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Venezuela y Sudáfrica viven momentos difíciles. Sus ciudadanos están escribiendo en las calles nuevas páginas  en defensa de la democracia.

En Venezuela se rompió definitivamente el hilo constitucional en marzo de este año cuando un TSJ arrodillado a los pies del Ejecutivo le arrebató groseramente el poder a la Asamblea Nacional con las sentencias 155 y 156. Aunque posteriormente se retractó al suprimir algunos de los  párrafos más controversiales de las sentencias, la verdad es que la jugada cierra un ciclo en el que, poco a poco, se han ido desdibujando los últimos vestigios de la democracia en el país, dando pie a que muchos  se refieran al mal gobierno de Maduro (continuación del populismo de Chávez) no sólo como un narco-régimen autoritario sino, simple y llanamente, como una dictadura. Lo que ha sucedido es sólo una extensión de un golpe de estado en cámara lenta que lleva ya 15 años.

Una gloriosa historia de marchas por todo el país que tuvo, sin duda, uno de sus momentos cumbres  el 1 de septiembre de 2016, no impidió que las autoridades bloquearan la realización de un referéndum previsto en la Constitución y que hubiera podido cambiar el equilibrio de poder. En lugar de eso, condujo a un diálogo de corta duración, promovido por El Vaticano, que ayudó a apuntalar al gobierno y dividió la coalición de la Unidad Democrática, dejando a los activistas de base bastante desmoralizados.  Sin embargo, este mes de abril, la gente  alentada por la aplicación de la Carta Democrática Interamericana por parte de la OEA, volvió a tomar  la calle con los estudiantes al frente; los cuales, hay que decirlo, han mostrado un coraje digno de los héroes de otros tiempos.

Mientras tanto, decenas de miles de personas manifestaron en las principales ciudades de Sudáfrica el viernes 7 de abril en lo que se considera la mayor protesta en años. Los ciudadanos exigen en masa la renuncia del Presidente Jacob Zuma por la destitución del Ministro de Finanzas, considerado como un baluarte contra el ANC, partido de gobierno que simboliza la cultura patrimonial que tanto ha potenciado la corrupción en este país africano.

Marchas en Ciudad del Cabo, Durban, Johannesburgo y Pretoria reunieron a un variado  conjunto de opositores unidos en su mensaje de que el Sr. Zuma había perdido la autoridad moral para dirigir la nación.

En respuesta,  algunos cantan “canciones revolucionarias” que hacen que otros jueguen la carta del racismo. “Nada de esto le da a nadie el derecho de recurrir a un lenguaje vil y racista que sólo sirve para deshumanizar a los otros. La decencia humana y los niveles mutuos de respeto siempre deben ser recordados”, escribió Katy Katopodis, periodista, en un artículo de opinión. “Una persona no puede retener al resto del país como rehén”, dijo, por su parte, Mmusi Maimane, líder del principal partido de oposición, la Alianza Democrática, en una marcha en el centro de Johannesburgo.

El problema es que, en efecto, lo hacen.  Cuando los líderes populistas toman por asalto  las instituciones para “devolver el poder al pueblo”, en la práctica lo que sucede es que concentran más y más poder en sus manos. La lógica del personalismo lleva a los políticos populistas a ampliar sus poderes a discreción.

Las tensiones entre el populismo y la democracia se están haciendo sentir alrededor del Mundo. Los ciudadanos de todo el planeta están mostrando la desilusión creciente con sus gobiernos y los temores en materia de seguridad, favoreciendo con su simpatía a los líderes populistas carismáticos fuertes (de la derecha o de la izquierda) a quienes ven como salvadores potenciales.

Tanto Venezuela como Sudáfrica son una advertencia: el populismo desdibuja  la democracia al plantearla no como un proceso negociado destinado a incluir y servir a todos, sino como un juego de suma cero entre la llamada “voluntad popular” y cualquiera que se atreva a oponerse a ella -incluidos jueces,  periodistas, líderes de la oposición o incluso tecnócratas del gobierno.

El populismo no es la solución que promete ser. La solución de los problemas de la democracia es más democracia, no menos. Sólo la democracia garantiza los derechos humanos. Eso es lo que podemos leer claramente en las caras de los  manifestantes en Caracas, San Cristóbal, Mérida, Maracaibo, Valencia, Carrizal, Pretoria, Johannesburgo, Ciudad del Cabo y Durban. La represión no callará sus voces, al contrario, alimentará la llama de la resistencia.

El bravo pueblo tiene la palabra.  El gran y verdadero reto es asumir la Democracia. Nadie, en esta tarea, tiene derecho a colocarse o ver al otro en la acera de enfrente.

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