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Decíamos, en el precedente trabajo, acerca de ese dictador comunista rumano, cuyo derrocamiento en diciembre de 1989, fue visto como la caída del penúltimo líder comunista en la región. Todavía hay uno en Bielorrusia. Ésta, fue producto, justamente, de una realidad: la fatalidad geográfica. Hacemos hincapié en eso a fin lo tomen en consideración ciertos líderes políticos opositores venezolanos, quienes deberían tomar en cuenta ese hecho; especialmente aquellos enceguecidos desconocedores de la importancia del factor internacional de la política. Ese factor ejerce un gran efecto sobre lo interno. Por lo que éstos, deberían abandonar esa visión aldeana y parroquial, por demás, encerrada en sí mismos. El ejemplo de Ceausescu es significativo, no sólo porque él no pudo escapar de esa fatalidad, pues, por mucho que no lo quiso, él era un satélite, aunque en ocasionales situaciones, se mostró díscolo e irreverente, con su comportamiento independentista, frente a Moscú. Hay que saber respetar los límites y las proporciones de la política. Ceausescu, inicialmente saboreó esa ecuación. No obstante, en sus últimos años la despreció y pagó con su vida al ser fusilado y su cuerpo chocó de espaldas al caer sobre una  pared en un apartado pueblo en las cercanías de Bucarest.  

Ya lo hemos dicho. Ese año fue tumultuoso, complejo y difícil para algunos. Ceausescu compró todos los boletos para un final que no buscaba; éste apareció de golpe y fue inclemente. Él no quiso ver los cambios globales y perdió, no sólo el poder, sino la vida. 1989, para él, fue un año fatídico y sangrientamente tenebroso.

Gorbachov llegó al poder en la URSS en 1985. Él exudaba lo que le faltaba a la visiblemente envejecida dirección de la URSS. Juventud, vitalidad, audacia, acompañado de una permanente sonrisa, casado con una mujer vistosamente elegante; esto último un tanto extraño, pues las esposas de los líderes soviéticos, nunca aparecían en público a pesar de que las mujeres rusas son hermosísimas, éstas, estéticamente hablando, parecían unos sacos de papas envueltas en trapos para mitigar el frío ruso. Él mismo, fue formado en una visión modernizadora de la vida. Protegido por las altas autoridades que vieron en él, ese factor dinamizador del cual hablamos y que se necesitaba para mostrar al mundo un elemento renovador en el comunismo.

Si bien Miguel Hernández cantó en su poema acerca del hombre que “Llegó con tres heridas” la del amor, la de la muerte y la de la vida; podemos decir que Gorbachov llegó al poder, para lo cual, creemos, conjugó en su tiempo presente dos palabras (heridas) perestroika y glasnost (reforma y transparencia) ambas sintetizaron el oxígeno que necesitaba el comunismo soviético, por cierto en el cual él creyó enceguecida como sinceramente. Vale decir, Gorbachov fue el factor que apareció para demostrar la incompatilidad del comunismo con la realidad. El comunismo es inviable.

Gorbachov, inicialmente, con su personalidad, procuró “encantar” al occidente. Intentó borrar la imagen mediática que sembrase Reagan acerca de la URSS: “El imperio del mal”. Él desafió, con audacia, a occidente para demostrar la sinceridad de sus propósitos de entendimiento con el mundo y particularmente con los EEUU. Pretendía superar la retórica pacifista para ser un verdadero agente de cambios reformistas y con trasparencia en lo interno y en lo internacional.

Es en este contexto Gorbachov comienza a observar al mundo, especial y principalmente a sus aliados, entre ellos las más cercanos; los fronterizos. Para Gorbachov era evidente que necesitaba superar el concepto de “la soberanía limitada” impuesto en la terminología de las relaciones internacionales por Brejznev. Moscú comenzó a utilizar nuevos esquemas. Gorbachov inició la soft policy frente a su concentrado y natural escenario de esferas de influencias. La persuasión era la postura a seguir. Su interés era “internacionalizar” la perestroika y la glasnost. Todos los gobiernos de Europa oriental, comprendieron los deseos de Moscú, menos el rumano. Durante su vista a Bucarest de la cual fuimos testigos en primera fila, observamos a un Gorbachov  preocupado y sediento de reformas. No así Ceausescu quien se mostró reticente. Incluso su lenguaje corporal, habitualmente sediento de aplausos, en esa ocasión, se mostró incómodo y agresivo con su propia gente quienes mostraban gran entusiasmo al recibir y saludar muy efusivamente a Gorbachov.

Mientras Polonia y Hungría mostraban alegrías por la conducta de Gorbachov, pues fueron enamoradas por esa postura reformista; en Alemania; Checoeslovaquia y fundamentalmente en Rumania, buscaban escapar del contagio que generaba la posición política de Gorbachov.

Rumania estaba en manos de Ceausescu desde 1965. Hay que decirlo, George Gheorghiu-Dej, fue el padre de esa política independentista del PCR, junto con un grupo de dirigentes de ese partido quienes en su recelo frente a Moscú desplegaron unas tesis, realmente “renovadoras e irreverentes” en el marco de la ortodoxia comunista.

Internamente, la población comenzó a experimentar una mejora substancial en su nivel de vida, incluidos viajes libres al extranjero. Se respiraba una especie de “deshielo” en el invierno comunista rumano. Ceausescu estaba en el centro. Comenzaba a verse atractivo, incluso para los disidentes anticomunistas que había escapado de su tierra dominada por los soviéticos y sus pro-cónsules, vasallos del Kremlin. Ahora, el momento de mayor gloria lo experimentó éste, cuando se produjo la invasión a Checoeslovaquia, por las tropas del Pacto de Varsovia, comandadas por los generales soviéticos y sus tanques. Llegaron a hacer turismo militar para ahogar la “Primavera de Praga”, el proceso renovador del socialismo checoeslovaco. Se habló, en ese entonces, de la asfixia de un modelo liberal en el marco del socialismo; es decir, un socialismo con rostro humano, como se le llegó a bautizar en medio de la intelectualidad de izquierda europea.

Ceausescu condenó abiertamente esa acción que mancharía, una vez más, al socialismo; pues, se violó el derecho internacional. La soberanía estaba en el centro del discurso de éste, al criticar la invasión. Su gloria comenzó y el culto a su personalidad también. Él inició una audaz política exterior. Afianzó sus relaciones con China, jamás rompió con Israel (los motivos son discutibles, no obstante, el hecho político es lo que importa); fortaleció una alianza con Tito, el legendario Mariscal yugoeslavo; se regodeó con los líderes del Eurocomunismo: el francés, Marcháis, el italiano, Berlinguer y el español, Santiago Carrillo. Con este último mantuvo una gran amistad.

Luego, hay que decirlo, con los venezolanos del MAS, partido que emanó del viejo partido comunista venezolano por presentar un tremenda disidencia. Su relación fue bastante intensa. Basta observar el tratamiento que brindó a Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Luis Bayardo Sardi y a Eloy Torres. Todos, fundadores, junto a otros, del renovado Movimiento al Socialismo. Es decir, cuando éste, era un incipiente partido, audaz, procurador de un espacio político en los términos de una visión democrática, autonomista y alejada de todo centro hegemónico de poder. Es decir, existir en una realidad socialista democrática, sin depender de ningún centro de poder, especialmente de aquellos de  tendencia pro-soviética que aplaudìan, con descaro olímpico, las violaciones  de los DDHH y la soberanía de otros pueblos en nombre del socialismo.

Tras quince (15) años en el poder a partir de la década de los 80, Ceausescu observó un deterioro significativo de su capital político. La crisis económica le alcanzó. Su modelo populista se agotó. Ceausescu experimentó que primero fue amado, luego criticado y finalmente odiado. Por todas partes crecían los enanos, como quien dice. El frío, la falta de electricidad y las penurias generadas por un racionamiento en productos alimenticios y de medicinas, aunado al control férreo exagerado sobre la población, eran evidentes. El régimen tenía un aparato represivo y de vigilancia sobre la sociedad, muy aceitado.  La persecución crecía y la genta veía a la “Securitate” hasta en la sopa. La realidad orwelliana de la novela 1984, hablaba rumano. No obstante, la disidencia aumentaba, incluso a nivel de la propia dirigencia del partido comunista. Es allí, donde se perciben como refrescantes los vientos de Gorbachov. Estos, penetraban en Rumania con facilidad, a pesar de la visa que la dictadura le exigía a estos efluvios. La perestroika y glasnost no entrarían jamás en el suelo de los dacios (población autóctona de ese país) Su soberanía, estaba garantizada: Nicolau Ceausescu era el garante.  

En medio de una atroz crisis social, se produce la visita de Gorbachov a Bucarest. La prensa occidental, acuciosa, procuró cubrir el interés que esta visita generaba. El régimen respondía con mayor censura sobre los periodistas extranjeros; la ciudadanía del triste Bucarest mostraba una contradictoria angustia. Por un lado, recordaban la presencia grosera de los soviéticos en su país, durante más de dos décadas y por otro lado, ese individuo con la mancha roja en calvicie frontal, generaba esperanza de que las cosas podían cambiar. El rumano, reacio a aprender el idioma de Pushkin, Tolstoi y Dostoievski, por primera vez pronunciaba las palabras correctas en ruso: perestroika y glasnost. Los diplomáticos acreditados en Bucarest, mientras duró la visita,  fuimos limitados en nuestros habituales movimientos. Una muestra que era cuestión de tiempo. La soledad de Ceausescu crecía y ésta, , se pondría de manifiesto, 18 meses más tarde, en términos sangrientos, cuando la realidad superó sus delirios alimentados con elaciòn, pues no siguió, al pie de la letra, la conseja: Todo se termina, cuando se termina. (Seguiremos comentando) 

@eloicito

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