Una de las muy pocas personas en el Mundo, que aún vive y que fuere testigo del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética es Pompeyo Márquez, dirigente político venezolano. Éste dice que “… ese XX Congreso del PCUS fue meritorio, pues introdujo enfoques que rompían en parte con el dogmatismo. Citó un ejemplo: la tesis de la “inevitabilidad de la guerra como fruto de la época del imperialismo” fue sustituida por la “coexistencia pacífica”, vale decir, que la guerra era evitable (Pompeyo Márquez, Pensamiento y acción. Obras escogidas, Tomo I, 1942-1966, pág.80-81). La frase de este venerable venezolano, de alguna manera, marcó, en Venezuela, la comprensión que acerca de la URSS se tenía; por lo menos desde el punto de vista político del grupo de hombres que se divorciaron de Stalin y fundaron el MAS para casarse con la democracia. Aunque hay por allí un “último noticioso” que prefirió vender su alma al totalitarismo que agobia a Venezuela.

61 años se cumplieron de ese hecho político que estremeció el granito del Kremlin. La URSS, tras ese congreso no fue la misma. Todos hablan de Mijaíl Gorbachov, de quien también escribiremos más adelante, como el que, prácticamente, desmotase, a finales del siglo XX, ese tinglado geopolítico. O, como lo señalare hoy, Vladimir Putin, el hombre fuerte de Rusia, en un tono melancólico: “… la desaparición de la URSS fue la tragedia más grande del siglo XX”. Pero, esos “todos”, no se han detenido a meditar acerca de la figura de Nikita Sergueeivich Jrushov. Hay que decirlo, él fue realmente quien marcó la ruta del fin del tiempo histórico del comunismo a nivel mundial.

Jrushov nació en 1894, en Ucrania. Sus padres, eran campesinos pobres, sin educación alguna. La madre al parecer era ucraniana. Él mismo, fue absorto por la fatalidad familiar: no logró instrucción elevada en nada. Se vio obligado a trabajar en las minas, desde su primera edad. Se afilió al comunismo durante la guerra civil que estremeció a la Rusia bolchevique desde 1917. La realidad descrita por Mijaíl Shólojov en su libro El Don Apacible, de alguna manera también dibujó, en paralelo, la vida de Jrushov.

Es una novela que describe la zona de río El Don y su personaje principal Gregorio Melejov. Trata  acerca de la Primera Guerra Mundial, en la que Rusia participa, gracias a la ceguera del Zar y la guerra civil rusa, tras imponerse la Revolución, por obra y gracia de Lenin con los bolcheviques. Se observa a los cosacos, especie de “caballeros sin frenos”, como se dice en turco, recorrer esa zona adhiriéndose a las visiones o campos enfrentados. Una guerra interna entre los cosacos; unos, mayoritariamente, que querían al zarismo de vuelta y los otros que optaron por el Ejército Rojo, en manos de los bolcheviques.

El caso es que este personaje Melejov, busca vivir su tiempo que marcha de conformidad con su realidad. Vive una vida familiar, comienza su carrera de militar contra el bolchevismo. Mas, vive una duda existencial que le acompañará siempre. Se pasa al lado de los bolcheviques, pues no lo queda  de otra. Él busca la verdad y la pretende encontrar en ambas visiones. El desengaño anuncia su desastre; todo acompañado de tragedias personales con su familia. La novela, fue premiada con el Nobel, resume las costumbres de los cosacos a orillas de ese emblemático río fronterizo, las cuales fueron bien detalladas, mientras el autor, colocó agudamente, sobre la mesa (digo por la censura comunista) los contrastes de la vida durante el zarismo y el período comunista.

La vida de Jrushov fue marcada por la guerra civil. Su destreza lo colocó en el plano de ser nombrado Comisario político del Ejército Rojo en Ucrania. Era el momento de los politrucs, como llamaban en la URSS a los “instructores políticos” que usaban su memoria para “recitar” consignas vacías y huecas en torno al socialismo y comunismo. Jrushov lo fue. Ese momento, propiciado por la muerte de Lenin y defenestración de Trotsky, como de toda la élite intelectual de primer orden del bolchevismo, facilitó el ascenso de todo bicho de uña que proclamase su adhesión al georgiano de bigotes y pipa en mano. Éste, había triunfado sobre todos los intelectuales de la Revolución rusa, comenzando con el propio Lenin.

Ya para 1926 Jrushov destacó en Ucrania como un gran organizador, fundamentalmente al servicio de los planes de Stalin. Poco a poco se va acercando a Moscú. Ya, en ésta, la ciudad de las torres de  rubí, se convierte en el jefe del PCUS, en 1935, razón por la cual se convierte en testigo del así llamado “holocausto estalinista”. Stalin se convirtió en un Macbeth en pleno siglo XX y dueño de una paranoia, propia de los enfermos mentales por el poder. Un déspota asiático en una nación semi-europea. Como jefe indiscutible de Rusia o la URSS a la que  transformó a fuetazos; dominado por la industrialización forzada, una colectivización delirante y empujada con el terror; Luego, se  confiscó todo tipo de propiedad. Ella no existía; era una ficción. Fue conocida, gracias a esos “errores” voluntaristas, la muerte de millones de seres humanos. Fue conocida como la muerte por hambre; es decir, el “Jolodomor”, en ucraniano, pues en ruso se dice “golodomor”. Ambos idiomas son casi idénticos, pero hay palabras, mejor dicho, letras que se leen diferentes. La “G” se lee “J”. Para variar, esa política masacró a todo a aquel que llegare a disentir o bien ser remitido para alimentar el grueso de prisioneros en los conocidos “GULAGS” (glavnie upravlenia leguerei) es decir, “Dirección principal de los campos de concentración”.

Recibió órdenes directas de Stalin. Masacró a miles. Sus manos ensangrentadas no podían borrar las huellas de minero. Las pesadillas por esas muertes le acompañaron hasta su propia muerte. El mismo Jrushov lo confesó a una enfermera que le tomaba su tensión que era alta y que le afectaba su corazón. Él fue miembro del grupo selecto de muy cercanos a Stalin; todo un instrumento humano, por demás dócil, al servicio de la represión.

El propio Ejército Rojo fue decapitado. Jrushov precipitó, por órdenes del Kremlin el fusilamiento de Tujachevsky y a otros generales. Toda una obra shakesperiana, pero vivida en la realidad. Macbeth vestía un traje duro, fumaba pipa y comía caviar, mientras tomaba vodka y vinos georgianos: era Stalin, el que nunca se equivocaba ni dormía, según señala Neruda en un poema.  Las referidas pesadillas empujaron a Jrushov a confesarle al georgiano acerca de sus dudas existenciales. Muy valiente, pero Stalin quien le apreciaba de verdad y le agradecía el celo con el cual defendía su obra como dictador, perdonó, sus supuestas debilidades existenciales. Raro, muy raro en un comunista. Jrushov sostenía que Stalin era un genio, un dirigente muy claro cuya energía superaba su voluntad, o viceversa. En todo caso, el culto a la personalidad de Stalin encontró en Jrushov a un tremendo intérprete.

Ello le brindó la ocasión a Jrushov de convertirse en Ucrania, en una especie de Virrey. Los años difíciles comprendidos entre 1938 y 1941, fueron la gran prueba para su liderazgo. Ucrania, como república hermana de Rusia y al mismo tiempo su cabeza, según Lenin, fue un serio problema para él georgiano. Como también para todos los líderes del Kremlin, a lo largo de la existencia en el tiempo del comunismo en la extinta URSS. El ucraniano con su acentuado nacionalismo fue una muestra de rechazo al comunismo represivo estalinista y Jrushov lo encarnó.

El KGB, organización represiva a la que todos le temían, comenzando con Jrushov, llevó al cadalso a miles de ucranianos; todo en nombre del socialismo y comunismo. Tras la muerte de éstos, estaba la figura de Jrushov, pero detrás de éste se crecía Stalin. El PCUS, el estado y sus órganos, incluso los propagandísticos e intelectuales eran objetivos de las depuraciones. Buscaban a los “enemigos del pueblo”. Eran identificados como la derecha apátrida. No importaba si eran bolcheviques. Saturno devorando a sus hijos. Todo ello atormentaba a Jrushov. Él esperaba su momento. La guerra lo salvó, como a muchos en la URSS. El ataque hitleriano con la Operación Barbarossa, cambió, o aplazó su esperado final. Jrushvov sufría y la realidad lo colocó donde debía estar. El frente en Stalingrado lo consagró. Fue un hombre valiente, cuyo conocimiento de las desviaciones y atrocidades del estalinismo, le alentó a acometer reformas tras la muerte de Stalin.

@eloicito

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