León Trotsky decía “La revolución es el medio más implacable de resolver los problemas históricos”. Tenemos el caso de la Revolución de Octubre. La misma quebró una dualidad existencial presente en la revolución de febrero de mismo año 1917; la que facilitó en derrumbe del zarismo en Rusia. Ella dio un trágico salto al siglo XX. Gracias a la Primera Guerra Mundial y la firma de unos acuerdos de paz con las potencias centrales, Rusia se convirtió en soviética. Empero, la guerra como fenómeno no había finalizado para ella. El margen de violencia crecía y se convirtió en una senda larga y cruda. Toda una guerra civil sangrienta que incluso enfrentó intervenciones extranjeras. Ésta fue dibujada en detalles por el don apacible del escritor Shólojov.
En 1913, el zar Nicolás II había celebrado los 300 años de los Romanov al frente de la Madre Rusia. Su inicial coronación, la de Miguel Romanov en 1613 cuya dinastía dominó un imperio, desde Europa Central hasta el Pacífico que alcanzaba al Ártico y se extendía hacia Afganistán. Todo en la búsqueda de una salida que le garantizara el ingreso a las aguas calientes. Era un imperio que cubría una sexta parte de la tierra. Con una población, nada desdeñable, de 150 millones de habitantes con más de 100 nacionalidades diferentes. Paul Kennedy en su voluminoso libro Auge y caída de las grandes potencias argumenta acerca de Rusia, pues, ella “…se extendió hacia el Este y hacia el Sur, a través de las estepas de Asia, a lo largo del siglo XVIII”. Rusia fue un excepcional universo en sí mismo. No es casual su empeño en diferenciarse tanto del occidente como de Asia.
Sorpresas te da la vida, canta Pedro Navaja, el personaje de Rubén Blades. Ese mismo, todopoderoso imperio, que hubo de celebrar sus 3 siglos, cayó 5 años más tarde, de manos del diminuto y magistral Lenin, el extraordinariamente inteligente Trotsky y el enigmático y zamarro Stalin, entre otros, miembros todos, de esa pléyade de talentos (los bolcheviques) bañados con el deseo de hacer de Rusia, el primer Estado comunista en la tierra. Fue la Revolución de octubre de 1917.
En 1921, el poder soviético tras un muy difícil período se impuso. Los bolcheviques triunfaron al lograr apoderarse del viejo imperio zarista. Los elementos condicionantes de ese triunfo, más la Paz de Brest–Litovsk fueron determinantes para la Rusia soviética, convertida en Unión Soviética (URSS). El mundo tragó grueso. Había nacido una potencial realidad que cambiaría el curso de las relaciones internacionales. Éstas, se ideologizaron y el Mundo caminó hacia una división que lo traumatizó y todavía lo sufrimos.
No obstante, las condiciones de ese triunfo habría que ubicarlas en el hecho que para cuando se inició la guerra en 1914, Rusia no estaba preparada para ella. En 1905 había sido derrotada por Japón; luego la insurgencia conducida por el Padre Gapón, debilitó crudamente sus estructuras sociales. El Zarismo fue obligado, por las circunstancias, a efectuar reformas políticas. Éstas, promovidas por Stolypin, un político que fungió de Primer Ministro, de alguna manera maquillaron el rostro del zarismo. Entre ellas la institucionalización de la Duma (el Parlamento ruso).
Los problemas internos, políticos y económicos, fueron agravados por la guerra y la concentración de la producción industrial sólo para alimentar la guerra; luego, ésta, impulsaba una crisis alimentaria. Faltaba el pan; la paz al interior de Rusia observaba un peligro inminente. Ella era urgente y necesaria. Rusia la exigía.
La corrupción y la nefasta presencia del monje Rasputín en la corte del Zar, aumentaban la tensión interna en Rusia. Éste decidía la suerte de las tácticas y ejecuciones del Ejército ruso, pues la Zarina le escuchaba y a su vez le indicaba a su marido, un hombre débil y enfermo de un delirio existencial, pues creía en la divinidad y ese fanatismo en política no es bien visto. El caso es que mientras se reproducían expansivamente los consejos de Rasputín a la Zarina, aumentaban los muertos en el frente. Hay que decirlo, el asesinato del monje no cambió la suerte que ya estaba echada. El zarismo moría: Era cosa del tiempo. Ya había agotado su existencia como forma de dominación política en la Rusia de comienzos del siglo XX. La paz, y sólo la paz, era lo que buscaba el ruso medio, de abajo y de arriba, bien sea noble, aristócrata, menchevique, soldado, marino, campesino u obrero. Los bolcheviques con Lenin, Trotsky y Stalin, con otros al frente, lo entendieron y actuaron en consecuencia para imponer su visión del poder.
En febrero (o bien marzo, según el calendario gregoriano) de 1917, se encontró con el aumento de la tensión política. Ello concluyó en la abdicación de Nicolás II, el último de zares Romanov, pues su hermano a quien Nicolás le había heredado el poder, renunció. No quiso ser Zar de un imperio que se derrumbaba. Fue una crisis que desencadenó en la formación de un gobierno provisional, compuesto por socialistas moderados y liberales. Éstos apuntaron a buscar una, muy lenta, por demás, solución a esa guerra odiosa. Las calles de San Petersburgo ardían con la masiva presencia de una muchedumbre que exigía pan, libertad y paz. El poder de convocatoria en San Petersburgo de los bolcheviques aumentaba cada día. Su punto central: no querían más guerra y ello le brindó legitimidad a esa fuerza que no se perdió en discusiones bizantinas. Escogieron un tema y marcharon, con Lenin al frente, al unísono hasta alcanzar el poder. Ellos aprovecharon que el ruso no quería más guerra y convirtieron a las fábricas, calles, edificios e instituciones de San Petersburgo el centro del poder de los Soviets. Lo demás es conocido.
El gobierno provisional de Kerensky buscaba afanosamente aumentar la ofensiva rusa en el frente de guerra. Era rociar de gasolina a un incendio. La soldadesca sobrepasó a los mandos que habían perdido toda autoridad. El hambre, la corrupción y la guerra fueron los elementos del bolchevismo de Lenin para asirse del poder. Éstos, calificados como las trincheras del bolchevismo, convertidos en un fenómeno telúrico en la Rusia enigmática y atrasada, fueron los detonantes para la Revolución de Octubre.
Lenin, hábilmente, conocedor de la antropología del ruso había regresado en abril del 1017, desde el exilio y expuso sus famosas “Tesis de Abril”. El viaje lo realizó en un tren blindado facilitado por el gobierno alemán. Éste evidentemente, creyó en las palabras del mesiánico líder ruso y logró sacar provecho del muy frágil proceso de inestabilidad que estremecía a Rusia, su enemiga para obtener réditos en la guerra. Para Alemania se trataba de un enemigo menos.
La credibilidad del hombre fuerte en el débil gobierno provisional, Kerensky se derretía como la nieve en las calles de San Petersburgo. Se diluía en discusiones estériles y bizantinas acerca del gobierno que le debía corresponder a Rusia, mientras la soldadesca rusa moría en el frente y la situación empeoraba. En tanto que los verdaderos actores de ese drama dostoievskiano fueron los bolcheviques, dirigidos por Lenin, quien tomó el poder en octubre de 1917, sin mucha resistencia por parte del gobierno o de un ejército demasiado ocupado con la absurda guerra. Para Kerenksny no acabar con la guerra y sacar a Rusia de ella fue su gran crimen y su castigo fue perder el poder y en consecuencia huir de Rusia. Él sobrevivió hasta morir en los EEUU en 1970.
Ya con los bolcheviques en el poder, éstos se comprometieron a firmar la paz. Éstos creían que ello traería un alivio a la crisis interna que experimentaba Rusia. El 25 de octubre de 1917, se aprobó el “Decreto sobre la Paz”: Lenin fue el padre de su redacción. Éste, en calidad de jefe del nuevo gobierno exigía la firma inmediata de la paz. E incluso, como señala el mismo Trotsky: “Ciertamente, vamos a defender por todos los medios nuestro programa de paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra”. Fue un golpe genial, escribió Trotsky en su voluminosa Historia de la Revolución rusa. Los opositores al bolchevismo arengaban que se perdía la honorabilidad de Rusia con esa paz; en tanto que los bolcheviques con Lenin y Trotsky al frente sentenciaron que argumentar que se pierde la posibilidad de salvar el frente no era sino la posibilidad de salvar sus posiciones sociales. Ellos habían perdido ese frente hace mucho tiempo, sentenció Trotsky en su citada obra.
Las negociaciones para esa paz fueron complejas debido a la propia disidencia interna de los bolcheviques. Unos, entre ellos Trotsky, consideraban muy “generosa” y “muy complaciente” la actitud del gobierno bolchevique con Alemania; otros, Lenin, concretamente quien decía: “es preferible perder un dedo y no el brazo completo”. Rusia al firmar el Tratado de Brest-Litovsk, perdió una cuarta parte del territorio del viejo imperio zarista; luego, un tercio de la población y fábricas y asentamientos agrícolas. Habrá tiempo para reconquistarlos, decía. La historia le dio la razón al hombre de ojos asiáticos y pequeña barba. Tras los resultados de la Segunda Guerra Mundial su territorio engrandeció, de conformidad con su profecía.
Lenin triunfó, aunque murió rápidamente, en 1924. El poder soviético se impuso en la enigmática Rusia, luego convertida en la URSS. Ella fue aislada internacionalmente. Lenin, zamarro y habilidoso supo ponderar su realidad internacional. Fue respetuoso de las formas y fundamentó una política exterior, cuyo instrumento, la diplomacia, fue llevada magistralmente de la mano de Gueorgui Vasílievich Chicherin. Jamás se comportó estridente. Rompió el aislacionismo internacional y obtuvo para la URSS el reconocimiento que requería. En otros trabajos, más adelante, ofreceremos la comprensión de otros elementos claves para comprender la Revolución rusa que celebra sus 100 años en este 2017.
@eloicito