emigración, y la vinculación a la criminalidad transnacional, la desintegración del territorio, son fenómenos compartidos en tales casos. La Comunidad Internacional se encuentra ante el doble reto de prevenir el agravamiento de la crisis y de ejercer la responsabilidad de proteger en términos humanitarios a la población afectada.

La prevención es algo en que se han experimentado muchas aproximaciones, algunas francamente contraproducentes, si no por otras razones, por la de generar mayor inestabilidad; otras, de efectos muy limitados porque sus medios no se sobreponen al dogma de la no injerencia, a pesar de reconocerse claramente la causa de la situación y de poderse proyectar el costo de la inacción. La historia es sin embargo implacable en sus lecciones.  Se ha visto, en casos como el de Siria, como la autoridad estatal, incapaz de ponerse de lado, es sin embargo capaz de erigirse en victimaria de su propia nación. La prevención tiene, pues, tiempos finitos, a riesgo de llevar a situaciones de intervención, a raíz de las cuales el remedio es peor que la enfermedad. Se ha visto también como el aislamiento, producto de un proceso acumulativo de sanciones y desconexión internacional, a guisa de medidas de menor costo, prolonga casi que indefinidamente el mal sin aportar soluciones a sus efectos, condenando a la población afectada a la condición de paria y al país afectado a la minusvalía de su soberanía.

Ante tales escenarios, se impone hacer un llamado a la reflexión a quienes tienen en realidad la solución en sus manos: las autoridades y sociedades de esos países en proceso disolutivo. Les toca a ellas, no a la Comunidad Internacional, reconocer la realidad, asumir la responsabilidad de contribuir proactivamente al restablecimiento de oportunidades para la paz, la reconciliación y la reconstrucción, si necesario, como lo es en general, poniéndose a un lado y propiciando nuevas realidades políticas. Los procesos de disolución nacional sólo pueden ser superados establemente desde adentro de cada sociedad. Pero la realidad también es que, como ya dicho, también para ello los tiempos son finitos. Cuando una situación nacional contamina internacionalmente y no se evidencian correcciones, éstas comienzan a ser decididas por actores foráneos. Y esa cuesta no se sabe a dónde lleva ni a qué intereses obedece. Más de una vez ha sido a borrar algo del mapa, si no siempre fronteras, cuando menos sociedades.

@cbivero

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *