La atmosfera era fría, a pesar de los vientos primaverales. Era Mayo. Gorbachov, al descender de las escaleras de su avión, se quitó su sombrero y dio su diestra a Nicolae Ceausescu quien lo recibía con una sonrisa helada por el disgusto de ver al propiciador de la debacle del socialismo. Ceausescu, seguramente comprendió que desde la mancha roja en la pronunciada calvicie de Gorbachov se vislumbraba el nuevo mapa político y geopolítico en Europa. Él, como “Conducator”, nos estaba en esa ecuación.
Los servicios rumanos (La securitate) de seguridad del sistema funcionaron como nunca. Todo estaba al “giorno”. Cada uno en su puesto. La población estaba bajo control. Cada detalle era vigilado por unos “ojos invisibles”. Cada cuadra, edificio y calle cercana al recorrido que daría el “huésped” estaba bajo la lupa de la represión. Ya lo dijimos: el cuerpo diplomático estaba aislado, más que nunca, de la población. Cada rumano que hablara con un extranjero era sospechoso de ser un agente al servicio de los enemigos de la patria. Los turistas no escapaban de esa ecuación. La intelectualidad rumana, escritores, poetas, profesores, miembros de compañías del Estado, estaban obligados a mantener un silencio. Los estudiantes extranjeros, los pocos que aún quedaban en ese país, vivían cercados por el sistema. Hubo un chiste muy popular en ese país. El caso es que si un turista preguntaba la hora a un citadino, éste, le señalaba, sin abrir la boca, su muñeca izquierda que blandía un reloj envejecido por el uso y los años. Según el chiste, decían los turistas que los rumanos, son mudos en la calle. El silencio es el idioma que se hablaba en ese país durante la dictadura comunista.
La visita de Gorbachov, monitoreada por los servicios de inteligencia rumanos y los extranjeros, especialmente los rusos, franceses, israelíes y húngaros, como los de los EEUU; todos ellos, invisibles, se topaban la cara, sin saber quién era quien y cada uno transmitía sus análisis a sus respectivos centros de información. Según un conjunto de información periodística se pudo conocer el nombre que los rumanos, le colocaron, al jefe moscovita, para despistar a los otros factores de inteligencia, un código. El caso es que a Gorbachov, le fue endilgado el nombre clave “Abedul”. Éste, es el nombre del hermoso árbol ruso, característico en la literatura rusa y por el cual se han escrito innumerables canciones y poemas. El abedul, por excelencia, es el árbol ruso.
“Abedul” visitó Bucarest en mayo de 1987. Las medidas fueron extremas. Como todo servicio de control y represión: no hubo “mezquindad” en cuanto al tipo de vehículos, personas entrenadas, y recursos por doquier para satisfacer la obtención de información que se requería. Entre lo más apetecido, estaba la información misma y su evaluación, in situ de lo que se percibía en la población acerca del “relativo” entusiasmo que podía generar la presencia del “Abedul”. Es decir, el régimen estaba preocupado por el efecto que generaba la visita de “Abedul. Éste, hablaba de “reformas y de trasparencias” en la gestión del Partido y el Estado en la URSS. Todo un sacrilegio.
Las medidas de seguridad alcanzaron niveles de un absurdo generalizado. Perseguían a los carteros. El drama de la novela 1984 estaba vivo en las calles de Bucarest. Los encargados de controlar los movimientos de los rumanos corrían y se multiplicaban por decenas. El pan les esperaba con un pedazo de tocineta y un poco de mantequilla a todos aquellos que se anotaron a perseguir. Los policías impedían que improvisadas cartas llegaran a las manos de Gorbachov. Como todo, ese procedimiento, no fue perfecto. El propio Embajador soviético en Bucarest, cuyo nombre era E.M Tiajelnikov, un hombre consustanciado con el oficio de la diplomacia; llegó a decir en una conferencia de prensa que muchas de esas cartas llegaron a manos del líder soviético, gracias a las gestiones de la Misión en Bucarest. Por algo lo dijo.
Tal como señalamos más arriba: no hubo “mezquindad”. El régimen volcó recursos y llenó los almacenes de comida, frutas, enlatados, pan, bebidas alcohólicas a granel, como nunca. Las calles llenas de flores. Todo, como todo en el dicho: “Está limpio, por donde pasa la reina”. Los ciudadanos se movieron raudos en búsqueda de su pedazo de alegría. Lo vivimos en persona, como el rumano sufría por no poder conseguir mantequilla ni pan. Cosas de la vida, hoy nosotros los venezolanos, experimentamos ese mismo drama, gracias a un gobierno que ha perdido la batalla en una guerra económica que inventó. La TV muestra sus rostros cínicos, mirando hacia la izquierda, cuando mienten.
La visita de Gorbachov dio una pincelada de esperanza a una ciudad que hace honor a esa expresión: “Bucurie” que significa en rumano, alegría. El caso es que esa ciudad, enferma de tanto recorte de electricidad y gas para la calefacción se hundía en un charco cercado por la represión gubernamental del comunismo de Ceausescu. Ironías de la vida. Tanto nacionalismo y reticencia frente a los rusos y el rumano medio esperaba que el visitante, ese huésped, visto históricamente como “no deseado” lograse visitar su zona y un mercado cercano, para poder comprar los alimentos que el gobierno desplegaría dos días antes de su llegada. La oportunidad la pintan calva, diría cualquiera.
En todo caso la propuestas de Gorbachov: “perestroika y glasnost”, es decir: reforma y transparencia, fueron borradas, en forma orwelliana, del diccionario cotidiano de la nomenclatura mediática rumana. Eso no existía y no se podía publicar nada. E incluso acerca de la personalidad de Gorbachov, el rumano apenas conocía algo. Su biografía fue publicitada ampliamente un día antes de su llegada a Bucarest. Gran error de cálculo. Ceausescu, no creyó que los servicios de inteligencia soviéticos quedarían tranquilos con ese detalle. Lo demás vino solo. Para cuando aterrizó Gorbi, como le llamaban en algunos medios intelectuales rumanos, éste, al bajar del avión y estrechó la diestra de Ceausescu, observó en su rostro, seguramente que estaba ante un hombre cuyo destino se acortaría muy pronto. La realidad se imponía y el mundo cambiaba. Fue su drama que no quiso ver. Las balas le enseñaron que la vida es eso, un instante. (Seguiremos comentando).
@eloicito