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                                                        A Demetrio Boersner, Embajador, maestro y amigo; de quien, en conversaciones y en clases, aprendí tantas cosas, entre ellas, sobre este personaje.

 

Recientemente escribimos un artículo acerca del fantasma de Napoleón III sobre Venezuela. Hubo algunos buenos amigos quienes advirtieron que el símil era como demasiado para el Presidente tropical- petrolero. Pues, a pesar de todos los errores que cometió “Badinguet”, Maduro no calza ni un solo punto de las escasas virtudes que ostentase el galo; sobrino de quien pretendió ser una réplica: el genial corso Napoleón Bonaparte.

Todas las observaciones realizadas son válidas. Ciertamente el galo fue el edificador de la modernidad arquitectónica de Francia. Paris se vio envuelta por hermosos bulevares, limpios y ordenados. La grandeza parisina es anhelo de todo aquel que la visita. Su gestión marcó la modernización económica de Francia. En el interior de Francia, su período (1852-1870) de gobierno tuvo un gran auge en el plano económico. Fue, en palabras de Marx, un revolucionario, pues acabó con el taller, para convertirlo en fábrica con decenas de trabajadores. Desarrolló la economía de mercado, es decir, el capitalismo en el sentido de modernizar a Francia, incluso sus vías y medios de transporte. El caballo y la carreta fueron substituidas por un medio acorde con los tiempos de entonces. Sin embargo, su proyecto mostró ambivalencias. Es como diría Felipe González, a propósito de la Europa unida, de varias velocidades; bueno, Francia, la de Napoleón III se movió al interior suyo, con una gran contradicción: un modernizante y la otra rural; una, con una industria moderna y la otra muy tradicional.

Napoleón III, hijo del Luis Bonaparte, hermano del genial corso, nació en 1808. Viajó por los EEUU y residió en Londres. Él se había criado en Suiza, Alemania e Italia; en esta última probó la “savia revolucionaria” y se implicó en los movimientos carbonarios del norte de Italia. Éstos, se enfrentaban a la dominación austriaca en su país. Esa participación marcaría su futura inserción en la política doméstica francesa, como en su concepción de las relaciones internacionales. Él sería un factor clave de apoyo a Italia en su lucha contra Austria.

Como ya dijimos en el anterior trabajo, en Francia en 1848 una Asamblea Constituyente, de las de verdad, votó para acordar un gran poder al Presidente. Las elecciones le brindaron a Luis Bonaparte el triunfo. Esa revolución le llevó al poder. El deseo mayoritario de los franceses encontró en èl, a un líder. El bonapartismo se había constituido en una considerable fuerza política.

Según interpretamos de Marx, la burguesía observó con estupor el surgimiento espontaneo de fuerzas desintegradoras de la realidad, su realidad, gracias a la revolución de 1848 que se expandìa por una buena parte de países de Europa. Es así como surge la fórmula de Luis Bonaparte transformado en Napoleón III. Nacía un Imperio bonapartista. Inicialmente muchos lo observaron como la síntesis de diversas fuerzas políticas francesas. Luego, al final de su mandato constitucional, surgió esta arbitraria salida: Se convirtió en Emperador. Había dado un golpe de Estado. El pequeño Napoleón, como lo dibujase Víctor Hugo, pretendía imitar a Napoleón el grande. Gran diferencia; y luego el mismo Marx, en un libelo lo llamó: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. En este trabajo de gran presencia analítica de los hechos históricos, describe las condiciones, aprovechadas por éste, para instaurar un régimen: un remedo muy defectuoso del de su tío.

Lamentablemente se cumplió, para Napoleón III, lo que destaca una de las leyes de Murphy: todo lo que comienza mal, termina mal. Se inició como una grotesca caricatura autoritaria, represiva y culminó con un desastre; la derrota del Sedán y la consecuente humillación de Francia. Bismarck hizo un recorrido con bastón en su mano derecha, desde Berlín hasta Paris. Todo por culpa de un individuo que no supo manejar con destreza los límites y las proporciones de la política. Napoleón III tuvo aciertos relativos a lo interno, pero en materia de las relaciones exteriores de su país fue grandemente fracasado. Su voluntarismo no estaba acompañado de la inteligencia, a diferencia de lo que ocurrió con su tío. No obstante, se mostró como uno de uno de los grandes personajes de la segunda mitad del siglo XIX. Al principio se mostró enérgico. La realidad lo fue desmontando poco a poco.

Napoleón III hizo acto de presencia en muchos juegos geopolíticos. El Canal de Suez, la guerra de Crimea, la ayuda a Polonia y a Rumania, las aventuras en México, África y en el Asia y finalmente la guerra con Prusia. Ésta fue su Némesis. Bismarck, el Canciller de Hierro, el  artífice que lo  apabulló. Éste, le marcó a su gestión con una gran mancha que nadie puede borrar: la batalla de  Sedán, esa derrota, pesa mucho más que todas las realizaciones arquitectónicas y logros económicos que pudo tener. Ese recuerdo se pasea por la memoria histórica del francés común y llora por ese margo momento.

Para el tropical petrolero, el panorama es grave, peor que el del galo. Su gestión pasará a la historia como el de la destrucción del país, a lo interno y externo. Es heredero de una gestión que incubó este desastre bolivariano. Hoy, Venezuela se ve acosada por un arcoíris de problemas. El final desembocará en un negro océano y pastoso. Guyana nos está ganando la partida por el Esequibo y trata de cerrarnos la salida al Atlántico. Brasil baila samba y juega futbol con los desastres de nuestra política exterior; los países caribeños ríen y montan un tinglado al ritmo de soca, por el desastre de venezolano; a pesar de que durante años les brindamos solidaridad. Éstos, formados en la escuela del Westminster, cumplen lo aprendido: no hay hermandad ni amistad en las relaciones internacionales. En tanto que Colombia, todavía no ha abierto la boca, salvo las palabras venenosas de su Ex-Canciller, y furibundo anti-venezolano, Julio Londoño Paredes.

Mientras Napoleón III, montó y desarrolló el populismo; siempre le acompañó con la idea de “autoritarismo ilustrado”; en el caso venezolano, se mantiene el primero, pero, se rechaza el segundo, pues no tienen los elementos para llevarlo a cabo. Por ello hay que decirlo, en palabras de Marx, Napoleón III, fue una farsa y mientras, su tío fue una tragedia; en tanto que el tropical-petrolero es una desastrosa comiquita, con Clap y carnet de la Patria incluidos, mientras el país se deshace en pedazos. Todos buscarán su pedazo de torta en este desastre geopolítico. “A comprar alpargatas que lo que viene es joropo”, como dice la conseja popular. Parafraseando lo que me decía mi finado suegro: de seguir así por seis años más, Caracas es lo único que nos quedará tras el festín geopolítico montado para nuestros vecinos por Hugo Chávez y su heredero Nicolás Maduro.

@eloicito

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