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Hace una semana, este escribidor, junto con los doctores Tomás Straka y Américo Martín realizamos, en colaboración con el Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI), la Academia de la Historia y la Fundación Cultura Chacao, un foro acerca de los 100 años de la Revolución Bolchevique. En las tres ponencias se destacó el papel de la fatalidad que acompañaba a ese proceso. El sistema traía consigo el gen de la intolerancia y una sangrienta disposición  a expresarse con una fuerza macbetheana.

Durante los años 30, concretamente en 1937, en la extinta URSS se ejecutó a  casi toda la plana mayor del Ejército Rojo. Fueron juzgados como enemigos del pueblo. La historiografía soviética no precisó si eran del pueblo o de Stalin. En todo caso se trató de una extensión de la “Gran Purga” que cubrió con un manto obscuro a toda la sociedad soviética al ser decapitada la histórica dirigencia bolchevique.

El primer juicio ocurrió en 1936. Todos ellos, viejos bolcheviques, encabezados por  Zinoviev, Kamenev y Bujarin fueron purgados. La acusación: traidores al igual que a Trotsky, y de estar organizando un “golpe de Estado” para derribar a Stalin, el heredero de Lenin. La muerte esperó y les abrazó con su olor a pólvora. Trotsky salvó la vida, momentáneamente, por estar exiliado; hasta que en México en 1940, fue alcanzado por Ramón Mercader -el hombre que amaba los perros-; un asesino, cuyo porte de play boy, le permitió introducirse en el círculo íntimo del líder de la insurrección bolchevique y asestó, con un pico de alpinismo, unos certeros golpes en la cabeza de Trotsky,  uno de los hombres más lúcidos que se propuso desafiar al destino para construir el comunismo en Rusia.

Todos los juzgados, que fueron muchos, portaban la acusación de ser hombres fieles a León Trotsky. Se dijo que éstos, buscaban, mediante sabotajes y guerras económicas, dañar la Revolución para instaurar el capitalismo en Rusia, e incluso debilitarla capacidad defensiva del Ejército Rojo; lo que apuntaba a fortalecer el revanchismo alemán y las pretensiones de Japón de invadir a la URSS. Todos, veteranos dirigentes del bolchevismo y cercanos a Lenin. La confusión era muy grande; sin embargo, todos fueron acusados de traición a la URSS y fusilados.

Por su parte, Stalin, veterano también de la gesta golpista de octubre de 1917, sabía e intuía que era posible un golpe de Estado, apoyado desde el exterior. Encontró en la guerra civil española, el argumento de la “Quinta Columna” para perseguir a todo aquel que tuviese algún “coqueteo” con el exterior. Ésta, se gestaba al interior de las fuerzas republicanas y comunistas para  trabajar al servicio de Franco. Fue esa guerra civil, la que instauró el método de depurar a todos los sospechosos, de ser miembro de la “Quinta Columna”. Ese ejemplo le sirvió a Stalin para defenestrar y fusilar a todo aquel que se le opusiera. Eran acusados de ser miembros de  una “Quinta Columna en el partido y el gobierno soviético. Las purgas pretendieron ser ejemplarizantes.

No escapó a ello el núcleo central del Ejército Rojo. Éste, luego, se vio muy débil al inicio del ataque alemán en 1941. Sus mejores generales fueron decapitados. Hitler consideró fácil su ingreso al territorio soviético. Tenía razón. No había un cuerpo de élites militares que hiciera frente a los rápidos desplazamientos de sus tropas. El “Plan Barbarroja” fue ejecutado y las pérdidas de vidas humanas fueron inmensas, hasta que reaccionaron, incluso Stalin, reconoció de hecho, la importancia de disponer de una élite de oficiales para dirigir la guerra. Lo hizo, tarde pero lo hizo.

Ahora bien, el Fiscal de todos estos procesos fue Andrei Vyshinski, para quien la ley criminal era una “herramienta de la lucha de clases”. Un hombre al servicio de Stalin quien logró “arrancar” confesiones a los acusados, mediante torturas y maltratos, extensivos a los familiares directos de los acusados. Muchos de éstos, murieron también fusilados o en los campos de concentración. La sangre era lo que distinguía a esos procesos. El espíritu de Macbeth se mostraba en carne y hueso. La sangre era su emblema. Ella, fue tan roja como la ideología que sustentó a ese crimen organizado por el comunismo y, ejecutado fríamente, por Stalin. Por cierto hay que decirlo, tras terminar la guerra, Stalin y su famoso “Fiscal” Vyshinski -quien asumió el Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS entre 1949 y 1953-, exportaron sus métodos sangrientos hacia los países que quedaron bajo el puño de hierro del georgiano. Todos los países que quedaron bajo la órbita soviética después de la Segunda Guerra Mundial sufrieron los embates de la “fórmula de confesión de la Vyshinski”. Basta citar a Artur London en Praga, o al General Ochoa en Cuba, entre otros

En 2017, vemos las “purgas bolivarianas”: una persecución contra conspicuos miembros de su dirigencia, fundamentalmente, aquella vinculada a los manejos para nada pulcros de la actividad petrolera. Todo se sabía. Siempre se dijo. Pero, el gobierno ciego, mudo y sordo no tomaba las medidas, pues, estaban consustanciados con esas prácticas. Muchos de esos agentes oficialistas, hoy, son perseguidos y apresados. De nada sirvió trabajar con el régimen durante 18 años. Sus culpas son muy grandes. La desidia acosa a PDVSA. El gobierno busca “justificarse”, mediante la detección de culpables y se apresta a enjuiciar a chivos expiatorios; mientras, el gran causante “Rojo Rojito” de todo este desastre bolivariano, tras ser defenestrado, parece haber llegado a un “acuerdo” para poder seguir el disfrute de sus dineros mal habidos. Pero, “por ahora”, no vendrá a Venezuela y se encuentra en paradero desconocido.

Por su parte, el hombre que hoy ejerce ilegítimamente el rol de Fiscal -al ser designado por la Constituyente fraudulenta-, busca presentarse como el “Vyshinski venezolano”, pero perfumado con cultura islámica. Lástima, éste, durante un tiempo, despuntó como un defensor de los Derechos Humanos y como estudiante de Derecho mostró un verbo consustanciado con la idea de la libertad. E incluso, fue calificado, al igual que Mayakosky, como el “poeta de la revolución”, quien había escrito: “habla el Camarada Máuser”. Pero, éste, con todo y que fue el poeta de ese fatuo proceso de 1917, años después, fue fusilado; sus últimas palabras, para nada poéticas: “no me disparen camaradas”. Cayó víctima de ellos. No logró comprender que el gobierno y el poder lo cambian todo. Ellos, a veces, privilegian al hombre que señala su precio. ¿Nuestro Fiscal, habrá señalado el suyo? De ser así, es una lástima.

@eloicito

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