Hegel fue quien habló sobre la astucia de la razón y también que la historia del Mundo es una exposición del espíritu en el tiempo. Está el caso de Stalin, quien nació como: José Vissarionovich Dzhugashvili en 1879 en Georgia, territorio caucasiano y colonia del Imperio zarista y murió en 1953. Fue el indiscutible líder zamarro, ladino y sanguinario, primero del Partido Comunista ruso y luego soviético; el PCUS. Stalin, despótico y dueño de una tenebrosa inteligencia moldeó al poderoso Estado soviético. Su nombre es emblema del culto a la personalidad. Guió al Ejército Rojo, transformado en ejército soviético desde 1945, a una de las más emblemáticas victorias del siglo XX: convirtió a la URSS en una potencia que puso en peligro, en más de una ocasión, la existencia de la Humanidad misma.

Stalin, desde muy joven ingresó a las filas de  una organización socialdemócrata  local, en Tibilisi. Se debatió entre continuar sus estudios teologales y la carrera de revolucionario profesional. Escogió la última. Adhirió al bolchevismo de Lenin, frente a los mencheviques. Éstos, apuntaban a una salida gradualista, pero democrática de la sociedad; en tanto que  Lenin, sin ser esclavo del anarquismo, procuraba la lucha frontal contra el zarismo, pero también contra las formas democráticas-burguesas. Para Lenin, se trataba de construir un Estado comunista. Stalin fue un fiel seguidor de ese espíritu del cual hablaba Hegel, que se apropiaba del alma rusa: el comunismo, cuya expresión fue la del despotismo autoritario y sangriento.  Fue la astucia de la razón la que hizo que la historia sirviese de escenario para que Stalin, en calidad de instrumento de ésta, se apoderase del poder soviético y lo ejerciera de conformidad con ese espíritu para nada democrático que vivía en el alma rusa.

Él nunca mostró dotes de teórico o de un intelectual de quilates. Era un organizador que observaba al Mundo con criterios prácticos. Él, al principio, no destacó en las primeras filas de esa élite de líderes como Lenin, Trotsky, Lunacharsky, Bujarin, Kamenev o Zinoviev. Se ocupó, a propuesta de Lenin, de organizar el tema acerca de las nacionalidades que convivían en el viejo Imperio zarista. Al principio, esa tarea, no se vio como algo trascendental, pero a la larga fue el cargo de mayor significación, pues desde esas regiones que Stalin llegó a controlar, emergieron los futuros líderes soviéticos que le brindaron su apoyo en la construcción, a sangre y fuego, de la URSS.

Tras la victoria de la cruenta guerra civil, donde Stalin destacó e incluso tuvo, al parecer, más de un contratiempo con Trostky, el fundador y jefe de ese Ejército Rojo, se vio obligado a ocuparse de los asuntos administrativos en la organización del nuevo poder. Comenzó su labor en preparar su particular “Termidor”, en el sentido de ocupar, con personas cercanas a él, en puestos claves, para imponer su muy sui generis golpe de Estado. Lenin lo advirtió, pero fue muy tarde. Estaba atrapado por una enfermedad mortal y Trotsky, nimbado él, de una creencia de su superioridad intelectual, por demás muy cierta, frente al resto de sus camaradas de insurrección, no atinaba a concertar alianzas con diversos factores. Sólo Lenin, le comprendía, pero estaba indefenso ante la enfermedad que lo consumía. Ello fue un terreno fértil para el georgiano quien, hábilmente, se movió con el general “necesidad”, es decir el hambre: Ella estaba en las mesas de los bolcheviques y el georgiano tenía las llaves de la alacena, el poder del Estado, la burocracia y los recursos.

El Estado soviético y el Partido se habían burocratizado y él, Stalin, era el dueño de ese ejército. Él, a la larga salió triunfante y se consolidó como el líder indiscutible. Lenin en sus últimos días de vida se vio abandonado; el resto de los bolcheviques no comprendían los avances de una dictadura contra ellos mismos. Trotsky, intuía la derrota. Una mayoría se inclinó por el georgiano; otra fue reprimida, perseguida y pasó a ser pasto de los mismos campos de concentración (GULAGS) que los bolcheviques construyeron para sus enemigos de la derecha contrarrevolucionaria. El “Termidor” estalinista se hizo presente. La revolución, como Saturno que devora a su hijo, tal como melancólicamente lo muestra Goya en una de sus pinturas. Lenin, fue el primero, luego ya muerto, la lucha por el poder se desencadenó y Stalin, desde 1924 en adelante, emergió como el gran líder de la URSS, tras devorar, uno por uno, a todos aquellos bolcheviques que osaron mostrar criterio diferente al del “Hombre de hierro”.

Ya la dictadura no era bolchevique sino estalinista. Stalin se convirtió en el jefe supremo del PCUS y el Estado soviético, expresión de éste, que se puso a la orden y al servicio del líder georgiano. Hay que reconocer que en el plano teórico Stalin desarrolló la teoría del socialismo en un solo país, frente a las visiones cosmopolitas de Trotsky e incluso, del mismo Lenin, con ciertos matices, acerca de la Revolución permanente y mundial. Según éste, había que exportarla desde la URSS. Para Stalin ello no tenía sentido histórico y luego le consideró una aventura absurda. Trotsky, y con un Lenin enfermo (quien le apoyaba), no pudo convencer a sus camaradas que la Revolución rusa no se podía mantener sino sólo, con apoyo de otros procesos que había que estimular. Éste, fue derrotado por Stalin con su antítesis: el socialismo en un solo país: Rusia, es decir la URSS.

La Internacional, como organización creada fue por Marx, Engels y otros en 1864, para coordinar los esfuerzos de los adeptos al socialismo, desapareció en 1876; luego, Engels la refundó en 1889, como Segunda Internacional, pero socialista, hasta que fue “asesinada” por Lenin en 1914. Era la Primera Guerra Mundial. Se produjo una fractura en su seno entre los partidarios de la guerra y los que se enfrentaron a ella. Los primeros fueros acusados por los segundos de ser traidores al legado de Marx, y los segundos adhirieron al interés nacional de sus países en esa guerra. Fue cuando Lenin aprovechó el momento y tras la salida de Rusia del conflicto, promovió la creación en 1919, de la Tercera Internacional, pero, cuyo nombre ya no sería “socialista” sino de nuevo “comunista” y cuya sede sería Petrogrado. Rusia sería el ejemplo a seguir y conductor de todos los procesos revolucionarios globales, para lo cual había que exportar la revolución al  Mundo.

Esta organización internacional, a larga, fue convertida en un aparato de propaganda de Stalin. Una extensión de su política exterior. El bolchevismo, independientemente de si estaba Lenin o Stalin al frente, consideraba clave una política exterior asertiva. Desde el “Decreto de la paz”, del que estuvimos hablando en la anterior entrega y el cual, de alguna manera, “revolucionó” las técnicas y reglas de las relaciones internacionales, se observó una dualidad de esa política. Por un lado procuraba la apertura de relaciones diplomáticas, pero por otro lado incitaba, mediante mecanismos nada santos, la creación de situaciones “revolucionarias” en los países con los que buscaba una relación normal dese el punto de vista diplomático. Ello quedó inscrito en los anales de las relaciones internacionales, como el proceso de ideologización de éstas en pleno siglo XX. El Komintern o como se dice en español, la Internacional Comunista, fue el mascarón de proa de la política exterior soviética, pero a nivel ideológico. Todo el Mundo observaría como los comunistas mundialmente hablando se supeditaban a la URSS como el alfa y omega de la Revolución mundial.

Desde el inicio de la Revolución bolchevique, Rusia y luego, URSS, se movió con dificultades en el escenario internacional. Chicherin, quien fuera el gran Ministro de Relaciones Exteriores de la URSS se convirtió en un viajero permanente en la búsqueda y procura de un clima favorable a ella. Todo diplomático es lo debe hacer. No andar peleando con todos los factores que no concuerdan  con sus políticas. Por lo que el primer acuerdo significativo que ésta realizó fue con Alemania, el 16 de abril de 1922 en Rapallo, Italia.  Primero había realizado encuentros furtivos para retroalimentarse en materia militar. Tanto la URSS como Alemania eran Estados proscritos. En el plano comercial también desarrollaron esquemas de funcionamiento que les proporcionara dividendos que les permitiera superar el aislacionismo al cual estaban sometidos.

En el concierto de problemas que hubo de enfrentar el Estado soviético para normalizar sus relaciones exteriores destaca el que emanaba de  su precaria situación financiera. En ese concierto encontramos los múltiples compromisos por su deuda externa que se originó durante el Imperio zarista. Por lo que la Conferencia internacional de Ginebra en 1922 no logró resolver ese tema. El citado diplomático soviético Chicherin, ante ese serio problema había elevado como mecanismo para negociar esas deudas, el asunto de los daños ocasionados por la intervención extranjera en la guerra civil que sacudió la paz de su país. Chicherin llegó a Ginebra con un arsenal de propuestas para romper el aislacionismo diplomático al cual la URSS estaba sometida. En el marco de esa conferencia, Alemania, junto con la URSS firmaron el citado tratado comentado anteriormente. Ambos acordaron anular las deudas entre ambos y restablecer las relaciones diplomáticas. Hubo un complemento de acuerdo, secreto, por demás que buscaba fortalecer el debilitado poderío militar de ambos y el cual se había instaurado groseramente cunado el Tratado de Versalles. Esa colaboración militar germano-soviética se hizo duradera hasta 1933.

La URSS fue reconocida por Gran Bretaña, gracias al Primer Ministro de ese país, James Ramsey McDonald, quien hizo un reconocimiento “de jure”. Aunque, la ideologización de las relaciones internacionales, entorpeció ese acercamiento muy pronto. Durante la campaña electoral, en 1926, los conservadores ingleses, manipularon asertivamente su realidad; los sindicatos soviéticos habían remitido una suma de dinero a unos obreros ingleses en huelga; suficiente para considerar, y con sobrada razón, una implicación soviética y del peligro rojo, en los asuntos internos británicos. Ello justificó el rechazo a ratificar el acuerdo comercial firmado, tal como indicamos más arriba. Luego, las relaciones diplomáticas fueron, de nuevo, suspendidas en ese año y restablecidas en 1929. Esto es, una vez que Moscú, tácticamente, disminuyera ese ímpetu mesiánico de considerarse el abanderado de la revolución mundial.

Igualmente Francia. Con ésta en la mesa estaba el tema de las deudas del derrocado Imperio zarista; deudas que la URSS se negaba a reconocer. Por su parte, geopolíticamente, Rusia observaba los desplazamientos franceses hacia Rumania y Polonia para generar alianzas; hechos que la URSS consideraba contrarios a sus intereses. Estas tensiones no impidieron que la diplomacia soviética jugase un papel elevado en materia del tratamiento con sus “enemigos de clase”. Fueron respetuosos del lenguaje y propiciaron un acercamiento e integración a la Comunidad Internacional. Es algo que algunos deberían aprender en aras de modificar ese delirante comportamiento que los caracteriza como emblemáticamente groseros. El caso es que la diplomacia soviética, pese a que su país no era miembro de la Sociedad de las Naciones; ella, hizo los esfuerzos necesarios para participar en 1926 en la Comisión preparatoria de la Comisión de Desarme y en 1928, adhirió a al Pacto Briand-Kellog de renunciar a la guerra. Stalin observaba el Mundo y su mirada delataba una creciente aprensión. La realidad le dio la razón. La URSS debía salir sola de sus dificultades. El Internacionalismo proletario era una consigna para sus fines propagandísticos.

El nazismo y fascismo amenazaban la paz lograda frágilmente en 1918 y desde la cual la Revolución rusa encontró aliento para imponerse en el tiempo y duró 74 años; años que narramos a partir de una visión pretendidamente objetiva y descarnadamente realista. La URSS expresó políticamente la trilogía de elementos paradigmáticos: el fascismo, nazismo y comunista, enfrentados a la democracia. Se iniciaba la ideologización de las relaciones internacionales, donde todo se politizaba, desde la diplomacia, la geografía, las ciencias, el arte y hasta los deportes. Una realidad perversa, la cual marcó las relaciones internacionales posteriores a los años 30. La suspicacia dominaba el escenario internacional. Es aquí cuando nos encontramos con la guerra civil española.

La URSS jugó un papel determinante. España fue víctima de una guerra civil que se exhibió como un drama sangriento. Murieron un millón de españoles, y creemos aun las heridas de esa guerra no están cerradas. Hay que destacar que Moscú organizó “su solidaridad proletaria” con los republicanos españoles. Organizaron los planes operativos de los “Internacionalistas”, es decir, las famosas Brigadas internacionales que sirvieron de apoyo a la República española que enfrentaba al fascismo de Franco. Éste, a su vez fue apoyado por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Europa, la democrática y los EEUU observaron atónitos el conflicto, pero, sin inmiscuirse mucho. Stalin utilizó ese conflicto para alcanzar una “cabeza de playa” en la parte más occidental de Europa. Los demócratas, no así los gobiernos, se las jugaron el todo por el todo en ese conflicto. Prohombres de la cultura, el arte, y la política se fajaron como los buenos en esa guerra fratricida. Neruda, Hemingway, Willy Brandy, Malraux, para citar algunos; todos fueron testigos y voluntarios adscritos al bando republicano. Los comunistas estaban en el centro.

La URSS garantizaba el soporte militar. Hubo innumerables asesores soviéticos en esa guerra. Esos “internacionalistas”, combatientes que abrazaron muy enceguecidos la utopía de esos tiempos condicionados por la realidad, pues encontraron en la URSS el elemento para alimentar su savia “revolucionaria”.  La guerra en España la perdió el bando republicano. Se equivocó la Paloma, escribió el poeta Rafael Alberti. La URSS se retiró de España derrotada, pero, sentó las bases para sus futuras políticas que podían tener éxito si aplicaban metodologías correctas en los escenarios internacionales. La Guerra que se avecinaba se lo mostró. El Mundo cambió. Europa se vio amenazada por los ejércitos de Alemania e Italia, junto a Japón en Asia. El zigzag, como desempeño de la política exterior de Stalin fue emblemático.

Alemania y la URSS, enemigos en España y aliados en 1939. Una alianza que se motivó por los alcances que tuvo, el también acuerdo de Hitler con las democracia europeas, concretamente el Pacto de Múnich. El idealismo político dominaba las mentalidades de los decisores europeos. Chamberlain el prestigioso líder británico, sentenció tras firmar ese Pacto con Hitler: Hemos logrado un acuerdo. Se trata de la paz con honor, la paz de nuestro tiempo. Churchill, en la oposición impugnó ese acuerdo. Stalin comprendió su soledad y buscó, entonces, esa alianza: El acuerdo Ribbentropp- Molotov en nuestra opinión tenía varias implicaciones, entre ellas, ganar espacio en el tiempo. Stalin ponderaba que Hitler estaría loco si se lo ocurre atacar a la URSS. Dos frentes de guerra, al mismo tiempo, no podía ser una decisión lógica. El Tío Joe, como le llamaron a Stalin, en los círculos norteamericanos, se había equivocado a medias. En 1941, se concretó la guerra con la URSS. La Operación Barbarossa, se inició. La URSS fue invadida por el orate Hitler.

El desarrollo del conflicto agudizó la realidad. La URSS, al inicio muy debilitada, se repuso y pasó a la contraofensiva. Stalin, su comportamiento fue emblemático. Las tropas alemanas estaban a 40 kms del centro de Moscú, concretamente de la Plaza Roja y el partido, ejército y gobierno le pidieron a Stalin que se marchara a los Urales. Éste, rechazó y sentenció que el centro del poder estaba en la Plaza Roja, en Moscú y que si él se iba de allí, el poder se vería afectado y debilitado. Tras intensos combates, repetimos, los ejércitos soviéticos se repusieron y lanzaron su contraofensiva. Hay que decirlo también, fue ayudada por los EEUU. Roosevelt hizo suya la máxima: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Los EEUU observaron que el desgaste de Alemania sería evidente en su guerra con la URSS. Por lo que mientras más ayudabas a ésta, mas se debilitaba Berlín.

El manejo discrecional de las relaciones internacionales, en su desiderátum final, vale decir, la obtención del poder en ellas, determinó que EEUU buscaran salir victoriosos de un conflicto en el cual volcaran menos recursos y energías. Esperaron el desarrollo de los acontecimientos para actuar. Stalingrado, marcó el principio, no del fin o de la debacle total de Hitler, sino la construcción de una nueva realidad internacional: la bipolaridad.

Los tanques soviéticos iniciaron un recorrido que no turístico, primero liberando su propio suelo; luego, marchó sobre una buena parte de Europa; hasta llegar a Berlín, en mayo de 1945, donde clavaron su bandera, la soviética, en los techos del Reichstag (parlamento alemán). Alemania fue derrotada, Hitler, según se indica, se suicidó. Sin embargo había en el ambiente una hostilidad frente a Moscú.  Era normal. La lucha contra Hitler y Mussolini, se extinguía y había que reconstruir la paz mundial y Moscú seguía siendo un enemigo de temer. Todos estaban agotados, pero Stalin quien consideraba las pérdidas de vidas humanas en los conflictos como un simple problema de estadísticas, no perdía tiempo y buscaba mayores espacios. El viejo sueño bolchevique de hacer la Revolución mundial, cobró ánimo con los tanques T-34 en la mitad de Europa y amenazaban tomar toda Europa. Inglaterra frágil y lejos de EEUU que siempre buscaban réditos geoestratégicos sumado a ello, Francia, debilitada por la convivencia del Gobierno de Vichy, con Hitler, tampoco tenía fuerza para enfrentar a la URSS, envalentonada toda ella, militar y políticamente.

EEUU dueño del poderío nuclear terminó victorioso en la guerra militar, política y económicamente. Japón al rendirse cedió sus espacios a EEUU. Europa se vio sacrificada. Churchill “negoció” ciertos acuerdos para imponer un duradero clima de paz. El inglés, la historia le bautizó como un hombre de principios que supo adaptarlos a la realidad. Surge así la Guerra Fría como el enfrentamiento entre el capitalismo liderado por los EEUU y el comunismo real o soviético; éste instalado a la fuerza en varios países europeos. Ella, la guerra fría fue, según Hans Morghentau, “una lucha ideológica entre el occidente capitalista y el comunista europeo de oriente, (aunque no sólo en esa zona geográfica) para enmascarar la lucha por el poder y las esferas de influencia en el ámbito internacional. Es el poder la verdadera razón que explica esta real confrontación, en la política internacional, vista con justificaciones ideológicas”.

En 1946, tras la guerra, en Occidente, apareció la Doctrina Truman. Ésta, se basa en un trabajo de George F Kennan, para ese entonces Embajador estadounidense en Moscú. Inicialmente, fue un telegrama,  largo por demás, que sirvió de fundamento a esa Doctrina. Kennan se dirigió al Secretario de Estado, James F. Byrnes. A partir de ese momento se instituyó la Doctrina Truman, para contener al comunismo. Esa política se reflejó, incluso al interior de EEUU. Está el caso del senador McCarthy quien abusó de su obsesión anticomunista. Sobre lo cual hablaremos un poco más adelante. No podemos dejar por fuera la particular presidencia de Reagan de los años 80.

Detrás de la Cortina de Hierro, como bautizase Churchill, a toda la zona bajo la conducción del puño de hierro de Stalin, también se edificó un fundamento ideológico que alimentó ese enfrentamiento. Se trata de la ideología anticapitalista, especialmente anti-estadounidense que exudó la doctrina estalinista en procura su predominio en aras de ejercer un papel victorioso por el comunismo mundial; para concluir con la Doctrina Brezhnev.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt-Churchill y Stalin fueron un trío que funcionó,  aun cuando desconfiaban uno frente a otro.  Ahora bien, desde abril de 1945, tras la muerte de Roosevelt y la llegada de Truman a la Casa Blanca, esa política, de cooperación, incluso de agrado para las élites intelectuales norteamericanas, fue tornándose más agresiva y hostil. Ello desencadenó el inicio de la Guerra Fría entre ambos poderes.

En incluso con los ataques nucleares contra Japón, Truman, evidentemente estaría jugando “carambola” con estas armas, para generar miedo en Stalin, pues estaba convencido que no lograría mayores acuerdos con él acerca de muchos aspectos que se observaban al final de la guerra en la construcción de la paz. Sin un constructo político e ideológico propio en el tema de las relaciones con la URSS (muchos vieron en él “un hombre muy modesto” como presidente y sin roce diplomático) se aprestó a detener, a toda costa, el avance del comunismo. Truman adoptó plenamente las ideas expresadas por el diplomático Kennan en su “largo telegrama.”

El documento fechado en febrero de 1946, representó para Truman un importante documento de análisis acerca de la capacidad de la URSS para poner en marcha un plan expansionista del comunismo en todo el mundo. Éste, desde su primera misión en Moscú en 1933, cuando se iniciaron las relaciones entre los EEUU y la URSS, Kennan pudo comprender los intrincados mecanismos políticos del Kremlin y qué tipo de acciones terribles y/o extravagante era capaz de llevar a cabo, Stalin.

Sobre éste, Kennan afirmó que poseía una extraña mezcla del marxismo-leninismo con su propia visión, acerca de la “derrota final del capitalismo”. Su sintagma consistía en hablar de un “cerco capitalista”; este pastiche ideológico tradujo una política exterior soviética centrada en la necesidad de romper ese cerco, mediante la creación de una zona de seguridad en Europa Central y Oriental.  Esta política derivó en el control moscovita sobre los gobiernos comunistas en esa zona de seguridad como en el apoyo a las insurrecciones comunistas en cualquier parte del Mundo, pero sobre todo en las colonias de las potencias occidentales.

El citado texto de Kennan, contentivo de 8.000 palabras, paradójicamente extraño para un telegrama, explicaba a Washington sobre la actitud soviética de no apoyar al FMI y al Banco Mundial. Según Kennan, el gobierno soviético no debe ser tratado como un actor internacional que se guía por el paradigma racional, sino por una “reacción neurótica” frente a Occidente al que considera un Mundo superado históricamente, inflado de contradicciones y expuesto al peligro de la guerra permanentemente.

Los soviéticos, prisioneros de sus miedos, anclados a las prácticas políticas históricas zaristas y bolcheviques, con la que sospechaban de todo, veían permanentes conspiraciones y tenían miedo. Creían que los capitalistas para evitar la guerra entre ellos, buscarían la guerra con la URSS. Stalin veía esa guerra como una  amenaza que había que evitar a toda costa; entre esos esfuerzos encontramos la estimulación de los conflictos internos del capitalismo. Para la URSS, no toda la sociedad capitalista estaba “enferma” y en consecuencia, una parte no era  peligrosa para ella. Había que estimular sus contradicciones.

Desde su perspectiva, para Stalin todos eran enemigos. Incluso, las democracias occidentales, las cuales no habían hecho gesto inamistoso alguno contra Rusia. Eso no era importante. Si para los soviéticos, su interpretación del Mundo era ideológicamente visto, como la de un enfrentamiento al gobierno de EEUU; a éste no le quedaba sino, dotarse de un instrumento que le ayudase a combatir a la URSS en todo el escenario internacional: la Doctrina Truman.  Ella fue principalmente una serie de políticas y acciones militares para combatir, mediante la contención al comunismo. Fue una necesidad la política de contención; puesto que la política exterior soviética no hacía una evaluación pragmática, sino ideologizada, e incluso muy exagerada, de las relaciones de poder en el mundo internacional al pretender avanzar en la expansión internacional del comunismo.

Por lo que EEUU brindaron apoyo militar a Grecia y Turquía para frenar el comunismo y los movimientos separatistas en su territorio. Se comenzó a ayudar a los Estados occidentales (incluyendo la parte occidental de Alemania) bajo el Plan Marshall; se fundó la OTAN (abril de 1949); se apoyó, incluso militarmente, con tropas al régimen de Corea del Sur en su guerra con el Norte comunista; y los EEUU, poco a poco asumió el papel abandonado por Francia en Indochina. En lo interno el gobierno norteamericano adoptó la Ley de Seguridad Nacional en 1947, en virtud del cual se crearon, para la organización y apoyo a la Guerra Fría, dos instituciones claves: Consejo Nacional de Seguridad (NSC) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

La lucha contra el comunismo fue internacional y nacionalmente. Los estadounidenses como nación democrática y vencedora en la guerra mundial, tenían presente el ataque japonés cuando Pearl Harbor en 1941. Les alcanzaba el temor de la traición. Eran conscientes de la necesidad de resguardar la seguridad de su sociedad y sus valores. Ante el temor de posibles enemigos ocultos en su sociedad democrática, contradictoriamente, trataron a los ciudadanos de origen nipón como sospechosos e internados en un campo de concentración.

Tras derrotar al nazismo y el imperialismo japonés, el miedo a “enemigos ocultos” en EEUU no había desaparecido. Tomó la forma de una sospecha generalizada a todos los que podrían tener simpatías comunistas, propagar ideas de izquierda e incluso, peor aún, espiar para la URSS. Recordemos al personaje más conocido en los círculos políticos e intelectuales quien desarrolló una cruzada contra la da “amenaza roja”, Joseph McCarthy, cuyo nombre derivó en el concepto: macartismo.

Fue una psicosis política que arrinconó a EEUU en la década de los 50. Y se puso de manifiesto para enfrentar sus enemigos y fortalecer su seguridad. Fue abusiva al violentar los derechos humanos. Muchos norteamericanos perdieron sus trabajos, fueron a prisión injustamente o execrados de la faz de EEUU. Chaplin fue una de las víctimas preferidas de este senador. Felizmente, más tarde, incluso se promulgaron leyes para restituir la honorabilidad y libertad de éstos. Era la lucha contra el comunismo representado por la URSS. En la mente colectiva y la práctica de las autoridades americana se asentó un sentido anticomunista y anti ruso muy fuerte. Todavía se resiente esa política, incluso con Putin.

En conclusión, podemos decir que para Stalin, la diplomacia se resumía a esa vieja forma de la tradicional diplomacia europea, la bilateral. Observamos sus incomprensiones acerca de la diplomacia multilateral que acosaba al Mundo bajo nuevas realidades. Stalin muere en 1953 y se abre una perspectiva distinta para la URSS. Un nuevo espíritu se había apoderado de ella, con la misma astucia advertida por Hegel; esta vez, para variar, montado en un elemento propagandístico: el deshielo, acerca del cual hablaremos más adelante, cuando toquemos al singular y muy sui generis Nikita Jrushov en el marco del análisis de los 100 años de la Revolución rusa.

@eloicito

 

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