Hay bastante incertidumbre respecto a la dirección que parecen estar tomando las sociedades occidentales en tiempo reciente. Esto debido a que hasta hace unos años parecía que la integración de los mercados, el multiculturalismo y la democracia liberal eran, con tropiezos aquí y allá, el camino a seguir, y que EEUU y Europa lideraban ese camino. Sin embargo, durante los últimos años, y sobre todo durante el 2016, se hizo notar que el debate social, político y económico, como hubiese sido más inteligente de nuestra parte haber previsto, estaba lejos de terminarse. Y es que el problema que parece haber encontrado la élite académica y política de Occidente, es que a pesar de sus mejores intenciones, y a pesar de lograr modelos de gobierno mayormente eficientes, estos modelos parecen estar acusando agotamiento y no son atractivos para grandes conjuntos de ciudadanos, que sienten que el “sistema” no les está funcionando, que el statu quo actual es favorable para algunos dentro de la sociedad pero no para ellos, y que reciben menos de lo que merecen.
Para muchos de estos ciudadanos esos favorecidos son las élites gobernantes, los grandes empresarios, ese 1% del que tanto se ha hablado en EEUU, pero también pueden ser otros grupos. Tanto en EEUU como en Europa muchos ciudadanos que han empezado a apostar por opciones populistas lo hacen partiendo de la premisa de que los gobiernos dedican muchos recursos a favorecer a lo que perciben como un “Ellos” diferente al “Nosotros” nacional, sea hacer la vista gorda a la llegada de inmigrantes ilegales latinoamericanos en EEUU haciendo a los locales perder trabajos, o dándole entrada a decenas de miles de refugiados que generan violencia y disminución de la calidad de vida en Europa, que aunque son verdades a medias, han agarrado tracción como discurso. El objetivo de estos políticos es crear un enemigo interno o externo al cual dirigir las emociones de la gente, se llame corporaciones, establishment político, refugiados, inmigrantes ilegales, musulmanes o algún otro.
Y aunque es relativamente sencillo desmontar el discurso de los partidos y los políticos de corte populista que han surgido en Occidente recientemente, esa no es la intención de este artículo. La pérdida de trabajos manufactureros en EEUU se debe más a la automatización de los procesos industriales que a los tratados de libre comercio como ha afirmado Donald Trump, así mismo la idea del nuevo Presidente estadounidense sobre tarifas y renegociación agresiva de los tratados comerciales probablemente traiga problemas para la economía mundial y afecte los bolsillos de los mismos ciudadanos que quiere ayudar a “ganar otra vez”. La intención es hacer notar, que más allá de que las recetas de estos políticos para resolver los problemas, además de sus discursos y formas, pueden distar de ser positivos, hay que estar conscientes que su surgimiento no es casual.
La evidencia parece indicar que este sistema sí tiene fallas reales, pues sería increíblemente irresponsable adjudicar estos fenómenos políticos a la ignorancia de los votantes o a campañas de desinformación, aunque estos factores, vistos más como consecuencia que como causa, entran dentro de la explicación del fenómeno. Entonces es necesario visualizar cuáles son los problemas que en los sistemas parecen estarse desarrollando; esto por supuesto es una tarea bastante compleja que podría abarcar los más diversos campos del saber, y esta breve reflexión se limita a abordar líneas de problemas de forma relativamente general, siendo cada uno de ellos digno de reflexiones individuales. Algunos de los problemas serán verdaderos errores y faltas en la construcción de políticas, otros serán problemas más de discurso y construcción de narrativas por parte de las élites gobernantes.
La primera falla tiene que ver con una omisión respecto a la naturaleza de la globalización. Aunque la teoría económica es bastante clara en que el libre comercio es más provechoso que la autarquía, esta afirmación no viene sin algunos asteriscos y notas a pie de página; puesto que en esta era, aunque la desigualdad ha disminuido entre los Estados, ha aumentado dentro de ellos. Solo hace falta volver al caso de EEUU, cuyos indicadores económicos muestran a simple vista años de recuperación después de la crisis financiera global, pero al indagar de forma un poco más profunda, revelan que esa recuperación no ha estado distribuida de forma ni cercanamente equitativa en la población, las clases profesionales altamente calificadas, y en aún mayor medida los grandes inversionistas, banqueros y empresarios, son los que se han llevado la mayor parte del “pastel” de la recuperación, y muchos de esos ciudadanos que pusieron sus esperanzas en Donald Trump sí vieron como su futuro se hacía más incierto mientras desde Washington se les repetía que el país estaba en excelente forma.
La producción de ganadores y perdedores a raíz del libre comercio, en conjunción con el antes mencionado proceso de automatización de los procesos industriales, presenta grandes retos para los hacedores de políticas públicas. Claramente cerrar las fronteras, generar subsidios y negarse al desarrollo tecnológico no son soluciones viables, el problema es que partidos como el Partido Demócrata en EEUU o el Partido Socialista Francés, uno ya fuera del poder y otro pronto a estarlo, no parecen tener ni un discurso ni un plan para atender estos problemas. Y con eso pasamos a la segunda parte del problema (hay muchos otros problemas de tipo concreto pero lo ya mencionado es lo más representativo) que las élites políticas moderadas han sido incapaces de generar no solo soluciones, sino una visión capaz de convencer y entusiasmar a la mayoría de los electores.
Discursos como el de Beppe Grillo en Italia, Marine Le Pen en Francia o Geert Wilders en Países Bajos puede estar lleno de inexactitudes fácticas, falsas soluciones y retórica vacía, pero han sabido capturar emocionalmente a sectores importantes de la población con una narrativa sencilla de entender, que contiene a su vez un contexto con el que el ciudadano se identifica y unos culpables a los problemas, aterrizándolo todo finalmente con unas aparentemente sencillas soluciones. No es descabellado decir que la centro-izquierda y centro-derecha en Occidente han perdido su atractivo porque el elector sencillamente no está claro cuál es su visión del Mundo. Muchos electores jamás entendieron que proponía Hillary Clinton, más allá de continuar las políticas de Barack Obama, y aunque objetivamente sus propuestas fuesen mucho más realistas y razonables que las de Donald Trump, ideas como “Make America Great Again” y “America First” resonaron mucho más en las cabezas de muchos electores.
Lo más irónico del asunto, al menos en el caso estadounidense, es que el Partido Demócrata tiene una visión de gobierno mucho mejor diseñada para agradar los problemas del ciudadano de a pie que el Partido Republicano, el cual no está dispuesto a revisar los beneficios que los ciudadanos más pudientes tienen, o a invertir más recursos en hacer la educación más accesible y así nivelar el campo de juego (aunque Trump haya mandado señales mixtas al respecto). El Partido de Obama, Clinton y compañía, a pesar de tener un mensaje económico a priori más atractivo, se dejó quitar la agenda económica, no entendió que la atención a los temas de derechos civiles, aunque es fundamental, no puede ir en detrimento de presentarle al país, a todo el país, una visión de progreso económico que sea atractiva. Donald Trump parece no tener las políticas para resolver los problemas económicos, pero si diagnosticó cuan importantes son para muchas personas, además de inteligentemente ligar los problemas económicos a los acuerdos de libre comercio favorecidos por Obama, a pesar de que los republicanos son tradicionalmente el partido pro-comercio.
Esta falta de conexión con sectores importantes de las poblaciones, esta ceguera ante cuales son los problemas que la gente percibe como importantes, es el segundo gran problema a nivel discursivo. Lo que podría llamarse a muy grosso modo la élite liberal internacional (da escalofríos usar un término tan amplio y poco preciso) ha tenido con un lugar primordial en su agenda la construcción de sociedades donde se respeten los derechos humanos, se acepte e incluso acoja la diversidad y se extiendan ideas como la solidaridad, el problema es que aunque todos estos fines son loables, parecen ir bastante por delante de la experiencia de Mundo que tienen muchos ciudadanos en los distintos Estados. Para ponerlo de forma sencilla, es menos problemático venderle un Mundo diverso, globalizado y abierto a un ciudadano que habite en Los Ángeles, Londres o Nueva York, que a uno de las regiones interiores, menos pobladas y menos diversas, porque los primeros ya viven en uno y los segundos no.
La mayor parte de los ciudadanos estadounidenses temerosos de los inmigrantes ilegales muy probablemente no viven en zonas donde estos sean comunes (están mayormente en las grandes zonas urbanas), así mismo es muy probable que los sectores más conservadores que no aceptan los derechos LGBTI sean personas que no entran con frecuencia en contacto con miembros de esta comunidad y sus percepciones de estos estén basadas en estereotipos y mitos. Considerando esto, sería en la misma medida insincero decir que entonces las élites políticas, comunicacionales y académicas deberían bajar la velocidad de sus agendas sociales para complacer a determinados sectores, que afirmar que es posible decir responsablemente que lo único que hace falta es “educar a la gente” para que entienda mejor estos problemas, esto es, de donde se lo mire, un problema complejo, y solo se puede trabajar con ideas que aborden la situación desde múltiples enfoques, siempre recordando que hay límites en cuanto puede moldearse a las sociedades cuando estas ya tienen determinadas experiencias e ideas colectivas arraigadas.
La conclusión entonces partiría de que estas élites liberales deben tratar de construir discursos que sean más inclusivos, entendiendo las sensibilidades y preocupaciones de los sectores mayoritarios pero también los minoritarios; tratando de tender puentes con los ciudadanos que, por diversas razones, no estén aún abordo con determinadas tendencias y visiones, aun cuando estas parezcan ser, o sean, lógicas y razonables. El gran error de las élites, sobre todo las liberales en este tiempo, ha sido pensar que por tener la razón en muchos de sus planteamientos, podían desestimar los reclamos y preocupaciones de muchas personas, esas mismas personas, que aunque pueden ser tildadas de atávicas, ignorantes, retrógradas o demás adjetivos, tienen tanto derecho al voto como el resto de la sociedad y, para bien o para mal, están optando por otras opciones y convenciéndose de otros discursos, que no los hacen sentir alienados ni excluidos. El tiempo corre para que los gobiernos de Occidente puedan mantener los tejidos de sus sociedades unidos, o deban aprender a gobernar países-archipiélago, sin identidad, sin centro, sin acuerdo; al final el reto será superar esta ola populista sin alejarse del objetivo final del quehacer político, que es generar soluciones a los problemas de la gente a través de la generación de consensos intersectoriales y con visión de largo plazo.
Publicado originalmente en Espacio Político
@IvanRojas92